REAL CRÓNICA DE NOVIEMBRE DE 1658 (Número 391)
GACETA MILITAR
Cercanías de Requesens
Desde las trincheras y empalizadas improvisadas, los Cadetes de la Gascuña pasaban el día observando los movimientos del enemigo, patrullando hastiados o simplemente haciendo guardia. Tras un mes de vigilia, asaltos nocturnos, frío y lluvia obstinada, mostraban en sus ropas la crudeza del frente: capas raídas, botas desgastadas, vendajes asomando bajo las mangas, y en los rostros esa mezcla de cansancio y determinación que sólo da la guerra. El Coronel estaba en su tienda, junto a un Mayor. Una botella de vino les acompañaba encima de la mesa.
-¿Cómo se supone que debemos combatir sin hombres? -se quejaba el Coronel, entre trago y trago-. El regimiento vuelve a estar muy por debajo de los números teóricos. Apenas sí podemos formar dos batallones, y los hombres necesitan el descanso de invierno como el aire que respiran...
De repente, el ruido de fondo del campamento se quebró con el ritmo perfecto de tambores y botas. En ese momento un capitán entró en la tienda e inmediatamente se cuadró:
-Mi Coronel, tiene que ver eso de ahí fuera.
Los oficiales salieron de la tienda para ver cómo se acercaba una columna de soldados perfectamente uniformados como Guardia Real y marchando al paso de un tambor.
El segundo batallón de la Guardia Real avanzó por el sendero embarrado como si desfilara en los jardines del Louvre: casacas impecables, plumas intactas, acero reluciente que devolvía destellos plateados al sol de la mañana. Cada fila era una línea recta, cada paso idéntico al anterior, y hasta los caballos parecían compartir aquel aire de solemnidad casi altiva.
Por un instante, ambos batallones, cadetes y guardias reales, quedaron frente a frente: la elegancia fresca del reino y la rudeza curtida del campo de batalla. Y en los ojos de los Cadetes se dibujó una sonrisa ladeada, medio burlesca, medio orgullosa, como si quisieran decir: Así llegamos todos...
Algunos cadetes heridos, apoyados en muletas, detuvieron su marcha renqueante para contemplar la brillante formación recién llegada al puesto fronterizo. Un pequeño grupo de hombres de la primera compañía de los cadetes, apostados entre la puerta y la ventana de un cobertizo de madera que aguantaba los embates del viento, comentaban jocosos el espectáculo.
-Míralos que bonitos todos ellos -dijo un gascón sonriente a su compañero de armas.
-¿Ese no es el viscomte de Gade? -preguntó otro.
-Sí, liderando el batallón.
-¡Mirad! Ahí está el capitán Cul-de-Sac al mando de su compañía -exclamó un tercero.
-¡Ay, que pena! Cómo me habría gustado ver a todo el regimiento de la Guardia Real, la flor y nata del Reino, desfilando por aquí. Aún así, ¡es un día grandioso! -se partía de la risa un joven cadete.
El capitán Carbón, sin embargo, no sonreía. Miraba el pasar de la formación con ojos de halcón, preguntándose qué propósito tenía la sorpresiva aparición de la Guardia Real. No se la esperaba y nadie les había informado de ello.
-¿En qué pensáis, capitán? Le preguntó uno de sus subalternos.
-Pienso en lo que le dije a Montoya cuando murió Gérard el mes pasado... Pronto vendrá la renovación de ministros de Su Majestad y aquí veo, una vez más, la maniobra de alguno de noble cuna.
-¿Alguien que se ha quedado en París ha convencido al Coronel de la Guardia Real?
-Esta vez diría que ha sido uno de los que están desfilando precisamente delante de nosotros. Quiere un ascenso o un título, y ha enviado al frente a su regimiento. A probar suerte. Tampoco pienses que se van a pasar el invierno en los Pirineos. Eso casi seguro que nos tocará a nosotros, los cadetes. Los que ves ahí preparándose para tomar posiciones estarán de vuelta a París en cuatro semanas. Sólo han venido con un objetivo: lograr méritos ante el Rey.
-¡Mierda! -respondió su interlocutor.
-¿Qué pasa? -preguntó Carbón.
-¡Que nos quedamos sin botín! ¡Se lo van a llevar todo!
-¿Y qué te esperabas? Son la Guardia Real. Tienen preferencia en el reparto. Venga, ve a llamar a Montoya. Seguro que el Teniente Coronel nos llamará pronto.
El subalterno se alejó rápido a cumplir con la orden.
Mientras, una vez acabada la marcha militar, quien parecía el oficial al mando se adelantó hacia el coronel.
-¿Coronel Perrau, 5º Regimiento Fronterizo? -saludó, desmontando de su caballo-. Mayor Gade, Guardia Real. Mi batallón ha sido agregado temporalmente a su Regimiento para este mes.
-¿Vizconde Gade?- preguntó sorprendido el Coronel-. No contaba con volver a veros...
-Mayor Gade simplemente, mi Coronel -respondió el aludido-. ¿Tanto os sorprende que cumpla la palabra dada? ¿No os prometí que volvería con refuerzos? Creísteis en mi cuando estaba en desgracia, y eso no se olvida, aunque entre la misión de rescate y mis heridas, no llegué a servir con Usía... ¿Podéis indicar a mis hombres dónde acampar? Entretanto podéis ponerme al día de la situación, si lo creéis conveniente. Traje buen vino...
El Mayor Gade se volvió hacia un capitán que le acompañaba con cara de pocos amigos.
-Capitán Cul-de Sac, acompañad al Mayor a la zona de acampada y luego uníos a nosotros en la conferencia -le ordenó-. ¿Aún enfadado? ¿De verdad no os llegó que el 2º Batallón partiría de campaña? Era vox populi entre la Guardia Real... Debísteis ser el único que no lo sabía, y vuelvo a disculparme por ello, pero ahora hay trabajo que hacer...
Un rato más tarde tuvo lugar la conferencia, y el Coronel los puso al día:
-Parece que el Alto Mando no quiere que vuestro Batallón tenga bajas, Mayor Gade, pues nunca nos habían asignado a una zona tan tranquila... Y no es que me queje: mis hombres necesitaban ese descanso, y la inyección moral de tener a la Guardia con nosotros tampoco ha ido nada mal.
