Preux et audacieux: Una partida de En Garde!®por e-mail

 

REAL CRÓNICA DE JUNIO DE 1658
(Número 386)

¡Justicia cumplida!
Christian De La Croix

NOVEDAD: Puedes acceder al podcast de la crónica aquí.

GACETA MILITAR

Leffrinckoucke, cerca de Dunkerque

En lo alto de una duna no muy alejada de las posiciones de Dunkerque, fuera del alcance de la artillería, se distingue un pequeño grupo de figuras. A sus pies, un gigantesco campamento, con innúmeras tiendas de campaña, tropas y caballos.

Dos de los miembros del grupo destacan sobre los demás. Uno de ellos, un joven ricamente ataviado, utiliza un catalejo para observar los alrededores. A su lado, un hombre mayor que él, con un bastón de Mariscal en su mano, permanece en actitud respetuosa, el semblante grave. El resto del grupo se mantiene en segundo plano.

Al cabo de unos minutos, el joven tiende el catalejo a su acompañante, con gesto displicente. El mariscal lo recoge solícito.

-No esperaba que tuviesen semejante despliegue artillero, Turenne. Sin duda, alguien les puso sobre aviso -dice el joven-.

-En efecto, Majestad -responde el aludido-. O se atrapó al traidor demasiado tarde, o el Teniente General de la Policía siguió la pista equivocada.

-O...

Uno de los del grupo abre la boca y pronuncia esa única vocal antes de cerrarla otra vez de golpe. Acaba de darse cuenta de que ha estado a punto de hablar en presencia de Su Majestad sin ser interpelado. Una gota de sudor frío cae de su frente y reza porque el sonido no haya llegado a los oídos reales, pero su mudo rezo es en vano. El Rey y el Mariscal se giran hacia él. Este último se adelanta con expresión furibunda, pero el Rey lo detiene con un gesto de su mano.

-¿O qué, barón? No temáis, expresad vuestro pensamiento. Estamos en campaña, y aquí cualquier idea puede sernos útil.

-Pe-perdonad, Ma-majestad. Co-con vuestra venia... So-solamente iba a decir que quizás el Teniente General de la Policía no cometió un error, sino que... Bueno... Podría...

El Rey asiente.

-¿Haberse inventado un falso traidor para distraer la atención y dejar las manos libres al verdadero? En efecto, barón. También es una posibilidad que no debemos descartar a priori. Lo investigaremos a su debido tiempo, pero ahora debemos resolver lo que tenemos delante: un asedio en el que nos hemos encontrado con más resistencia de la esperada.

El barón realiza una profunda reverencia musitando un tímido "siempre a vuestro humilde servicio, Majestad" y retrocede hasta quedar detrás del grupo, intentando pasar desapercibido.

* * *

Frente a Dunkerque

Al pie de la colina, en el campamento, se prepara el asalto final a la fortaleza de Dunkerque. Los distintos regimientos van preparando sus fuerzas. En el campamento de los coraceros del delfín, Bernille Nienau lanza la siguiente arenga a sus tropas:

-¡Hijos de Francia! Hoy cabalgamos hacia la Historia, donde los hombres de valor son cincelados en mármol y recordados en oración.

Algunos de vosotros no volveréis, y por ello seréis los más grandes entre nosotros, porque no hay muerte más noble que la que se ofrece por la patria, por el Rey, y por el honor de nuestros camaradas.

Los que caigan vivirán para siempre en la gloria, en los himnos de las generaciones que aún no han nacido.

¡Coraceros del Delfin! ¡Enderezad la espalda, alzad la mirada, montad sobre vuestros corceles y cabalgad hacia la gloria! ¡El sol de Francia brilla sobre vosotros!

¡Por Francia, por el Rey, y por la eternidad!

* * *

Del diario de Alain de la Débacle:

Algún día de junio del año del Señor de 1658.

Porque, la verdad, no sé muy bien qué día es hoy. Escribo estas líneas aprovechando una parada en el largo y lento camino de regreso a París, donde espero recuperarme de las heridas que he recibido en el asedio de Dunquerque. Me temo que la campaña militar de verano, en la que esperaba hacer tantas cosas, ha terminado para mí.

