| REAL CRÓNICA DE SEPTIEMBRE DE 1658(Número 389)
		Los hombres son seres complejos, con tantas... Inquietudes personales.André du Guerrier, de la Guardia del Cardenal
 GACETA MILITAR Oficinas del Estado Mayor, París 
-Mayor Batz-Castlemore -dijo el Guardia del Cardenal, con su tono impasible, haciendo un ligero movimiento con la mano para entregar la carta sellada-, ha sido una decisión sabia de parte del Mando del Primer Ejército el confiaros el cargo. Aunque, debo admitir, que en lo que respecta a la organización y la disciplina... Bueno, no todos los cuerpos militares están acostumbrados a trabajar con el rigor que exige tal responsabilidad.
 
El Mosquetero del Rey, levantando una ceja, tomó la carta con una ligera inclinación de cabeza. Abriéndola, vio la relación de últimos asuntos tratados y gestionados por Du Guerrier, y una lista de temas pendientes. Tenía trabajo, sin duda, como Aide de Chambre del General.
 
-¿Rigor? -replicó, con voz cálida y medida-. Sin duda el General tiene un criterio infalible. Y respecto a la disciplina, siempre he considerado que un poco de flexibilidad no viene mal para mantener la moral de los hombres alta, ¿no os parece?
 
El Guardia sonrió apenas, sin que el gesto llegara a sus ojos.
 
-Por supuesto. Los hombres son seres complejos, con tantas... Inquietudes personales. Pero, de cualquier modo, le deseo todo lo mejor en esta nueva etapa. Será interesante ver cómo os desempeñáis en el cargo, siendo alguien tan experimentado. Aunque, claro, ya está bastante demostrado que la experiencia no siempre se traduce en eficacia...
 
-Eficacia -interrumpió el Mosquetero, con otra leve sonrisa- es lo que uno logra cuando se sabe rodear de los mejores. Le agradezco su consejo, y, créame, de necesitarlo, no dudaré en consultar su experiencia. Pero en este momento, me veo con más que suficiente... Disciplina y energía.
 
El Guardia asintió con cortesía, aunque sus ojos, fríos como siempre, no mostraron más que una sombra de satisfacción contenida.
 
-Como deseéis, Mayor. Que la suerte os acompañe. Y, en cualquier caso, no olvidéis que estoy aquí para... Velar por el bienestar de Francia, en todos los frentes. 
 * * * 
 ECOS DE SOCIEDAD Primera semana 
Cuartel de los cadetes de la Gascuña. Un recién estrenado capitán Montoya, gascón también como muchos de los allí presentes, entró en la sala común de la tropa. Algo le había dicho el Mayor de presentarse a la soldadesca y ponerlos firmes, que el anterior en el cargo era un tanto relajado. El ambiente no era muy marcial, que digamos. Los soldados estaban repartidos por grupos: unos comían pan con queso; otros escondían una botella de vino; habían varios jugando a los naipes o a los dados; los más poetas se atrevían a improvisar rimas; y finalmente los había que dormían en algún rincón donde no diera mucho la luz. Observó durante unos minutos el panorama hasta que se percató de algo que ya era el colmo y no se podía tolerar. Se acercó con paso decidido a una de las mesas donde jugaban a los naipes y agarró fuertemente del brazo a uno de los jugadores, haciéndole caer todas las cartas al suelo. Los demás jugadores tragaron saliva y dejaron las suyas sobre la mesa, como si nunca las hubieran tocado y estuvieran allí de casualidad. Olivier Montoya extrajo entonces una reina de picas de la manga del cadete al que tenía agarrado del brazo.
 
-Si vais a hacer trampas, monsieur, no podéis dejar que os descubran -objetó con una sonrisa.
 
-¡François! ¡Serás tramposo! -exclamó uno de los presentes.
 
El capitán apartó de un empujón a François, quien cayó al suelo en una postura cómica que hizo reír a los demás.
 
-Veo que hay sitio para uno más -dijo Montoya-. Repartid las cartas, ¡pero traed baraja nueva!
 
-¡A la orden, capitán! -respondieron todos al unísono.
 * * * 
 
Los Mosqueteros del Rey celebraron su tradicional desfile de regreso de la campaña, que esencialmente consiste en pasar desfilando desde la entrada de París hasta su acuartelamiento. La parada militar sorprendió a Léo Hardy le Castel en su camino a casa, y el Guardia Real se detuvo para ver pasar a sus amigos regimentales. Estaba de buen humor, y por buenas razones: bajo su brazo llevaba, cuidadosamente enrollado, el despacho real que le nombraba Baron de Lecastel.
 * * * 
 
Hércule Delaveau dio un hondo suspiro y volvió a dejar la pluma. A pesar de que el médico pagado por Charles Batz-Castelmore insistía en que su recuperación progresaba a buen ritmo, le estaba resultando muy larga. Tenía ganas de moverse, de salir, de beber con sus camaradas... Pero por el momento se veía limitado a escribir su obra teatral, y aun eso tomando frecuentes descansos. "Soy prisionero de la pluma", pensó.
 
En ese momento llamaron a la puerta. "¿Será le Viscomte de Castelmore?", pensó. "No creo. Está tan ocupado buscando un palacete donde vivir después de casarse que no ha encontrado el momento de visitarme".
 
En efecto, no era su amigo sino un mensajero. El criado lo recibió, recogió el papel que le traían, y lo entregó a su amo. Éste lo desenrolló y lo leyó. Su semblante se iluminó.
 
