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Preux et audacieux: Una partida de En Garde!®por e-mail

 

REAL CRÓNICA DE NOVIEMBRE DE 1657
(Número 378)

GACETA MILITAR

Requesens, Pirineo

Sabido es que la Guardia Real ha quedado falta de mandos en la última campaña militar. Probablemente por esta causa, el Segundo Batallón, que está al mando de Léo Hardy le Castel, ha sido movilizado y encuadrado en la Primera División para dar soporte a los Cazadores de Montaña en el sitio de la fortaleza de Requesens. Renné Gade, que manda la compañía D de dicho batallón, también se encuentra en campaña. Aunque el final del sitio todavía dista de verse venir, la Guardia Real ha sido de utilidad y ha resistido valientemente el feroz frío que reina en la cordillera fronteriza. Léo Hardy le Castel ha obtenido una mención en la Orden y Renné Gade algo de botín.

* * *

ECOS DE SOCIEDAD

Primera semana

Le Comte de Dusel esperaba tan impaciente ante las puertas de su club que cualquiera hubiese podido pensar que el mayor de los Mosqueteros del Rey tenía una cita amorosa. Cuando apareció Gamin de la Chaussée, el capitán de los Carabineros de la Reina, se le iluminó el rostro e hizo grandes aspavientos para que su invitado apremiara el paso. Una vez dentro del club, el conde hizo una señal al servicio para que les asignarán una sala privada. Acto seguido pidió una botella de Borgoña junto con unos craquelins de porc, para mantener la cabeza fría durante toda la conversación.

-Monsieur De la Chaussée, antes de que os preguntéis que me traigo entre manos, permitidme que os cuente mis devaneos desde que llegué a París, a finales de julio del año 1655. Mis principales propósitos eran ingresar en un regimiento de Su Majestad y buscar a Béatrice Gramme, la institutriz responsable de mi educación durante toda mi niñez y adolescencia, y su hija Anne, mi gran amiga de la infancia. Ambas se fueron de la finca familiar a París cuatro años antes y tenía mucha curiosidad por volver a ver a Anne, que se marchó con 14 años, por lo que tendría 18 cuando yo llegué a París con mis veintiún años. En mi búsqueda durante los meses siguientes, me interesé por cierta dama cuyo nombre no le voy a desvelar para no comprometer su reputación, pero a la que ni siquiera tuve oportunidad de abordar. Al enterarme que ya gozaba de los favores de cierto caballero, desistí de inmediato de mis intenciones. En noviembre de ese mismo año conocí y me interesé por cierta compañía teatral que empezaba una gira por las provincias al mes siguiente. En la celebración de despedida, tuve un flirteo sin importancia con una de las actrices más hermosas pero menos relevantes de la troupe. Los meses siguientes acudí al campo de batalla con mi batallón, preocupado por la situación en el frente y exasperado por la infructuosa búsqueda de mi institutriz y su hija. A mi regreso de campaña intenté, sin éxito, conseguir los favores de cierta dama que a día de hoy todavía sigue disponible. Por primera vez, el desplante me provocó una mezcla de resquemor e indignación, al considerar algo frívola la actitud de dicha dama.

»En la campaña de junio de 1656 falleció el barón Guillaume de Foix, general del 2º Ejército y ex-mosquetero, pidiéndome en último suspiro que reforme y mejore la sala de esgrima del regimiento. A nuestro regreso visité a la viuda del Barón, para transmitirle mi pésame y comunicarle la última voluntad de su esposo, a la vez que la invité a implicarse en la reforma y posterior inauguración de la sala de esgrima. Durante los meses siguientes la viuda de Du Foix y quien os habla supervisamos la reforma y la posterior inauguración, entablando una amistad que todavía dura y en la que ejerzo de acompañante en diversos eventos sociales. Cuando por fin localicé a Béatrice y Anne Gramme en octubre del año pasado, las introduje en la sociéte parisienne, presentándoles al Ministro de Humanidades y la viuda de Du Foix, entre otros. En abril de este año asumí que las señoritas Gramme son mis protegidas y descarté la idea de cortejar a Anne, considerándolas parte de mi familia. Para evitar malentendidos, intenté formalizar una relación con la viuda de Du Foix, que me rechazó amablemente y me pidió ser paciente. Al mes siguiente conseguí convencer al coronel para acudir a la campaña militar y olvidarme de la viuda de Du Foix; está claro que me desenvuelvo mejor en la guerra que en compañía femenina.

»Cuando regresamos de la larga campaña en septiembre, me vi envuelto en una farsa de juicio y constaté que he olvidado renovar mi cargo de Ministro de Exteriores de Su Majestad, por lo que acudí a despedirme de los embajadores con los que me había relacionado, y en una de estas visitas conocí a la hija del Barón Erik Svensson, el embajador de Suecia. En esta ocasión es su padre el que impide acercarme a ella, negándose a que sea mi acompañante en el torneo de ajedrez que no pude presenciar por el rechazo del Barón Svensson. Mientras se hacía con la victoria en dicho torneo, yo me desfogaba en la sala de esgrima "Guillaume de Foix", indignado por la ofensa del embajador. Con todos estos "infortunios" en mi pasado y francamente cansado del aciago "destino" que me depara el corazón, me disponía a perder toda ilusión y esperanza... hasta que leí vuestra desventura en las crónicas del pasado mes. Mi orgullo y honor descartan toda posibilidad de acercamiento a la hija del embajador. Es más, considero que el Barón no se merece el futuro que iba a ofrecerle a su hija. He pensado sin embargo una estratagema para que podáis tener éxito donde yo he fracasado. Por lo que conozco al Barón, tengo un plan que podría funcionar, siempre y cuando seáis prudente a la hora de abordarlo. No me cabe duda que su hija Ingrid os encandilará de la misma manera que lo hizo conmigo. A cambio, os pediré vuestro permiso para intentar un acercamiento a la señorita Lefèvre y que me entreguéis esa bola que os impactó tan duramente y de la cual guardáis un visible recuerdo en vuestra frente.

