| REAL CRÓNICA DE FEBRERO DE 1658(Número 381)
GACETA MILITAR 
-Una mención en la orden, una simple mención -se quejó Christian de la Croix, al leer el despacho del primer batallón.
 
-No está tan mal -comentó el viejo Antoine, uno de sus capitanes-. En París se hablará durante meses de cómo capturasteis a los españoles el mayor cargamento de provisiones, pólvora, munición e incluso un par de cañones, de toda la campaña de invierno.
 
-¡Bah! Todo eso no importa para nada. Las palmaditas en la espalda son para los débiles de espíritu. Si por la acción del mes pasado me ascendieron a Teniente Coronel, por dejarle al enemigo sin avituallamiento, ni suministros antes del asalto que se prepara para las próximas semanas... ¡deberían nombrarme ya Coronel!
 
-Pero ya hay uno en el regimiento, mi Teniente Coronel, y mientras no ascienda o sea trasladado, vuestras aspiraciones se verán truncadas. Paciencia, amigo Christian, paciencia.
 
-¡Puff! Ese... ¿cómo lo definisteis aquella vez? ¿Arribista? Me han llegado noticias de que se ha gastado una fortuna en el Casino de París. ¡Y me puedo imaginar de donde salen sus dineros! Quizás debería hablar con el nuevo Auditor General de Finanzas, a ver qué opina de todo esto.
 
-No os precipitéis, hacedme caso -aconsejó Antoine-. Todo llegará en su momento.
 
Un mozo del servicio de correos del ejército entró en la tienda de campaña, entregando un despacho al Teniente Coronel Coronel de la Croix. Lo abrió con celeridad, pensando que igual el Alto Mando había rectificado y este documento era su ansiado ascenso, pero una mueca de desaprobación apareció en su rostro.
 
-¿Y bien? -preguntó el capitán.
 
-Regresamos a París. Nuestro «amado» Coronel nos recomienda dar descanso a las tropas y que los fronterizos se encarguen de mantener las posiciones.
 
-No está obligado, si desea continuar, los hombres están con la moral alta. Están contentos con los nuevos oficiales. Los Coraceros del segundo batallón también están entusiasmados con el Mayor Cul-de-sac.
 
-Mejor seguir las «órdenes». Como bien decís, paciencia... Además, necesitamos a alguien competente y de confianza para el tercer batallón. Cuando estemos de vuelta en París, hablaré con el Coronel para ver si os nombra Mayor, Antoine.
 
-¡¿A mí?! -comentó el capitán sorprendido.
 
-Tantos años de leal servicio deberían verse recompensados. No sé si puedo hacer algo, pero lo averiguaré.
 * * * 
Léo Hardy le Castel esperaba emboscado junto con un pequeño grupo de sus hombres. Faltaba poco para emprender el camino de vuelta a la Cité y los soldados de la Guardia Real ya pensaban que habían hecho suficiente. Pero su Mayor aún tenía esperanzas de completar la misión que le habían encomendado: localizar las rutas del correo español e interceptar a cuantos mensajeros pudieran. Con tal fin estudió bien los mapas y dispuso de varias patrullas, ligeras de armas y silenciosas como ardillas, en una amplia región del territorio ocupado por los españoles. Arriesgaban mucho, pero la recompensa era mayor.
-Ahí viene, dijo uno de sus hombres. De repente, un jinete al galope apareció por el camino, a toda velocidad.
 
-¡Alto ahí! -ordenaron los soldados, apuntando con los mosquetes.
 
El correo eludió la orden, espoleó al caballo y se agachó lo que pudo.
 
-¡Fuego! ¡Abatidlo! -gritó Léo.
Varios disparos sonaron, alertando a cuanto español rondara por aquellos lugares. Los primeros fallaron, pero el último de ellos, muy certeramente, alcanzó por la espalda al jinete, que ya había conseguido superar a la patrulla. A los pocos metros cayó desplomado al suelo y su montura no tardó mucho en detenerse.
 
Los hombres se apresuraron a registrar tanto jinete como cabalgadura.
 
-¡Aquí hay varios despachos! -avisó uno de ellos.
 
-Cogedlos todos y larguémonos cagando leches -ordenó Léo Hardy, preocupado por haber agitado un avispero de españoles.
 
Desaparecieron en la espesura del bosque, como si nunca hubieran estado allí.
 * * * 
Del diario del Mayor Alain de la Débâcle, de los Dragones del Gran Duque Maximiliano de Valois:
 
10 de Février del año del Señor de 1658
 
¡Por fin el en el frente! Aunque he de decir que hace un frío que pela en los Pirineos. Ya se sabe que los dragones servimos lo mismo para un roto que para un descosido: "¿Son ustedes infantería montada o caballería a pie?" me pregunto con retintín el ayuda de campo del general cuando me presenté ante el mando de la Primera División (ya le ajustaré las cuentas a ese petimetre cuando surja la ocasión). Pero a lo que iba, los primeros días han sido un ir y venir de patrullas a caballo y de prácticas de combate a pie en formación de línea; que al general le gusta que la gente se mate con orden.
 
Para levantar el ánimo de mis dragones, por las noches leo fragmentos de la Ilíada a un selecto grupo de suboficiales, entre los que destaca el veterano sargento mayor LaMouche. Alguno aprecia tanto los clásicos que ronca sin disimulo cuando todavía no he acabado la primera página. Pero de tanto escuchar hablar de 'Aquiles el de los pies ligeros', los suboficiales han dado en llamarme 'Alain el del buen Calvados'. Pas mal!
 * * * 
17 de Février del año del Señor de 1658
 
¡Casi tenemos una batalla! Y digo casi porque la cosa no pasó a mayores. Me explicaré: nuestra primera división lleva unos días tonteando con una fuerza española, creo que al mando de un tal Zúñiga (escribo el nombre, pero sería incapaz de pronunciarlo). La orografía de los Pirineos hace difícil entablar una batalla campal, pero dimos con un valle de una cierta amplitud y para allá que fuimos a desplegarnos en orden de combate. A los dragones del Gran Duque se nos encargó ser el extremo del ala izquierda y vigilar un bosquecillo por donde bien podría intentar colarse la caballería española. Luego resultó que los españoles no tenían caballería; era todo pura infantería. Cuando vi lo que teníamos delante, me acerqué al general:
 
-¡A la orden de vuecencia, mi general! Solicito permiso para escampar a esos desharrapados que mis Dragones tienen en frente.
 
El general me miró, me hizo gesto de que le siguiera y se apartó unos pasos de su séquito:
 
-Mi buen De la Débâcle, aprecio su entusiasmo, pero esos 'desharrapados' que usted dice, son lo que los españoles llaman un Tercio Viejo. Veteranos de Flandes. Si carga con sus dragones será como meter la mano en un avispero... O peor. Vamos a dejar las cosas como están y...
 
En eso sonaron dos detonaciones muy seguidas. El general sonrió, miró hacia la línea enemiga con su catalejo y me dijo:
 
-Ahora vaya con sus hombres, porque me parece que los españoles les han cogido cariño y los están cañoneando. ¡No en vano son ustedes la única caballería presente en esa zona!
 
En efecto, los comeajos habían desplegado dos piezas de seis libras y por lo visto no tenían nada mejor que hacer que disparar contra mis dragones. No corríamos peligro porque, siguiendo los consejos de LaMouche, había desplegado mis dos compañías en línea tras un ligero repecho que nos permitía ver al enemigo pero que nos protegía contra los disparos de cañón con bala rasa. Pero las balas rebotaban en ese pequeño obstáculo y pasaban por encima de las cabezas de mis dragones. Demasiado cerca para algunos que se encogían como si quisieran fundirse con sus monturas. No me gustó nada esa imagen de los Dragones del Gran Duque. Me acerqué al galope hasta la línea de dragones y, poniéndome muy tieso sobre mi silla, les grité:
 
-¡No se agachen, que son balas de cañón, no bostas de caballo!
 