* * *
Poco tiempo después, no lejos de allí, un pequeño destacamento militar se abre paso entre el bosque cubierto de niebla. De vez en cuando se oye un golpe y una maldición en voz baja: la niebla es tan espesa que a veces los hombres tropiezan con piedras o raíces y en alguna ocasión llegan incluso a caerse. El frío húmedo se ríe de capotes y mantas y penetra sin piedad en los huesos. Hablan en susurros y apenas se entiende lo que dicen, pero por el acento parece que podrían ser franceses.
En un momento dado, a una señal de uno de ellos, se quedan quietos. El que ha dado la señal indica silencio y señala en una dirección concreta. Todas las miradas se dirigen hacia allí, intentando en vano escudriñar la niebla que, como si quisiera ponerles las cosas un poco más difíciles, se mueve suavemente al flotar en el aire.
De repente, una figura oscura aparece frente a ellos a cierta distancia. Se mueve despacio y apenas hace ruido. Antes de que puedan reaccionar, una bocanada de niebla se la traga sin dejar rastro.
-¿Qué era eso? -se oye susurrar en voz casi imperceptible.
-Un oso, un reflejo de la niebla, o... El hombre que buscamos -responde otro.
Avanzan cautelosamente en aquella dirección, pero... Nada. Árboles, arbustos y niebla. Eso es todo.
[Nota del Real Secretario: ¿Recordáis la escena inicial de "Master And Commander"? Pues eso, pero sin barcos. Por si no la tenéis presente, está aquí (y parece que también la película entera).]
* * *
ECOS DE SOCIEDAD
Primera semana
Del diario de Alain de la Débâcle:
8 de noviembre del año del Señor de 1658
Una semana bastante movida. A primera hora, antes de que cante el gallo, acudo al Bois de Boulogne donde soy padrino del capitán Derrengué, quien se bate en duelo con Armand Beaufort. ¿El motivo? La bella Daphée Bourtagre. En el mes anterior, los tres nos encontramos con la engorrosa situación de perseguir a la misma dama (y ninguno tuvo éxito, claro está). El duelo es a primera sangre, pero Beaufort demuestra un muy buen manejo del acero y una agresividad quizá algo excesiva para las circunstancias. Sale vencedor, pero Derrengué está a punto de llevarse un disgusto de los gordos, porque su herida, por un centímetro, podría haber sido grave, si no mortal. Apenas tuvo aliento para reconocer su derrota y acto seguido cayó desmayado.
Después de este percance, hago una visita al taller de mi querido amigo Hermeto. Un lugar que ya conozco, lleno de inexplicables maravillas para un lego como yo. Encuentro allí también a mi amigo regimental Cole Campbell y ocurren algunas cosas.
Por último, reservo un palco en el Teatro Real para el estreno de la obra del mes. Acuden como invitados Bernille Nienau, con su pareje Élise Leclerc, y Philipe Le Clothes. Una muy grata compañía con amenas conversaciones que se ve empañada por un auténtico fiasco teatral. El autor de la obra debería ir a La Bastilla, si alguien quiere mi opinión.
* * *
Cole Campbell, repantigado cuan largo era en un butacón harapiento, contemplaba fijamente el tragaluz del techo, tan ensimismado estaba en las tonalidades rosadas, ambarinas y anaranjadas que comenzaban a destellar, como si danzaran graciosamente por la superficie cóncava de los vitrales, cuando el repique de unas campanas, tocando a maitines, le arrancó de su embeleso, volviendo a reparar entonces en la soga que colgaba del centro del lucernario. El cordón también parecía bailar, yendo y viniendo con erráticos y desconcertantes movimientos gobernados por su formidable espadón escocés, que pendía como un péndulo del otro extremo del bramante en tensión, y en cuya punta Hermeto había atado un segundo peso libre, oscilando desenfrenadamente de un lado a otro, justo por encima de su cabeza.
El Mayor de Dragones arrugó el entrecejo, al tiempo que se incorporaba para bramar:
-¡Por las barbas del gran siluro! ¿era necesario añadirle otro chisme disparatado? Habéis podido comprobar que mi espadón está perfectamente equilibrado, tal y como dije, un instrumento de precisión absoluta, movimiento armonioso, predecible... Y perfecto. Ahora es...¡Un desatino! Lo habéis convertido en algo caótico.
-Solo en apariencia... Además no todo tiene que ser perfecto, démosle tiempo, mon ami. -fue la lacónica y poco satisfactoria respuesta de Hermeto Cornamusa, quien tomaba notas en su cuaderno, encaramado en lo alto de una larga escalera provista de ruedas, mientras murmuraba para sus adentros. -Qué interesante... Me pregunto qué pasará si agregamos un tercer péndulo...
-Otra vez será, pajarito, pues ya ha salido el sol y he de partir, como bien sabéis. Si sois tan amable de devolverme la espada...
-Por supuesto... Ya tengo lo que necesito para continuar con los experimentos en vuestra ausencia -replicó Hermeto al tiempo que impulsaba la escalera por el rail que circunvalaba la sala, hasta aproximarse a la altura del nudo, que sujetaba la empuñadura del espadón a la soga de la que colgaba el péndulo improvisado, presto a liberarlo.
Pero antes de entregarle la espada a su dueño, Hermeto la blandió con ambas manos, su voz parecía muy diferente, mucho más dulce y cantarina de lo habitual en él, al dirigirse a su amigo con estas palabras:
-Caballero Pendrake de Avalón, hincad la rodilla, haced el favor.
Siguiéndole el juego, con una inclinación de cabeza, el gigantón de las Highlands avanzó un par de pasos, e hizo lo que le decía su anfitrión, sin rechistar. Hermeto alzó la rutilante hoja para luego posarla suavemente sobre un hombro del escocés, a continuación sobre el otro, mientras canturreaba:
-Caballero Pendrake, en este mismo instante, os nombro Caballero de la muy noble Orden de la Ruleta. Buen viaje, amigo mío...
-¡Y buena ventura! -apostilló Alain de la Débâcle, quien justo en ese momento asomaba por la entrada entreabierta al taller.
-¡Alain, querido...! sois muy madrugador -se sorprendió Hermeto.
-Más cierto sería decir que no he pegado ojo en toda la noche... Y como no podía faltar a mi palabra... ¡Aquí estoy! Ya os contaré...