-¡Vaya! -dijo en voz alta-. Esto hay que celebrarlo; diga lo que diga ese galeno, un día es un día. ¡Jacques! -se dirigió al criado-. Trae una botella del mejor vino. ¡Acaban de nombrarme Chevalier d'Honneur!
 * * * 
Del diario del Mayor Alain de la Débâcle: 
6 de septiembre del año del Señor de 1658
 
Unos cuantos días dedicado a perseguir a la dama que me tiene sorbido el seso. Pero la cosa no fue como yo esperaba. En parte porque tuve que enviar a Jean Luc Pottard, mi criado, con un delicado encargo, y me vi solo siguiendo a la bella damisela y su chaperone. Y no me apercibí de que un mozo bien plantado a su vez me seguía a mí. Resultó ser el hermano mayor de la dama, y acabó encarándose conmigo y me conminó a que la dejase en paz. ¡Qué poco conoce ese mozo a un De la Débâcle! Pero no era cuestión de meterme en un altercado con el hermano de la mujer a la que adoro. Parecería una tragedia de Shakespeare. Así que me contuve y desistí por el momento en mi objetivo. Pero volveré, vaya si volveré.
 * * * Segunda semana 
A medida que los invitados iban llegando al Palacete de Anne Lefèvre, Comtesse de Dusel. Ingrid Svensson ejerció de coanfitriona para no sobrecargar el ánimo de la reciente viuda, y Charles Batz-Castelmore saludaba y entregaba una rosa amarilla a las damas a medida que iban llegando. Asistieron Alain De La Débacle, Bernille Nienau con Élise Leclerc, el Ministro de Estado con Laurélie Hagopian, Francesco Maria Broglia con Claire Lagaine, las hermanas Dubois acompañadas de sus respectivos galanes Thibaut Cul-de-sac y Léo Hardy le Castel, y Marie Dupont. Durante la reunión del Comité para las Artes Escénicas se declamaron poemas y leyeron textos teatrales. Entre los asistentes se comentó la iniciativa y la preparación de La velada de fin de año la cuarta semana del mes de diciembre, donde se entregará el Premio teatral a la mejor obra del año.
 
La buena compañía, los exquisitos canapés y la buena música hicieron de la velada una ocasión ideal para relacionarse. Alain de la Débâcle tuvo ocasión de conocer en persona a la Comtesse de Dusel Anne Lefèvre y conversar con ella durante toda la velada.
 * * * 
Violette Fablet estaba disfrutando del buen tiempo que todavía reinaba en estos últimos días de verano. Paseaba tranquilamente por el parque de les Tuileries cuando un extraño sonido le hizo levantar la cabeza. Era... Algo entre un órgano de iglesia y unas voces celestiales. Al alzar la vista quedó momentáneamente cegada por el sol de la tarde, así que con un grácil movimiento interpuso la sombrilla entre sus ojos y el astro rey. Entonces pudo verlo: era un... ingenio, una especie de cesta sujeta por una gran masa de tela hinchada; de ella sobresalían unos tubos metálicos que eran los que producían el peculiar sonido al pasar la brisa por ellos. El aparato descendía grácilmente del cielo y acabó posándose en una pequeña loma cercana; de la barquilla descendió un caballero que se acercó a ella y, con una sonrisa y una genuflexión, le ofreció su mano para que la tomara. Fue entonces cuando Violette reconoció a Hermeto Cornamusa.
 
-¿Me haríais la suprema gracia de un paseo celestial, mademoiselle?
 
-Pero...
 
 -Antes de que respondáis debo informaros de que, lamentablemente, el Passarola no tiene fuerza para transportar a tres personas, así que vuestra dama de compañía tendrá que quedarse en tierra -aquí pudo oírse el suspiro de alivio de la aludida, ya que las alturas le causaban pavor-. Pero no os cause apuro quedaros a solas conmigo: todo París podrá vernos sin obstáculo alguno, como si estuviéramos en el mismísimo palco real del Théatre Royale... Y vos también podréis ver París de una manera en que ninguna de vuestras amigas lo ha visto antes -y aquí no pudo evitar un guiño de complicidad, sabedor de las envidias que provocaría semejante relato en el círculo de la dama. 
-Está bien, pero sólo unos minutos, y sin volar muy arriba -accedió ésta.
 
-Permitidme entonces que os ayude... -Hermeto se apresuró a hacerla subir y recoger la escalerilla, ya que a la loma comenzaban a acudir los curiosos. Pero antes de que llegasen demasiado cerca, ya el Passarola alzaba grácilmente el vuelo.
 
Éste fue salpicado con grititos y exclamaciones de la pasajera al descubrir desde arriba edificios o lugares familiares de su ciudad natal. Al rato, comenzó a oscurecer y Hermeto informó a la dama de la necesidad de dar por terminado el paseo, a lo que ésta reaccionó con una leve protesta seguida de resignación.
 
Descendieron en un bosquecillo no lejos del punto de ascenso. Allí les esperaba una carreta conducida por un jorobado. Hermeto lo presentó:
 
-Mademoiselle, éste es Jacob, mi fiel ayudante. Os ruego tengáis un poco de paciencia mientras desmontamos el Passarola y lo cargamos en la carreta.
 