Habíamos llegado al asedio y el general asignó a la Brigada de Dragones una posición delante de uno de los baluartes de los españoles. El caso es que mi segundo batallón de Dragones del Gran Duque tuvo la misión de mantener una línea defensiva mientras el resto de la brigada acampaba y se preparaba lo que sería nuestro despliegue definitivo. Quizá pequé de imprudente y ordené que nos desplegáramos demasiado cerca del baluarte. Yo quería ver al enemigo con detalle y aunque me había agenciado un buen catalejo (que para eso soy el Mayor de la brigada), pensé que por unos metros más no pasaría nada. ¡Vaya si pasó!

Con mis dragones desplegados en línea de defensa (en nuestra mejor versión de caballería a pie), de pronto comenzaron a salir tropas españolas de un acceso al baluarte. Era evidente que querían saludarnos. Rápidamente mandé a un soldado para que alertara al resto de la brigada, porque se nos venía encima bastante gente. Como siempre, el sargento LaMouche estaba a mi lado. Yo miraba como se desplegaban los españoles, piqueros y arcabuceros. El catalejo era una buena adquisición.

-Vaya, LaMouche. ¿Y esa musiquilla tan alegre con la que se acercan?

Al preguntarle, bajé el catalejo y miré a mi sargento. Me sorprendió verle un tanto pálido.

-Ay, están tocando a Sin Cuartel...

-¿A De qué?

-Significa que no piensan hacer prisioneros.

-Bueno, tampoco pensaba yo en rendirme -intenté quitarle un poco de hierro al asunto-.

El caso es que los teníamos encima. Me puse delante de mis dragones, desenvainé la espada y comencé a caminar a lo largo de la línea, arengándoles. Ya se sabe, todo eso de la Patrie, le Roi, le Comte Dusel y a ver quién llega a la cena esta noche. Estaba a mitad de mi discurso itinerante cuando tuve la clara sensación de que alguien me miraba con fijeza desde el lado español. Me paré, me giré y en efecto: no sólo me estaban mirando, me estaban apuntando. ¿Quién dice que todos los españoles son bajitos? Justo frente a mí, a unas cuarenta o cincuenta yardas, un arcabucero enorme había prendido la mecha y me apuntaba. Vio que yo le miraba; sonrió y disparó. Fue como si Coupdegrace me hubiera dado una coz en el pecho. Caí hacia atrás y me dio tiempo a preguntarme "¿por qué sonríe ese cabrón?" antes de golpear el suelo (en realidad, creo que el suelo me golpeó a mí) y ver que la sangre manaba a borbotones de la herida. Entonces me desmayé educadamente.

Desperté con un dolor atroz. Estaba en un camastro y a mi lado vi a Jean Luc preocupadísimo. También estaba el matasanos de la brigada que me dijo:

-De la Débâcle, ha vuelto usted a nacer. La bala le ha atravesado, pero no ha interesado ningún órgano. Y es una herida limpia que me ha permitido cortar la hemorragia con rapidez.

Era evidente que estaba muy orgulloso de su trabajo.

-Eso sí, le quedará una bonita cicatriz para presumir ante su dama -me guiñó el ojo y se fue. Yo volví a desmayarme educadamente.

* * *

A continuación, el relato de Hércule Delaveau sobre el funeral marcial de Tessier Dusel para la Crónica, en una carta a su editor Théodore.

Carta del Capitán Hércule Delaveau desde el frente. Junio de 1658

Mi querido Théodore,

Te escribo no sólo como soldado que ha regresado al frente, sino como testigo de un acto tan solemne y elevado que el lenguaje, incluso el nuestro, parece pequeño. Permíteme, pues, vestirme de cronista por un momento, y confiarte el relato de lo vivido. Quizá un día lo pongas en escena, si aún te queda paciencia para mis palabras.

Con noble propósito y honores rendidos a la gloria de los caídos, emprendimos marcha desde París hacia los campos del norte, llevando en escolta solemne a dos damas de elevado linaje y aún más elevados sentimientos: Madame Anne Lefèvre, Comtesse de Dusel, viuda del glorioso Mayor Tessier Dusel, y la siempre valerosa y resplandeciente Mademoiselle Anne Gramme, protegida del difunto y dueña de mi corazón.

Ambas fueron acompañadas por una Compañía del Primer Batallón de la Guardia Real. Bajo mi mando, mis hombres marcharon con la compostura que el deber impone, sabedores de que se dirigían a rendir homenaje a uno de los suyos, a uno de los nuestros. El Mayor Dusel cayó tras una gloriosa carga durante los combates en Dunkerque, carga que culminó con la toma de un cañón enemigo y la pérdida de su propia vida. Su sacrificio, Théodore, no fue vano: fue llama. Y esa llama aún arde entre las filas.