-Acercaos, mi querido amigo. Vuestra aparición es un buen augurio, en cualquier caso -decidió el inventor piamontés, a la par que repetía los mismos ademanes solemnes con el espadón en alto-. E inclinad la cabeza, haced el favor. Desde ahora también sois oficialmente un Caballero de la nobilísima Orden de la Ruleta. ¡Buena ventura! Levantaos, Caballero Perceval.
Los tres se tomaron un momento en silencio, interrumpido por el canto de los gallos, una bronca entre gatos callejeros en el callejón de al lado, o las escandalosas voces de los estibadores y las pescaderas que iniciaban sus actividades diarias a orillas del Sena.... El Caballero Pendrake, pertrechado con su mandoble y toda la guarnición, tomó el capote, volteó el ala de su sombrero en gesto de despedida y, sin decir una palabra más, cruzó la estancia en dirección a la salida principal del almacén. Los otros dos se quedaron allí, de pie, pensativos, mirando hacia el portón, ahora abierto de par en par, por donde se colaban los primeros rayos de la alborada, unos segundos después de que la imponente figura del escocés hubiera desaparecido al otro lado del umbral, hasta que en esas, Hermeto advirtió:
-Mis otros invitados estarán a punto de llegar, ahora que lo pienso. Tampoco yo he dormido esta noche, pues fui a visitar la tumba de Christian... Nuestro amigo Pendrake y yo acabábamos de llegar al taller, al igual que vos, como quien dice-. Y añadió, dándole una palmada en el hombro: -Ya que estáis aquí, Alain, quisiera que fuerais el primero en ver mi última creación... La llamo la Bomba de Potrones. ¡Os la mostraré!
Hermeto se entretuvo preparando el desayuno mientras Alain de la Débâcle examinaba el mecanismo de semejante artefacto, muy similar a la primera máquina de vacío que construyera el piamontés aunque su nuevo diseño parecía más estilizado, de cuya forma cilíndrica sobresalían dos pistones metálicos perpendiculares entre sí. Según su inventor, el aire atrapado en el interior del dispositivo era comprimido por la acción de aquellos émbolos, logrando alcanzar grandes temperaturas en un ciclo de retroalimentación auto-regulado por el propio artilugio.
-Tiene muchas utilidades... Una de ellas como sistema de calefacción, tan necesario en invierno por estos lares, como económico... Si bien lo concebí como un medio de propulsión mecánica, a priori. He instalado otra versión más ligera en el Panaché, integrada al quemador de la aeronave como mecanismo auxiliar de las hélices en caso de emergencia -aclaró Cornamusa-.
-Parece peligroso... -se limitó a conjeturar Alain de La Débâcle. Hermeto iba a replicar, pero en ese momento llegó a sus oídos el sonido del traqueteo de una calesa junto con el precipitado retumbe de los cascos de los caballos, acompañados de sus relinchos, deteniéndose frente a las puertas del taller.
Alain y Hermeto salieron pues al gélido exterior matutino para recibir a los recién llegados en el carruaje del que tiraban sendos corceles y conducía Jacob, el asistente personal de Cornamusa. Descendieron primero de la calesa los caballeros Bernille Nienau y Phillipe Le Clothes du Lacoste, seguidos de las damas Lucille Le Clothes du Lacoste y Élise Leclerc.
Una vez de vuelta al interior, Hermeto Cornamusa puso en marcha la mencionada bomba de potrones para realizar su primera demostración, con la intención de que los presentes pudieran entrar en calor lo antes posible, con ayuda también del café y el vino especiado que aún humeaban en sus tazones de barro, que fueron pasando de mano en mano.
Cuando todos se sintieron reconfortados, Hermeto comentó de pasada que el potrón era una medida de presión, si acaso se trataba de un nombre provisional, y de sugerir uno más apropiado podría llamarse la bomba de Pascales, en honor a su maestro.
Sin embargo, tanto Mademoiselle Leclerec como Monsieur Nienau y los mellizos Du Lacoste estaban mucho más interesados en una extraña máquina de dimensiones colosales, parcialmente oculta tras unos cortinajes al fondo del taller. Sin más preámbulos, Hermeto cojeó hasta el misterioso artefacto y alzó el telón, descubriendo un millar de husos delgados como agujas, conectados a la maquinaria desnuda de un gigantesco panel compuesto por una suerte de cilindros verticales, dispuestos uno tras otro en interminables baterías, unido a otro sin fin de delgadas piezas móviles de madera con forma de tabas agujereadas, cuyo propósito se hizo evidente cuando, previa disposición de esas delicadas fichas entre las diversas secciones de los cilindros, una vez en funcionamiento y para gran asombro de los presentes, la máquina de Hermeto pudo confeccionar el patrón de una complicada pieza de croché por sí sola en cuestión de escasos minutos.
-Es el mismo modelo de ganchillo que viera una vez en vuestra sastrería, mi querida Lucille -señaló el joven dirigiéndose a Mademoiselle du Lacoste-. Vuestras creaciones fueron una gran inspiración para mi en el ámbito de la investigación en la que me hallaba inmerso, en específico la resolución de un problema de geometría aparentemente irresoluble, lo que derivara en la concepción y alumbramiento de esta máquina. Os lo debo a vos, amiga mía, por lo que mi invención lleva vuestro nombre.
Una hora más tarde, el Panaché estaba listo para su primer despegue de la mañana. Naturalmente, fue la atracción que más llamara la atención del gran público. Poco a poco, los curiosos fueron acercándose cada vez más en torno a la pequeña loma de escombros detrás del almacén en la que descansaba la barcaza de la aeronave, unida a tierra por una amarra bien robusta, convenientemente atada a un ancla de hierro. Jacob y Hermeto ultimaron los ajustes necesarios para ofrecer una sucesión de ascensos y descensos cortos sobre el río, a todo aquel que quiso subir a bordo. A lo largo de la mañana la mayor parte de los pasajeros del Panaché, y sin duda los más entusiastas, fueron los niños. Al mediodía apareció por el lugar el padre Marcel du Calais, justo a tiempo de ser invitado al último vuelo de la jornada, a lo que accedió con cierta cautela aunque sin el menor atisbo de titubeo. Una vez alcanzaron la suficiente altitud como para contemplar toda la ciudad, las colinas de la campiña más allá de las murallas, los arrabales de Paris y las tierras de cultivo hasta donde llegaba la vista, Hermeto le pasó al cura su catalejo de latón para que el hombre pudiera otear aún más lejos. Sin embargo, el padre Marcel parecía más fascinado con lo distante que se veía la tierra firme bajo sus pies que con otra cosa.