Concluida la operación, en el carro no quedaba sitio más que para el conductor, de modo que Hermeto se ofreció a acompañar a la joven hasta su casa. En ese momento apareció jadeante la dama de compañía, que los había visto descender y había acudido a escape hasta el bosquecillo. Conducida por el jorobado, la carreta arrancó en una dirección y el trío echó a andar en dirección opuesta, hacia el centro de París y la residencia de Violette, quien a buen seguro no olvidará fácilmente la experiencia.
 * * * 
Del diario del Mayor Alain de la Débâcle: 
12 de septiembre del año del Señor de 1658
 
Asistí a una nueva reunión del Comité de Artes Escénicas, esta vez en L'Epée d'Or, gracias a la amable invitación del Barón de Castelmore. Una vez más, me mantuve en un discreto segundo plano, escuchando a quienes saben de esto mucho más que yo: el propio Barón, Bernille Nienau, el Barón de Broglie, el Barón du Castel o nuestro Ministro de Estado, le Comte de Rouen. Espero que, para la próxima ocasión, tendré algún proyecto que proponer relacionado con la música.
 * * * 
 
Lluvia incesante, cómo no, y olor a turba húmeda por doquier, cómo no. Cole Campbell casi lo había olvidado. Arrebujándose en su capote, andando contra el viento, dos ventanas iluminadas le señalan el camino hasta el final del sendero. Cuando finalmente llega a su destino, abre la tosca puerta de madera y entra sin más ceremonia, cerrando rápidamente tras de sí. Se quita el kilt y lo cuelga de un gancho junto a la puerta, no lejos de la chimenea y su calor; con suerte, estará seco cuando vuelva a necesitarlo.
 
 -¡Vaya, Cole! -le saluda una voz gruesa y grave, hablando en gaélico-. ¡Cuánto tiempo! ¿Qué haces por aquí? ¿No te habías ido con los franceses? ¿O fue más bien con las francesas? 
Cole Campbell mira al tabernero, que es quien le ha hablado. Éste, acostumbrado a explorar el ánimo de los hombres a través de la mirada, enseguida percibe que el recién llegado está de un humor de perros. Sin esperar una respuesta que sabe que no llegará, saca un pequeño barril de debajo de la barra, sirve un vasito de un líquido de color de oro viejo, y se lo alarga a su interlocutor sin decir palabra. Éste lo toma y prueba un sorbo. Lo paladea y comenta:
 
-Es fuerte este whisky.
 
-Clandestino, como casi todos. Desde que se sacaron de la manga ese maldito impuesto, hay que servirlo a escondidas para no arruinarse -responde el tabernero. Y aprovecha el diálogo para enlazar su pregunta: -¿Qué te trae por aquí?
 
-Cole Campbell no le responde directamente, pero le mira a los ojos y le pregunta:
 
-¿Cuándo murió?
 
-¿Cromwell? El día tres. ¿Por qué te interesa tanto?
 
-Dos días antes de que yo llegase. Ese bastardo se me ha escapado.
 
-Bueno, no creo que lo haya hecho por voluntad propia, la verdad...
 
-Espero que al menos haya sufrido. ¿Lo mataron, o...?
 
-No. Parece que se le complicó la enfermedad que hace años que tenía.
 
El tabernero quiso repetir: "¿Por qué te interesa tanto?", pero prefirió ser discreto y no insistir. Sus razones tendría su viejo conocido para esquivar la pregunta.
 
Cole Campbell apuró el whisky y emitió un gruñido. La bebida le había quemado la garganta y levantado el ánimo.
 
-Bueno, ya no me queda nada que hacer aquí. Mañana salgo de regreso a Francia.
 
Dicho esto, se acomodó en un rincón y se quedó dormido, no sin antes pensar: "Cromwell fue uno de ellos, pero hay más".
 * * * Tercera semana 
La actividad en la residencia de Charles Batz-Castelmore era frenética. Los criados iban de un lado a otro preparando dos carruajes. Uno de ellos, más sólido y amplio, llevaba en su interior un conjunto médico: vendas, mantas, y un asiento plegable diseñado para transportar cómodamente a un convaleciente. Iban en su interior el galeno de la familia Batz-Castemore y dos criados robustos. Ese carruaje tenía como destino la vivienda del capitán Hércule Delaveau, veterano de guerra, aún recuperándose de sus heridas, y en la que se encontraba su dama, Anne Gramme. Charles Batz-Castemore, ya encochado, daba las últimas órdenes a los cocheros. Debía asegurarse de que todo saldría en perfecta coordinación. Ingrid Svenson -bella dama prometida del Ministro- aportó soporte logístico y belleza a la comitiva durante todo el trayecto.
 
El segundo carruaje, adornado con el blasón de los Batz-Castelmore, estaba reservado para recoger y transportar a los invitados de honor: el Mayor Bernille Nienau, su dama Élise Leclerc, y la Comtesse Anne Lefèvre de Dusel, viuda de Tessier Dusel. 
 
Ambos carruajes, una vez encochados con los invitados correspondientes, tenían orden de encontrarse en un lugar pactado. Desde allí viajarían juntos hasta el Club L’Épée d’Or, donde aquella noche se celebraría el torneo de ajedrez más esperado de la temporada.
 
El carruaje asignado al Mayor Bernille Nienau se presentó puntualmente frente a su residencia. El cochero, con librea azul y dorada, anunció que venía de parte del Ministro.
 
El interior estaba perfumado con lavanda, las cortinas cerradas y los asientos cubiertos de terciopelo gris.
 
Poco después, subieron Élise Leclerc —con una capa ligera y guantes de encaje— y la Comtesse de Dusel, vestida de oscuro pero con el porte de quien no ha renunciado del todo a la vida social. El carruaje al toque de Bernille Nienau, se puso en marcha entre el sonido de los cascos y los murmullos de la ciudad.
 
