|  | REAL CRÓNICA DE SEPTIEMBRE DE 1657(Número 376)
		Sabía que finalmente no me fallaríaisFrançois Lampourde
 ECOS DE SOCIEDAD Primera semana 
Septiembre... Mes movido en lo que a nombramientos se refiere. Numerosos súbditos de Su Majestad se han afanado por los pasillos de Palacio acudiendo a entrevistas y llevando legajos de documentación. Como de costumbre, al final de esta crónica podrán encontrar los nombramientos resultantes de tanto ajetreo.
 * * * Por fin parece que le Théatre Royale ha recuperado algo de calidad. Es posible que Le Directeur haya querido ahorrar durante los meses de verano, o simplemente que el hecho de no tener la supervisión directa del Ministro de Humanidades le hiciese relajarse en sus funciones. El caso es que la obra de este mes ha resultado amena e interesante. Bernille Nienau, que acudió al teatro con un cierto fatalismo y dispuesto a acabar con otro berrinche, salió agradablemente sorprendido.
 * * * 
Tessier Dusel esperaba en la antesala a que le llamaran para la entrevista a Ayudante de Campo del General, visiblemente atareado y consultando muchos
documentos de diversa índole. Parecía inquieto y los presentes le escucharon murmurar: 
-Informe de la inspección en La Bastilla, mmm... correcto. Informe sobre embajadas del ministerio de exteriores, mmm... interesante. Juicio, mmm... buufff. 
Levantó la vista para comprobar la hora y volvió a suspirar. 
-No puedo llegar tarde...
 * * * 
La espaciosa sala del Tribunal, habilitada por el Ministro de Justicia para que los que quisieran pudieran seguir el juicio en persona, estaba abarrotada. A la izquierda, Damien Moreau, François Lampourde, Izambard y Maugredie, sentados en el banquillo atados de pies y manos, y flanqueado cada uno por dos guardias y acompañados por André du Guerrier, que por orden ministerial se encargaría de la defensa. A la derecha, Tessier Dusel acompañado de un ayudante enviado por los Reales Secretarios para asistir en lo necesario al encargado de la acusación. Presidiendo la sala, Su Excelencia el Ministro de Estado Cael de Rouen.
 
A una señal de éste y sin más dilación, le comte de Dusel se adelantó hasta el estrado y pronunció su alegato:
 
-Con la venia, Excelencia. Este Ministerio Fiscal demostrará que los acusados son culpables de al menos cuatro asesinatos a traición y sangre fría ocurridos en París en los últimos nueve meses, entre ellos el de un canónigo de la catedral de Nôtre Dame. También demostrará que dichos asesinatos se relacionan con prácticas heréticas, magia negra y conocimientos prohibidos por su naturaleza infernal, prácticas que se ocultaron tras un velo de misticismo y que se intentaron relacionar con el intento de asesinato de Su Cristianísima Majestad el Rey Luis XIII de Francia, que Dios tenga en Su gloria, padre de nuestro amado Rey Su Cristianísima Majestad Luis XIV de Francia. 
 
»En primer lugar, resulta obvio que el autor material de los crímenes actuó no sólo con frialdad, sino también con una precisión quirúrgica que denota unos conocimientos anatómicos que sólo los físicos más avezados poseen, quedando incluso fuera de las habilidades de la mayoría de barberos; sabemos que el acusado Moreau cuenta con tales habilidades como consecuencia de su vida en las colonias de ultramar. Esto, unido al comportamiento errático y la experiencia teatral de otro de los acusados, hace que este tribunal considere que el asesino contó con la complicidad de Lampourde, alias Panurgo, quien ideó una complicada trama a modo de cortina de humo implicando a una imaginaria criatura diabólica llamada "La Bestia" y utilizando sus conocimientos de escenografía y disfraz para representar apariciones de la misma.
 
»El tribunal probará también que los delirios místicos del acusado François Lampourde lo condujeron por el camino de la herejía, y que dicha herejía de tintes satánicos lo llevó a inducir los asesinatos y posterior mutilación de los cadáveres.
 
»En cuanto a los acusados conocidos como Izambard y Maugredie, su colaboración fue necesaria para la comisión de los crímenes y su posterior ocultación, siendo por tanto cómplices, y moviéndose motivados por compartir las creencias heréticas del acusado François Lampourde.
 
»Por lo tanto, este Ministerio Fiscal solicita a Su Excelencia que dicte una sentencia condenatoria y ordene la ejecución de los cuatro acusados en la horca. Gracias, Excelencia.»
 
La sala se llenó de murmullos, acallados por una enérgica orden del Primer Ministro. Finalmente consigue que no se oiga ni el vuelo de una mosca, y hace una señal al encargado de la defensa.
 
du Guerrier deja pasar un tiempo, hasta que las últimas palabras del Barón Dusel se pierden en el silencio de la sala, antes de levantarse y atraer todas las miradas. Tras un saludo mudo a su enemigo regimental, se dirige pausadamente hacia el estrado para situarse ante el público y los miembros del tribunal. Desde ahí, lanza una larga y profunda mirada a cada uno de los cuatro encausados, hasta que el carraspeo intencionado de alguien del tribunal, le fuerza a empezar su alegato final.
 
-Honorables magistrados, muy ilustres señores del tribunal, comparezco ante ustedes no solo como defensor de los acusados, sino como custodio de la verdad y la justicia, valores sobre los que se erigen nuestras más altas instituciones.
 
Du Guerrier empieza a caminar lentamente, de un lado a otro, mientras prosigue:
 
-Los cargos que se les imputan a mis defendidos son graves, pero, señores, debemos recordar que la justicia no puede sustentarse en presunciones o sospechas infundadas. Sólo la verdad, basada en hechos irrefutables, puede guiar su justa sentencia.
 
El Guardia del Cardenal se detiene, repentinamente, y se enfrenta primero al público:
 
-Si Jacques de la Touché hubiera hecho lo que se esperaba de él, su humilde servidor no estaría aquí, hoy, en esta tesitura, planteando la defensa de quienes hace unos meses planeó la acusación. Cierto es que los caminos del Señor son inescrutables.
 
Tras esas palabras, gira para enfrentarse al tribunal, elevando un poco el tono de voz:
 
-Cierto es también que, si Jacques de la Touché hubiera hecho lo que se esperaba de su cargo, hoy el tribunal tendría sobre la mesa pruebas concluyentes, hechos fehacientes, claras confesiones y... Un caso cerrado.
 
Du Guerrier vuelve ágilmente a su posición inicial, y reanuda su alegato:
 
-Pero lo que es realmente cierto, y todos los presentes lo han escuchado de una manera clara, diáfana e irrebatible de la boca de la acusación, es que la argumentación del caso se ha construido basándose en presunciones y sospechas infundadas, hechos no contrastados, que desembocan en un sinfín de interpretaciones y remiendos circunstanciales que no llevan a nada que no sea a la liberación de mis defendidos y a la completa exoneración de sus cargos.
 
El Guardia del Cardenal levanta la mano para acallar el murmullo generalizado, y prosigue:
 
-El Barón de Dusel plantea un único caso, rocambolesco, con cuatro acusados y muchos cargos. La defensa, en cambio, asume dos casos bien diferenciados, y los peleará ambos. Un caso, contra el Estado. El otro, contra la Vida.
 