En una de esos vistazos a través del catalejo dirigidos hacia el suelo, el padre Marcel creyó ver un rostro familiar que les observaba de vuelta por otro catalejo desde la entrada al taller. Al reconocer al barón de Broglia, dio un suspiro de alivio, y le devolvió el catalejo a Hermeto Cornamusa, diciéndole con renovado aplomo:
-Hijo mío, me parece que Su Excelencia el Ministro de Ciencias ha venido a ver vuestro fabuloso navío en persona... Admito que es una experiencia sobrecogedora estar tan cerca del cielo, y en verdad que dan ganas de quedarse flotando un poco más, aquí arriba... Mas bajadnos cuanto antes, monsieur Cornamusa, no hagamos esperar al barón.
Tas hablar con él, Hermeto Cornamusa pudo convencerse de que el Panaché era lo único que le interesaba al barón de Broglia, por más que le hablara de sus otros proyectos para la futura creación de una Aacademia de ciencias, lo que en un principio no le diera muy buena espina.
-Sobre ese asunto, redactad un memorando -le aconsejó Su Excelencia- y entregádmelo si lo tenéis listo a finales de mes... Lo que he visto hasta ahora es muy prometedor. Arreglaremos un vuelo de prueba en vuestra embarcación para entonces. Si me impresionáis positivamente, apoyaré la financiación de vuestros proyectos en la Corte.
Estupendas noticias para monsieur Cornamusa, pero si tan buenas son... ¿por qué parecía tan preocupado después de su conversación con el barón de Broglia? Hermeto debería estar contento, en lugar de contrariado, pero nadie lo diría al ver su semblante al final del día.
* * *
En una breve audiencia, el Ministro de Humanidades presentó sus nuevos proyectos a Su Majestad. Entre ellos destacaba continuar con la labor inacabada de Guy de La Brosse "Recueil des plantes du Jardin du Roi" (Colección de plantas del jardín del Rey), que no pudo llevar a término por su deceso. Un tratado de botánica con más 400 ilustraciones y grabados en planchas de cobre.
-Creo, Majestad, que tengo a las personas adecuadas para que el Ministerio pueda seguir adelante con la publicación.
Tambien presentó al Rey la nueva condecoración del Ministerio que, con el plácet de su Majestad, se otorgará a los caballeros y/o damas que durante el año hayan destacado por su aporte a las Artes y la cultura del Reino. Sacó en dos bonitos estuches un par de medallas para que el Monarca pudiera dar su visto bueno y la lista de los propuestos para dicha distinción este año para que su Majestad la aprobara. También le hizo entrega de una de las invitaciones para la gala de Navidad y Año Nuevo del Salón Literario, en la que se otorgará el "Premio Teatral Alexandre de L'Oie".
-Sería todo un honor vuestra pesencia y que hiciérais entrega de los premios a los ganadores, Majestad.
Al marchar el Ministro, su Majestad esbozó una sonrisa. "Este hombre siempre aportando ideas y ocurrencias de buen gusto", pensó.
* * *
La nueva galería de esgrima del palacete Svensson-Castelmore resonaba entre envites y lances de esgrima, entrechocar de aceros en un fulgor del que el maestro de esgrima no recordaba desde hacía tiempo. Sin duda era una de las mejores salas de esgrima de toda la ciudad.
-Más de uno pagaría por poder practicar aquí, Vizconde.
-Acepto que no me paguéis si no me cobráis por vuestros servicios -contestó el Ministro de Humanidades socarrón.
* * *
Segunda semana
Del diario de Alain de la Débâcle:
15 de noviembre del año del Señor de 1658
Nada digno de anotar, excepto que Jean Luc, mi criado, ha desaparecido sin decirme nada. Creo que la última vez que le vi fue hace una semana cuando me dirigía al teatro. ¿Debo preocuparme? No me cuadra que haya escapado o que se haya emborrachado hasta el punto de no poder regresar conmigo. Ése no es mi Jean Luc Pottard.
* * *
En el humilde despacho en el que se encontraban, el abad del Colegio de Jesuitas de Graus atendía al hermano que había llegado desde tan lejos y al que tanto le había costado poder concertar esta reunión. Había sorteado todo tipo de peligros: bandidos, escaramuzas, espías, asesinos... Por no hablar de las inclemencias del tiempo y las frías noches a la intemperie. El visitante se encontraba sentado junto a la chimenea, buscando calentar su cuerpo. El abad le había ofrecido pan, queso y un poco de vino caliente. Habían compartido un poco sus experiencias al servicio de Dios, de dónde provenían y quiénes habían sido sus referencias teológicas. Finalmente, y con la confianza de un hermano en la fe, el abad le preguntó el motivo de su visita. La respuesta le sorprendió:
-Quisiera saber qué os robaron exactamente.
-Ah, mi buen amigo -exclamó con pesadumbre-, un tesoro inigualable, una reliquia traída de Tierra Santa durante las Cruzadas. Algo por lo que muchos matarían o llevarían a sus pueblos a la guerra. Aquello que vuelve locos a los hombres.
Los ojos del hermano se abrieron de par en par, sorprendido por la gravedad del asunto. Sabía que su misión era importante, pero no podía imaginarse por qué se le habían dado a él. ¡Si no era nadie! Sus recursos eran tan escasos que hasta había pensado en cinco maneras diferentes de fracasar.
-¿El Sa...?
-¡Ni lo mencionéis! ¿Quién sabe quién podría estar escuchando? -miró el abad hacia la puerta, por si vislumbraba alguna sombra por debajo.
Detrás de la puerta hubo un estremecimiento, pero el abad no llegó a percibirlo. El Real Secretario, con la oreja pegada a la gruesa madera, reprimió un suspiro de alivio y continuó a la escucha. "Esto va a la crónica", pensó.
-¿Pero cómo sucedió?
-Es culpa mía -se lamentó el abad-. Quería contemplarlo una vez más. Su presencia me obnubilaba, así que les pedí a los custodios que me lo trajeran, lo cual hicieron después de poner muchas pegas.
-¿Y entonces?