Atravesaron los bulevares del Marais y siguieron el curso del Sena, mientras las sombras de los puentes se reflejaban sobre el agua. 
 
En otro punto de la ciudad, un segundo carruaje avanzaba con lentitud hacia la misma dirección. En su interior, Hércule Delaveau descansaba recostado entre cojines, con sus heridas vendadas, el rostro pálido pero sereno. A su lado, Anne Gramme, su dama, le ofrecía apoyo durante el trayecto. El galeno verificaba las vendas, mientras los criados sostenían una lámpara de aceite que oscilaba al ritmo del camino. El ambiente era contenido: el traqueteo de las ruedas, el olor a ungüentos y a cuero húmedo llenaban el aire. El anfitrión, Charles Batz-Castelmore animaba el viaje con sus siempre divertidas ocurrencias intercambiando risas con los presentes. Incluso Hércule reía a pesar de las molestias físicas. "No me perdería esto por nada del mundo", dijo. "Por ahora, son las únicas batallas que puedo librar".
 
El cielo se tornaba violeta cuando ambos carruajes llegaron al punto de encuentro, casi al mismo tiempo. Las luces del puente brillaban sobre el río como un collar de cobre. Un criado de Charles Batz-Castelmore designado como enlace aguardaba allí con un farol encendido y una orden simple: que la comitiva continuara unida desde ese punto hasta el club.
 
Los cocheros se saludaron con respeto. Las puertas se abrieron y los pasajeros pudieron entrever a sus compañeros de viaje por primera vez esa tarde. Hubo gestos de cortesía, saludos entre las damas, alguna inclinación de cabeza. El herido fue revisado brevemente antes de continuar, y cuando todo estuvo dispuesto, los dos carruajes emprendieron juntos el trayecto final hacia el club.
 
Finalmente, las ruedas se detuvieron frente a la elegante fachada del Club L’Épée d’Or. En el interior se escuchaban conversaciones refinadas y el tenue chasquido de las piezas de ajedrez sobre los tableros.
 
Los cocheros descendieron primero, seguidos por los criados. El herido Hércule Delaveau fue asistido con cuidado por el galeno, mientras las damas descendían con elegancia bajo la tenue llovizna. El mayordomo del club, vestido con librea blanca y negra, se inclinó en reverencia al reconocer a los invitados del Ministro.
 
Bajo las luces del vestíbulo, las figuras de los recién llegados se recortaron contra el mármol pulido y el brillo de las piezas de ajedrez dispuestas en las mesas.
 
La velada prometía inteligencia, cortesía... Y quizás algo de tensión.
 
Al llegar al club, los asistentes abrieron paso a los criados que transportaban a Hércule Delaveau cargándolo en una silla: De la Débacle, du Guerrier y Christine Daé, Alain Derrengué, monsieur Nienau con Élise Leclerc, Cole Campbell, Claire Lagaine, le chevalier Delaveau con Anne Gramme, le Castel con Catherine Dubois y un criado cargando una enorme cesta con vino y quesos, Olivier Montoya (que trajo un barril repleto de arenques que hizo las delicias de los asistentes), Phillipe Le Clothes Du Lacoste con su hermana Lucille, Thibault Cul-de-Sac con Madeleine Dubois, y dos damas que llegaron sin acompañante: Adèle Féraut y Marie Dupont. No todos los asistentes participaron; sobre todo muchas damas se abstuvieron de jugar, pero algunas como Lucille LeClothes e Ingrid Svensson, quien ya sabemos que heredó la afición de su padre el embajador sueco. Muy comentada fue la ausencia de Su Excelencia Cael de Rouen, Ministro de Estado, pero al parecer se encontraba reunido con Su Majestad. No ha trascendido el contenido de la audiencia real, pero se rumorea que tuvo que ver con el caso de Renné Gade.
 
El torneo se organizó en forma de liguilla. No entraremos en detalles que pueden resultar tediosos para el lector profano, pero sí daremos la clasificación final:
 
 
| 1. | Thibault Cul-de-Sac |  | 2. | Olivier Montoya |  | 3. | André du Guerrier |  | 4. | Philippe Le Clothes du Lacoste |  | 5. | Alain Derrengué |  | 6. | Bernille Nienau |  | 7. | Ingrid Svensson |  | 8. | Charles Batz-Castlemore |  | 9. | Alain de la Débâcle |  | 10. | Cole Campbell |  | 11. | Adèle Féraut |  | 12. | Lucille Le Clothes du Lacoste |  | 13. | Léo Hardy le Castel |  | 14. | Claire Lagaine |  | 15. | Hércule Delaveau |  | 16. | Marie Dupont |  
Tras el torneo, como es lógico, con la excusa de celebrar la victoria unos, y de felicitar a los vencedores otros, hubo vino, queso y arenques hasta bien entrada la noche.
 * * * 
Del diario del Mayor Alain de la Débâcle: 
18 de septiembre del año del Señor de 1658
 