Mi pequeña reprimenda surtió efecto y los dragones mantuvieron el tipo durante más de un cuarto de hora, lo que tardó el oficial español de artillería en darse cuenta de que no iba a hacer nada más que gastar pólvora y balas. Y al caer la tarde, franceses y españoles regresamos a nuestros campamentos. A veces, la guerra es aburrida.
 * * * 
24 de Février del año del Señor de 1658
 
La patrulla de hoy ha sido de lo más fructífera. Pero hay cosas que ni siquiera se pueden confiar a un diario. Quizá debería hablar con el pater de la división, pero como es un tema que atañe a la Iglesia, no sé si él me guardaría el secreto de confesión. Tan solo mi fiel criado Jean Luc Pottard y el bueno de LaMouche saben qué ha pasado. Aquí sólo dejaré dos palabras: oro y jesuitas. Y no necesariamente en ese orden.
 * * * ECOS DE SOCIEDAD Primera semana 
Hércule aún se ponía nervioso cada vez que estaba en la sala que la escolta real usaba en palacio para el cambio de guardia y recibir sus instrucciones. Era la tercera vez ese día que revisaba uno a uno los uniformes del turno que entraba en apenas unos minutos. Su ojo crítico había detectado un botón deslustrado, un deshilachado en la manga izquierda de una chaqueta y un cuello que caía medio centímetro más de un lado que del otro. ¡Mon Dieu! Creo que paso demasiado tiempo con Monsieur Nineau... Pensó pasa sus adentros.
 
-Vamos, caballeros, les acompañaré durante el cambio de guardia -sentenció el Capitán de la escolta mientras agarraba dos libretos que había dejado apartados.
 
El pequeño murmullo de los soldados hacía entender que hoy estaba excediéndose demasiado en sus obligaciones, pero tenía que intentar aprovechar la oportunidad.
 
El pequeño desfile por los pasillos transcurrió sin incidentes. Los cuatro soldados hicieron el relevo a sus camaradas de armas sin mayor problema, como era de esperar en un día normal en palacio. Iban a emprender la marcha de regreso mientras Hércule pensaba que hoy tampoco iba a darse la oportunidad que estaba esperando. De repente, la puerta de la estancia se abrió momentáneamente y aprovechó el momento para asaltar al ayuda de cámara que asomaba la nariz en ese momento.
 
-¡Disculpadme! Soy el capitán Delaveau, responsable de la escolta real y afamado dramaturgo. Tengo aquí un pequeño presente para Su Majestad, que espero tenga a bien hacerle llegar -decía mientras intentaba atisbar lo que había detrás de la puerta y poder entregar en persona los libretos-. Se trata de un original firmado de "Fray Perico y su borrico", ya que llegó a mis oídos el deleite que le supuso a Su Majestad. El otro es el último borrador de "Le Dragon d'Aquitaine" que se estrenará el próximo mes y trata sobre la valentía de un fiel servidor de Francia que... -tuvo que dejar la frase a medias, ya que el ayuda de cámara había arrancado los libretos de las manos del dramaturgo y cerrado de un portazo la puerta en sus narices. Con un poco de perplejidad en su rostro, dio media vuelta y acompañó a las tropas de regreso a la sala de guardia.
 * * * 
Magdalène Vien se estaba colocando la gargantilla de perlas cuando las manos ágiles de Charles tomaron con gran delicadeza y destreza el cierre de ésta. Magdalène sonrió mientras contemplaba, en el reflejo del espejo del tocador, a su pareja ensimismado en ella, mientras con las yemas de los dedos le acariciaba sutilmente el cuello tras dejar la joya perfectamente dispuesta.
 
-Charles, seríais un magnífico prestidigitador...
 
Él la besó en el cuello mientras con su mano acercaba un estuche con el colgante de esmeraldas.
 
-Ése es tu favorito, lo sé, pero si siempre llevo el mismo van a pensar que es el único que tengo.
 
El rió ante la ocurrencia y le propuso llevarlo: -Así podemos irlo cambiando y que vean que en cada acto llevas uno diferente-.
 
Ambos rieron como si fuera una gran travesura, y Charles guardó el estuche con el colgante de esmeraldas en el interior de su casaca.
 
Bernille Nienau estaba ya esperándolos incluso antes de la hora prevista. Les dedicó una gran reverencia a la que Charles le correspondió con una exagerada inclinación de cabeza, con lo que se ganó una palmada en las nalgas propinada por Magdalène sin que nadie lo viera.
 
Subieron a la calesa del Barón dirigiéndose hacia la residencia de mademoiselle Élise Leclerc. Una vez allí Bernille bajó del carruaje y fue en busca de la bella dama. Bernille se quedó deslumbrado sin decir nada tras la salida de Élise del portal. Ella sonrió muy divertida ante el balbuceo de Bernille que solo supo azorarse más. Bajó el Barón de la calesa y tras agradecer a la señorita Leclerc que aceptara la invitación, puso con una maniobra imperceptible la mano de Bernille en la mano de Élise para que la ayudara a subir al carruaje. Magdalène reía disimuladamente la hábil prestidigitación de su amado solventando la situación ante el retraimiento de Bernille.
 
Élise tomó asiento al lado de Magdalène como le indicó mientras la saludaba. Charles frente a su dama y Bernille delante de la hermosa mademoiselle Leclerc.
 
Magdalène miró al barón como solicitando aprobación mientras señalaba con los ojos el esbelto cuello desnudo de la damisela. Charles asintió esbozando una sonrisa.
 
-Querida Élise, permitidme ofreceros mi gargantilla, creo que os quedará mucho mejor que a mí.
 
Y antes que la señorita Leclerc pudiera decir nada, Magdalène ya la había engalanado con sus perlas, que realmente lucían con más estilo en el hermoso cuello de la joven.
-No podemos permitir que nos falte ni un detalle para poder eclipsar al resto de damas.
 
-Pero... Y vos os quedaréis sin...
 
Tomando las manos de la joven entre las suyas Magdalène sonrió con soltura.
 
-Tengo la suerte de tener como pareja a un buen espadachín, y como tal, siempre tiene una estocada maestra para cada ocasión, ¿verdad, Charles?
 
El barón alzó su mano izquierda enseñándola ante todos, mostrando que no había nada en ella, para luego cerrarla y realizando varios movimientos hizo aparecer, entre sus dedos el colgante de esmeraldas que desplegó con elegancia ante el asombro de los dos jóvenes. Luego, como si se tratara de una coreografía bien ensayada, Magdalène estiró grácilmente su cabeza mientras Charles, con un par de sutiles vaivenes, dejó perfectamente abrochadas las esmeraldas en el cuello de su dama.
 
-Hemos llegado -aseveró el barón rompiendo la magia del momento, y tras abrir la portezuela ayudó a las damas a bajar del carruaje.
 
La obra fue mala a rabiar, y las quejas de Bernille le hacían gracia a Élise; para ella era todo maravilloso en la velada. Charles le comentaba a Bernille que no siempre todo podía salir bien y que de los contratiempos y los fracasos se podía aprender mucho para mejorar.
 
A la salida Charles comentó que era una magnífica tarde para pasear, con lo que Magdalène se quedó atónita (la frialdad del febrero parisino no invitaba a pasear) pero un único cruce de miradas fue suficiente  para comprender lo que pasaba.
 
-Sí -dijo ella-. Paseemos -y se tomaron del brazo.
 
El barón sugirió a Bernille que tomara la calesa para acompañar a Élise Leclerc a su residencia y se despidieron de la joven pareja esperando verse en el baile de carnaval de la cuarta semana.
 
Una vez vieron alejarse el carruaje con Bernille y Élise, Magdalène se quedó mirando fijamente a su amado. Charles realizando una señal al aire hizo que surgiera de la esquina un nuevo coche con su fiel criado al frente.
 
-Una estocada maestra para cada ocasión, mon amour.
 
Ella comenzó a reírse y el la besó mientras subían al carruaje que les conduciría a casa.
 * * * 
Los tenues haces de luz del tibio sol de febrero aún no habían surgido anunciando el día, y varios carruajes ya se aproximaban a la residencia de André du Guerrier.
 
Christine Daé acababa de llegar cuando un criado con librea púrpura le hizo entrega de una misiva inesperada. Al mirar la letra del sobre, sus bellos ojos se abrieron de alegría al reconocer la letra de Magdalène Vien. Ensimismada en su intento por abrir la carta de su amiga, no se percató de la llegada de dos carromatos cargados y de un mozo que le preguntaba si era la señora de la casa.
 
¿Madame du Guerrier? tengo una entrega...
 
Christine Daé asintió desconcertada aunque no muy segura de ello, y el mozalbete volvió a preguntar para cerciorarse de que la dirección era la correcta.
 
-Sí sí, es aquí, pero no hay ninguna Madame du Guerrier. Soy mademoiselle Daé, su prometida.
 