Esta vez, Du Guerrier no acalla los murmullos, esperando a que estos finalicen por sí mismos para reanudar:
 
-La Fe y la Corona son los dos pilares que sostienen nuestro Estado. Si uno colapsa, el otro también.
 
»Acusación contra el Estado... François Lampourde, Maugredie e Izambard... Pónganse en pie.
 
»Se acusa a mis defendidos de socavar el orden público y, por ende, atentar contra la Corona. Sin embargo, quiero recalcar la fragilidad de esta acusación. No se ha presentado una sola prueba tangible de que mis clientes hayan urdido complot alguno contra el Rey, ni contra el bienestar del Reino. Francia es un país vasto y diverso, y en su seno habitan hombres de distintas opiniones y pensamientos. No todos aquéllos que expresan sus ideas con vehemencia deben ser considerados traidores.
 
»La Corona, como entidad sabia y magnánima, entiende que un debate en el ámbito de la sociedad no constituye rebelión. Mis clientes han hablado públicamente, sí, y han escenificado sus opiniones, sí, pero lo han hecho en defensa de los oprimidos, abogando por un sistema más justo, nunca en contra de Su Majestad, ni de la paz que esta nación disfruta a base de esfuerzo y sangre allende de sus territorios. Testimonios ambiguos y rumores, alimentados por malintencionadas envidias, no deben ser suficientes para destruir la vida de unos hombres inocentes.
 
»La segunda acusación que se presenta es aún más grave, ya que se les señala de haber promovido prácticas ajenas al dogma de la Iglesia, lo cual equivaldría a herejía. Sin embargo, tras examinar cuidadosamente los cargos, debemos preguntarnos: ¿Qué evidencia concreta existe de tal desviación del dogma?
 
»Es sabido que la doctrina de la Santa Madre Iglesia es profunda y a menudo objeto de interpretaciones. François Lampourde siempre ha tratado de ser un hombre de fe, y lejos de fomentar herejías, ha mantenido siempre un firme apego a las enseñanzas cristianas. Si se le acusa de cuestionar ciertos aspectos rituales, permitidme señalar que la discusión teológica no es sinónimo de apostasía. La Iglesia, fundada en la Verdad, debe permitir que aquellos que buscan acercarse más a Dios lo hagan con un espíritu inquisitivo, siempre dentro de los límites de la devoción.
 
»Como es la devoción hacia Lampourde lo que ha guiado a Maugredie e Izambard, dos conocidos saltimbanquis de las calles de París, a escenificar para él teatros e interpretaciones, e incluso a encarnar a la famosa Bestia que campó por las calles de París a principios de año. Sus hechos son esperpénticos, figurativos e interpretativos, no yendo más allá de su escenario. Así pues, ¿dónde están en todo esto, pregunto, los escritos heréticos, los hechos o las prédicas en contra de la Iglesia? Lo que tenemos, señores, no es más que la palabra de aquéllos que se sienten incómodos con un hombre que no teme cuestionar para mejor comprender. No hay herejía en el deseo de conocimiento.»
 
Du Guerrier efectúa una pausa, durante la que se recompone tras la agitación con que ha pronunciado las últimas palabras. Tras recuperar el aliento, prosigue:
 
-Finalmente, el caso más horrendo: el asesinato de cuatro personas. Este crimen, si fuera cierto, merecería todo el peso de la ley. Pero, señores del tribunal, nuevamente debo insistir en la falta de pruebas concluyentes.
 
»Acusación contra la Vida... Damien Moreau, póngase en pie.
 
»Mi cliente es un hombre de buen carácter, conocido por su integridad y dedicación al servicio de su comunidad. Si bien la naturaleza de los asesinatos, con muestras evidentes de una maestría no común en el arte de la disección, podrían hacer pensar en que mi defendido tendría la capacidad y la técnica para emularlas, no podemos obviar pensar y creer que el verdadero criminal sigue libre, mientras que un inocente está siendo arrastrado a un proceso injusto, basado en el miedo y la desinformación. Cualquiera con formación, o práctica, podría ser el autor de tamaños crímenes.
 
»Los testimonios presentados han sido ambiguos y contradictorios. Algunos testigos ni siquiera estuvieron presentes en el lugar de los hechos. Las evidencias físicas que podrían vincular a mi defendido con estos asesinatos son inexistentes. No se ha encontrado ningún arma ni rastro que lo vincule de manera directa con las muertes. Lo que hemos escuchado son rumores y suposiciones. Y, señores, no podemos condenar a un hombre solo por lo que la gente murmura en las tabernas.
 
»Durante el primer asesinato, a finales de diciembre, el acusado afirma estar en le Théatre Royale, viendo la excepcional obra que estrenó el Barón de Gade. Estaba oscuro, pero los detalles que conoce de la obra difícilmente los sabría de no haber estado ahí. En el caso del segundo asesinato, durante la primera semana de febrero, el acusado fue visto tratando de cortejar a Isabelle d'Artois, quien sería su futura dama. Es posible que no conseguirlo le causara frustración, pero es poco probable que la frustración le llevase a acabar con un semejante. Durante los hechos del tercer asesinato, en la primera semana de abril, el acusado fue visto acompañando a la que ya era su dama, Isabelle d'Artois, en sus oraciones en la parroquia de Saint Honoré. Y, finalmente, en la segunda semana de septiembre mientras se cometía el cuarto crimen, el acusado estuvo cenando en su club, Le Crapaud et l'Apricot, a la vista del fracaso teatral de ese mes.
 
»Dantesco.
 
»Todo.
 
»El proceso, los casos, las acusaciones... Todo.»
 
El guardia del Cardenal se dirige ya al tribunal:
 
-La locura es un país en el que no entra quien quiere. En esta vida todo hay que merecerlo. Y, si bien es cierto que el principal acusado, François Lampourde, parece un ciudadano de honor en ese país de locos, no deja de serlo que gran parte de la sociedad parisina se ha dejado arrastrar por sus locuras, chifladuras, teatralidad... Prestándose incluso a darles pábulo y participar en ellas. El acusado, con su portentosa imaginación y con la ayuda del imponente físico de sus dos ayudantes saltimbanquis, ha conseguido crear un imaginario popular que ha fascinado a unos, a trastornado a otros, y a enloquecido a alguien que, aprovechando la polvareda que levantaba el acusado en sus aspavientos y sus comparsas, ha ejercido el crimen impune de sus semejantes, permitiendo que todas las miradas acusatorias se deslizaran lentamente hacia el otro acusado, Damien Moreau, cuyo único crimen parece haber sido el estar en el sitio equivocado, en la hora equivocada, con la compañía equivocada.
 
»Si él se ha equivocado, que no lo haga la justicia.
 
»La justicia debe estar basada en la razón, no en el miedo o la sospecha.
 
»Ninguna de las acusaciones presentadas contra mis defendidos ha sido fundamentada con pruebas sólidas. Este tribunal tiene la solemne responsabilidad de separar los hechos de las mentiras y, en estos dos casos, tal como la defensa los plantea, los hechos nos indican claramente que mis defendidos no son culpables de los cargos que se les imputan.
 