»¿Guardáis todavía vuestro premio conseguido en el torneo de ajedrez? Tomad esta carta, y escuchad lo que os propongo...»

* * *

Noche de estreno en le Théatre Royale. Hércule Delaveau se levantó de su asiento en el palco al ver llegar a su invitado, Bernille Nienau. Tras los saludos de rigor y ante la sorpresa de los presentes, Anne Gramme, Eugnace-Michel de Laderoute y Violette Fablet, monsieur Nienau empezó a regalar unos curiosos pañuelos, finamente tejidos y de un generoso tamaño. Anne Gramme no pudo dejar de observar que Nienau lucía uno de esos pañuelos en el cuello.

-En efecto, mademoiselle; veo que sois observadora. Este pañuelo se luce en el cuello y es una novedad en Paris. Mi familia en Montségur lo está introduciendo en la alta sociedad. Se trata de una prenda inspirada en unas que lucen los soldados croatas que luchan al lado de nuestras tropas. Nuestros valientes lo llaman "cravat", obviamente derivado de "croata", pero en la antigua Roma le llamaban "sudarium" y tenía una función más higiénica que decorativa. Esta prenda se luce ahora como artículo de lujo. Evidentemente se ha tejido con telas orientales, sedas de primer orden y han sido decoradas con elementos y colores al gusto de París. Tenemos modelos para caballeros y para distinguidas damas.

* * *

Mientras tanto, en un palco del lado opuesto Charles Batz-Castelmore, Madeleine Dubois, Cael de Rouen y su dama Laurelie Hagopian, Anne Lefèvre e Ingrid Svensson departían animadamente esperando que comenzase la representación.

-¿Qué ha ocurrido con mademoiselle Vien, monsieur Castelmore?

-Euh... Se encontraba... Ejem... Indispuesta -acertó a responder el interpelado.

-Lástima, porque la obra promete mucho...

Y en efecto, la obra, sin ser nada extraordinario, cumplió expectativas y entretuvo al público durante todo su desarrollo.

* * *

-Y bien, eso es todo. Una firma aquí y ya es usted Mayor.

Con un gesto de la mano un tanto despectivo, el Coronel de los Coraceros del Príncipe de Condé despachó a Christian de la Croix, que no puedo evitar ver cómo el Coronel, mientras firmaba, guardaba en un cajón la bolsa de coronas de la comisión de mando; un cajón relleno de monedas sueltas y cuyo destino no pareciera ser el de cubrir los gastos del regimiento.

El nuevo Mayor se cuadró ante su superior y salió de la habitación. Caminó por los pasillos del cuartel, recordando esquinas, habitaciones, salas... Hasta que llegó a la galería principal. Varios jóvenes de parecida edad charlaban sentados en los bancos próximos a los ventanales o corrían de un lado para el otro. Ninguno hacía caso a los cuadros que adornaban la galería, colgados por riguroso orden cronológico. Eran los retratos de los Coroneles que habían comandado el regimiento. Algunos por mucho tiempo, mientras que otros apenas habían permanecido en el cargo ni tan solo un año. También había una placa conmemorativa para los que no vivieron lo suficiente (o permanecieron lo necesario) como para pintarles un retrato. Fue repasando los rostros y las fechas como había hecho antaño, en una etapa ya perdida.

Se paró delante de un rostro popular, alguien del que se decía que había inspirado ejemplo entre sus hombres, aunque algunos no se pusieran de acuerdo si aquello significaba algo bueno o malo.

-¡Ah! ¡Armand de la Fère! -oyó decir a un capitán ya mayor, quizás de unos cincuenta años, que aún se conservaba bien-. Hombre polémico donde los haya, amado y odiado a partes iguales.

-¿Perdón? -se disculpó Christian, dirigiéndose al veterano.

-El General de la Fère -continuó el capitán-. Su paso por la coronelía no dejó a nadie indiferente. ¿Sabe que una vez ordenó a todo el regimiento que se batieran contra los Cadetes de la Gascuña, allí donde se encontraran? Por toda París hubo duelos entre cadetes y coraceros y él mismo cruzó su espada con el Coronel de los Cadetes, quien también se prestó a ello. Fue varias veces inquilino de la Bastilla; una de las ocasiones por matar en duelo a Alceste Du Haine, un hombre de la Guardia del Cardenal. En otra ocasión tuvo que pacificar una revuelta de la Princesse Louise de Bretagne, cuando era Gobernador de esa provincia, aunque al principio pareciera ser indiferente. Hasta acabó siendo Gobernador Militar de París, cargo del que dimitió por principios, por estar en contra del edicto, claro. Y finalmente acabó de Ministro de la Guerra. ¡Todo un personaje!