-Fueron asaltados. No es una distancia muy larga la que tenían que recorrer, pero los caminos del Señor son inescrutables. Hubo una batalla en el valle, con cañonazos, cargas y esas cosas. No salió nadie victorioso, pero el Maestre de campo, Fernando Manuel Zúñiga de Aranda y Villanueva, nos aconsejó no salir de nuestras propiedades. Pero, ¡ay! ¡Yo quería sentir de nuevo a Dios! Pensé que habiendo pasado ya una semana no pasaría nada, pero una patrulla de franceses se encontraron a los hermanos y les arrebataron cuanto tenían. Botín de guerra, dicen los soldados. «¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado», digo yo.
-Malaquías 3:8.
-¡Exacto!
-¿Y qué paso después?
-Ya sabe cómo son los hijos de Loyola. Fallaron a su deber, a su cometido, ¡fallaron a Dios! Siguieron la pista del ladrón. Lo último que supe es que averiguaron a qué regimiento francés pertenecían esa patrulla, los Dragones de no se qué barón.
-¿Los Dragones del Gran Duque Maximilano de Valois?
-¡Eso es! Esos dragones. Esos. Partieron a París en busca de esos delincuentes, esos bandidos, esos...
-No se altere, mi buen abad.
-Dios ha puesto a prueba mi fe y le he fallado. Mi ansia por alcanzar la Gracia ha conllevado mi caída.
-Quizás podría hablar con las autoridades...
-¿Qué os he dicho antes? -lo interrumpió-. ¡La gente mata por esto! Lo usarían para sus propios propósitos. A esas personas sólo les interesa el poder... Ese ladrón insensato no sabe lo que tiene entre sus manos. ¡Lo matarán! Debéis evitarlo... ¿sabéis quien es?
-Sí, padre. Sé quien es. Y como se suele decir, no tengo pruebas, pero tampoco dudas.
-¡Pues debéis salvar su vida y su alma! Aún estáis a tiempo. Dadle la oportunidad de redimirse.
-Ya se la ofrecí y la rechazó.
-«Pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras transgresiones».
-Vaya, me tocáis la fibra sensible. Mateo es mi debilidad.
-Querrá decir su fortaleza.
-Sí, sí, eso, mi fortaleeeza...
* * *
No mucho que decir sobre la segunda semana en París. Básicamente los caballeros de la Cité se dedicaron a reunirse en pequeños grupos en los distintos clubs. Armand Beaufort y Alain Derrengué coincidieron en Phillippe Le Rouge, Phillipe Le Clothes Du Lacoste pasó por la La Garde Montante para continuar sus clases de música con su hermana, fray fray Marcel du Calais se dedicó, como ya es habitual, a la lectura y el estudio en Les Chasseurs, y el Barón de Broglie y Léo Hardy le Castel se encontraron en L'Epée D'Or y sostuvieron una intrascendente charla. Aparte de eso, la tranquilidad dominó las calles.
* * *
Tercera semana
El Nuevo Salón Literario de Ingrid Svensson, Vizcomtesse de Castelmore, y Anne Lefèvre, Comtesse de Dusel, fue todo un éxito. Las más ilustres figuras de las Artes y las ciencias habían acudido en pleno. Los Mosqueteros del Rey con uniforme de gala recibían a los invitados en la entrada a los jardines del Palacete. Varios carruajes acudieron con los invitados al evento.
Hércule Delaveau y Anne Gramme llegaron en uno de estos carruajes. Saludaron a los asistentes y, con especial énfasis, a los anfitriones. Hércule se acercó a Charles y le susurró algo al oído, y este respondió señalando la exuberante chimenea del otro lado del salón, junto a la cual un sillón estaba ocupado por una dama ataviada con ropajes oscuros.
-Anne, querida, debo atender un asunto -dijo el dramaturgo, mientras una inclinación de su cabeza señalaba a la Comtesse de Dusel. Anne enrojeció al comprender el asunto y, con un grácil gesto, le instó a apresurarse.
La Comtesse de Dusel aparecía sentada junto a la chimenea, pero su semblante no acompañaba el fuego. Anne Lefèvre conservaba la elegancia de antaño, mas la reciente muerte de su esposo le había robado el brillo que hacía célebre su salón. Sus dedos, largos como versos de Racine, reposaban sobre un cuaderno cerrado.
Hércule se acercó y se inclinó con sincera reverencia.
-Madame la Comtesse... He venido, si vos lo permitís, a hablar de Mademoiselle Gramme.
A ese nombre, un temblor leve cruzó el rostro de ella.
-La ahijada de mi difunto esposo... -musitó.
Hércule tomó aire. En su memoria surgió la imagen luminosa de Anne Gramme: ella caminaba entre librerías al alba, con las mangas polvorientas de tinta y el cuello lleno de versos; su risa franca, su manera de recitar sonetos como quien respira, su mirada que buscaba lectores y no admiradores.
-Madame -continuó-, deseo pedir formalmente vuestra bendición para solicitar su mano. Amo su fuego y su voz; deseo que mis obras y mi vida se entrelacen con las suyas. Ella está deseosa, pero sería más dichosa si vos nos diérais vuestra bendición.
Hubo un silencio prolongado, tan delicado como una hoja secándose en noviembre. La Comtesse de Dusel lo observó con una mezcla de sorpresa y melancolía. Luego, despacio, habló:
-Mi esposo apreciaba mucho a Anne. Y ella siempre habló con admiración de vuestra pluma... -Su voz se quebró, pero prosiguió con suavidad-. Si vuestra devoción es tan sincera como aseguráis, no seré yo quien me oponga.
Clavó su mirada, súbita y firme, como la de una directora de escena recuperando el gesto.
-Pero recordad, monsieur Delaveau: los que aman a una mujer de letras han de amar también sus tempestades.
Hércule sonrió, con humildad y gratitud. Y en aquel instante, entre murmullos y copas, París le pareció un poco más benévola.
Una voz le sacó de su ensimismamiento:
-Querido, ¿vamos?
Hércule ofreció el brazo a su amada y juntos entraron al salón principal, donde se celebraría la reunión. Allí estaban, entre otros, Bernille Nienau con Élise Leclerc, el Ministro de Estado y Viscomte de Rouen con Laurélie Hagopian, el Baron de Broglia con Claire Lagaine, el Chevalier d'Honneur André du Guerrier con Christine Daé, le Baron du Castel con Catherine Dubois, el mayor Alain de la Débâcle y el cardenal César d'Estrées que desde que los casó no quiere faltar a ninguna celebración de la joven pareja Castelmore.