»Por todo lo expuesto, pido a este honorable tribunal que absuelva a mis defendidos de todos los cargos, ya que la justicia exige que un hombre no sea condenado sin pruebas fehacientes, sino únicamente en base a la verdad.
 
»Que Dios me perdone si me equivoco, e ilumine sus conciencias para que la verdad prevalezca.
 
Muchas gracias.»
 
Tras lo cual se convocó a unos pocos testigos, aunque lo cierto es que ninguno de ellos aportó mucha luz al asunto. Los guardias que intervinieron durante la aparición de La Bestia en la abadía de Saint Denis en agosto del año pasado, que juraron estar seguros de haber alcanzado a la Bestia con al menos dos disparos. Sor Marta, confirmando que en varias ocasiones los cuatro acusados habían ayudado en la Cofradía. Y, en general, gente que había visto a La Bestia durante sus apariciones, pero nunca habían presenciado un asesinato por parte de la misma, ni ningún acto violento más allá de lo que podría ser perfectamente una actuación teatral urdida solamente para causar pavor.
 
Acabado el breve desfile de testigos, Su Excelencia el Ministro de Estado se retiró a deliberar. El murmullo entre los presentes fue creciendo hasta que los guardias ordenaron silencio, cosa que ocurrió dos o tres veces. Finalmente, Su Excelencia regresó a la sala, ordenó ponerse de pie a los acusados, y leyó la sentencia:
 
-Como Ministro de Estado de Su Majestad, responsable de juzgar los casos de Alta Traición a la Corona, y tras haber escuchado los alegatos de ambas partes y las declaraciones de los testigos, entendemos que, de los numerosos delitos que se atribuyen a los acusados, sólo han quedado claramente probados los relacionados con la alteración del orden público, no pudiendo probarse la relación de los acusados con los delitos de asesinato. Por lo tanto, este Tribunal condena a:
 
Damien Moreau: Cinco años de galeras y posterior destierro en la colonia americana del Québec, con prohibición perpetua de pisar cualquier otro territorio francés bajo pena de muerte.François Lampourde, alias Panurgo: Cinco años de galeras y posterior destierro en la colonia americana del Québec, con prohibición perpetua de pisar cualquier otro territorio francés bajo pena de muerte.Los llamados Izambard y Maugredie, tres años de galeras y posterior destierro de cinco años más en la colonia americana de Acadia, con prohibición de pisar cualquier otro territorio francés durante ese período, bajo pena de muerte. 
El ruido de comentarios en la sala se elevó hasta llegar a un nivel casi ensordecedor. Ignorándolo, el Ministro de Estado recogió sus legajos y abandonó la sala sin decir más palabra. Los guardias tomaron a los acusados y los condujeron de vuelta hacia sus celdas a través de una puerta lateral. Pero antes de llegar a ésta, se produjo un extraño incidente: la mirada de Lampourde se cruzó con la de Christine Daé, que se encontraba sentada en la primera fila del espacio destinado al público asistente. Ésta se lo quedó mirando fijamente durante un instante, emitió un chillido y cayó desmayada. Du Guerrier se dirigió rápidamente a ella y la tomó en brazos; vaciló unos instantes, pero su sentido del deber pudo más. Dio órdenes de que fuese llevada a su casa y de que fuera visitada por un físico, tras lo cual siguió los pasos del Ministro de Estado por la puerta principal.
 * * * 
-Cerebro. Batiros con el cerebro, monsieur Cyprien. Olvidad el corazón. Es lo que siempre les digo a todos mis alumnos -comentó el gran maestro Périgore-. Tenéis un demonio dentro y será mejor que lo extirpéis.
 
-Lo tendré en cuenta, maestro -contestó Denis Valmont, tras pagar los honorarios de la última sesión.
 
El ex-aspirante a dominico salió del salón de esgrima reflexionando sobre la certera observación de Périgore. Quizás estaba demasiado obsesionado con acabar con todos los sapos que pudieran quedar en París. Se le había presentado la oportunidad de terminar la labor que su padre no pudo completar. Aunque tenía la esperanza de que pronto el hermano Lampourde colgaría de una soga o quizás sería quemado en la hoguera, había situado vigilantes alrededor de la Bastilla por si él o su compinche, Damien Moreau, se escapaban o salían libres por cualquier azar del destino, con el fin de seguirlos y localizar su guarida, allá donde fuera. Después de asegurarse de que estuvieran muertos y requetemuertos, proseguiría con sus investigaciones acerca de la pertenencia o no de Alexandre de l'Oie y Bernille Nienau a los Trece Sapos. Y si volviera a aparecer un sapo, un croar o cualquier otra señal, ahí estaría él, siempre al acecho.
 
Quizás habría que darle un nombre a la organización secreta que tenía pensado fundar: ¿La Logia? ¿Las Catorce Garzas? ¿La Serpiente de Ébano? Varios nombres se le venían a la mente mientras caminaba de noche por los oscuros callejones parisienses, camino de la modesta buhardilla donde se escondía bajo la identidad secreta de Cyprien Du Havre.
 
Demasiado ensimismado estaba dándole vueltas a sus planes para impartir justicia cuando unos encapuchados le asaltaron al doblar una esquina. No le dio tiempo a sacar las pistolas que tenía cargadas para este tipo de situaciones, maldiciendo su imperdonable descuido. Varios hombres le agarraron por torso, cuello y brazos, desarmándolo completamente. Forcejeó todo lo que pudo, pero fue inútil. Una mano tiró de su cabello fuertemente hacia atrás, obligándolo a alzar la vista, lo justo para ver la cara del individuo que dirigía a esa cuadrilla de asaltantes.
 
-¡Tú!- exclamó Denis.
 