-Parece que lo admirabais.

-Ah, lástima que se retirara a la Bretaña. Me hubiera gustado verlo de Ministro de Estado. Es extraño, ¿sabéis? Abandonó París al mes siguiente en el que desapareció en el frente el Guardia real Grichet Des Wardes. ¿Qué habrá sido de aquél hombre? Pero en fin, ¡mirad! ¡mirad! ¡Otro gran Coronel de los Coraceros!

Christian leyó la plaquita y observó el retrato del militar al que señalaba: Henri Daralan.

-¿Sabéis la historia de cómo ascendió a Coronel? Al mismo tiempo que le llegó el despacho de ascenso se informó de su muerte. La que se lió, pero el que había muerto en el campo de batalla fue su predecesor, pero creían que había sido él. Hasta se le había dado la notificación de fallecimiento a su dama en París, Isabel d'Artois. Por aquel entonces los llamaban la eterna pareja, ¿sabéis? La misma de la que se dice ahora que ha tenido... ¡un hijo con el diablo!

-¿Pero qué me decís?

-Sí, sí, con lo buena dama que era, pero vete tú a saber porque se lió con ese matasanos de Damien Moreau. Dicen que su bebé... ¡dicen que tiene la piel blanca como la de las hijas de Lilith, los ojos de plata de los demonios de Lucifer y los cabellos blancos como la cera de los cadáveres!

-No me digáis que creéis en cuentos de viejas ayas cotorras -se rio Christian de las absurdas ocurrencias del capitán.

-¡Guardaos, guardaos! Que vale más santiguarse por si las moscas que caer en las trampas del maligno.

El mayor de los coraceros, ignorando al veterano, se quedó frente a un espacio vacío, del que se notaba que habían retirado un retrato por dibujarse una silueta rectangular más oscura, a la par que la placa que había debajo también estaba ausente. Parecía sentirse decepcionado.

-¿Os extrañáis? -le preguntó el capitán, mirándolo con compasión.

-¡Es intolerable! -señaló indignado, cambiando de humor al sentirse cuestionado.

-Con todo lo que pasó, ¿creéis que lo iban a mantener ahí?

-¡Pero si ya todo quedó olvidado!

-Toda precaución es poca y ese arribista de Coronel que acabáis de conocer no va a arriesgar su noble culo ni su carrera militar. ¿Sabéis que nadie compra ya cargos en los Coraceros? Ha sido toda una alegría, sobre todo para ese corrupto, que llegarais vos y el otro del mes pasado. Todos los que ingresan lo hacen como soldados y suelen ser hijos de coraceros. Y los capitanes y subalternos, como yo, somos los veteranos que aún no hemos podido ascender, sobre todo porque ese mal nacido procura evitar que nadie le haga sombra. Un hijo de papá.

-¡Compórtese, Capitán! ¡Sigue siendo vuestro superior!

El capitán se puso firme. Los jóvenes soldados de alrededor dejaron sus cuchicheos para observar la escena.

-¿Me va a denunciar, monsieur Christian? -preguntó obviando el rango.

-¿Cómo sabéis mi nombre?

-¿Cómo no iba a saberlo, si tanta guerra me distéis cuando, siendo un zagal, os escabullíais para esconderos en cualquier rincón del cuartel?

Christian observó al hombre con mayor detenimiento, intentando recordar. Su rostro le era familiar...

-¿Antoine?

-El mismo que viste y calza -sonrió el veterano. Christian se cuadró a su vez, de manera inconsciente, como un niño que iba a recibir una reprimenda, lo que causó una involuntaria sonrisa en los presentes. Al segundo recordó su rango, se irguió y saludó marcialmente al capitán, como quien le rinde honores, lo que cambió la mueca de los cercanos de sonrisa a sorpresa. Luego se dieron la mano como si fueran dos viejos amigos, extraño cuadro entre un joven y un hombre ya hecho y derecho.

-Aun así no se le puede faltar al respeto a un superior. Deje lo que estaba haciendo y por hoy me servirá de guía. Enséñemelo todo. Aquí hay mucho que hacer -le ordenó Christian, antes de dirigirse a todos los presentes-. Y todos ustedes, atolondrados, ¿por qué están ociosos? ¡A trabajar!

Los dos militares abandonaron la galería, descendiendo por unas escaleras hacia el patio de armas, seguidos por todos los soldados que estaban apalancados en los bancos.

* * *

Segunda semana

Con la carta del Conde en mano y el juego de ajedrez decorado que obtuvo de premio, el capitán de la Chaussée visitó los barrios más distinguidos de París, presentando sus respetos y ofreciendo sus servicios como maestro de ajedrez acreditado, con la esperanza de aumentar sus exiguos ingresos.

Ante la residencia del embajador de Suecia se armó especialmente de valor y carraspeó para aclararse la voz. También se estremeció levemente al pasar por la cara su pañuelo y sentir una tenue punzada de dolor en el aparatoso chichón que adornaba todavía su frente.

Su visita era esperada y le hicieron pasar de inmediato a un acogedor salón dónde le esperaba la familia Svensson al completo. El más interesado era sin duda el Barón, ajedrecista fervoroso aficionado que esperaba poder contagiar a su esposa e hijos para contar con nuevos adversarios. Wilma atendió con cortesía a su invitado, pero de la Chaussée constató de inmediato que los juegos de estrategia no le apasionaban. El hijo del Barón, Björn, estaba algo inquieto y se mostraba impaciente, como si tuviera otro compromiso más importante que no pensaba eludir. Por su parte, Ingrid se maravilló con el precioso tallado de las piezas y el cuidado tablero de madera maciza de ébano y arce que captaron de inmediato su interés.