Participo en el torneo de ajedrez, pero sin duda mi cabeza estaba en otras cosas, porque a las primeras de cambio caigo al fondo de la clasificación y ya no me recupero. Me duele que el ganador sea el capitán* Cul de Sac, puesto que somos enemigos regimentales, pero he de reconocer que fue el mejor, sin duda alguna. Y me sorprendió la pericia de Olivier Montoya, que al presentarse en sociedad sólo habló de su afición a los naipes, pero luego ha demostrado que sabe manejarse en el ajedrez ¡y de qué manera!
Pero lo más importante (e interesante) vino después. Hermeto me animó a acompañarle en un paseo en carruaje hasta su taller y tuvimos una conversación realmente reveladora para ambos. Yo había decidido contarle a Hermeto mi secreto, y eso hice. Pensaba que lo mío era raro y trascendente, pero el secreto de Hermeto... ¡Vive Dios que me dejó sin palabras! Pero ni siquiera en estas páginas íntimas lo pondré por escrito. Él sabrá qué hacer con ello y le deseo lo mejor. Además, visité su taller y me ofreció una experiencia que me elevó, literalmente, por encima de muchas cosas. Y hasta aquí el tema de nuestros secretos, que puede que alguien busque aprovecharse de ellos.
 * En realidad Cul de Sac es Mayor, pero sabido es de todo el mundo que un Mayor de ese regimiento de réprobos vale solamente como un capitán. * * * Cuarta semana 
Olivier Montoya se encontraba de pie frente al coronel, en el despacho de éste.
 
-Así que queréis ser ayudante regimental... ¿Cuánto tiempo lleváis en los Cadetes, capitán? ¿Dos semanas?
 
-Tres, mi coronel.
 
-¿Y creéis que conocéis los entresijos, rutinas y particularidades del regimiento lo suficiente como para ser ayudante regimental? No dudo de vuestros méritos, y vuestra ansia de servir es más que evidente, pero tengo por norma exigir un mínimo de dos meses de experiencia a los que aspiren a cargos internos. Los brigadieres y los generales pueden hacer lo que quieran con sus asistentes y ayudantes, pero yo además de talento valoro la experiencia, y vos no la tenéis todavía. Tendréis que esperar. Pero no os preocupéis: valoro vuestro empeño y observaré de cerca vuestros méritos.
 
Si Montoya se sintió frustrado o contrariado, no lo dejó traslucir en su rostro.
 
-Entendido, mi coronel.
 
-Podéis retiraros.
 
El capitán saludó marcialmente y salió del despacho. Decepcionado, salió del cuartel y emprendió el regreso a su casa. Por el camino pasó por delante de La Garde Montante, donde al parecer estaban despellejando gatos vivos: el infernal ruido que se oía a través de las ventanas y reverberaba en los cristales no podía proceder de otra cosa que algún ritual de brujería infernal. Dominado por la curiosidad, se acercó a la ventana y miró a través del cristal. Esperaba ver una reunión de brujas o de sujetos encapuchados con túnicas negras, pero no: lo que vio fue totalmente distinto. De pie en el centro de una sala bien iluminada, los hermanos Le Clothes du Lacoste tocaban el violín. De hecho, en un momento dado le vieron, dejaron de tocar y le saludaron con una sonrisa, y justo en ese instante el espantoso chirrido cesó, de modo que no cabía duda del origen del mismo.
 
Montoya devolvió el saludo con un gesto de la mano y prosiguió su camino con un encogimiento de hombros.
 * * * 
 
Varios carruajes acompañados de guardias montados a caballo hicieron su presencia ante las puertas de la residencia de el Barón de Broglie. Ante el súbito revuelo, el propio barón se había apresurado a salir de su domicilio para observar que ocurría en la calle. Se vio totalmente sorprendido cuando el oficial al mando se le dirigió para espetarle:
 
-Capitán Broglia, ¡quedáis detenido acusado de alta traición! Os ruego no opongáis resistencia alguna y nos acompañéis.
 
Los allí presentes no daban crédito a lo que veían, mientras el Barón era conducido al interior de uno de los carruajes que, ampliamente escoltado, se puso en marcha.
 
El capitán Broglia desconocía su destino, la calesa tenía tupidas telas negras que cubrían totalmente las ventanillas, y aparte del anuncio de su detención por parte del oficial que se encontraba a su lado, no fue informado de nada más. En esos momentos su sensación era amarga, pues vio peligrar su futura boda con Claire Lagaine dentro de dos semanas. Pensó en su padrino, quien estaba seguro de que en cuanto supiera la noticia haría todo lo posible para liberarlo de esta absurda acusación. Luego pensó en aquella otra acusación no tan lejana contra el mismísimo Barón de Gade, que parecía tan descabellada como la suya y que casi lo llevó al cadalso. No podía ser que se volviera a complicar de esta manera la vida. Su estancia como prisionero en el frente lo había puesto a prueba, pero ahora, ¿qué diantres habrían preparado o fabricado con falsas pruebas para acusarle de traidor? ¿Otra vez el Teniente General de la Policía, intentando cubrir su error con un nuevo caso?
 
Sin desesperarse pero con el ánimo plomizo pensó nuevamente en su amada Claire. Observó como uno de los subalternos sentado delante suya sacaba una bolsa de tela negra y con un gesto súbito la usó para taparle la cabeza. Tuvo el instinto de protestar y negarse a tal ultraje, pero recapacitó y pensó que no serviría para nada.
 
Lo hicieron bajar encapuchado, pero notó la presencia de muchedumbre que intentaba acercársele y forcejeo que supuso eran guardias que lo impedían. Muchas voces le gritaban a su paso "¡Traidor!", "¡Muerte al traidor!". Eran voces tanto femeninas como masculinas, y de populacho sin duda. Tuvo que subir una escalinata y de repente se hizo el silencio. Pasaron por varias estancias y pasillos pero el olor no era de presidio ni celdas. Quizás fuera conducido a un despacho. ¿Y si el hecho de ir encapuchado fuera por la relevancia del cargo al que iba a ver?
 