-Lo siento, órdenes son órdenes- se excusó su inesperado contrincante.
 * * * Segunda semana 
Después del juicio a Damien Moreau y François Lampourde, obviamente no había otro tema de conversación en los clubs. Tanto Alexandre de l'Oie y Jean Duprey en Les Chasseurs como Thibaut Cul-de-sac con los otros parroquianos de Le Crapaud et l'Apricot no hablaron de otra cosa. Por cierto que Léo Hardy le Castel asistió al teatro por recomendación de monsieur Nienau, y tampoco salió descontento.
 * * *Tras la intensidad vivida en el juicio de la primera semana, el Ministro de Estado se disponía a recuperar la tranquilidad con las rutinas diarias en su
despacho, cuando un secretario se presentó marcialmente ante su puerta, con un mensaje lacrado en mano: 
-Un comunicado de La Bastilla, Su Excelencia. 
El Viscomte de Rouen rompió el lacre con expresión ceñuda, algo molesto por seguir recibiendo noticias de ese lugar. 
Leyó con rapidez el breve mensaje y lo soltó seguidamente sobre su escritorio con una sola palabra, desprovista de toda emoción: 
-Vaya. 
Se trataba de una declaración del Teniente General de Policía interino, Tessier Dusel, informando de su dimisión del cargo.
 * * * 
En esos mismos momentos, un carruaje recorría veloz las calles de París, parando ante lujosas mansiones o pequeños palacetes. Se apeaba del vehículo con prisa el recientemente investido Comte de Dusel, para saludar a los diferentes embajadores de potencias extranjeras y sus familias, así como para transmitirles que su mandato como Ministro de Exteriores había finalizado pero que esperaba seguir manteniendo una cordial relación con todos ellos. Así pues, había sido recibido por un distante, austero y soltero Lord Thomas Steward, embajador inglés enviado por el Lord Protector Oliver Cromwell. La conversación fue cordial pero desprovista de emoción. Luego visitó a Noah Van de Berg, el embajador holandés, un personaje mucho más amable y jovial, que insistió para que se tomara un refrigerio en compañía de su familia; su esposa, su hijo y su hija, una niña tan risueña como su padre, pero muy traviesa a pesar de su corta edad. Los Van de Berg tenían todos un mismo denominador común; un notable sobrepeso. La siguiente parada tuvo lugar en el domicilio del embajador sueco, el barón Erik Svensson, un caballero de avanzada edad pero todavía corpulento, con un porte muy marcial que desvelaba su educación militar. Al conocer la noticia de su abandono del cargo, le preguntó por sus proyectos futuros mientras paseaban por el jardín. Dusel confesó que tenía la intención de prosperar en su carrera militar sin dejar de interesarse por la política. El paseo les llevó hasta una pequeña glorieta donde estaba reunida el resto de la familia: su esposa Wilma Van de Berg, una elegante mujer de rasgos nórdicos, el hijo primogénito Björn, un caballero de una treintena de años con la misma planta que su padre y... una atractiva joven que enmudeció a Dusel: Ingrid Svensson. La hija del embajador, de apenas diecinueve años de edad, lucía una larga melena dorada y una sonrisa encantadora que dejó momentáneamente boquiabierto al ex-ministro de exteriores. El Comte de Dusel tardó unos segundos en recobrar la compostura, provocando de este modo las cómplices risas de toda la familia... incluida Ingrid. Del resto de las visitas, al taciturno y soltero embajador ruso o a la familia del embajador italiano, le Comte de Dusel apenas recuerda nada, aunque mantuvo una estúpida sonrisa en los labios durante todo el día.
 * * * 
Es noche cerrada, ni siquiera la luna ilumina el cielo, pero su presencia se puede palpar, cerca, más cerca que otras noches. Sombría, invisible y enorme, causando entre los que aún permanecen despiertos una sensación de tensión, como si el astro fuera un depredador entre la maleza, observante y listo para atacar.
 
Dos guardias visiblemente nerviosos custodian la puerta de la celda de Damien Moreau, al que al amanecer se llevarán a las galeras. Han pasado algunas horas desde que le entregaron la que sería su última cena en la Bastilla; una sopa de rabo de toro y una botella de ron.
 
En un momento dado, el silencio sepulcral se ve interrumpido por un fluido sonido de llamas junto a algunos chasquidos y el olor de madera quemando.
 
"Extraño momento para encender la chimenea", piensa uno de los guardias, y al girarse hacia la puerta todo lo que ve es un fuerte brillo anaranjado y humo negro escapando de la celda.
 
Abren la puerta con rapidez y observan atónitos una hoguera refulgente en mitad de la sala, alimentada por leña y harapos deshilachados, de la cual brota una siniestra columna de color azabache. Tras la humareda, una aterradora voz pronuncia:
 
-VOSOTROS, VOSOTROS Y TODOS LOS QUE HABITAN ESTA CIUDAD ESTÁIS AHORA BAJO LA MIRADA DE MIS HERMANOS Y HERMANAS LOA, Y SOBRE VUESTROS ESPÍRITUS CAE EL CASTIGO POR PERTURBAR LA ESTANCIA DE MÍ, EL GRAN KALFOU, EN ESTE MUNDO MORTAL... ESTA NOCHE, VUESTRAS ALMAS SERÁN LLEVADAS ANTE SAMEDI Y BRIGITTE. ¡ÉSTA ES MI VOLUNTAD!
 
Y con ese grito, una figura envuelta en telas, armada con una especie de daga irregular y con el mismo símbolo de los cadáveres de la Bestia grabado en la frente, sale a la carrera atravesando la hoguera y prendiéndose ella misma. Despacha al par de guardias con movimientos gráciles pero brutales, como si estuviera matando a simples moscas, y corre a través de la Bastilla, asesinando a todo aquél con el que se encuentra y vociferando maldiciones. Algunos guardias intentan disparar al flamígero demonio, pero nada parece detenerlo.
 
Continúa con su sangrienta estampida hasta salir del edificio y sigue su camino hasta llegar al Sena, al que se lanza con una última risotada desquiciada, desapareciendo entre sus aguas sin dejar rastro.
 * * * 
En un convento, justo en ese instante, una dama está dando a luz, asistida por las monjas. La dama no es otra que Isabelle d'Artois, quien lleva recluida en el convento desde que detuvieron a su amado Damien.
 
El retoño finalmente nace, y esta nueva vida es indudablemente fruto de este amor, pues el bebé posee una piel pálida como la luz de luna, escasos cabellos del mismo matiz y ojos de plata. La joven criatura abre precozmente los ojos y mira a su madre, que la sostiene en brazos, y su rostro entorna una sonrisa.
Así, mientras tantos corazones se apagan, uno late con fuerza.
 * * * 
El barco-prisión se desliza en silencio, por las tranquilas aguas del Sena, destino al puerto de Le Havre. El capitán está en el puente, callado, mientras a su lado el piloto maniobra suavemente cada vez que alguna otra barca parece cruzarse en su curso. El silencio obedece a lo sensible de la carga que transporta, cuatro condenados que deben ser embarcados en Le Havre en un bajel que los llevará hasta Canadá, y a la tensión que siempre le produce cerrar algún acuerdo comercial que no se reflejará en el manifiesto del barco.
 
Esta vez, además, en Rouen no sólo subirán a bordo las vituallas que necesitan, además del contrabando que espera, sino que también lo hará el misterioso hombre que habló con él en París: un buen amigo de los condenados que les confiará el plan que les ha de permitir fugarse una vez hayan llegado a las colonias. Recordando la escena, y masajeándose el cuello allí donde ese hombre lo persuadió, el capitán masculla un reniego mientras indica al piloto que vire al puerto.
 
En el muelle la actividad es febril. Los estibadores se arremolinan con su carga, a la espera de que las pasarelas caigan desde el barco. Cuando el barco-prisión amarra, el avituallamiento da comienzo y los hombres y mercancías empiezan a subir al barco. Uno de los estibadores, sin embargo, evita al sobrecargo y consigue mezclarse con aquellos que ya han comprobado carga y se adentran en el vientre del barco para depositarla. El hombre, con un enorme fardo de provisiones, hace lo propio y ya en las bodegas no tarda en localizar su objetivo.
 