Desplegando el juego en la mesa del salón, Gamin explicó las virtudes de este juego practicado por reyes de todo el mundo y se esforzó para que las reglas y movimientos resultasen amenos para todos los presentes. El Barón estaba muy satisfecho y puntualizaba las instrucciones del capitán con acertadas observaciones. Björn atendía de pie, moviéndose con nerviosismo. Wilma aprovechó para ofrecer té a los presentes y se ausentó para pedir a los criados que lo sirvieran. Ingrid escuchaba fascinada las explicaciones con una encantadora candidez, lo cual emocionó al joven capitán que mantuvo una fría compostura para no delatar su nerviosismo.

Cuando finalizó la presentación y sugirió al Barón que jugara una partida con alguien mientras él asesoraba a ambos jugadores, Björn se excusó alegando que había entendido perfectamente el juego pero que tenía que atender un compromiso urgente, tras lo cual se despidió marcialmente y se marchó con presteza. El Barón Erik Svensson no disimuló su contrariedad, a lo que Ingrid se ofreció para jugar con su padre. De la Chaussée se colocó a un lado del tablero, ofreciendo comentar las jugadas y asesorar a ambos jugadores cuando se lo pidieran.

El Barón empezó con blancas y la apertura del peón del Rey. Gamin asesoraba a Ingrid, en clara desventaja por su inexperiencia, para que la partida se mantuviera interesante pero sin inquietar al embajador que sonreía con algo de prepotencia. Su exceso de confianza provocó varios errores del Barón que Gamin aprovechó para que Ingrid sorprendiera a su padre con dos movimientos inesperados que admiraron al embajador, obligándole a concentrarse más en el juego.

La partida terminó con una trabajada victoria del Barón, que no disimuló su entusiasmo, felicitando a su hija por su juego y al capitán por sus consejos y enseñanzas.

Al tomar el té (algo frío a estas alturas, por cierto), el embajador reparó en el abollón que lucía el capitán en su frente y le preguntó si se trataba de un recuerdo del campo de batalla. Cuando de la Chaussée aclaró, algo avergonzado, que se debía a un percance sufrido mientras observaba una partida de croquet, el Barón e Ingrid se sorprendieron y comentaron que iban a participar en el torneo la semana siguiente.

-Veremos entonces si su destreza con el croquet es comparable a su maestría en ajedrez -observó el embajador con sorna.

-Me temo que no tendrá ocasión de verme hacer el ridículo, Barón. Es un torneo para parejas y no tengo la suerte de contar con una acompañante.

-Vaya lástima -intervino Ingrid con candor-. Padre, -continuó mirando al Barón-, Björn es extremadamente competitivo y me trata con demasiada intransigencia. Por no mencionar que me parece que en estos momentos está ocupado en convencer a cierta señorita para que sea su pareja de croquet. A mi no me importaría ser la pareja de juego del capitán...

El embajador fruncía el ceño y se disponía a contestarle cuando Gamín replicó de inmediato:

-Es un honor que no merezco y no puedo aceptar. Semejante favor tendría que pagarse con otro favor equivalente y tan sólo lo tomaría en consideración si el Barón me permitiese agradecérselo ofreciéndole mis servicios como maestro de ajedrez en el modo y términos que Su Excelencia disponga.

* * *

En uno de los salones de l'Epée d'Or reservado especialmente para la ocasión, monsieur Nienau volvió a aparecer ataviado con su cravat y repartió un ejemplar a cada asistente. Destacó el que entregó a Anne Lefèvre, ya que éste lucía un bordado con las iniciales "AL". Le explicó cómo colocárselo correctamente, e inmediatamente cambió el tema de la conversación al deporte que ella domina y que él nunca ha jugado a pesar de ser originario de su tierra. Le propuso ser su pareja en el torneo, pero la dama, dubitativa, le respondió que después de cierto incidente que había llegado a sus oídos hacía poco no sabía si volvería a jugar. Ligeramente contrariado, Bernille sacó unas botellas de vino que su criado había cargado hasta el salón, y ofreció un brindis a todos.

También Charles Batz-Castelmore utilizó un cravat como excusa para el galanteo, escogiendo uno de un hermoso color azul claro y ofreciéndolo a Ingrid Svensson para que hiciera juego con el color de sus ojos.

Finalmente y viendo que el tiempo pasaba, Batz-Castelmore, en calidad de Ministro de Humanidades, pronunció con solemnidad las siguientes palabras:

-Damos inicio a la sesión de planificación y preparación para el Théatre Royale.

Sentados en varias mesas colocadas juntas se encontraban monsieur Nienau, le Viscomte de Rouen, Hércule Delaveau junto a Anne Gramme, Jean-Luc Picard al lado de Daphée Bourtagre, Thibaut Cul-de-sac y Tessier Dusel. Al otro lado del grupo de mesas, Anne Lefèvre, Ingrid Svensson y Madeleine Dubois.