El embajador sueco acompañaba a la ex-reina Cristina de Suecia, quien tuvo una gran intervención en la reunión literaria. Tras proponer un minuto de silencio por la reciente muerte del escritor y dramaturgo Pierre du Ryer comentó una de sus últimas obras “Scévole”, también explico la anécdota de cómo disfrutó con la lectura de "Alcione" (publicada en 1638), la cual llegó a leer tres veces seguidas en un mismo día.
El Ministro de Humanidades presentó a los comisionados para la Calidad de las Artes Escenicas a varios de los presentes, escritores y científicos de renombre. Tanto Bernille Nienau como Hércule Delaveau estaban encantados con poder alternar con tan ilustres autores.
En un aparte, el Ministro de Humanidades y el Ministro de estado estuvieron conversando acerca de los nuevos proyectos y sobre la Gala de Navidad y Baile de Año Nuevo. Se sirvieron exquisitos canapés mientras los asistentes comentaban sobre varias de las oportunidades que parecía ofrecer la ciencia para el bienestar, entre los ponentes estaban presentes los mejores galenos de París, Guy Patin, al joven obstetra François Mauriceau y al cirujano Claude François Félix de Tassy. Charles Batz-Castelmore les había presentado a mademoiselle Marie Dupont y les había solicitado que la tomasen como discípula. Le hizo hincapié a Claude François Félix de Tassy en que "cuando le contrate para curarme de mis posibles duelos o heridas de guerra sea Marie Dupont su ayudante", y que la instruya a cargo del propio Vizconde. Dirigiendose a la mademoiselle "Mi querida Marie, tenéis todo mi apoyo y contad conmigo; sé que tenéis la capacidad y la habilidad como para llegar a ser una de las mejores cirujanas del Reino, sería una lástima que Francia desperdiciara tanto talento".
Luego Charles acompañó a Ingrid y Anne para hablar con Daphée Bourtagre. Dado su conocimiento y buen gusto por el vino, le han solicitado entre los tres que tenga a bien encargarse de seleccionar los mejores caldos para la fiesta y Gala del Salón Literario de Navidad y baile de fin de año de la cuarta semana de diciembre. También se le pidió por parte de Ingrid y Anne que a partir de este més sea la encargada de la sección de filosofía del Salón Literario.
Con mucha ilusión, Ingrid y Charles han querido proponer el proyecto estrella del Ministerio de Humanidades presentando al artista y pintor Abraham Bosse a Adèle Féraut, dado que a ambos les encanta la botánica y el dibujo de plantas. "Le pido, mi querido Abraham, que tome como ayudante a Adèle para encargarles a ambos, como proyecto para el Ministerio de Humanidades, la continuación y publicación del proyecto de Guy de La Brosse "Recueil des plantes du Jardin du Roi", que no pudo llevar a termino por su deceso. Y como sé que a buen seguro necesitarán ayuda, quiero presentarles a mi querido amigo el mayor Alain de la Débâcle que está muy interesado en poder facilitarles todo lo posible el trabajo".
Hay que decir que du Guerrier y Batz-Castelmore desaparecieron de escena por unos momentos, volviendo un rato después en camisa y con sendos paños cubriéndoles el pecho; dichos paños mostraban una mancha de sangre, la de el Mayor bastante más grande. Sin embargo, restaron importancia al asunto y rápidamente se pusieron las casacas con ayuda de los criados.
Tras un cena exquisita se dió paso a un pequeño baile con la orquesta contratada para la ocasión. Ingrid y Charles abrieron el baile y luego el vizconde bailó con la Comtesse de Dusel, la segunda anfitriona del evento. Todos los invitados disfrutaron del baile. Mientras bailaban, Charles comentó al oido de Anne Gramme y Hércule Delaveau: "id practicando para la boda" Ingrid le dio un palmetazo a Charles: "No seas tan indiscreto", mientras reía divertida por su reprimenda.
Al terminar la celebración, Alain de la Débâcle acompañó a mademoiselle Adèle Féraut hasta la residencia de la dama en uno de los carruajes dispuestos por el Vizconde de Castelmore para la ocasión.
* * *
Del diario de Alain de la Débâcle:
22 de noviembre del año del Señor de 1658
Acudo al Salón Literario de la vizcondesa Batz-Castelmore. Allí me encuentro con el vizconde, que está realizando una excelente labor como Ministro de Humanidades. En una primera parte de la conversación, nos dedicamos a descuartizar la obra de teatro que se estrenó a principios de mes. Luego, la vizcondesa me presenta a tres bellas damas: Adèle Féraut, Marie Dupont y, oh, sorpresa, Daphée Bourtagre. Las tres me producen una gran impresión. Desde luego, no le comento a mademoiselle Bourtagre que dos caballeros se han batido en duelo por ver quién es el primero que intenta acercarse a ella. Mucho menos que en un par de ocasiones, yo mismo intenté establecer conversación con ella. Para un soldado como yo, la relación con bellas damas es todavía un enigma envuelto en un misterio. Y, cosas de la vida, al tenerla a mi alcance, no la encuentro tan deseable como cuando era una quimera intangible (Dios, estoy escribiendo como el autor de la obra de teatro que presencié y que todavía me da pesadillas). En cambio, la conversación con mademoiselle Féraut me llena de una extraña sensación de calma. Tanto es así que me ofrezco a acompañarla a su casa para disfrutar unos minutos más de su compañía.
De regreso a mi triste buhardilla, veo que Jean Luc sigue sin aparecer. ¿Tendré que informar a la guardia?
* * *
Cuarta semana
En el Club l’Épée d’Or la tarde caía con un resplandor ámbar que se filtraba por los ventanales altos, mezclándose con el humo perfumado de las velas de cera y el leve olor a acero bien aceitado. Las paredes, tapizadas de maderas oscuras, estaban adornadas con floretes cruzados, guantes de duelo y algún que otro retrato de caballeros ya muertos que aún parecían escuchar.
Monsieur Bernille Nienau, de Montségur, acababa de disponer sobre la mesa de roble cuatro botellas selladas con lacre rojo. Vestía con sobriedad provincial, pero sus manos, seguras y finas, delataban a quien conoce bien el valor de lo que ofrece.
-Mes amis -dijo con una leve inclinación-, el Languedoc no produce vinos para apresurados. Estos han viajado despacio, como conviene a las buenas historias.