Dado que el barco no está pensado para transportar prisioneros, para esta ocasión se han habilitado en las bodegas una especie de jaulas, que evitan el contacto entre los prisioneros y aseguran su integridad. Y ahí los ve, enjaulados, en medio de cajas, bultos y fardos: el viejo, el gigantón, y el enano. Y una cuarta jaula vacía. Simulando recomponer la estructura de su fardo, y aprovechando que el resto de estibadores trasiegan, observa al grupo. A un lado, el viejo parece estar en letargo con las manos entrecruzadas. En las dos jaulas adyacentes, el gigantón y el enano canturrean una vieja canción marinera y rasgan un instrumento.
 
El hombre se acerca a las jaulas, y deja caer pesadamente el fardo al lado del viejo, que no se inmuta. Fingiendo estibar bien el fardo, el hombre toma una determinación y, con la adrenalina disparada, rodea la jaula y se sitúa detrás del viejo. Una leve palmada en la espalda hace que éste salga de su trance y se gire lentamente hacia él.
 
Todo pasa muy rápido: el falso estibador tira del viejo para que quede pegado a la jaula mientras su otra mano lo apuñala en el pecho. El viejo se tensa, aferrando y reteniendo con sus manos huesudas la mano que le quita la vida, pero lejos de expresar pánico, sonríe de manera beatífica al reconocer a su ejecutor a través del embozo que lo oculta. Con un susurro, y permitiendo que el puñal se retire, se despide:
 
-Por fin... Habéis tardado, hermano, pero sabía que finalmente no me fallaríais.
 
El asesino se queda en pie, absorto y sorprendido, mirando cómo el viejo se desangra y se marchita, encogido sobre sí mismo, sin decir más.
 
Los gritos y aullidos del gigantón y el enano, que finalmente se han dado cuenta de lo que ocurre y tratan de zarandear y salir de las jaulas, le sacan de su ensimismamiento y le devuelven a la realidad. El resto de estibadores no entiende lo que ocurre, pero también se suma a la voz de alarma. El asesino, aprovechando la confusión y griterío generalizado en la bodega, se da media vuelta, aturdido, y sin mediar palabra ni mirar a nadie sale a cubierta, desde donde baja al muelle para perderse en las callejuelas del barrio portuario de Rouen.
 * * * Tercera semana 
-¿Cómo está?
 
-Parece que se va recuperando, monsieur. La impresión fue muy fuerte, no sé qué debió causársela...
 
Quien así hablaba era una de las doncellas del servicio de André du Guerrier con experiencia en el cuidado de enfermos, que éste había enviado a la mansión de los Daé para que ayudase a cuidar a su amada. Christine llevaba casi una semana en cama, entre la inconsciencia y los delirios febriles. Por fin, parecía que la dama lo iba superando.
 
Du Guerrier asió el pomo de la puerta de la alcoba y, empujando suavemente, entró sin hacer ruido. Allí estaba Christine, entre tules y almohadones. "Qué hermosa es, incluso en estas circunstancias", pensó el caballero.
 
Ella percibió su presencia y extendió débilmente el brazo, como pidiendo su mano. Él se sentó junto al lecho y se la tomó.
 
-Tengo que revelarte algo, amado mío... Era... era...
 
Al poco, Du Guerrier abandonó la alcoba lívido y con el rostro desencajado. Como un muerto viviente, enfiló las escaleras del piso inferior y salió por la puerta principal sin pronunciar palabra, ni responder a la llamada preocupada de su doncella.
 * * * 
NOTA DE AVISO
 La nueva Dirección del club "La Garde Montante" comunica que amplía su círculo de admisión, pasando a partir de ahora a aceptar miembros de cualquier Regimiento de Caballería que ostenten el grado de Capitán o superior.
 
 Con agradecimiento a sus socios
 LA DIRECCIÓN
 * * * 
La inauguración, o re-inauguración, de un nuevo club ecuestre es siempre un evento esperado por los amantes de tan noble animal, en especial para los regimientos montados, así que el día señalado hay un gran bullicio en las salas y pistas del club. 
 
La mayoría de asistentes muestran orgullosos los uniformes de sus unidades y, aunque los mas abundantes pertenecen a los Coraceros del Delfin, del Príncipe de Condé y a la Guardia de Dragones; también se encontraban presentes miembros de los Dragones del duque Maximiliano, bien apartados de los anteriores, Dragones Ligeros de la Princesa Luisa y alguno que otro Carabinero de la Reina; eso sí, siempre alejados de sus oponentes regimentales, aunque, dada la alegría de la jornada, no hubo ningún atisbo de confrontación entre ellos. Había tantos caballos presentes en la enorme cuadra del club, que tuvieron que improvisar una serie de postes para acoger al resto, a lo largo de las calles colindantes.
 
Entre los presentes podemos destacar Eugnace-Michel de Laderoute junto a su amada Violette, pletórico y feliz al ver el éxito de la inauguración; Jean-Luc Picard acompañado de la siempre bella Daphnee, Léo Hardy le Castel y un elegante Thibaut Cul-de-sac junto a de l'Oie, que, tal y como prometió, acudió con sus 3 caballos: el impresionante destero Paselande, siempre inquieto y piafando, el estilizado y veloz Vrai y la preciosa Brevelette a la que admiran varias damas por su hermosura y las complicadas trenzas en sus crines y cola. Un poco más tarde llegaban acalorados fray Marcel du Calais y Nienau, aún mostrando síntomas de su convalecencia, junto a su magnifico destrero Gabriel que lucía como el propio arcángel, al que por poco sólo le faltarían alas, como un auténtico Pegaso. 
 
Phillipe Le Clothes Du Lacoste, cómodo desde un rincón, observaba con atención los uniformes; la calidad de los ropajes, sin perder ningún detalle:
 
-¿Habéis notado, mis señores, la falta de destreza en el corte de esos uniformes? Mirad esas costuras descuidadas y ese lino barato. Creo que los soldados del rey merecen algo más digno. Cul-de-sac, riendo de buena gana responde:
 
-¡Ah, Phillipe! ¡Ese ojo crítico! Pero tened en cuenta que estos muchachos llevan sus uniformes a la batalla, no a un baile en la corte. Aunque, debo admitir, he visto escuadrones mejor vestidos.  
 
-La vestimenta, mis caballeros, es solo una parte de lo que hace a un buen soldado -mientras alza su copa, prosigue Monsieur de la Chaussée-. Sin embargo, no puedo negar que un uniforme bien ajustado inspira respeto y mantiene el porte marcial. Hay un cierto... Orgullo que surge del atuendo correcto. Aunque últimamente parece que hasta eso se pierde en medio de tanto desorden. Phillipe prosigue, con  aprobación pero aún más crítico - La apariencia refleja el estado de ánimo de una nación, mon cher Gamin. Y si el ejército viste como un escuadrón de campesinos, ¿qué puede pensar uno del estado de la corte y del reino? Incluso el Delfín se merece que sus soldados lleven algo que imponga su grandeza. Me apena ver esto. Ah! si me dejaran encargarme del vestuario... Pero todo va a peor. Me pregunto si Felipe de Orléans, con su libertinaje y desvíos, tendrá algo que ver.
 