Eso para el mozuelo fue suficiente para empezar a descargar varios ramos y centros de flores blancas. Eran diminutas y olorosas, no tan empalagosas como el jazmín pero con un aroma muy intenso que en poco tiempo perfumó por completo todo el lugar. Ante la cara de asombro y estupefacción de Christine Daé, el chico informó:
 
-Son rosas de pitiminí de gran fragancia, sin duda deben haber vaciado varios invernaderos para cumplir con el pedido.
 
-Pero no hemos pedido nada -balbuceo Christine Daé sin salir del asombro-. El jovencito le entrego un sobre lacrado, en cuyo interior una tarjeta aclaraba aquella inundación floral.
 
Christine, algo embriagada por el perfume de esa nube de pitiminís, se sobresaltó con la llegada de varios carruajes. Caballeros con aspecto de letrados e instruídos preguntaron por el herido:
 
-Nos envían para cuidar de las heridas del mayor du Guerrier y conseguir su mejora y recuperación para la cuarta semana.
 
La comitiva la encabezaba el célebre cirujano Jean-Baptiste Denys, acompañado de un dominico que al ver la cara de estupefacción de la dama tuvo a bien presentarse:
 
-Disculpad,mademoiselle. Soy Jacques Barrelier, vengo como médico y no como sacerdote. Estoy seguro que aún no es necesaria mi labor sacerdotal.
 
También se presentaron Hugues de Salins y Guy Patin, mientras subían sin demora a reconocer al herido. Por último un joven François Mauriceau tomó el brazo de la dama y la acompañó también hasta la habitación donde descansaba André.
 
Cuando llegaban a la estancia, Jean-Baptiste Denys comentaba a sus colegas y ayudantes que si el paciente hubiera perdido bastante sangre podrían realizar una transfusión de sangre de oveja utilizando como cánulas plumas de ave que portaba en su instrumental. Al oír tal comentario Christine trastabilleó pero el brazo de François Mauriceau la sostuvo con firmeza mientras le comentaba: No os preocupéis, que vuestro amado no corre peligro y no necesitará transfusión alguna.
 
Aturdida recordó que aún no había leído la carta de su estimada Magdalène, y confió que las letras de su amiga la reconfortaran. Y Así fue, Magdalène Vien nunca la defraudaba:
 
Estimada Christine:
 
Como fiel amiga con la que he compartido tantos estrenos teatrales en el palco, fiestas y celebraciones en las que nuestros amados han sido de siempre los amigos más leales y mejores compañeros, quiero darte mi apoyo en estos momentos en los que ambos parecen haber perdido la razón por esa rivalidad regimental.
 
Charles ha contratado al mejor cirujano y galenos ayudantes del país para que acudan a curar y cuidar a André de sus graves heridas. Te ruego no le hagas saber a André que ha sido Charles el que los ha contratado pues su orgullo le haría negar la ayuda médica que ahora es tan vital para su buena recuperación. Y no olvides de usar el ungüento que os ha hecho llegar el Conde Dusel pues es verdadero bálsamo de fierabrás
 
Se que André se siente traicionado por Charles al cambiar al regimiento rival, pero sabéis bien los dos, que Charles siempre quiso ingresar en los Mosqueteros del Rey desde que llegó a París  pero su bajo nivel social  se lo impedía. Charles sigue estimando y considerando a André como su mejor amigo  aunque la rivalidad regimental les separe en estos momentos.
 
Te ruego podamos ayudarnos para mantener alejados a nuestros amados e intentar no se hagan daño entre ellos. Si te parece podemos buscar planes que los hagan distanciarse y no coincidir en los eventos.
 
André sabe que cada segunda semana del mes Charles estará en el club en la reunión de la Comisión. Yo no acudo porque me ha pedido Charles evitar que pueda presenciar sus posibles duelos. Quizás podríamos buscar alguna actividad las segundas semanas para que André no pueda acudir a L'Epée d'Or.
 
Espero podamos mantener el contacto y preservar a nuestros amados de esa rivalidad regimental. Ojalá algún día podamos volver a acudir los cuatro juntos a algún evento como antaño. De momento espero disfrutar juntas el baile de Carnaval de esta cuarta semana, como iremos disfrazados  no habrá posibilidad de lance o duelo, ya que la identidad no se revelerá en ningún momento. Os hago llegar la invitación de parte de Charles.
 
Tu querida amiga
   Magdalène Vien   
Y al sacar la invitación para el baile de carnaval de la cuarta semana del mes, dejó escapar un gritito de alegría, al que respondió con un siseo Jean-Baptiste Denys: Mademoiselle, por favor, el paciente necesita sosiego y calma.
 
En ese instante André du Guerrier abrió los ojos y muy confuso pregunto sobre quienes eran todos esos que estaban allí. Christine Daé se acercó y le comentó:
 
-¡Son todos médicos que te van a cuidar porque debes recuperarte para el baile de carnaval de la cuarta semana, para el que tenemos invitación!
 
Y dio unos saltitos de alegría ante los que André sonrió al verla tan animada.
 
Christine pensaba en el disfraz ya cuando se encontró agarrando del brazo a François Mauriceau:
 
-¿No es usted demasiado joven para ser médico? -le espetó inducida por ese estado de alteración en el que se encontraba.
 
-No tanto, mademoiselle, estoy aquí por mi gran habilidad con las curas.
 
En ese instante llamaron a la puerta: el criado personal de Le Comte de Dusel llegaba con un grandioso ramo de rosas blancas enormes y un frasco de ungüento que, al verlo François Mauriceau, lo tomó como si fuera un relicario.
 
-Mademoiselle, esto es de lo mejor: este célebre ungüento que os envía Su Excelencia le Comte contiene, entre otras cosas, aceite esencial de árbol de té, hojas y flores trituradas de malvavisco, equinácea y piña combinada con cúrcuma, así como aceite esencial de lavanda y aloe. Aplicado sobre las heridas, favorece la sanación de las mismas de una manera prodigiosa.
 * * * 
Ajeno a toda actividad social, Eugnace-Michel de Laderoute pasó prácticamente todo el mes recluído escribiendo la que según él sería "la obra teatral definitiva". Solamente se permitió, y eso ante la insistencia de Violette, asistir al estreno teatral de la primera semana y dar breves paseos por el parque de Les Tuileries. También Phillipe Le Clothes Du Lacoste asistió al estreno teatral, acompañado de Élise Leclerc, aunque parece que la velada fue más bien aburrida, cosa nada extraña dada la atroz calidad del estreno teatral. También Tiburce Moray salió echando pestes del teatro, diciendo en voz alta: "¡PARA ESTO, ME PODRÍA HABER QUEDADO EN CÓRCEGA!"
 * * * Segunda semana 
En una sala de L'Epée D'Or iluminada por la cálida luz de los candelabros, adornada con tapices y molduras doradas, la Comisión de las Artes iba a celebrar su reunión mensual.
 
Tras cerciorarse que todo estaba dispuesto: los canapés, las bebidas, y el reservado para la reunión de la Comisión para las Artes Escénicas, el Ministro de Humanidades retornó a la reunión previa con Jean-Baptiste Poquelin (Molière) y varios miembros de su compañía para ultimar los preparativos del baile de carnaval de la cuarta semana. El barón los había contratado para que organizaran el baile y el propio dramaturgo fuera el maestro de ceremonias.
 
Bernille Nienau había acudido con entusiasmo, deseoso de participar (como de costumbre) en los debates y conocer a las personalidades más influyentes del ámbito artístico, especialmente después de la mediocre representación teatral de la semana anterior. Vestido con un justillo de tonos oscuros y un cuello de fina gorguera, mantenía una postura erguida y atenta. Fue en este entorno donde sus ojos se cruzaron con los de Élise Leclerc, una dama de refinados modales y belleza natural a la que ya había visto la semana anterior en el teatro, cuyo porte distinguido y conversación elocuente revelaban su pasión por las artes.
 
El Ministro de Humanidades había dado instrucciones para que le avisaran en cuanto llegara Hércule Delaveau al club y así poder distribuir algunos fragmentos de la nueva obra de Delaveau con los actores y el propio Poquelin y así amenizar la reunión de la Comisión. Una vez iniciada la reunión, el primer punto del día fue aprobar el estreno de la nueva obra de Hércule Delaveau para el próximo mes de marzo y acordar el de abril y mayo para dos obras de la compañía de Molière. Para poner en contexto a todos los reunidos en la Comisión el autor explicó la sinopsis de la obra a estrenar en marzo. La compañía de Molière entretuvo a todos los presentes con una lectura dramatizada de varios pasajes escogidos por el propio Hércule. Los aplausos y la aceptación fueron unánimes. "Confío que nadie se perderá el estreno de la obra el proximo mes", comentó Charles Batz-Castelmore mientras felicitaba a su amigo por la calidad de la obra realizada.
 