André du Guerrier fue el primero en tomar asiento. A su lado Cael de Rouen, siempre un poco más reservado, observaba las botellas como si se tratara de piezas de ajedrez. Léo Hardy le Castel, elegante incluso en el descuido, jugueteaba con su copa vacía, impaciente. Finalmente, Charles Batz-Castelmore, aún con el brillo reciente del matrimonio en el semblante, se acomodó con la serenidad de quien ha sobrevivido a cosas peores que una ceremonia nupcial.
Nienau descorchó la primera botella. El sonido seco resonó como un pequeño disparo ceremonial.
-Un rouge de las colinas altas -explicó-. Uva recia, invierno duro, sol justo.
El vino cayó en las copas con un tono profundo, casi granate. André olió y rió.
-Esto no es vino, es un desafío.
Probaron. El silencio se hizo respetuoso.
-Tiene nervio -dijo Cael finalmente-. Como un buen espadachín: no se entrega de inmediato.
-Y deja recuerdo -añadió Léo-. En la lengua y en el ánimo.
La segunda botella era más clara, especiada, con notas de ciruela y algo silvestre que evocaba piedra caliente y tomillo. La conversación se soltó, como suele ocurrir cuando el vino hace su trabajo honesto.
Fue entonces cuando André, con fingida inocencia, se volvió hacia Charles.
-Y bien, monsieur le marié... ¿cómo os trata la nueva vida? ¿Habéis cambiado la espada por el delantal?
Las risas se alzaron, pero Charles sonrió sin ofenderse. Giró la copa, pensativo.
-Diré esto -respondió-: El matrimonio es como este vino. Al principio uno busca imponer su carácter, pero pronto aprende que la armonía exige atención. No es una rendición... Es una alianza.
-¡Habla como un diplomático! -exclamó Léo.
-O como alguien que desea seguir vivo -replicó Charles, provocando carcajadas.
La tercera botella trajo un vino blanco inesperadamente complejo, casi dorado, que sorprendió a todos. Nienau observaba satisfecho.
-Montségur enseña paciencia -dijo-. Y recompensa a quien sabe esperar.
La noche avanzó entre brindis, recuerdos de duelos pasados, comentarios velados sobre la corte y silencios cómodos. Cuando la última botella fue vaciada -un tinto viejo, profundo y sereno-, el Club l’Épée d’Or parecía respirar con ellos, guardando el secreto de aquella velada.
Al despedirse, Charles levantó su copa una vez más.
-Por la amistad -dijo-, que resiste el tiempo mejor que el acero... Y a veces incluso mejor que el matrimonio.
Y bajo el reinado del Rey Sol, mientras París seguía su murmullo eterno, cuatro caballeros y un sastre de Montségur sellaron la noche con vino, palabras y una complicidad que no necesitaba testigos.
* * *
Del diario de Alain de la Débâcle:
29 de noviembre del año del Señor de 1658
Llego a la taberna en la que el capitán Montoya desafió a que se presentara la nobleza de París. No sé si es que he vuelto a equivocarme de día o de hora, pero el caso es que no veo a nadie conocido. Ni siquiera a Hermeto, quien había dicho que se pasaría por allí. Sentado ante una mesa más sucia que la mente del fallecido Oliver Cromwell, degusto un vino tan triste que no recuerda siquiera si fue uva. Pero cuando estoy a punto de irme, veo aparecer a Armand Beaufort; le hago señas y se sienta a mi lado. No puedo evitar comentarle que he conocido a Mademoiselle Bourtagre y que me parece tan accesible como los farallones de la Costa da Morte española, donde nuestra flota se empecina en hundirse con cierta frecuencia. Brindo porque tenga mejor éxito que nuestros barcos. Luego llega Philippe Le Clothes, mi buen amigo, con ese aire despistado que luce cuando no le acompaña Lucille, su hermana. Y luego aparece Hermeto, albricias. Lo que más me sorprende es que nuestro Ministro de Ciencias se presenta también: alguien le ha ganado una apuesta al capitán Montoya. El ministro se marcha luego con Hermeto que quiere llevarlo en volandas, literalmente, hasta su palacete. Regreso a mi buhardilla y a la pregunta que me ha perseguido durante todo el mes: ¿Dónde se ha metido mi criado Jean Luc Pottard?
* * *
La lluvia caía fina, como si alguien hubiese olvidado cerrar el cielo. El cochero llevaba un buen rato llamando a la puerta de la buhardilla, sombrero en mano y con la paciencia agotándose.
-¡Monsieur! -llamó por segunda vez-. ¡Os espera vuestra cita!
Silencio. El cochero arrimó la oreja a la puerta y le pareció escuchar el rasgar de una pluma contra el papel. Por tercera vez golpeó, resoplando:
-¡Monsieur! ¡Que no es la primera vez que os pierdo entre vuestras ensoñaciones!
Cuando ya se disponía a marcharse, la puerta se abrió de golpe. Un Hércule Delaveau, despeinado, con el chaleco desabrochado y una expresión que mezclaba sorpresa y fastidio inspirado.
-¿Qué demonios queréis ahora? -preguntó, como quien es arrancado del trance de una buena escena-. No tengo tiempo para interrupciones sin sentido.
El cochero se descubrió, paciente.
-Me enviaron a recogeros. Debo llevaros a La Cruz del Traidor, pues teníais una cita allí. Seguro que empieza a impacientarse.
Hércule pestañeó, horrorizado ante el recuerdo.
-¡Por las musas...! -buscó un papel con urgencia y garabateó una disculpa atropellada-. Llevad esto a Monsieur Cornamusa, os lo ruego.
El cochero carraspeó; no era la primera vez que insinuaba que un mensajero, como un actor, también merecía su parte del aplauso. El mayor Delaveau lo miró, comprendió el mensaje y rebuscó en un arcón hasta dar con una pequeña bolsa.
-Tomad también esto. Entregadlo junto a la nota. Y... Gracias por vuestra insistencia.
El hombre hizo una mueca parecida a una sonrisa, inclinó la cabeza y bajó las escaleras, dejando atrás al dramaturgo, que cerró la puerta murmurando algo ininteligible sobre personajes indóciles y musas que le robaban el sentido del tiempo.
* * *
el Barón de Broglie suspira un momento frente a la puerta de la taberna "La Cruz del Traidor". Hacía años que no pisaba un antro de tan baja estofa. "¿Qué demonios hago aquí?", piensa. Se alegra de haber pedido prestadas ropas a uno de sus criados para no llamar la atención. "En fin, vamos allá..."