Tras las protocolarias presentaciones de todos los asistentes, éstos comenzaron a exponer sus ideas y aportaciones; mientras, le comte de Dusel recordaba su breve época con una prometedora troupe théatrale en la que se inició en las artes escénicas y el arte del disfraz, a los pocos meses de llegar a París, antes de que su sentido del deber militar tomara precedencia.

En un momento dado no pudo contener sus ganas de participar y se dirigió al Ministro de Humanidades:

-Con vuestro permiso, Excelencia, quisiera aportar unas sugerencias. La primera de ellas sería rescatar a une troupe théatrale que estuvo en abril de gira por Lyon y en junio por Dijon. La dirige un talentoso dramaturgo, actor y poeta de honorable familia, que se llama Jean-Baptiste Poquelin, aunque quizás lo conozcáis por su sobrenombre: Molière. Estoy seguro que sus obras serían un éxito sin precedentes en le Théatre Royal y me atrevería a decir que podrían sorprender agradablemente a Su Majestad Le Roi.

»Lo que me lleva a la segunda propuesta. Tuve la gran suerte de ser aceptado por dicha compañía, sin que me reconocieran ningún talento para actuar con ellos y sin que yo tampoco lo pretendiera, puesto que estaba mucho más obcecado con mi carrera militar. Pero aceptaron que participara en sus ensayos e incluso tuvieron la paciencia de instruirme en la interpretación de personajes, la inflexión vocal o el arte del disfraz. Todas estas habilidades que no desarrollé lo suficiente a raíz del escaso tiempo que gocé de su compañía, me parecen todavía, a día de hoy, un precioso y generoso regalo. Creo que dotar a la capital de una escuela de artes dramáticas y teatro para atraer a las mejores mentes para que puedan difundir sus conocimientos, convertiría París en la capital de dichos espectáculos y en la cuna de los autores más prestigiosos.

-Es una idea interesante sin duda -respondió el Ministro-, aunque convendréis en que es un proyecto a medio o incluso largo plazo. Lo estudiaremos en próximas reuniones. Por ahora dejémoslo aquí; se está haciendo tarde.

Al dar por finalizada la reunión de la Comisión, el gascón se aproximó a las señoritas Lefèvre, Dubois y Svensson. Se inclinó cortésmente al reconocer a Ingrid y, sonriendo a la señorita Lefèvre, saco de su bolsillo un bola de madera amarilla para enseñársela. Anne enrojeció en el acto con una risa nerviosa.

-Agradezco vustra sentida respuesta, mademoiselle Lefèvre. Quería confirmaros personalmente que el capitán de la Chaussée, pues tal es el caballero... ejem... implicado, asistirá al torneo y que tendré sumo placer en presentároslo para que podáis disculparos personalmente. Por mi parte os quería pedir un pequeño favor. Como organizador del torneo, he estado tan ocupado que no he podido encontrar el momento de buscar una partenaire para participar yo mismo. Soy totalmente inexperto en este entretenimiento deportivo, pero sería un honor contar con vuestra participación en este torneo cuyo nombre se ha pensado para ofrecer una referencia explícita a vuestra persona.

-¡El capitán de La Chaussée es mi pareja de juego! -exclamó Ingrid emocionada. Es un caballero charmant, maestro de ajedrez, que nos visitó la semana pasada y que me rescató de jugar con mi competitivo y soberbio hermano.

* * *

El capitán Jean-Luc Picard esperó a que saliese de casa su bella dama. La esperaba al pie de la escalera con un enorme ramo de rosas que le tapaba todo el pecho. Daphée Bourtagre se llevó las manos a la boca por la sorpresa y luego dejó escapar un grito de asombro cuando se las entregó, no por la belleza o el aroma de las flores, sino por la cruz dorada de su casaca azul en cuyas aspas lucía la Fleur de Lys; el inconfundible uniforme de los mosqueteros del Rey.

Tras ofrecerle su brazo, Jean-Luc le sugirió ir al club dando un paseo. Al cabo de un rato, Daphée le dijo que no estaban yendo por el camino más corto para ir a Les Chasseurs, a lo que su acompañante le respondió con una sonrisa sin mediar palabra... Hasta detenerse ante la puerta del club L'Epée d'Or.

Una emocionada Daphée entró con el capitán Picard al elegante club. Éste hizo un gesto con la mano convenido de antemano con el servicio del establecimiento y acudió raudo un sirviente para indicarles el camino al salón privado que había reservado.

Al abrir los cortinajes, Daphée contempló una mesa exquisita adornada con candelabros, lista para servir una deliciosa comida con un postre espectacular: tres profiteroles bañados con chocolate fundido tibio. Uno de ellos se le resistió a la joven; lo aplastó suavemente y lo que encontró en su interior fue una cajita de terciopelo azul. Tras limpiarla con cuidado, la señorita Bourtagre la abrió para descubrir en su interior un precioso anillo con un exquisito zafiro en su centro.

Al levantar la vista se sobresaltó. El capitán Picard estaba arrodillado frente a ella, dispuesto a pedirle que le concediera el honor de ser su esposa. La lágrima que corrió entonces por su mejilla contrastó con la dulzura de su sonrisa, rubricando su aceptación.

* * *

Tercera semana

Lucía un día espléndido aunque frío en los jardines des Tuileries, abarrotado de participantes y curiosos.