Durante la reunión, en la que también se habló de la fiesta de disfraces que se celebraría con motivo del Carnaval, el Barón de Castelmore tuvo que carraspear exageradamente en dos ocasiones para llamar la atención de Tessier Dusel y Anne Lefèvre, que cuchicheaban entre ellos mientras garabateaban extraños bocetos sobre una hoja de papel.
 
En un aparte el Barón comentó con el Ministro de Estado y su dama los preparativos para su próximo enlace y les invitó a seguir ultimándolo en su palco la primera semana del mes de marzo, invitándoles así para el estreno de la obra de Delaveau. También invitó personalmente a Tessier Dusel y su bella Anne Lefèvre para el estreno teatral en su palco la primera semana de marzo.
 
Charles Batz-Castelmore requirió por un instante la atención de Adèle Féraut y en privado le pidió consejo y ayuda:
 
-Tengo el honor de ser el padrino de la futura boda entre Le Viscomte de Rouen y su prometida Laurélie Hagopian, y me vendría bien un  punto de vista femenino y vuestra ayuda para todos los preparativos. Quizás conozcais a Laurélie Hagopian y sepáis sus gustos y preferencias, lo cual sería ya toda una ventaja añadida.
 
Después de la comida, siempre selecta y divertida, se pudo conversar con todos los presentes y el mismísimo Molière comentó varias de sus anécdotas para regocijo de todos y especialmente de las damas.
 
Al concluir la velada, entre murmullos y despedidas, Bernille, con una leve inclinación y una sonrisa afable, se ofreció a acompañarla a su casa. No obstante, habiendo llegado solo y a caballo, el anfitrión de la reunión, Charles Batz-Castelmore, intervino con amabilidad y dispuso que su carruaje y cochero quedaran a disposición del joven para que cumpliera su propósito con mayor comodidad.
 
Durante el trayecto por las calles adoquinadas de París, la conversación entre Bernille y Élise continuó, envuelta en la tenue luz de los faroles y el sonido rítmico de los cascos de los caballos.
 
Al llegar al umbral de la residencia de la dama, Bernille descendió con agilidad y le ofreció la mano para ayudarla a bajar. Antes de despedirse, con una leve reverencia y una mirada que destilaba interés, le propuso un nuevo encuentro, con el pretexto de seguir discutiendo el destino del teatro en Francia. Élise, con una sonrisa enigmática, pareció asentir antes de desaparecer tras la puerta, dejando en el aire la promesa de una próxima cita.
 * * * 
Ajenos a las animadas discusiones que se producían en el salón contiguo, Jean-Luc Picard y Gamin de la Chaussée, acompañados de Daphée Bourtagre y Ingrid Svensson, disfrutaron de una velada tranquila. El tema de conversación fue, por supuesto, la decoración del nuevo hogar de monsieur Picard y Daphée, que habían empleado toda la primera semana en poner a punto su nuevo nido de amor. Aún estaban en el club cuando la Comisión de las Artes salía y se despedía en el vestíbulo.
 * * * 
El embajador Erik Svensson estaba cansado. Llevaba una buena temporada yendo a Fontainebleau prácticamente a diario, y últimamente había sido mucho peor porque, una vez Su Alteza Real Cristina de Suecia tomó la decisión de finalizar su estancia en Francia y volver a Suecia, de repente todo era urgente y todo corría prisa. Pero finalmente Su Alteza Real había partido. "Pero bueno, pensemos en positivo", se dijo. "Eso significa que a partir de ahora estaré más tranquilo. ¡Lo primero que haré será celebrarlo con un buen trago del mejor aquavit de mi bodega!", pensó, ya relamiéndose.
 
Pero la realidad que encontró al llegar a casa fue muy diferente de la que esperaba. Su normalmente imperturbable mayordomo, en lugar de abrirle la puerta con el habitual gesto ceremonioso, abrió de golpe y casi se abalanzó sobre el embajador.
 
-¡Excelencia, gracias al Cielo que habéis venido! -casi gritó el criado-. ¡Vuestro hijo Björn y un hombre enorme llegaron a principios de semana y se atrincheraron en las bodegas! ¡Se han estado bebiendo vuestra valiosa colección de licores y arrasando con la despensa desde hace días! Sólo ayer logramos convencer al gigante de que saliera, pero se fue corriendo como una exhalación antes de que pudiésemos atraparlo.
 
El barón Svensson, tras el breve instante que necesitó para darse cuenta de la gravedad del desastre, se dirigió a toda velocidad a su preciado santuario de alcoholes, con una mezcla de ira y pavor. Al llegar vio a su vástago Björn tirado en el suelo, durmiendo agarrado a una botella vacía del que
había sido su mejor aquavit, mientras a su alrededor yacían numerosas botellas, igualmente consumidas.
 
El rostro del embajador pasó por un bonito espectro de colores, desde un blanco pálido impoluto hasta un púrpura encendido, pasando por un rojo carmín. En el mismo instante en que consiguió reunir ánimos para gritarle a su hijo, un espectacular trueno resonó en toda la mansión, y la lluvia empezó a repiquetear en las ventanas. Al poco, la puerta de la mansión se abrió y un semi-inconsciente Björn fue arrojado a la despiadada intemperie parisina.
 
Aquel fue un día de tormenta, pero la bronca que cayó retumbó más que los truenos.
 * * * Tercera semana 
En una tarde apacible de París, Bernille Nienau se dirigía con paso seguro hacia el local donde había acordado encontrarse con Élise Leclerc. Vestía con elegancia, su casaca de terciopelo adornada con discretos bordados, y en sus manos llevaba dos obsequios: un suntuoso ramo de flores y una pequeña cajita de marquetería árabe. Entre los lirios y las rosas del ramo, destacaba un ramillete de pequeñas flores amarillas, los humildes pero encantadores "Botones de Oro", traídos desde los alrededores del castillo de Montségur, un detalle cargado de significado y nostalgia por su tierra natal.
 
Élise aguardaba en una mesa junto a la ventana, su silueta delineada por la luz que se filtraba a través de los cristales. Al verlo acercarse, alzó la mirada y esbozó una sonrisa, curiosa por el galanteo del joven. Bernille hizo una leve inclinación y, con un gesto fluido, le ofreció las flores.
 
-Estas son para vos, madame. Entre ellas he querido incluir un pedazo de mi hogar, para que conozcáis un poco de mí más allá de las palabras.
Élise tomó el ramo con delicadeza y aspiró su fragancia, sus dedos rozando las diminutas flores doradas con evidente aprecio.
 
-Son preciosas, monsieur Nienau. Y me conmueve el detalle -respondió con dulzura-. Dicen que las flores guardan secretos y mensajes... ¿Qué me quiere decir con estos Botones de Oro?
Bernille sonrió con cierto misterio mientras se sentaba frente a ella. Le impresionó que la dama conociera el nombre de tan particulares flores. Evidentemente, era una persona culta.
 
-Quizás que la belleza no siempre reside en lo grandioso, sino en lo simple y auténtico -respondió, antes de cambiar de tema con ligereza-. Pero permitidme también endulzar nuestro encuentro con unas pastas.
 
Mientras compartían la merienda, la conversación fluyó con naturalidad. Hablaron de obras de teatro, de música y de la influencia de la comedia italiana en los escenarios parisinos. Élise demostraba ingenio y pasión en sus palabras, lo que no hacía sino avivar el interés de Bernille.
 
En un momento oportuno, él sacó con discreción la pequeña caja y la colocó sobre la mesa. Su fina marquetería árabe brillaba tenuemente bajo la luz de la estancia.
 
-Un pequeño obsequio para vos -dijo, mirándola con intensidad.
 
Élise deslizó la yema de los dedos sobre la superficie de la caja antes de abrirla con delicadeza. En su interior, cuidadosamente doblado, halló un pañuelo de dama, de exquisita tela de Montsegur, con sus iniciales "EL" grabadas con hilo dorado.
 
Por primera vez en la velada, Élise pareció quedar sin palabras por un instante. Tomó el pañuelo entre sus manos, observándolo con atención antes de alzar la mirada hacia Bernille.
 
-Es... Un obsequio hermoso y personal, monsieur -susurró, con un atisbo de emoción en su voz-. No sé qué decir.
 
-Decid únicamente que os agrada -respondió él con una leve sonrisa-. Y que quizá lo llevéis con vos la próxima vez que nos encontremos.
 