-¡Felipe I de Orléans! -exclama Cul de Sac-. No pensaba que la conversación tomaría esa dirección tan... Licenciosa. Pero ahora que lo mencionas, es difícil no oír los rumores que vuelan por París. ¡Parece que la corte se divierte más en las alcobas y los salones de baile que en los campos de batalla! ¿Habéis oído de sus juergas? Dicen que sus banquetes son interminables y que el vino fluye como las aguas del Loira. Gamin, sonriendo responde -Eso si el vino no es lo único que fluye... Se habla de excesos y escándalos que harían sonrojar incluso a los más endurecidos de nuestros colegas. El duque parece más interesado en la moda y la compañía de ciertos... Caballeros, que en las intrigas políticas o los asuntos militares del reino. Y no soy hombre de rumores, pero se dice que incluso el Rey Sol ha fruncido el ceño ante sus entretenimientos...
 
-¡Pobre Ana de Austria! -se lamenta Philippe-. La nobleza está para dar ejemplo, para guiar a la nación, no para comportarse como una tropa de bufones en una feria. Y lo que es peor, la influencia de Felipe en la corte es preocupante -asiente grave Thibaut 
 
-Hay rumores de que ciertos ministros se benefician de su indulgencia. Si los escándalos del duque continúan, podría ser un peligro para la estabilidad del reino. Y ya sabemos que nuestra nación no necesita más caos, después de los enfrentamientos con los Países Bajos y España.
 
Gamin de la Chaussée mira a Phillipe con un destello de ironía en los ojos -¿Y qué piensas tú, Phillipe, sobre todo esto? Después de todo, parece que el duque tiene al menos buen ojo para la moda. Me imagino que sus trajes de seda y brocados deben ser de tu agrado.
 
-Ah, no os equivoquéis, mon ami -prosigue Phillipe, con aire conspiratorio-. Felipe de Orleans podrá ser un libertino, pero no se puede negar que viste con una elegancia que muy pocos igualan. Es un hombre de gusto exquisito, eso lo concedo. Sin embargo, la belleza externa no puede ocultar el desorden que reina en su corazón. Vestir bien no es suficiente para gobernar, y la historia nos juzgará no por la finura de nuestros trajes, sino por nuestras acciones...
 
La celebración prosigue su ritmo; tras la inauguración por parte del presidente se sirvió champagne y viandas frías mientras los presentes charlan animadamente. Unos sobre la campaña tan felizmente finalizada en victoria, otros de temas ecuestres o de la brava huída de los cautivos en las últimas acciones y, casi todos, de los últimos escándalos y diretes de la gran ciudad. A destacar el sentimiento de hermandad surgido entre Coraceros y Dragones que bebian y reian juntos compartiendo chistes y aventuras:
 
-Es una pena que nuestro Ministro de Estado no se haya animado a asistir a esta fiesta -apostó Jean Duprey, divertido-. Parece que tardará un tiempo en aparecer...¡por lo menos hasta que le crezca la barba otra vez!
 
Jean Luc Picard asintió con curiosidad -¿pero, realmente os atrevísteis a afeitar a le Barón de Rouen? ¿No había otra forma de salir de la fortaleza?
 
-No hubo mejor remedio -comentó Francesco Maria Broglia, sonriendo-. Será mejor que te contemos todo desde el principio:
 
»El aire en la Fortaleza de Mardyck estaba denso con tensión mientras Cael Rouen, Ministro de Estado de Francia, nos miraba con atención, congregados a su alrededor. Habíamos estado planeando la fuga durante semanas, hasta que llegó la noche que iba a ser nuestra única ocasión, y la última oportunidad para escapar. Por alguna razón la guarnición estaba en estado de máxima alerta; la fortaleza llevaba días y días bajo asedio por parte de nuestro ejército, del que intuíamos que, de alguna manera había venido a rescatarnos. De repente empezamos a ver que la vigilancia sobre los prisioneros se había, de algún modo, relajado.  Los turnos eran más largos, estamos seguros que para los españoles que allí nos guardaban, quedarse a guardar los calabozos era la mejor forma de evitar las murallas del fuerte, castigadas por el incesante bombardeo de la artillería francesa.
 
-Es por fin motivo de orgullo y honda satisfacción saber que por lo menos, la movilización del cuarto batallón tuvo algún beneficio para propiciar vuestra huída- indicó Alexandre de l'Oie. 
 
« comenzó en el calabozo en el que por suerte, estábamos todos juntos, donde nos habíamos mantenido en silencio, esperando cualquier señal de debilidad del enemigo. Aprovechando un momento de especial intensidad durante el bombardeo nocturno, Duprey dispuso de un desbastado cuchillo que había conseguido esconder, y con él, liberó a los demás de sus grilletes. - Ahora es tu turno Hércule- susurró mientras él mismo se liberaba.  Hercúle de Laveau empezó a hurgar y hacer palanca con el cuchillo, para forzar el pestillo de la cerradura del portón de la celda. Bajo un ligero susurro de Eugnace-Michel -¡Elemental, querido Hércule!- la cerradura venció, el portón se abrió, y todos nos deslizamos rápidamente hacia el pasillo, amparados en la oscuridad.
 
-Debemos cambiar tu apariencia, Cael, -dijo Duprey al notar que el Ministro a pesar de las últimas semanas de cautivario mantenía todo su porte; noble y estatal-. Si los guardias te ven, sabrán quién eres. Rouen asintió, sintiendo el peso de su identidad sobre sus hombros-. Hazlo, pero rápido.
 
Con manos firmes, Duprey tomó el cuchillo y comenzó a afeitar a Rouen, mientras el resto del grupo vigilaba. El sonido del cuchillo raspando la piel se mezclaba con el latido de sus corazones. -Esto es más que un simple corte de pelo,- dijo Duprey en tono de broma. -Es un cambio de vida.- Después de unos minutos, Cael se vió reflejado en un pequeño trozo de metal, horrorizado por lo que había perdido. -¿Qué has hecho?- exclamó, aunque no pudo evitar sonreír al verse más joven y menos identificable. Con un último corte, Duprey ajustó el cabello de Rouen, dejándolo con un aspecto más modesto. - Perfecto, - dijo Eugnace-Michel, mientras el grupo se preparaba para moverse. -Ahora, vamos al polvorín. Si logramos encenderlo, crearemos la distracción necesaria.
 
-¿Así de fácil? -inquirió Leo Hardy-. ¿Cómo pudisteis saber dónde estaba el polvorín? ¿no estaría guardado? -No exactamente, ten paciencia y deja a Francesco proseguir -mientras Hércule alzaba su copa -Salud! Hic!.
 
-A partir de ahí nos dirigimos con toda confianza hasta el polvorín. Hay que recordar que no hace mucho tiempo atrás Mardyk estuvo en manos de nuestro ejército, por lo que la distribución de la fortaleza no es desconocida para nuestros oficiales. Nuestro plan era volar el polvorín y aprovechar la distracción para huir a través del sistema de drenaje, no hacia la costa, sino hacia el interior. Los Broglia tenemos muy buena memoria. Siguiendo mis indicaciones Eugnace-Michel nos guió hasta la entrada del polvorín a través de los dilatados puestos de guardia, bajo el constante ruido de la artillería, en plena madrugada, protegida por una puerta de madera gruesa. - Voy a intentar forzarla, esto es cosa mía-  indicó Hércule, mientras se arrodillaba. Con el cuchillo de Duprey, comenzó a trabajar en las bisagras, la tensión aumentando con cada clic de metal. Finalmente, la puerta cedió, y un olor a pólvora nos golpeó la cara.
 