Le comte de Dusel hizo la presentación del torneo agradeciendo a todos los presentes su participación o simple presencia como espectadores. A continuación, rogó a todas las parejas participantes que se inscribieran en el improvisado despacho de la glorieta, donde serían atendidos por el Chevalier d'Honneur Gamin de la Chaussée, al que previamente solicitado su colaboración. Mientras se procedía con las inscripciones, invitó a todo el mundo a que escucharan las reglas del juego y las normas del torneo, explicadas por el árbitro del torneo, Marcel du Calais. Mientras, algunos asistentes como Christian De La Croix, Phillipe Le Clothes Du Lacoste o Thibaut Cul-de-sac, que no tenían pareja para competir o bien no estaban interesados, conversaban animadamente un poco más allá.

Fue entonces cuando algunas de las damas presentes chillaron y aplaudieron emocionadas al ver llegar una pequeña comitiva, mientras otras mantenían la compostura sin disimular su descontento por la falta de autocontrol de las primeras.

Entre el conjunto de personalidades que se hallaban en el jardín de las Tuileries, destacó una por encima de todas: Anne Marie Louise d'Orléans, duquesa de Montpensier, prima hermana del Rey Louis XIV, conocida como la Grande Mademoiselle, o también, en términos más mundanos, como la gran heredera de Francia. Venía acompañada por una pequeña representación de su habitual corte privada de amazonas, formada por madame de Frontenac, madame de Fiesque y la viscomtessa Adèle le Fleur. En un segundo plano y escoltando a las damas, apareció Christian de la Croix, junto a tres doncellas que atendían las necesidades de la comitiva.

La Grande Mademoiselle no dudó ni un instante en dirigirse al organizador del torneo, Tessier Dusel, consiguiendo que con su sola presencia se apartaran todos los demás y dejaran paso a la distinguida comitiva.

-Es un placer conocerle, Comte de Dusel. Mis queridas amigas me han hablado de este curioso juego que habéis organizado, ¿"cruquet", se llama? ¿Lo he dicho bien?

-"Croquet", Mademoiselle -corrigió le Comte, asombrado por la presencia de tan alta notable de Francia-. Nos honráis a todos con vuestra presencia. ¿A qué dama debemos el honor de que os haya aconsejado acudir? Desearía agradecérselo en persona.

-En realidad no es a una dama, sino a un caballero -comentó la viscomtessa Adèle le Fleur, adelantándose a la respuesta de la duquesa de Montpensier-. ¿Monsieur de la Croix? ¿Estáis por aquí? ¿Christian?

El joven Mayor de los Coraceros, con su uniforme de oficial recién estrenado, se adelantó discretamente, disculpándose ante los demás y haciendo una reverencia ante le Comte de Dusel.

-Encantado de conocerlo en persona, Comte -se presentó-. En realidad tan sólo cayó en mis manos el cartel que hicisteis distribuir por todo París y, sabedor de que su Gracia, la Duquesa, permanecería escaso tiempo más en París, me pareció sumamente interesante que conociera este curioso juego antes de volver a Saint-Fargeau. Simplemente se lo comenté a las mesdames para que lo transmitieran.

-¡Ah! ¿Nos abandonáis? -preguntó Dusel, dirigiéndose a la duquesa.

-En breve partiré de nuevo a mis tierras, Comte -respondió La Grande Mademoiselle-. Deseo pasar las fiestas de fin de año en mi château. Pero, decidme, ¿quien es esta encantadora y preciosa dama que os acompaña?

Todos los ojos, y en especial los del Comte Dusel y los de Christian de la Croix, se dirigieron hacia Ingrid Svensson. -¡Oh! Es para mi un placer presentaros a mademoiselle Svensson, hija del embajador de Suecia, y también a su hermano Björn, que ha decidido acompañarnos para conocer las costumbres francesas -Tessier Dusel se inclinó ligeramente ante la bella Ingrid, acompañada por su alto, joven y rubio hermano.

-¡Qué magnífico porte! -elogió la duquesa, sin que se supiese si se refería a Ingrid o a Björn-. Querida, tengo entendido que vuestra Reina Cristina se encuentra en Fontainebleau, ¿no es así?

-Así es, Majes... Digo, vuestra Gracia -contestó Ingrid-. Es una maravilla haber podido acompañar a nuestro padre en este emocionante viaje. Pero... -se quedó pensativa-. Monsieur Tessier, ¡se me ha ocurrido una gran idea! ¿Y si la Grande Mademoiselle diera el golpe de apertura del torneo?

-¡Una excelente ocurrencia, Ingrid! No hacéis más que tener excelentes ideas -acordó Dusel, embelesado por cómo le brillaban los ojos a la joven muchacha. Se dirigieron por lo tanto a iniciar el torneo.

Mientras du Calais exponía los pormenores de ese campeonato, Tessier Dusel acudió junto a Gamin de la Chaussée para agradecer a los inscritos su participación.

La familia del embajador de Suecia se aproximaba a la mesa, cuando también se acercaron las señoritas Lefèvre y Dubois. Al verlas, Ingrid las saludó con un efusivo abrazo y las presentó a su padre y hermano como miembros activos de la Comisión para la calidad de las Artes Escénicas a la cual ella también pertenecía.

La señorita Lefèvre se dirigió de inmediato al capitán de la Chaussée sin poder desviar la mirada del chichón que adornaba su frente y presentaba ya su característico color amarillento.

-Lamento mucho el terrible accidente del que era totalmente desconocedora ser la protagonista. ¿Qué puedo hacer para compensar dicho agravio?