Un olor a incienso se le hizo cada vez más intenso. Y escuchó unas voces que parecían susurrar algo como la lectura de cargos. De repente una voz muy enérgica, rotunda y grave resonó diciendo:
 
-Capitán Broglia, se os acusa de cargos muy graves y se aportan testimonios y pruebas muy contundentes de ello. Se os acusa de alta traición.
 
En ese momento se le retiró la capucha  y por unos instantes quedó totalmente cegado ante la intensidad de la luz de aquella estancia. Mientras parpadeaba y sus manos intentaban proteger sus ojos de ser deslumbrados excesivamente notó la presencia femenina por varias zonas de la sala.
 
Se le acusa de traicionar a sus amigos para dedicarse por entero a su querida Claire. Se le acusa de querer dejar las noches de borrachera por la compañía conyugal.
¡Y se le condena a comer y beber en su despedida de soltero como si no hubiera un mañana!
 
Pudo ahora ver que aquella voz estruendosa era la de Poquelin y que sin duda todo aquel elenco de guardias eran miembros de su compañía teatral...
 
Todos sus amigos estaban alli aplaudiendo y riendo: el Mayor, Batz-Castelmore, le comte de Rouen y Léo Hardy le Castel, aunque echó en falta la presencia de Hércule Delaveau, seguramente recuperándose de las heridas al rescatarlo en el frente.
 
Llevado sin duda por la euforia del momento, Léo Hardy Lecastel tomó una botella de vino y, agitándola, la abrió rociando y empapando su contenido sobre los presentes. El peor parado por la lluvia etílica fue el Ministro de Estado Cael de Rouen.
 
Leo Hardy Lecastel había llegado acompañado por una bailarina exótica contratada por él. También se había contratado a unas odaliscas para un baile sensual.
 
Entre vítores de los asistentes y del propio homenajeado entraron en escena las odaliscas y la bailarina exótica. El baile fue espectacular, pero pocos de los presentes lo siguieron completo ya que el alcohol y la alegría desbordada mermaba la capacidad de observación.
 
Una pequeña orquesta amenizó el final de la velada que sin duda fue todo un éxito como despedida de soltero del Barón Francesco Maria Broglia.
 
Era ya muy tarde cuando la fiesta se dio por terminada. Al salir del salón, algo en un rincón del suelo, debajo de una mesa, llamó la atención de le Viscomte de Castelmore. Se agachó y lo recogió: era una bola de papel arrugado. Llevado por la curiosidad, lo desplegó y lo alisó para ver de qué se trataba. En letra muy abigarrada y con varias tachaduras y correcciones pudo leer lo siguiente:
 
Borrador para el Premio Teatral Alexandre de L'Oie
 
Titulo provisional: Cuatro bodas y un funeral
 
Acto I
 
Es la boda de François Maurice Burrows con Colette Lecauchois. Su hermano Claude Burrows du Chartres ejerce de padrino, pero llega tarde a la Iglesia por haberse quedado dormido hasta bien tarde, aunque acaba llegando justo a tiempo. Descuida los anillos, pero entre los nobles presentes consiguen hacerse con unos improvisados y poco apropiados. Durante la fiesta posterior, Claude conoce a Isabel Spinster, una inglesa prima lejana de madame Lecauchois, y se sienten atraídos el uno por el otro. Intiman.
 
Acto II
 
Claude Burrows du Chartres vuelve a llegar tarde a la boda de Antoine du Garnier con Cécile Deloney, pero afortunadamente esta vez el padrino elegido por Antoine era otro [nota: buscar un caballero apropiado]. Oficia la boda el padre Maurice de Courier, quien se equivoca de palabras en casi toda la ceremonia, siendo el elemento cómico y al que tiene que corregir el propio novio. Durante el convite, Claude se encuentra con su antigua prometida, Marguerite du Valois, quien le reprocha que rompiera la relación. Por si fuera poco, Claude vuelve a encontrarse con Isabel Spinster, quien le presenta a su prometido, lord Garret Collins, para desolación del primero. Sin embargo, lord Garret parte pronto para atender unos negocios y madamoiselle Spinster se queda sóla en la fiesta, logrando intimar por segunda vez con Claude. Él le declara su amor, pero ella no romperá el compromiso.
 
Acto III
 
Madame Spinster contrae matrimonio con su prometido en Canterbury, para desgracia del perdidamente enamorado Claude Burrows, quien llega a la ceremonia justo en el momento en el que el párroco los va a declarar marido y mujer. En la fiesta posterior acontecen diversas historias personales de todos los invitados [nota: inventarse unas cuantas], pero la más trágica de todas es la muerte del más notable caballero y mejor amigo de todos, Charles Denis de la Roche, por los excesos de alcohol y vida ostentosa que llevó durante los últimos años, siendo el alma de todas las fiestas. Luego se descubre que además llevaba largo tiempo comprometido con madame Louise de la Haine, quien caerá en un pozo de desolación y acabará retirándose a un convento.
 
Acto IV
 
Se celebra el funeral de Charles Denis de la Roche, donde se pronuncian varios discursos fúnebres por parte de los amigos y un elocuente panegírico compuesto por Claude. Isabel Spinster acude discretamente al funeral y mantiene una breve conversación con monsieur Claude. La fragilidad de la vida sacude emocionalmente a Claude, quien decide que debe enderezar la suya.
 