- Sólo necesito unos minutos, esto tiene que funcionar,- murmuró Eugnace, mientras se movía rápidamente entre los barriles de pólvora. - Voy a encender un pequeño fuego y, cuando explote, será nuestra señal para salir. De Laderóute encendió un trozo de tela junto a un largo reguero de pólvora hasta los barriles, asegurándose de que el fuego no se apagara. Con cuidado, lo encendió. - Ahora, ¡corramos!- gritó, dirigiéndose hacia la salida. La explosión no tardaría en llegar....
 
- Curioso plan de distracción - Marcel se mesó la barba pensativo y sonriente - ¿Y bien? ¿Qué pasó después? ¿Hemos de suponer que el plan salió bien?
 
La detonación fue inmensa. La fortaleza tembló y los gritos de los guardias resonaron en el aire, mientras el grupo aprovechaba la confusión. -¡Vamos!- gritó Duprey, llevando a los demás hasta el acceso interior al sistema de alcantarillado de la fortaleza, sabiendo que la distracción creada por la explosión sería su única oportunidad de escapar.
 
Nos lanzamos al oscuro túnel tras forzar fácilmente la verja de acceso, arrastrándonos en la oscuridad. La explosión había logrado su propósito, pero el miedo nos seguía. Avanzamos en grupo de forma interminable hasta llegar a la salida del canal. La luz de la luna se reflejaba sobre el agua fétida y sucia... A nadie en su sano juicio se le habría ocurrido huir a través del alcantarillado. En cierto momento tuvimos que arrastrar a Laderóute fuera del túnel, sin conocimiento.
 
- Lo logramos, estamos libres,- murmuró Rouen, mientras examinaba su pésima condición. - Pero no sin daños,- se rió Duprey, levantando su camisa rasgada. -¿Alguien ha visto mi zapato?
 
-¡Nunca había oído una hazaña tal como esta, señores! -apuntó Bernille Nienau.
 
Había llegado tarde, con unas botellas de vino de su tierra en la mano que pensaba ofrecer a los asistentes. Nadie se fijó en el vino y casi ni en su llegada, todos absortos con la interesante explicación sobre el caso de la épica fuga de prisioneros. Con una ligera cojera se acercó al mostrador y depositó los caldos occitanos.
 
En un momento de silencio, arranca de improviso:
 
-Pues yo, señores, compañeros de armas, me perdí lo mejor. Esto es lo que aconteció bajo el cielo de España -toma asiento y cuenta su, quizá exagerada, historia:
 
-Los Coraceros del Delfín nos lanzamos a caballo a por el español, espadas en alto, al grito de ¡Por el Rey!. Cabalgando a mi fiel Gabriel, dirigiendo con destreza mis ataques y esquivando con agilidad a mis enemigos, di cuenta de algos cuantos cobardes bajo el filo de mi espada, que infligía heridas al oponente y paraba con gracia los intentos de asestarme golpes mortales. A veces, cual serpiente venenosa, cortaba el aire con un siseo que denotaba su peligrosidad.
 
En medio de la confusión y el fragor de la batalla, me enfrenté a un enemigo formidable, otro guerrero montado. Su porte, la forma de montar, el equilibrado balanceo de su arma, su faz seria pero sin rasgo de temor denotaba que no me hallaba ante un principiante. Esto se ponía interesante.
 
Nos miramos fijamente y sin dudarlo nos enzarzamos en un duelo singular. Los caballos giraban en círculos, cargándose de un lado a otro mientras nosotros asestábamos golpes furiosos. Tras un largo intercambio de frases de armas infructuosas por ambas partes, el enemigo, más rápido de lo esperado, lanzó un corte en diagonal que a apenas pude bloquear. Con un giro ágil conseguí esquivar el golpe sobre mi torso pero en su descenso, la espada española consiguió hacerme un profundo corte en la pierna y rozó, además, el flanco de mi montura.
 
Sentí un dolor agudo y abrasador y por un momento me tambaleé sobre mi caballo, luchando por mantener el equilibrio mientras la sangre comenzaba a manchar su costado. La herida era profunda, y sentía como mis fuerzas flaqueaban.
 
Mi fiel e inteligente Gabriel, sintiendo la debilidad de su jinete, retrocedió instintivamente, alejándonos del centro del campo de batalla.
 
Mis compañeros, al verme herido, acudieron rápidamente. Mi vista se nublaba, todo era borroso. Uno de ellos -no recuerdo si fue Eugnace-Michel o quizá Thibaut -pues solo me pareció ver los galones de Capitán del Regimiento en una manga- se colocó a mi lado, tomando las riendas de mi caballo para guiarlo fuera del caos. Mientras me retiraban del campo, me aferré a mi espada preso de tantas ganas de volver a la batalla como de impotencia por no poder hacerlo. Mi visión -cada vez más borrosa por la pérdida de sangre y sintiendo cada vez más lejos el fragor de la batalla- me abandonó y todo el escenario se volvió de repente oscuro. 
 
Imagino que me llevarían a una tienda de campaña detrás de las líneas de combate, en donde empezarían mis curas hasta mi traslado a Paris.
 
No sé a quien agradecerle la asistencia recibida en pleno campo de batalla pero sea el Capitán que fuere, propondré una medalla o un reconocimiento por el increíble acto de valor que mostró al ir al rescate de su Mayor herido. Esta es la marca de un verdadero Coracero del Delfín, orgullo de Francia.
 
Gabriel no dirá nada pero me creo legitimado al hablar en su nombre para agradecer los cuidados y brillantes curas que recibió tras su intervención militar.
 
Una vez en Paris, y apto para caminar pero con asistencia de enfermeras, se me ocurrió ir al teatro con regularidad...pero esto ya es otra historia, que ya os he aburrido demasiado con la primera.
 
Dicho esto, desenvuelve un cuadro pintado al óleo de unos 50 x 70 centímetros en el que se le ve a él mismo en la sastrería familiar en Montsegur y añade:
 -De mi familia, ni una triste visita, ni una carta. Solamente me han mandado este cuadro que pintó un tal Jacques d'Oc de Montsegur con una nota que dice: "Mándanos el cuadro de vuelta y borra con pintura las partes de tu cuerpo que te dejaste en España". 
-¡Imbéciles!  
 
Y eso es todo; en ese momento algunos caballeros habían salido a la zona exterior del club, empezado a evaluar con curiosidad la calidad de la pista que se puede ver a través de los grandes ventanales del salón. En ese momento  de l'Oie, con una gran sonrisa en el rostro, parece inquieto y mira insistentemente hacia el final de la pista larga cuando, de pronto suena un clarín! 
 
Alexandre pega un brinco y exclama un 'por fin!' al tiempo que del fondo aparecen tres miembros de la Guardia de Dragones a todo galope a través de la pista. El primero porta el estandarte del regimiento, seguido por los dos restantes un cuerpo mas atrás. Y hete aquí que en la galopada se ponen de pie sobre las sillas. Al pasar por el centro, los dos posteriores ejecutan un pase por delante del caballo primero y luego por debajo, llevándose los vítores de los asistentes que están entusiasmados con la sorpresa. Giran al llegar al final, momento en la que aparecen dos dragones más por el lado opuesto, cabalgando también sobre las sillas y con un pañuelo en la mano. 
 