La ceremonia fue celebrada por el General Capellán del Ejército y por el Teniente Coronel Capellán de los Mosqueteros del Rey. ¡Qué escena! El viento alzaba los estandartes como si quisieran irse con Dusel al otro mundo. Tambor tras tambor, voz tras voz, y los cañones --esta vez silenciosos-- nos miraban como testigos de piedra.

No sabría decirte qué impresionaba más: si la pompa, o la presencia de tantos regimientos ilustres.

Vi desfilar a los Mosqueteros del Rey, encabezados por el imponente Mayor Charles Batz-Castelmore, mi antiguo camarada. Con sólo cruzar miradas me dijo más que cualquier verso: honra, respeto, memoria.

A su izquierda marchaba la Guardia del Cardenal, con su marcialidad inflexible, comandada por el Mayor André du Guerrier, cuya sola postura parece dictar silencio y le hace dudar a uno si respira. El ceño de este hombre podría intimidar a un cañón.

Detrás, los Dragones del Gran Duque Maximiliano, inconfundibles por su ímpetu, se abrían paso como si aún cargaran. Al frente cabalgaba el fogoso Mayor Alain de la Débâcle, cuya capa flameaba como si la batalla le siguiera pegada al talón.

Vi también a los Coraceros del Delfín, alineados como una partitura de acero. Al frente, el meticuloso Mayor Bernille Nienau, cuya mirada recorría a sus hombres como si cada uno fuera una palabra exacta en un verso que no admite corrección.

Terminada la ceremonia, emprendimos el regreso a París con las damas bajo nuestra protección. Para esta marcha sólo se dispuso la Primera Sección de mi Compañía, mientras el resto de mis hombres permaneció en el frente. Tan pronto como las damas estuvieron a salvo, regresé junto a ellos, retomando mi lugar en la línea. La guerra no espera, pero la honra tampoco.

Quiero que esta carta no se quede entre tus papeles, sino que sea, si cabe, el eco de una verdad: el valor no muere mientras se le cante. Francia canta hoy -con cañones, con lágrimas, con versos- la memoria del Mayor Tessier Dusel.

"Pues donde el deber llama y el acero responde, allí su sombra marcha, allí su nombre ondea."

Tuyo siempre en la amistad y en el deber,
Hércule Delaveau
Capitán de la Guardia Real
testigo del deber, dramaturgo del honor
 

P.S.: Lo vivido ha inspirado en mi un borrador de una escena. No sé si llegará a ver la luz, pero mi ánimo ha decidido remitírtelo para que no caiga en el olvido.

Memorias para escena - "El Tambor y la Rosa"

Acto II - La Ceremonia de los Caídos

El campo huele a pólvora y a tierra removida. El viento alza los estandartes como alas rotas que se resisten a caer.

(DELAVEAU, al público, sombrero en mano)

-¿Acaso no escucháis? No es tambor de guerra. Es tambor de duelo.

Entran los regimientos. Entran todos. Los Mosqueteros, los Coraceros, los Dragones, la Guardia del Cardenal... Cada uno un verso de acero.

Y al centro, entre cañones silentes, la figura caída de Dusel, inmóvil, pero más presente que todos los vivos juntos.

(DELAVEAU mira al cielo)

-¿Quién dijo que el teatro no puede llorar?

* * *

París, cuartel de los Coraceros del Príncipe de Condé

-Qué aburrimiento... Llevamos tres días aquí acuartelados, y no hay manera de que nos envíen de campaña. ¿No se suponía que teníamos que defender las posiciones laterales de Dunkerque?

-A saber qué nuevo chanchullo se le habrá ocurrido al coronel...

Quienes así hablan son dos veteranos sargentos, sentados en un rincón a la sombra del patio de armas. Desde allí ven pasar a un batidor, cruzando el patio como alma que lleva el diablo. Al llegar al edificio principal se encuentra con que el Teniente Coronel Christian De La Croix le cierra el paso. Los sargentos ven cómo el batidor le entrega un despacho, saluda y da media vuelta, yéndose por donde había venido. El Teniente Coronel desaparece dentro del edificio, despacho en mano.

El coronel se encuentra en su oficina, hojeando algunos papeles. Cuando De La Croix entra y saluda marcialmente, apenas levanta la vista.