Ella le sostuvo la mirada un momento, luego dobló con cuidado el pañuelo y lo guardó en su bolso, con un gesto que parecía una promesa silenciosa. La velada continuó con la misma armonía, pero en el aire flotaba ya una sutil corriente de complicidad.
 * * * 
Una enamorada pareja se está probando con risas cómplices el disfraz con el que piensan acudir a la fiesta de disfraces. Se miran juntos frente al espejo; parecen satisfechos. Pero él insiste en completar el disfraz de su amada. Le ajusta la máscara y algunos elementos de su atrezzo. Continua examinando con aparente indiferencia el disfraz, le coge la mano y le desliza un anillo con diamante al dedo.
 
Ella, sorprendida, deja escapar un leve suspiro.
 
Él, arrodillado, le pide que le conceda el honor de convertirlo en su esposo.
 
Embargada por la emoción, ella le pide que le conceda unos días para pensarlo y él accede, sabiendo que la espera le angustiará.
 
Dos días más tarde, ella le sorprende mientras él yace bajo el olmo de su jardín, adormilado, y sella con un apasionado beso su aprobación para el gran compromiso.
 * * * 
Los bolardos de los muelles de la île aux Vaches cubiertos de escarcha parecían ser témpanos que brotaran de la superficie helada del Sena, transformadas sus aguas en una lengua de hielo que se prolongaba en torno a las islas y más allá de estas, un mes atrás. La serena quietud del lugar sobrecogía el alma, únicamente alterada de cuando en cuando por el lúgubre ulular del viento, el eco ocasional de alguna músiquilla lejana, o las risas distorsionadas de los borrachos al otro lado de las puertas y ventanas de las tabernas, trancadas a cal y canto todas y cada una, pues muchas de las labores cotidianas en el puerto continuarían paralizadas mientras las aguas del río no se descongelaran por completo.
 
Sin embargo, el paisaje comenzó a experimentar un cambio repentino a inicios de esta semana. Los vientos gélidos mudaron en un céfiro mucho más apacible, el intenso frío fue remitiendo a regañadientes, y los primeros indicios del pronto deshielo comenzaron a anunciarse entonces, como el vivaz chi-chipán de los carboneros comunes que anidaban junto a las chimenas humeantes de las lujosas mansiones de la isla, o los primeros carámbanos que se derretían poco a poco en los aleros de los tejados, los cuales que eran visitados por un sin número de gentiles gorriones que acudían en tropel para festjear lo que parecía ser el primer día de una primavera temprana. Aún así el Sena continuaba congelado.
 
Amarrado a uno de esos témpanos de hielo del puerto se encontraba el Estravaganza, el trineo deslizador a vela de Hermeto Cornamusa, una pequeña y esbelta embarcación de no más de tres metros de eslora, provista de un trinquete en la proa con una pequeña vela triangular cosida con retales de vivos colores, si bien toda la nave había sido pintada como si fuera la abigarrada vidriera de una catedral. Su creador también andaba por ahí, deambulando sobre la superficie helada del río gracias a unos sencillos patines de madera equipados con cuchillas que iban sujetas con correas a sus botas de tela remachada, mucho más pequeñas pero muy similares a las tres hojas de acero templado, bien ancladas en la quilla del deslizador sobre la que descansa el casco del Estravaganza.
 
Después de Hermeto Cornamusa, los primeros en llegar fueron Cole Campbell y Marianne Moreau, la una en compañía del otro, los dos con manifiestas intenciones de disfrutar juntos de un paseo romántico en la embarcación de recreo de monsieur Cornamusa. Enseguida la pericia náutica de mister Campbell hizo evidente que la presencia de Hermeto estaba de más.a bordo, pero por suerte para el joven inventor piamontés, éste había llevado consigo un libro que estaba leyendo con el que pensaba pasar la tarde entera si fuera necesario, enfrascado en su lectura. Pero no tardaron en aparecer más caras familiares y otras no tanto, que reclamaron su atención, como el padre Marcel du Calais, quien se dejó caer, literalmente, en compañía de dos de sus feligresas. Hermeto tenía preparados tres o cuatro juegos de patines para el grupo y, viendo que las parroquianas ya se le adelantaban, ni corto ni perezoso el padre Marcel se afianzó un par y logró sostenerse sobre ellos un buen rato, para gran sorpresa suya, antes de trastabillar y caerse de culo, para gran alborozo de los demás.
 
La tarde transcurría tranquilamente, suspendida en el aire templado que transportaba aquella brisa ligera, e incluso en las últimas horas del día la temperatura era tan suave y tan agradable que animó a muchos otros caballeros a salir a las plazas de la ciudad, ya fuera solos, con sus damas o en otras compañías, y aunque no todos se arrimaran a esa orilla del río, otra pareja de amantes enamorados fue a dar con los alegres patinadores, casi como si la mano invisble del destino, si alguno creyera en tales cosas, hubiera guiado sus pasos hacía allí... André du Guerrier y Christine Daé paseaban por la Île Nôtre-Dame muy cerca de la isla vecina cuando, saliendo del Quai aux Fleurs vieron en la distancia al Estravaganza deslizándose con gracia a lo largo y ancho de la ribera e, intrigados, decidieron acercarse.
 
En esos momentos, Cole Campbell había dejado el timón del deslizador en las pequeñas (comparadas con las del escocés) pero firmes y seguras manos de Mademoiselle Moreau. El caballero aprovechó la ocasión que se le brindaba para sacar de un bolsillo de su casaca un paño doblado de lana blanca, el cual desplegó parsimoniosmente a espaldas de la dama con el propósito de no revelarle la existencia del relumbrante collar de plata que contenía, hasta el instante mismo de ceñirlo galantemente alrededor del cuello de la joven, quien, pese a la enorme sorpresa logró mantener el rumbo en el timón aunque no pudiera reprimir una espontánea y sonora expresión coloquial que no viene al caso reproducir. Ambos reían a mandíbula batiente mientras el escocés le explicaba a Mademoiselle Moreau que la gema engarzada en el collar provenía de los Cairngorms de las Tierras Altas de Escocia, un cristal de cuarzo ahumado que había pertenecido a su tataratataratatarabuela o algo así, pero enmudecieron al unísono los dos tortolitos cuando oyeron las voces desesperadas de las patinadoras que pedían auxilio, unos gritos de pánico que les llegaban de la otra punta del puerto. Cole no tardó ni un segundo en reaccionar, agarró una de las escotas, y desplegó completamente la vela orientándola a estribor para virar el deslizador con la esperanza de atrapar una ráfaga de viento providencial, por tenue que fuera, que impulsara el Estravaganza en la dirección de aquellos clamores.
 
La fatalidad había ocurrido tan solo un momento antes, cuando Christine Daé decidió unirse a las dos feligresas del padre Marcel, quien le cedió muy gustosamente sus patines a la dama, retirándose para contemplar la escena al lado del Mayor du Guerrier. André había preferido abstenerse prudentemente de tentar a la suerte pues, aunque lo ocultara bajo el oscuro capote que portaba sobre los hombros, aún llevaba su brazo herido en cabestrillo. Naturalmente, no pudo negárselo a su prometida.
 
André du Guerrier se volvió hacia el sacerdote, tal vez para hacerle alguna confidencia o puede que un simple comentario casual, pero se quedaría con la palabra en la boca al atisbar en la expresión del padre Marcel un ensimismamiento tal que el hombre parecía estar ausente, la mirada fija en algún punto de la placa de hielo que se extendía frente a ellos. El mayor de la Guardia del Cardenal se percató de que todo el cuerpo del cura temblaba ligeramente, pero no le parecía, a pesar de que ya caía la tarde, que hiciera tanto frío, e iba a preguntarle si se encontraba bien, cuando un crujido estremecedor, seguido del primer grito de angustia de una de las mujeres, desterró de súbito todo pensamiento que no fuera Christine en la mente de André. Al alzar la mirada de nuevo hacia las damas en el hielo, André du Guerrier sintió que era su corazón lo que se helaba al ver solo a dos patinadoras que daban vueltas alrededor de un pequeño agujero en el hielo, mientras chillaban como descosidas implorando ayuda. Ninguna de ellas era Christine.
 