Con otro suspiro, abre la puerta. Le saluda, abrumadora, una bocanada de aire caliente que se expande hacia la calle. Antes de cruzar el umbral, una rápida ojeada le permite reconocer a algunos de sus hombres, de paisano, confundidos entre la clientela, con jarras en la mano. Una rápida mirada de reconocimiento mutuo le confirma que todo está en orden y que su gente está a punto por si surge cualquier imprevisto. Entra y cierra rápidamente la puerta tras de sí.
Desde una mesa del rincón le hacen señas y gritan algo que podría ser su nombre, aunque con la algarabía reinante no puede estar seguro. De todas formas, reconoce a Armand Beaufort y se dirige hacia allí. En la mesa se encuentra el mencionado, el gaillonés y Alain De La Débacle, éste último com un laúd apoyado en la pared. "Lo he traído por si acaso, pero no parece que vaya a servirme de mucho", se lamenta. Casi en el mismo momento llega Hermeto Cornamusa.
-Buenas noches, mes chers amis. Parece que el ambiente está más animado hoy de lo que yo esperaba, así que tendremos que prescindir de la sesión musical. Sin embargo, aún podemos disfrutar de una buena conversación, aunque sea a grito pelado.
Y así fue. Los caballeros asistentes disertaron sobre diversos temas, divinos y humanos, aunque tuvieron preponderancia, como es natural, las invenciones que Hermeto había mostrado en su taller hacía unas semanas. Y cuando llegó el momento de retirarse fue de nuevo el italiano quien tomó la iniciativa:
-Excelencia, creo recordar que os debo un paseo en el Panaché. ¿Qué os parece si saldo mi deuda llevándoos a vuestro palacete? A buen seguro podremos aterrizar sin problemas en vuestros jardines.
Ante el asentimiento del Barón, el grupo sale de la taberna y se dirige a una placeta cercana, donde al cabo de unos momentos la asombrada concurrencia ve un artilugio que, recortándose contra el cielo del atardecer, desciende de lo alto y se posa suavemente en el suelo. Un par de mendigos huyen despavoridos creyendo hallarse en presencia del Maligno. Pero no: el tripulante de la barquilla no es otro que Jacob, el ayudante de Hermeto, quien desciende y, con una ceremoniosa reverencia, ayuda al barón a encaramarse, mientras Hermeto hace lo propio sin ayuda. Una vez ambos tripulantes acomodados, Hermeto abre una válvula y la cesta se eleva lentamente, impulsada por el aire caliente producido por la bomba de pascales que ocupa la mayor parte de la barquilla. El resto del grupo, incluido Jacob, se queda mirando hacia lo alto mientras el aparato se va perdiendo en el anochecer, hasta que finalmente se despiden y deciden dispersarse.
El vuelo en dirección al palacete Broglia es plácido y sopla una suave brisa que parece ayudar a la navegación. Pero ¡ay!, los cielos son muy traidores: cuando ya se ve cercano el palacete, una ráfaga inesperada de viento, o el choque con un pájaro, o el simple y traicionero azar, apagan la bomba de pascales y hacen dar al Panaché un peligroso bandazo que lo hace entrar en pérdida. Forcejeando desesperadamente con los mandos y poniendo todo su empeño en volver a encender la bomba, Hermeto consigue, casi en el último instante, un poco de impulso que amortigua parcialmente la caída. Eso sí: el artefacto necesitará reparaciones extensas, y el interés del Ministro por el invento se ha enfriado considerablemente. Se levanta del suelo temblando, acierta a sacudirse la ropa y recuperar la compostura tras unos segundos, y acaba sentenciando: "Prometedor, pero aún necesita muchos ensayos y mejoras para que llegue a tener alguna utilidad".
* * *
EL CABALLERO DEL MES
El título de Caballero del mes corresponde a:
Charles Batz-Castelmore
Por su espectacular fiesta de enlace matrimonial
EL PATÁN DEL MES
El título de Patán del mes corresponde a:
Renné Gade
Por descuidar sus finanzas de manera tan flagrante
* * *
NOMBRAMIENTOS HABIDOS ESTE MES
- Este mes no ha habido nombramientos.
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ANUNCIOS DE PRESENTACIONES A CARGOS
- Charles Batz-Castelmore anuncia que se presentará a Ministro de Humanidades (C03)
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------------ Inicio de la estacion de INVIERNO ------------
CARGOS PARA EL MES DE DICIEMBRE
| Cargo | Requisitos | N.S. mínimo | Quién nombra |
| Ministro de Humanidades | Brigadier o Barón | 10 | Min.Estado |
| Ayudante del Obispo | Abad | 8 | Obispo |
CARGOS PARA EL MES DE ENERO
| Cargo | Requisitos | N.S. mínimo | Quién nombra |
| Ministro de Estado | General o Comte | 12 | Rey |
| Ministro de la Guerra | Tte.Gral. o Viscomte | 12 | Rey |
| Rector | Cura | 6 | Vicario |
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AGRADECIMIENTOS
- A David, por la audiencia de la 1ª semana y el relato del salón literario.
- A Víctor y Lluís, por los dos fragmentos de la campaña militar, que he combinado en uno solo, el primero y más largo (¡espero que no os importe!).
- A Fernando, por la escena inicial de llegada al salón literario y por la escena de la nota de disculpa a Hermeto Cornamusa de la cuarta semana.
- A Xavier, por la cata de vinos de la cuarta semana.
- A José, como ya es habitual, por el diario de Alain de la Débâcle.
NOTAS DE LOS REALES SECRETARIOS
Otra crónica en la que casi todo os lo debo a vosotros. Habré escrito un par de párrafos a lo sumo, y realizado labores de costura dignas de la sastrería de mademoiselle Leclothes du Lacoste. Por otro lado, hay una apasionante trama subterránea de la que mucha gente ni se ha dado cuenta. Pero bueno, ya sabéis que hemos debatido mucho sobre este tema, y la idea, aunque difícil para Joan y para mí, es que cada uno pueda jugar la partida de la manera que prefiera. Ésa es la magia de "Preux et Audacieux", ¿no?
FECHA LÍMITE PARA EL PRÓXIMO TURNO
El plazo de entrega del próximo turno finaliza el viernes, 2 de enero de 2026, a la medianoche (hora española peninsular).
¡Hasta pronto!
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