-Mi coronel, por fin hemos recibido la orden de partida. Ya he dado orden de que los hombres se preparen de inmediato en el patio de armas. En cuanto lo desee, les podrá pasar revista para luego salir de París desfilando.

-¿Ya? Bueno, vamos para allá. Qué pereza...

La puerta del despacho del coronel de los Coraceros da directamente a la galería principal, donde se exhiben los retratos de todos los coroneles que ha tenido el Regimiento desde sus orígenes. Entre ellos, obviamente, el del actual coronel. Al salir ambos hombres del despacho a la galería, un grupo de coraceros saluda y se les une. Tras una fugaz mirada de sorpresa, el coronel se encoge de hombros y prosigue su camino a buen paso, flanqueado por Christian De La Croix y sus hombres.

Sin embargo, algo inesperado ocurre. Cuando llegan al final de la galería, frente a su propio retrato, los tres hombres que van al frente se detienen en seco, se dan media vuelta y desenvainan.

-¡CORRUPTO, TRAIDOR! ¡ÉSTE ES TU FIN!

Antes de que el coronel pueda reaccionar, los hombres de los laterales y de la fila de atrás también han desenvainado. Sin perder un instante, lo atraviesan con sus armas, dejándolo en medio de un charco de sangre.

-Bien, señores, tenemos mucho trabajo por delante. Pero antes...

Christian De La Croix se dirige a una pequeña puerta lateral y saca lo que obviamente es un cuadro, cubierto por una tela.

-Por suerte, este bastardo siempre se arrimó al sol que más calienta, y aunque descolgó el retrato no lo destruyó, por si algún día cambiaban las tornas y volvía a necesitarlo. Pues bien, ¡ha llegado el momento!

Con ayuda de sus hombres, De La Croix cuelga el cuadro en el hueco vacío de la galería. Saluda militarmente al cuadro y dice:

-Justicia cumplida. El coronel Cloitier vuelve a ocupar el lugar que le corresponde. Ahora, ¡todos al patio de armas, y de allí a las calles!

* * *

Calles de París

Mientras esto sucedía, París se ha ido convirtiendo en un caótico infierno, de manera tan repentina como inexplicable. Hordas de mendigos, pequeños delincuentes y lumpen variado abandonan los bajos fondos de la ciudad y se desparraman por la ciudad, saqueando e incendiando almacenes y depósitos de grano. Obviamente, la Guardia de la Vieja Ciudad abandona su acuartelamiento, no lejos de la Bastilla, para aplastar el levantamiento. Se dirige a toda prisa a los barrios portuarios, y pronto encuentra en su camino a un batallón de los Coraceros del Príncipe de Condé, con Thibaut Cul-de-sac al frente.

-Vaya, ¿aún no se han ido los Coraceros a la campaña? -pregunta el capitán de la Guardia Vieja.

-Oí que tuvieron un retraso administrativo, mi capitán -responde un subalterno-. Pero ha sido providencial que estén aquí; serán un buen refuerzo.

Pero... Cuál no sería la sorpresa de la Guardia Vieja cuando, de repente, en lugar de unirse a ellos, el batallón de Coraceros inicia una carga. Por si esto fuera poco, otro batallón aparece por detrás, cortándoles la retirada.

-¡¿PERO QUÉ ESTÁ PASANDO AQUÍ?! -exclama el capitán-. ¡RESISTID! ¡RESISTID COMO PODÁIS!

-¡NOS TIENEN RODEADOS, MI CAPITÁN! ¡DE ÉSTA NO SALIMOS!

De repente, cuando ya todo parecía perdido, se oye un estruendo en los dos extremos de la calle. Los caballos de los Coraceros empiezan a caer unos encima de otros, aplastando a sus jinetes en algunos casos. Es evidente que la caballería es un arma letal en calles cerradas... Mientras los caballos aguanten. Si caen, cae toda la formación como un castillo de naipes. Y eso lo sabe Cael de Rouen, que como Gobernador Militar de París comanda la guarnición provincial y ha ordenado taponar las bocacalles a toda velocidad y lanzar una descarga simultánea de fuego denso de mosquete desde los dos lados a su señal. Al final la cosa no ha salido tan simultánea como él quería, pero ha funcionado.

Los supervivientes de la Guardia Vieja, viendo el cielo abierto, se recuperan y, con gritos de entusiasmo salvaje, rapier en mano comienzan la escabechina de los jinetes caídos que, atrapados en sus corazas, no pueden moverse libremente en un paso tan estrecho.