-Tener el placer de conoceros es para mí suficiente y sobrada reparación. ¿Seríais tan amable de decirme con quién vais a participar?

-Con el comte de Dusel, que me informó de mi atroz atentado.

Las sonoras risas de Dusel y de la Chaussée contagiaron al resto del grupo.

Ingrid inquirió de inmediato con picardía:

-¿Y tú con quién vas a participar, Madeleine?

-Asistiré como espectadora, no tengo pareja de juego.

-¡De ninguna manera! -exclamó airada Ingrid-. No dejaré que mi amiga se quede sola y aburrida mientras nosotras nos divertimos. Björn, haz el favor de inscribirte con mi amiga Madeleine Dubois.

Su hermano, encantado con la idea de deshacerse de su molesta hermana, dio un paso al frente y se inclinó ante la señorita Dubois, pero el Barón Svensson levantó el brazo y frenó el ímpetu de su hijo Björn poniéndole la mano en el pecho. -¡Detente insensato! ¡Ingrid! ¡No voy a permitir que estés sola mientras participamos!

-Voy a preguntar si alguien quiere jugar conmigo. Podría jugar con cualquiera; hasta con el venerable árbitro si no tiene pareja...

-Seguro que encontramos una solución para este pequeño enredo. El capitán de la Chaussée se ha brindado a hacer las funciones de secretario porque su pareja de juego le ha fallado en el último momento. Será para él un honor jugar en compañía de su hija, embajador.

-¿Usted es el campeón de ajedrez del último torneo?

-En efecto, Excelencia, el mismo que le comenté por carta que estaría encantado de jugar con usted e incluso enseñar al resto de su familia, si les apeteciera conocer este estratégico juego.

El Barón le lanzó una mirada furibunda al Comte de Dusel. No cabía duda de que éste se había granjeado un enemigo, pero extrañamente seguía sonriendo.

En cuanto al torneo en sí, no hay mucho que decir, excepto que los participantes mostraron diferentes niveles de torpeza y Marcel du Calais tuvo más trabajo en aclarar dudas que en hacer cumplir las reglas.

La clasificación final quedó como sigue:

Gamin de la Chaussée e Ingrid Svensson:48 puntos
monsieur Laderoute y Violette Fablet:46 puntos
le comte de Dusel y Anne Lefèvre:45 puntos
Cole Campbell y Adèle le Fleur:44 puntos
Francesco Maria Broglia y Claire Lagaine:40 puntos
Charles Batz-Castelmore y Magdalène Vien:35 puntos
monsieur Picard y Daphée Bourtagre:31 puntos
Björn Svensson y Madeleine Dubois:28 puntos
André du Guerrier y Christine Daé:26 puntos
Hércule Delaveau y Anne Gramme:24 puntos

Tras lo cual la alegre comitiva se dirigió a l'Epée d'Or, donde celebraron la victoria de la pareja ganadora y, sobre todo, la diversión de todos.

* * *

Cuarta semana

La anciana se levantó desvelada, envolviéndose con la colcha de la cama. Oía ruido en el exterior y se preguntaba, una vez más, qué borrachos procedentes de Phillipe Le Rouge o, quizás, de las tabernas portuarias, la habrían despertado en esta ocasión. Encendió una vela con la débil llama que aún prendía entre los rescoldos de la chimenea y se acercó a la ventana para reprenderlos, mas escuchó el ruido de los aceros y pronto la apagó de un rápido soplido. Con cuidado, entreabrió los postigos de la ventana, lo suficiente para ver la calle de enfrente a través de la rendija.

Unos hombres se batían a la luz de la luna. Clin-clan, clin-clan, exclamaban las espadas. Un espadachín intentaba parar las estocadas de otros tres vestidos con oscuros ropajes, batiéndose por su vida y sabedor de que lo tenía crudo. Uno le rasgó en el brazo, pero siguió luchando. Otro le pinchó en la pierna, pero se mantuvo de pie. El último le ensartó en el pecho y, esta vez sí, cayó de espaldas hacia la pared, dejándose deslizar hacia abajo, pintando con su propia sangre un trazado rojo en la piedra.

-¡Merci, merci! -llegó a escuchar la anciana, extrañada porque les diera las gracias a esos asesinos que iban a acabar con su vida.

De los tres encapuchados se adelantó el del medio, más bajito que los otros dos. Era el mismo que le había dado la última estocada. Se lo quedó mirando, escudriñando el rostro del pobre diablo.

-¡Merci! -repitió otra vez, desesperado.

El hombre dirigió su rapier hacia el corazón del abatido y, sin mediar palabra, lo mató en el acto, escuchándose tan sólo un breve gemido en el silencio de la noche. La anciana se llevó la mano a la boca, horrorizada, temblando de miedo. El asesino se agachó, registrando el cadáver. Pareció, por el ruido de tintineo de monedas, que había encontrado la bolsa del dinero, la cual entregó a uno de sus compinches, mientras seguía registrando al fallecido. También le arrancó un colgante del cuello, un collar o algo parecido, recibiéndolo el otro socio. Finalmente, localizó algún tipo de papel o pergamino, quizás una carta, entre los pliegues de los ropajes. Esto se lo guardó él mismo en el interior de una de sus mangas.