André du Guerrier arrojó al aire capote y sombrero y salió disparado como un rayo, por el camino tomó un cabo de unos aparejos que alguien había dejado tirados sobre unos barriles y se lo anudó al cuerpo por debajo de su hombro sano mientras apremiaba al padre Marcel, quien había sido despojado de su ensimismamiento al igual que él, a que se atara el otro extremo de la cuerda y aguantara el tirón llegado el momento, y así lo hizo Marcel du Calais con gran presteza: Por desgracia, la corriente por debajo del hielo donde la placa se había roto, era sorpresivamente poderosa y ya se había llevado a Christine río abajo pese a los esfuerzos de la desafortunada dama. Christine Daé luchaba por manterse en la superficie y no ser arrastrada a las oscuras profundidades del Sena. Las otras damas le hacían señas entre sollozos ahogados e imploraciones al Cielo, mientras la figura de Madamoiselle Daé se difuminaba como un fantasma bajo el hielo, alejándose cada vez más. André llegó hasta la grieta todo lo raudo que pudo y, sin pensárselo una sola vez, se lanzó a las aguas tras su amada, dejándose llevar por la corriente para lograr alcanzarla.
 
Marcel du Calais, encomendándose al Espíritu Santo, se arrodilló en el borde del agujero por el que André había desaparecido un segundo antes, sujetando con fuerza el extremo del cabo atado a su brazo derecho mientras que con el izquierdo sostenía el rollo de cuerda que se desenrollaba velozmente, metro a metro, ante la preocupada mirada del sacerdote. El padre Marcel empezó a rezar para que la cuerda fuera lo suficientemente larga, y a punto estaba por cumplirse su temor de que no lo fuera, cuando tres tirones fuertes en rápida sucesión pusieron fin a las plegarias, al comprender que André había conseguido atrapar a su prometida en fuga y le hacía señales desde abajo para iniciar el camino de retorno a la superficie, mas debía ayudarles a regresar pues tenían que remontarlo a contracorriente, por lo que comenzó a recoger la cuerda alrededor de su cuerpo sirviéndose de ambos brazos; y en esas estaba mientras la frágil capa de hielo que le sustentaba se apresuraba a agrietarse debajo de sus rodillas, amenazando con quebrarse finalmente y tragárselo también. Aún así, el padre Marcel aguantó el tirón, como André du Guerrier le había pedido que hiciera, mas pese a que se daba brío sin desfallecer en el trance, las fuerzas le flaqueaban y ya se iba el hombre de cabeza al agua cuando dos enormes y robustas manos, como dos zarpas de oso, le agarraron por las pantorrillas y tiraron de él hacia atrás, arrastrándole fuera del borde quebradizo.
 
Cole Campbell soltó al padre Marcel y tomó la cuerda enroscada alrededor del cura sin decir una palabra. A continuación, el suelo se estremeció violentamente a su alrededor, luego se partió en dos y se hundió, y nuestros héroes con él, Cole en primer lugar, engullido con gran estruendo, mientras que el pobre Marcel du Calais intentaba aferrarse al resbaladizo borde del boquete, condenado a ser arrastrado y tragado junto al escocés.
 
Pero he aquí que el Estravaganza estaba varado no muy lejos,  Hermeto Cornamusa portaba una segunda maroma que le lanzó al cura desde una distancia segura..
 
-Agarráos fuerte,padre -le oyó decir Marcel, quien casi sin aliento, al límite de su resistencia, atrapó la soga al vuelo antes de zozobrar y hundirse por completo en las gélidas aguas.
 
-¡Ahora, Madamoiselle Moreau! ¡prended la mecha! ¡Y agarráos también, querida!-gritó monsieur Cornamusa mientras las grietas en el hielo se propagaban por doquier y el muchacho se afanaba por encaramarse de nuevo a su deslizador, muy por los pelos pero a tiempo de asir el timón justo cuando el Estravaganza enfilaba echando chispas de regreso al puerto, tras una enérgica explosión que lo elevó en el aire con tal empuje que el deslizador recorrió una considerable distancia sin que sus esquíes tocaran el suelo, acabando por estrellarse dramáticamente en la ribera.occidental de la île Nôtre-Dame, no sin haber conseguido sacar a todos del agua, sanos y salvos... Más o menos.
 
Tan solo habían salido tres de los cuatro, Christine yacía inmóvil  André estaba inclinado sobre ella intentando reanimarla. El padre Marcel completamente exhausto, rezaba por la salvación de la dama. Christine no reaccionaba y para colmo de males tampoco se veía a Cole Campbell por ninguna parte.
 
Marianne Moreau, aún a bordo del Estravaganza, se llevó la mano al pecho y apretó en su puño con fuerza el cristal de los Cairngorms, intentando contener el llanto, en la tensa espera del peor de los desenlaces que se cernía sobre todos los corazones, cuando un extraño sonido a sus espaldas sobresaltó a André y al padre Marcel... A poco más de treinta pasos de donde habían ido a parar a remolque del trineo, algo golpeaba metódicamente la capa de hielo y se abría paso desde el otro lado con un ritmo constante y furioso. Pese a ser mucho más grueso en esa zona el hielo acabó cediendo, al emerger al fin el formidable y digno heredero de sus ancestros de las Tierras Altas, abrazado a un siluro barbado de tamaño descomunal.
 
-¡La tengo! -bramó el impetuoso gigantón antes de tambalearse y caer redondo con su insólita captura en brazos.
 
Y justo entonces Christine Daé abrió los ojos.
 
Al instante todos se sintieron muy felices, profundamente aliviados.
¡Y hubo gran regocijo!
 * * * Cuarta semana 
A las puertas del club L'Epée d'Or empezaron a llegar carrozas, de las que se apearon unas extrañas parejas. Era la tarde de Mardi Gras, en la que se celebra el Carnaval, por lo que nadie se asustó al verlas sino todo lo contrario, se acercaron admirados para ver los espectaculares disfraces. En el club todo estaba listo y previamente organizado por el Barón de Castelmore. Las parejas accedían a una gran sala con una pequeña orquesta de cámara, después de entregar su invitación. El maestro de ceremonias, caracterizado de Dios Pan, no era otro que Molière, acompañado de un elenco de la compañía, ejerciendo de faunos, sátiros y ninfas. Todos ellos amenizaron la fiesta, animando a los invitados. A un lado de la sala estaba expuesta una suculenta cena y un servicio de bebidas exquisitas sobre un enorme bufete de caoba. La mesa estaba repleta de platos y accesorios para los invitados se pudieran servir a discreción. Junto a ella estaba el organizador disfrazado de Scaramouche, acompañado de Magdalène, que llevaba un precioso disfraz de Esmeraldina.
 
Llamaba la atención, además de la lujosa elaboración de los trajes, la imposibilidad de reconocer la verdadera identidad de quienes los portaban. Acudió a la fiesta Bernille Nienau, siempre elegante y con un refinado sentido del gusto. Escogió para la ocasión un atuendo inspirado en el misterioso Príncipe de las Sombras. Su traje de terciopelo negro, ribeteado con hilos de plata, caía con majestuosidad, realzado por una capa forrada en satén azul noche. Un antifaz negro, adornado con delicadas filigranas, ocultaba parcialmente su rostro, dándole un aire enigmático. En su cinturón, un estoque de gala con empuñadura de nácar añadía un toque de caballerosidad. Por su parte, Èlise Leclerc deslumbró con un disfraz de Dama de la Aurora, evocando la belleza de la diosa del alba. Su vestido de tafetán y gasa, en tonos de rosa pálido y dorado, parecía iluminarse con el reflejo de las lámparas de araña del salón. Bordados de hilos de oro y perlas decoraban el corsé, resaltando su porte distinguido. Llevaba un antifaz de encaje dorado con pequeños destellos de diamantes, y su cabello, peinado en rizos suaves, se adornaba con una diadema de estrellas. Juntos, Bernille y Èlise eran el centro de todas las miradas al atravesar las puertas del majestuoso salón de baile. Dos gladiadores también acudieron a la fiesta, totalmente irreconocibles. Un poderoso murmillo oculto tras su casco, con escudo y gladio, iba acompañado de una fibrada recitaría armada con tridente y red, cuyo rostro estaba oculto por un turbante en el que solamente se podían ver los ojos. Nadie se podía imaginar que detrás de estos disfraces se ocultaban Laurélie y Cael de Rouen.
 
Otra de las parejas destacadas fue la de Melpómene y Talía, musas del drama trágico y de la comedia respectivamente. Talía lucía una máscara blanca con amplia sonrisa y brillantes alrededor de los ojos, a juego con el color de vestido de muselina en tonos amarillos claros, adornado con volantes y bordados. Su gracia al caminar delataba claramente a la misteriosa dama con una corona de flores frescas mientras agitaba un abanico en los tonos del vestido.
 