Acto V
 
Es la boda de Claude Burrows du Chartres con su antigua prometida Marguerite du Valois, quien por fin alcanzará su deseado sueño de casarse con Claude.
Para que llegue por primera vez a tiempo a una boda, la suya, los amigos de Claude introducen en su casa un montón de gallos que lo despertarán sí o sí al amanecer.
Por este motivo llegan muy pronto a la Iglesia, pero mientras esperan a la novia aparece madame Spinster como invitada. Sorprendido por su presencia, Claude habla con ella, quien le comunica que su matrimonio fue anulado por el Arzobispo de Canterbury por motivos aún por determinar [nota: ya se me ocurrirá algo]. Claude entra en crisis y no sabe si casarse o no. Finalmente el padre Maurice, quien ya ha aprendido mejor el oficio de las ceremonias nupciales, pregunta si hay alguien que conozca algún motivo para que no se celebre la boda. El hermano de Claude, quien le conoce bien, se atreve a dar el paso y anuncia que no pueden casarse porque está enamorado de otra mujer. Marguerite du Valois, humilllada por el rechazo ante el altar, lo deja inconsciente de un puñetazo. El escándalo sacude todo París, pero al final la dama Isabel Spinster se reúne con Claude bajo la lluvia, donde se declaran finalmente su amor el uno al otro y para siempre, aunque nunca se llegarán a casar. Su historia de amor será contada durante muchos años.
 * * * 
 
En el hospital de Saint Quintin, los días pasan como un rebaño de ovejas por un desfiladero, lentos e iguales. Renné Gade suspira. ¿Por qué le está costando tanto recuperarse? Seguro que el ambiente tan provinciano, que pensaba haber dejado atrás hace años, tiene mucho que ver. Aquí solamente puede ir escribiendo aquella obra de teatro que dejó a medias hace tiempo, aunque cada vez que toma la pluma y escribe unas líneas el tedio le acaba venciendo invariablemente. ¿Quién va a poder inspirarse aquí, en un hospital en medio de la campiña? Si al menos le permitieran volver a París, al bullicio, a los amigos y compañeros regimentales, a Eléonor... A Eléonor...
 
Sale de su sopor al ver una figura que se acerca corriendo. Una figura femenina, que se arremanga el vestido para que no le estorbe en su carrera. Renné parpadea varias veces y acaba frotándose los ojos. ¿Es...
 
¡¡ELÉONOR!!
 
Se levanta y echa a correr hacia su esposa, ignorando los angustiados avisos de la musculatura de su abdomen, todavía no recuperada del todo. La abraza, la besa, la acaricia, gruñe de dolor... Y ella se preocupa, lo lleva de vuelta al asiento y, con una pícara sonrisa (¡qué dulzura de sonrisa!), le dice:
 
-No deberías esforzarte de esa manera, cariño. Tienes que acabar de recuperarte... O no tendrás fuerzas para volver a París.
 
-¿A... París?
 
La sonrisa de Eléonor se acentúa. Sin decir palabra, saca de la manga de su vestido un papel enrollado y se lo tiende a Renné. Éste lo abre y lee. Mientras tanto, ella explica en un alegre parloteo:
 
-Tuve que mover algunos hilos, pero la verdad es que el mérito ha sido del Ministro de Estado, que fue quien presentó las pruebas y documentos a Su Majestad, porque bla, bla, bla...
 
Renné ya no escucha; su atención está fijada en el documento que tiene en sus manos:
 
 Edicto de Rehabilitación RealEmitido por la Gracia de Dios, Luis XIV, Rey de Francia y de Navarra
Nos, Luis, por la Gracia de Dios, Rey de Francia y de Navarra, Señor Soberano de nuestras tierras y protector de la Justicia, habiendo sido informado por nuestros consejeros y ministros de nuevas pruebas y testimonios que han sido presentados ante nuestra augusta presencia, concernientes al proceso seguido contra nuestro súbdito Renné Gade, anteriormente juzgado y condenado por delitos que ahora se revelan infundados y contrarios a la verdad, hemos resuelto, en ejercicio de nuestra autoridad real y en defensa del honor y la equidad, emitir el presente edicto de rehabilitación.
 
Considerando que la sentencia condenatoria pronunciada contra el mencionado Renné Gade fue dictada bajo engaño, sin pleno conocimiento de los hechos, y que su inocencia ha sido demostrada por medios legítimos, testimonios veraces y documentos irrefutables, declaramos por la presente:
 
Punto Primero  
 
Que el Viscomte de Gade queda plenamente absuelto de toda acusación, cargo o sospecha que haya sido vertida contra su persona, quedando su nombre limpio de toda mácula y restaurado en su honra ante Dios, ante la Corona y ante el pueblo de Francia.
 
Punto Segundo  
 
Que se le restituyen todos los títulos, dignidades, cargos, honores, tierras, rentas, prebendas y privilegios que le fueron retirados por causa de dicha condena, y que gozará de ellos como si jamás hubiese sido privado de los mismos.
 
Punto Tercero  
 
Que se ordena a todos nuestros oficiales, gobernadores, intendentes, jueces y demás servidores del Reino que reconozcan al señor Renné Gade en su calidad legítima, y que le brinden el respeto, la obediencia y las prerrogativas que corresponden a su rango.
 
Punto Cuarto  
 
Que se le concede licencia plena para regresar a la ciudad de París, a sus residencias, propiedades y círculos, sin restricción alguna, y que se le provea escolta si así lo solicitare, para garantizar su seguridad y dignidad.
 