Repentinamente, se oyó una canción procedente de una de las callejuelas cercanas:

Au clair de la lune,
Mon ami Pierrot,
Prête-moi ta plume
Pour écrire un mot.
Ma chandelle est morte,
Je n'ai plus de feu.
Ouvre-moi ta porte
Pour l'amour de Dieu.

Los tres asaltantes, advertidos de que se aproximaba alguien, huyeron por la travesía perpendicular. Aparecieron dos borrachos, abrazados entre sí por los hombros, apoyándose entre los dos para no caerse:

Au clair de la lune,
Pierrot répondit :
"Je n'ai pas de plume,
Je suis dans mon lit.
Va chez la voisine,
Je crois qu'elle y est,
Car dans sa cuisine
On bat le briquet.

Los dos hombres se pararon al ver el cuerpo inerte, preguntándose quizás si era alguien que estaba durmiendo la mona y confundiendo la sangre con vete a saber qué. Así que decidieron cantarle al «durmiente», para ver si despertaba y se unía a ellos.

Au clair de la lune,
L'aimable Lubin;
Frappe chez la brune,
Elle répond soudain :
"Qui frappe de la sorte ?"

-¡Lo han matado! ¡Lo han matado! -les gritó la vieja desde la ventana, abriendo totalmente los postigos -¡Por allí! ¡Se escaparon por allí! -señaló la travesía por la que habían huido.

Los borrachos se giraron, más o menos como pudieron dada su condición, percatándose de la presencia de la anciana en la ventana del primer piso. Una sonrisa se dibujó en el rostro de ambos, pensando que habían visto a una bella dama a la que dedicarle la canción, pues era de noche y bien es sabido que, con cada vaso de vino, se pierde el buen tino.

Il dit à son tour :

"Ouvrez votre porte,
Pour le Dieu d'Amour."

Y decidieron repetir la última parte, desgañitándose aún más si cabe:

"¡Ouvrez votre porte,
Pour le Dieu d'Amour!"

La anciana cerró la ventana, indignada por la falta de buen juicio de aquellos idiotas.

* * *

Pero no fue éste el único crimen que vieron las calles más siniestras de París. Un conocido malhechor de los barrios de mala fama fue encontrado atado y amordazado, con varias heridas de rapier, en un callejón no lejos de la Bastilla. La Guardia de la Vieja Ciudad, al reconocerlo, lo llevó preso y actualmente se encuentra en un calabozo donde será sometido a interrogatorio. Quien roba a un ladrón...

* * *

A todo esto, Hércule Delaveau pasó revista a la recién nombrada Escolta Real y Marcel du Calais pasó la semana rodeado de libros en Les Tuiles Bleues.

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EL CABALLERO DEL MES

El título de Caballero del mes corresponde a:
 

Thibaut Cul-de-sac
Por su destreza con el arma y su respeto por el arte de la esgrima

EL PATÁN DEL MES

El título de Patán del mes corresponde a:
 

Eugnace-Michel de Laderoute
Por tragarse el bulo sobre la nobleza familiar de Christian de la Croix

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NOMBRAMIENTOS HABIDOS ESTE MES

    • Christian De La Croix ha sido admitido como Mayor en los Coraceros del Príncipe de Condé
    • Jean-Luc Picard ha sido admitido como Capitán en los Mosqueteros del Rey

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ANUNCIOS DE PRESENTACIONES A CARGOS

    • Charles Batz-Castelmore anuncia que se presentará a Ministro de Humanidades (C03)

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------------ Inicio de la estacion de INVIERNO ------------


CARGOS PARA EL MES DE DICIEMBRE
CargoRequisitosN.S. mínimoQuién nombra
Ministro de Humanidades Brigadier o Barón10 Min.Estado
Ayudante del Obispo Abad 8 Obispo

 

CARGOS PARA EL MES DE ENERO
CargoRequisitosN.S. mínimoQuién nombra
Ministro de Estado General o Comte12 Rey
Ministro de la Guerra Tte.Gral. o Viscomte12 Rey
Rector Cura6Vicario

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AGRADECIMIENTOS

Ufff... Muchísimos: a Marc, a Xavier, a Mario, a Luis, a David, a Héctor, a Johnny... Y seguro que me dejo a alguien (¡perdón!). Siempre sois vosotros (todos, no sólo los mencionados) los que hacéis posibles estas crónicas, pero este mes... Aún más. ¡Gracias!

NOTAS DE LOS REALES SECRETARIOS

Buf... Vaya comedia de enredo romántico se ha montado con la excusa del torneo de croquet. Me he divertido mucho cruzando intrigas y contraintrigas, con aquella sorpresa ocasional de que una tirada de dados que no esperabas te provoca un giro de guión. Al final tuve que montarme un Excel para cuadrarlo todo 😅

También tengo que deciros que tengo un mes de diciembre complicado debido a una visita familiar... Y un mes de enero todavía más complicado debido a "lo de siempre": que me voy a Japón. El turno podré procesarlo (espero que con la ayuda de Joan, que el pobre tiene una agenda más complicada que la mía y por eso lleva un par de turnos un poco descolgado), pero honestamente no sé cómo haré la crónica. En fin, ya se verá. En todo caso, os pido paciencia...

FECHA LÍMITE PARA EL PRÓXIMO TURNO

El plazo de entrega del próximo turno finaliza el viernes, 27 de diciembre de 2024, a la medianoche (hora española peninsular).

¡Hasta pronto!

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