Por su parte, Melpómene llevaba un traje de terciopelo oscuro en tonos negros, morados y rojo oscuro, con detalles dorados. Su máscara también era blanca pero de expresión triste, con lágrimas negras saliendo de los ojos y una boca en gesto dramático, además una corona de laurel sobre la cabeza. Como no podía ser de otra manera, Hércule y Anne eran las musas del teatro.
 
Una de las parejas más sobrecogedoras fueron la Muerte y la Vida. Un siniestro esqueleto vestido de negro con capa y capucha, blandiendo una guadaña. En su oscuro ropaje destacaba algún ribete carmesí, pero la realista osamenta tenía un claro relieve sobre la ropa negra, consiguiendo brindar un espeluznante efecto que hizo retroceder a algunos invitados, claramente asustados por la impresionante caracterización. Tanto su rostro como sus extremidades estaban compuestas por las partes de un esqueleto: máscara craneal facial, falanges de manos, estructura pectoral y extremidades. El contraste de su pareja, la Vida, ofrecía una imagen más viva, vibrante y organizada. Un árbol frondoso nacía de su pubis, creciendo por su torso y ramificando en pecho y hombros, sugiriendo crecimiento, vitalidad y conexión con la naturaleza. El rostro, cubierto de la nariz con una máscara de sol brillante que le cubría frente y cabello, aportaba luz y energía a la Tierra. Un corazón incrustado en el tronco del árbol representaba la belleza, las emociones, el amor y la vitalidad de la existencia humana. Nadie fue capaz de reconocer a André y Christine bajo esos elaborados disfraces.
 
Cuando llegó el Real Secretario caracterizado de Dios Baco, los animadores de la fiesta estallaron de júbilo, rindiendo homenaje a su dios. Durante el resto de la velada, no dejaron de agasajarle y atenderle.
 
La que tampoco pasó desapercibida fue la pareja de dioses egipcios, formada por unos impresionantes Anubis y Bastet. No solamente por la deslumbrante calidad de la caracterización, sino por la inescrutable interpretación de sus integrantes, que parecían deslizarse entre el resto de participantes, manteniendo un silencioso porte celestial. Cuando llevaban una copa en la mano ejecutaban un extraño ritual que acababa con la desaparición de ambos dioses a un reservado... En el que Anne y Tessier podían beber sin desvelar su identidad.
 
Al rato llegaron al club Jean-Luc Picard con su esposa Daphée y Gamin de la Chaussée con su prometida, la señorita Svensson, visiblemente emocionada con un gran bolso de misterioso contenido que no quiso desvelar a sus acompañantes. Ambos caballeros parecían algo contrariados y no entendían la insistencia de Ingrid por repetir la velada en el mismo club que habían estado dos semanas antes. Al escuchar la música y vislumbrar el jolgorio de la sala principal, Ingrid abrió su bolsa con una risa contagiosa y empezó a repartir el contenido al resto del grupo. -Son recuerdos de mi padre, cuando hizo una visita protocolar a Venecia. Ajustaos las capas y colocaros las máscaras.
 
De este modo, Gamin se ocultó tras una máscara de pantalone, Jean-Luc hizo lo propio con una de medico della pesta, Daphée se puso la de arlecchino e Ingrid se colocó la moretta.
 
-¿Cómo sabías...? -le cuchicheó Gamin a Ingrid.
-¡Ventajas de pertenecer a la comisión de artes escénicas! -contestó ella con una risita.
 
El ministro reconoció de inmediato el porte de la hija del embajador sueco y le dedicó un grácil y misterioso saludo, aprobando de este modo la incorporación de los recién llegados a la fiesta.
 
La fiesta transcurrió alegremente, entre bailes y juegos de interpretación propuestos por el Dios Pan y su séquito. Al final de la velada, Molière desveló a la pareja ganadora de esta fabulosa velada:
 
 ¡Élise y Bernille!
 * * * 
Después del incidente de la semana anterior, aunque finalmente acabó bien, Hermeto Cornamusa no está tranquilo. Sabe que si la temperatura aumenta bruscamente el hielo se derretirá de golpe, y el Sena no podrá asumir una subida tan brusca de caudal. Cada día se dirige al río y, en un lugar concreto bajo el puente de Marie, mide el nivel del agua. También se da una caminata río arriba y comprueba el grosor del hielo en las zonas donde aún queda. Lo que ve no le gusta nada: en sólo diez días, el nivel del agua se duplica. "Esto no pinta nada bien", piensa.
 
Hermeto diseña sobre el papel el proyecto de un canal de emergencia que drenaría las zonas inundadas del Arsenal, evitándose así el colapso de otras áreas en ambas orillas del Sena, a tenor de la impresionante crecida de las aguas en los últimos días y a la luz de los cálculos que pronostican un aumento aún mayor en cuanto el hielo se derrita por completo, según indican sus anotaciones.
 
Va de puerta en puerta, de ventanilla a ventanilla y de bureau en bureau, con su bolsón de lana de carnero a cuestas, repleto de legajos garabateados con fórmulas matemáticas y un sinfín de planos y dibujos enrollados bajo el brazo.
 
Finalmente, alguien le hará caso. Y ese alguien es Monsieur Petit, el Intendente General de fortificaciones, un hombre sensato que también ha hecho su trabajo.
Debido a su baja condición social y a que no le conoce nadie, el pobre Hermeto lo tiene difícil para que le hagan caso, pero Monsieur Petit coincide con sus observaciones y está dispuesto a presentar el proyecto en su nombre con carácter de urgencia.
 
Sin embargo, ni los esfuerzos del Intendente General consiguen su propósito. Un día antes de la catástrofe los tribunales soberanos de la ciudad rechazan la propuesta del canal. El consejero parlamentario se limita a instarles a que le recen a Santa Genoveva y asunto arreglado. La noche del 28, completamente descorazonado, Hermeto ahoga su frustación en algún tugurio de los muelles parcialmente inundados. Rondando la medianoche, pasea meditabundo por la isla de Nôtre Dame cuando oye un estruendo en la zona del puente de Marie. Dicho puente está lleno de edificaciones, casas de tres plantas en las que viven costureras, boticarios, peluqueros, notarios y en general tenderos y comerciantes de diversa índole.
 
Parlizado por el horror, Hermeto contempla desde la isla de Nötre Dame del colapso del puente de Marie, y ve de lejos a su antiguo casero encaramado en el tejado de su pajarería en el puente, intentando deseperadamente liberar a su amada colección de aves exóticas sacándolas de sus jaulas por el ventanuco de la buhardilla para que al menos ellas logren alzar el vuelo. En ese momento, los dos arcos del puente que comunican la llamada isla de las vacas con la orilla derecha del Sena colapsan y ocurre el desastre. Es la última vez que Hermeto ve a su casero, liberando a su querida colección de pájaros exóticos por el ventanuco de la buhardilla, salvándoles la vida a muchos, lo que le costó la suya.
 * * * 
Es casi medianoche, y un humilde notario residente del puente de Marie, Guillaume Ferret, se encuentra absorto revisando unos documentos importantes, cuando de repente, una voz rasposa que llega por la ventana lo saca de su ensimismamiento:
 
-Bonito jueguecito el que te has montado, de ir jodiendo mis negocios y atacando a mis... Empleados. ¡Pero toda esa patraña de Justiciero de la noche termina hoy, pedazo de mierda! ¡¡Te voy a hacer tantos malditos agujeros que tus tripas sangrarán plomo!! ¡¡Chicos, FUEGO!!
 
 A continuación, el inconfundible estruendo de una andanada de disparos. Al acercarse para otear tímidamente ve a cinco figuras con pistolas humeantes, tres dándole la espalda y dos a unos cuantos metros, de cara a él, mirando atónitos al estrecho espacio entre dos casas, que se encontraba a mitad de camino entre ambos grupos. 
-¿¡Qué hacéis ahí parados!? ¡Id y trinchad a ese cerdo!
 