-Quiero el regimiento neutralizado y a todos sus mandos en la Bastilla antes de acabar el día -ordena secamente le comte de Rouen-. En celdas separadas e incomunicados.

El coronel de la guarnición asiente y saluda. Le comte de Rouen evalúa sus próximos movimientos. Es necesario actuar rápido, pero con conocimiento de causa. ¿El Louvre? No. Con Su Majestad de campaña en Dunkerque, no tiene sentido. Decide, eso sí, enviar un jinete a Vicennes para prevenir al cardenal Mazarino, el consejero real. Su Eminencia tiene siempre con él una compañía de su propia Guardia, así que no correrá peligro mientras no se mueva de su castillo. Según sus cálculos, si sólo se han sublevado los Coraceros del Príncipe de Condé, que es lo más probable porque es el único regimiento que aún no ha salido de París, debe quedar más o menos un batallón.

Finalmente decide poner rumbo a la Bastilla. Tarde o temprano los insurrectos, o lo que quede de ellos, acabarán allí, ya sea para intentar tomarla o como prisioneros. Deja una compañía de retén para liquidar el asunto y despejar la calle, y parte con el resto del regimiento.

A poca distancia de la Bastilla, la guarnición vuelve a encontrar resistencia. Le comte de Rouen sonríe con suficiencia: es justo lo que había pensado. Se trata del tercer batallón de coraceros del príncipe de Condé, y el factor sorpresa es total: lo que menos esperaban era encontrar un regimiento en orden de combate dentro de París. El Gobernador militar los conmina a deponer las armas si no quieren un baño de sangre. La cadena de mando de los insurrectos no parece clara: mientras unos intentan atacar, otros bajan las armas, pero una primera andanada de fuego de mosquete hace que todo el batallón se rinda. No se ha producido muchos heridos en este breve enfrentamiento, pero entre ellos figura Christian de la Croix, que comandaba el batallón.

-Lleváoslo. Que el médico de la Bastilla se encargue de él. Incomunicado también, por supuesto. Y luego limpiad las calles.

"Limpiar", por supuesto, significa hostigar a los mendigos y demás para empujarlos de vuelta a su lugar de procedencia. El regimiento de guarnición de la provincia inicia la tarea con eficacia, y al poco tiempo solo quedan en las calles, como recuerdo de la revuelta, una gran cantidad de escombros y algún que otro cadáver.

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EL CABALLERO DEL MES

El título de Caballero del mes corresponde a:
 

Charles Batz-Castelmore

EL PATÁN DEL MES

El título de Patán del mes corresponde a:
 

Phillipe Le Clothes Du Lacoste

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NOMBRAMIENTOS HABIDOS ESTE MES

    • Francesco Maria Broglia ha sido nombrado Ministro de Ciencias (C05)

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ANUNCIOS DE PRESENTACIONES A CARGOS

    • Marcel du Calais anuncia que se presentará a Rector (R09)
    • Marcel du Calais: Abad

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CARGOS PARA EL MES DE JULIO
Durante este mes se renuevan los rangos religiosos (consultar reglas).

 

CARGOS PARA EL MES DE AGOSTO
Durante este mes no se renuevan cargos.        

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AGRADECIMIENTOS

  • A Víctor, por intentar liarla parda sin leerse antes las reglas 😆
  • A Ezequiel, por sacudirle a Víctor con las reglas en la cabeza, encuadernadas en edición de tapa dura 😆 😆 😆
  • A Xavier, por su arenga a las tropas.
  • A Fernando, por la carta de Hércule a su editor.
  • A José, por el diario de Alain de la Débacle.

NOTAS DE LOS REALES SECRETARIOS

Bueno, quiero pediros disculpas porque esta crónica no está completa. Notaréis que faltáis muchos en ella, y que no todo está explicado. El motivo es mi lesión en la mano, que me impide escribir bien. Algunos fragmentos los he dictado y otros me los habéis enviado vosotros. La herramienta de dictado no es nada práctica, porque falla bastante y después tengo que editar manualmente el texto, de modo que no me soluciona mucho. Gracias a todos por vuestra comprensión.

FECHA LÍMITE PARA EL PRÓXIMO TURNO

El plazo de entrega del próximo turno finaliza el viernes, 1 de agosto de 2025, a la medianoche (hora española peninsular).

¡Hasta pronto!

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