Punto Quinto  
 
Que se publique el presente edicto en todos los rincones del Reino, en plazas, parroquias, cortes y mercados, para que la verdad sea conocida y la justicia restablecida, y para que ningún hombre ose mancillar el nombre del rehabilitado.
 
Dado en nuestro Palacio de Fontainebleau, el vigésimo primer día del mes de septiembre del año de Nuestro Señor mil seiscientos cincuenta y ocho, y de nuestro reinado el décimo sexto.
 
Firmado:
 
Luis, Rey de Francia y de Navarra  
 * * * 
Del diario del Mayor Alain de la Débâcle: 
25 de septiembre del año del Señor de 1658
 
Nada destacable en una última semana en la que me dedico a mi regimiento y a mejorar mi (torpe) manejo de la espada. LaMouche es un maestro duro e intransigente, pero es lo que yo necesito en estos tiempos. Aun así, consigo escaparme un momento para hacer un recado del que pueden depender muchas cosas. Ya se verá cómo acaba todo.
 * * * 
En un rincón de Les Chasseurs, fray Marcel du Calais seguía enfrascado en la lectura. Había sido un mes agotador: visitas, limosnas, misas... Y también movimientos, reuniones y misivas. Levantó un momento la cabeza del libro y suspiró. ¿Quién dijo que los frailes vivían apartados del mundo? "En todo caso, lo vemos desde la galería", pensó, "pero inevitablemente nos acaba arrastrando como una corriente enfurecida a los que la contemplan desde la orilla." Bebió un sorbo de la infusión de manzanilla que tenía sobre la mesa y volvió a sumirse en la lectura.
 * * * EL CABALLERO DEL MES El título de Caballero del mes corresponde a:Renné Gade
Por su heróico comportamiento en batalla, a pesar de haber sido injustamente trasladado a un Regimiento fronterizo.
 EL PATÁN DEL MES El título de Patán del mes corresponde a:Cael de Rouen
Por dejarse engañar por un traidor a Francia y a Su Majestad.
 * * * NOMBRAMIENTOS HABIDOS ESTE MES 
Alain Derrengué ha sido nombrado capitán de los Mosqueteros de la Picardía
Charles Batz-Castelmore ha sido nombrado Aide de chambre de General 1º (M14A)Cael de Rouen ha sido nombrado Gobernador Militar de París (M05)Francesco Maria Broglia ha sido nombrado Ayudante regimental de la Guardia Real (M20A)Hércule Delaveau ha sido agraciado con el título de Chevalier d'Honneur
Léo Hardy le Castel ha sido agraciado con el título de Le Baron de Le Castel
Olivier Montoya ha sido nombrado capitán de los Cadetes de la Gascuña
Thibaut Cul-de-sac ha sido nombrado Aide de chambre de General 2º (M14B)
 * * * ANUNCIOS DE PRESENTACIONES A CARGOS 
Francesco Maria Broglia anuncia que se presentará a Capitán de la escolta real (M17)
 * * * CARGOS PARA EL MES DE OCTUBRE
| Cargo | Requisitos | N.S. mínimo | Quién nombra | 
|---|
 | Capitán Escolta Real | Capitán de Guardia Real | 9 | Gobernador Militar de París |  | Capitán Escolta Cardenal | Capitán Guardia Cardenal | 7 | Gobernador Militar de París |  | Abanderado Escolta Real | Subalterno Guardia Real | 9 | Gobernador Militar de París |  | Abanderado Escolta Cardenal | Subalterno Guardia Cardenal | 6 | Gobernador Militar de París |  | Chancellor | Vicario | 11 | Arzobispo |    CARGOS PARA EL MES DE NOVIEMBRE
| Cargo | Requisitos | N.S. mínimo | Quién nombra | 
|---|
 | Soldados escolta Real | Soldado Guardia Real | 8 | Capitán Escolta |  | Soldados escolta Cardenal | Soldado Guardia Cardenal | 5 | Capitán Escolta |  | Oficial diocesano | Vicario | 10 | Arzobispo |  * * * AGRADECIMIENTOS 
A Enric, por el traspaso del cargo de Aide de General.A Víctor, por el fragmento de la llegada del nuevo capitán.A José, por el diario de Alain de la Débacle.A Xavier, por la escena de la recogida de Hércule Delaveau para llevarlo al torneo de ajedrez.A David, por la despedida de soltero, aunque el párrafo 4.4.5 de las reglas me ha obligado a recortar algunos fragmentos. NOTAS DE LOS REALES SECRETARIOS 
Una aclaración: Se me ha comentado la posibilidad de que el salón literario y teatral en casa de la Comtesse de Dusel se siga celebrando. El caso es que no tenemos reglas que contemplen los "salones literarios", pero sí las recepciones que una pareja casada (es decir, con un personaje implicado) puede celebrar en su casa. Hasta la desaparición del Comte, el salón de la Comtesse se encuadraba en estas recepciones, pero ahora ya no es posible. La solución que hemos encontrado es que a nivel de narrativa consideraremos que tiene lugar en el palacio de la Comtesse, pero a efectos de juego, puntos de status, etc., el salón se celebrará en l'Epée d'Or. Esta distinción es importante porque ya sabéis que los puntos de status se contabilizan de manera diferente en un club que en una casa particular.
 FECHA LÍMITE PARA EL PRÓXIMO TURNO El plazo de entrega del próximo turno finaliza el viernes, 31 de octubre de 2025, a la medianoche (hora española peninsular). ¡Hasta pronto! 
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