Con temor visible incluso bajo la luz de la luna llena, los dos hombres del frente enfundan sus pistolas, sacan cuchillos de sus cintos y se dirigen al pequeño callejón. Cuando el primero se asoma, un brazo negro se abalanza sobre él, tomándolo del cuello y tragándolo hacia la oscuridad con un rápido tirón. Su compañero se lanza a socorrerlo, y por unos segundos solo se escuchan fuertes golpes, huesos crujiendo y gritos ahogados. Cuando cesa el ruido, del callizo surge una gran figura vestida completamente de azabache, con una larga capa y un sombrero de ala ancha que hacía imposible a Ferret ver su rostro desde su posición. Sin mediar palabra carga contra los tres hombres, que ya habían desenfundado sus puñales, mientras desenvaina su mandoble. Los dos hombres se adelantan para defender al que parecía ser el jefe. Mala idea, pues la cabeza uno de ellos salió volando de un solo tajo. El otro saltó para aprovechar la apertura, pero la figura agarró su antebrazo y lo apretó hasta que su atacante dejó caer el puñal con un alarido, momento en el que recibió un golpe con el mango del espadón que lo dejó inconsciente.
 
-¡N-No te acerques, cabrón! ¡Juro que te ensartaré con mi espada! -gritó el jefe, consumido por el miedo, mientras llevaba su mano al rapier en su cintura.
 
-Me gustaría verte intentarlo... -pronunció la figura, con una voz grave y calmada, antes de precipitarse filo en alto contra el último de sus oponentes.
 
El jefe de los asaltantes esquivó el corte vertical por los pelos, pero cuando el filo golpeó el puente, éste empezó a temblar. El sonido sorprendió a ambos lo suficiente como para detener el combate, y al ver que el suelo bajo sus pies comenzaba a agrietarse, el bandido aprovechó la distracción para salir despavorido, sólo para que la porción del puente sobre la que se encontraba se derrumbase, haciéndolo desaparecer entre las embravecidas aguas que devoraban avidamente la construcción.
 
Guillaume notó que su propia casa se estaba por hundir, por lo que saltó desde la ventana sin pensarlo, rompiéndose el tobillo en el aterrizaje. Su aullido de dolor atrajo la mirada de oscura figura, ahora pudiendo ver que su faz estaba cubierta por una inexpresiva máscara blanca, quien guardó su arma y corrió hacia él, cargándolo sobre su hombro con pasmosa facilidad y saliendo a toda velocidad del puente, que se venía abajo tras ellos. Cuando llegaron a tierra firme, dejó al notario en el suelo, quien aún temblando preguntó:
 
-¿Quién sois?
 
-Justicia -respondió la figura, antes de desaparecer en las sombras.
 * * * 
 El Sena comenzó a desbordarse cuando el hielo se derritió velozmente a partir del 18 de enero, alcanzando el nivel récord de 8,81 metros con la bajamar del día 28. A ese nivel gran parte de la ciudad estaba inundada, especialmente las calles principales, Saint Martin, Saint Denis y Saint Antoine, también la plaza de la Grève, al ser uno de los puntos más bajos de la ciudad, queda sumergida hasta la iglesia del espíritu Santo, y del lado del Arsenal el agua sube hasta los dos metros y medio en el claustro de los Célestins, llegando a cubrir el último escalón del altar mayor de su iglesia. 
Un canónigo de la abadía de San Víctor cuenta: «El viernes, después de la cena, los monjes paseaban a pies secos por los prados. Después de las vísperas, el Sena se desbordó por el canal del río Bièvre, un brazo del cual riega nuestros prados, y al día siguiente, sábado 23, a las 7 de la mañana, las aguas alcanzaron lo alto de la escalera por la que se entra al prado, bajo la biblioteca. La mañana hubo que dedicarla a vaciar la capilla de Notre Dame y todos los lugares de abajo por donde llegó el agua por la tarde. El bodeguero, que iba al mercado el sábado, caminó por el agua en la Barrière des Sergents (situada al pie de la montaña Sainte Geneviève) en la Place Maubert, y tuvo grandes dificultades para llegar a la Rue des Noyers. El 27 de febrero, las aguas eran, en los lugares más bajos, 5 pulgadas [0,13m] más altas de lo que habían parecido durante los años 1649 y 1651.»
 
Al oeste de la ciudad, la calle Saint Honoré se inunda por completo, alcanzando el hospital, el nivel del agua llega hasta los tres metros y medio en varios barrios de Roule.
 
En la margen izquierda del río, los suburbios de Saint Marcel, Saint Victor y el barrio de Saint Bernard completamente anegados. Las calles de la Universidad entre la rue Saint Julien le Pauvre y la rue du Bac sumergidas también hasta el nivel de los jacobinos, las Halles bajo las aguas hasta el nivel de Saint Eustache.
 
Todavía en marzo la gente tendría que desplazarse en barca por las calles y entrar en sus casas por las ventanas. Las cifras de muertos también difieren mucho de unos informes a otros, desde veintipico, cuarenta y tantos, a más de cien...
 
 * * * EL CABALLERO DEL MES El título de Caballero del mes corresponde a:Tessier Dusel
Por su ingeniosa glissade y por conseguir la colaboración de Molière.
 EL PATÁN DEL MES El título de Patán del mes corresponde a:André du Guerrier
Por perder tantos duelos seguidos últimamente, cosa que apunta a un descuido del noble arte de la esgrima.
 * * * NOMBRAMIENTOS HABIDOS ESTE MES 
Tessier Dusel ha sido nombrado Auditor General de Finanzas (C07)Gamin de la Chaussée ha sido nombrado Teniente General de la Policía (C09)Cael de Rouen ha sido nombrado Inspector General de Caballería (M03)
 * * * ANUNCIOS DE PRESENTACIONES A CARGOS 
Francesco Maria Broglia anuncia que se presentará a Ministro del Bienestar (C06)Tessier Dusel anuncia que se presentará a Ministro del Bienestar (C06)Cael de Rouen anuncia que se presentará a Mando del 2º Ejército (M02B)Christian De La Croix anuncia que se presentará a Aide de chambre de Mariscal (M12)Thibaut Cul-de-sac anuncia que se presentará a Aide de chambre de Mariscal (M12)
 * * * ------------ Inicio de la estación de PRIMAVERA ------------ 
 CARGOS PARA EL MES DE MARZO
| Cargo | Requisitos | N.S. mínimo | Quién nombra | 
|---|
 | Ministro del Bienestar | Brgder. o Baron | 10 | Min.Estado |  | Ayudante General | General o superior | 8 | Maréchal France |  | Jefes de Ejercito | General o superior | 10 | Maréchal France |  | Aide camara Maréchal | Teniente Coronel | 6 | Maréchal France |  | General capellán | Arzobispo | 13 | Maréchal France |  | Jefes de Brigada | Brigadier General | 6 | Inspectores Generales |    CARGOS PARA EL MES DE ABRIL
| Cargo | Requisitos | N.S. mínimo | Quién nombra | 
|---|
 | Jefes de División | Tte.General o superior | 8 | Aide General |  | Aides de Ejercito | Coronel | 5 | Jefes Ejércitos |  | Mayores de Brigada | Mayor | 3 | Jefes Brigadas |  | Quartermasters | Brigadier General | 6 | Jefes Ejércitos |  | Administrador diocesano | Obispo | 12 | Cardenal |  * * * AGRADECIMIENTOS 
 
A Xavi, por el encuentro de Bernille Nienau con Élise, el cortejo y el baile de Carnaval.A David, por la carta de Magdalène Vien a Christine Daé y el fragmento de la primera semana.A José, por los fragmentos del diario de Alain de la Débacle.A Luis, por la fiesta de disfraces de la cuarta semana y un par de breves fragmentos más que han dado color a piezas más largas.A [anónimo, pero imagino que todos sabéis ya quién es], por el fragmento sobre Christian de la Croix.A otro "anónimo a gritos", por la post-fiesta en casa del embajador sueco.A otro anónimo archiconocido más, por todo el material de la inundación (plano incluido). ¡Vaya currada de investigación! NOTAS DE LOS REALES SECRETARIOS 
Bueno, esta crónica ha sido... Especialita. Muchísimas gracias a todos por tanto material. Mi labor ha consistido principalmente en revisar, dar retoques de estilo, eliminar algún anacronismo, copiar y pegar fragmentos, e incluso en un caso combinar dos escritos en uno. Escribir, no he escrito casi nada. Aun así, os aseguro que ensamblar la crónica me ha dado trabajo... Y sobre todo mucha diversión. Una vez más, ¡GRACIAS A TODOS! A los que habéis enviado material, y a los que simplemente al enviar el turno habéis hecho cosas que han inspirado a los demás y a mí mismo.
 FECHA LÍMITE PARA EL PRÓXIMO TURNO El plazo de entrega del próximo turno finaliza el viernes, 4 de abril de 2025, a la medianoche (hora española peninsular). ¡Hasta pronto! 
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