Los que acaban de dar la vuelta sacan de la guerrea un pañuelo también de diferente color y se confrontan con los compañeros que vienen en sentido contrario. El público aplaude expectante cuando, en el centro de la pista y a galope tendido se intercambian los pañuelos. Un rugido se eleva en los aires ante semejante proeza. Alexandre salta mientras grita bravos y comenta orgulloso: ¡éstos son mis Dragones!, al tiempo que los jinetes se agrupan, se sientan en sus sillas, levantan sus monturas de los cuartos delanteros y, dando unos pasos, saludan a un publico que no para de aplaudir y ovacionar. Un día magnifico lleno de alegría, distracción y emociones. La Garde Montante ha quedado soberbiamente inaugurada.
 * * * Cuarta semana 
La cuarta semana se celebró en el palacete del Vizconde de Gade un torneo de ajedrez, con la asistencia del Baron de Broglia, monsieur Laderoute, Gamin de la Chaussée, le Castel, monsieur Nienau, Thibaut Cul-de-sac, monsieur Picard y fray Marcel du Calais. El Barón fue acompañado por mmlle. Lagaine, y el capitán Cul-de-Sac por mmlle. Fablet (quien, por cierto, aunque saludó afablemente al Vizconde parecía algo incómoda), a quienes la Vizcondesa entretuvo en momentos en que el torneo propiamente dicho parecía aburrirlas. 
 
El Vizconde declinó participar, actuando como anfitrión, y observó con alegría que ocho caballeros se habían apuntado a él, facilitándote la organización (que al parecer aún no tenía del todo clara).
 
Se formaron dos grupos para las eliminatorias, en el primero se enfrentaron en varias partidas el capitán Laderoute, el Barón Broglia, el Chevalier de la Cahussée y el Chevalier le Castel, mientras que en el segundo se enfrentaron entre ellos el mayor Nienau, el capitán Cul-de-Sac, el Capitán Picard y Msr. Du Calais. Cada victoria daba dos puntos y cada tablas uno, pasando a semifinales los dos jugadores con más puntos.
 
Así llegaron a las semifinales el Chevalier de la Chaussée, que venció a Msr. De Calais, y el mayor Nienau, que venció al Barón de Broglia. Tras la reñida final, el Chevalier de la Chaussée sorprendió al mayor Nienau con buenas maniobras de los caballos que le llevaron a la victoria, por la que recibió un juego de ajedrez decorado como premio.
 
El vizconde comentó que procuraría que ese no fuera el último torneo, y prometió mejor organización en futuras ediciones.
 * * * 
 
El novio esperaba pacientemente frente al altar de Saint-Lazaire dentro de la románica Catedral de Marsella. A su lado se encontraba su tío Quennel Valmont, ejerciendo de padrino.
 
En la bancada derecha de la Iglesia se sentaba la numerosísima familia Valmont, con notables excepciones como la de su padre, al otro lado del Atlántico, la de su abuelo, quien le había forzado a la boda, y la de su otro tío Charles, el mayor, quien se había ocupado de secuestrarlo en París, abortando con ello su plan de justicia. Plan pactado con el jerarca de la familia y aprobado bajo juramento de honor que había sido quebrado por cumplirse la condición que había impuesto su abuelo: encontrar una esposa que cumpliera con los requisitos exigidos.
 
La bancada izquierda estaba ocupada por la familia de la futura esposa, principalmente de la nobleza de la casa Parrot y otras familias de primer grado de consanguinidad.
 
Presidía el oficio su tío abuelo Algernon Valmont, vicario del Convento de los Jacobinos en Toulouse, quien le había ocultado en uno de los monasterios bajo su control durante los dos meses y medio que había estado ausente de París.
 
La música del órgano inició su melodía cuando apareció la novia, cogida del brazo del Comte de Parrot. Todos los ojos de la Iglesia siguieron su pausado recorrido hasta el altar, momento en el que Jean Parrot intercedió ante el novio:
 
-Señor, os entrego a mi sobrina, Dominique Parrot, en nombre de su difunto padre, Noel Parrot, Mayor de los Cadetes de la Gascuña caído en Raamsdonksveer, con la esperanza de que, bajo vuestra guía y protección, florezca en virtud y amor. Confío en vuestra bondad y fortaleza para honrarla, cuidarla y respetarla, tal como merece. Que el Señor bendiga esta unión y os otorgue felicidad y prosperidad en los años venideros.
 
-Con gratitud, recibo a vuestra sobrina como mi esposa y prometo, ante vos y ante Dios, honrarla, protegerla y amarla con toda la dedicación que merece. Que el Cielo sea testigo de mis palabras, y que vuestra confianza en mí no sea nunca defraudada -contestó Denis con una fórmula memorizada y acordada de antemano.
 
En ese momento la joven levantó su velo, descubriendo su rostro y embelesando a Denis, quien no había visto faz tan bonita en su corta vida.
 
El vicario tomó el testigo de la ceremonia antes de que pudiera decir algo más:
 
-En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, comenzamos esta santa ceremonia. Queridos hermanos y hermanas en Cristo, hoy nos reunimos ante Dios para testimoniar la unión sagrada entre estos dos hijos suyos...
 
 * * * 
Unas horas más tarde, ya casados y entretenidos en el banquete nupcial, Denis hablaba animosamente con su esposa procurando conocerla mejor. Por su mente pensaba que igual no era tan mala aquella opción de vida y ya sólo pensaba en su noche de bodas. Por supuesto, la idea de las familias involucradas no era el posible amor que pudiera surgir entre ambos jóvenes. Él aportaba título de nobleza por derecho de nacimiento y ella una generosa dote bien administrada por el Comte de Parrot, más la posición de una noble familia.
 
Faltaba poco para que los novios pudieran abandonar la mesa presidencial, habiendo atendido a todos los invitados de la manera debida, bailados todos los bailes y hartados los dos de comer y beber, cuando apareció Charles Valmont, el autor de su secuestro, con semblante serio. Tras unas breves palabras de felicitación y una vaga excusa sobre su ausencia, dio la mala noticia que ensombrecería este día que debía haber sido sólo de felicidad:
 
-No he querido anunciaros la triste noticia antes del enlace-comentó.
 
-¿Qué queréis decir, tío? Venís con rostro de mal augurio.
 
-Ayer nos llegó una carta procedente de Québec -hizo una pausa incómoda-. Hubo una explosión en el buque de vuestro padre. La santabárbara. Vuestro padre... Mi hermano, se encontraba dentro, en su camarote.
 
-¡¿Qué?!
 
-Una desgracia. El barco hubiera zarpado al día siguiente para venir a Marsella, tal y como nos habían adelantado.
 
-¿Y madre? ¿Mis hermanos?
 
-Están bien. No iban a emprender el viaje. La carta es de vuestra madre.
 
Charles extrajo una carta de uno de los bolsillos interiores de su chaqueta y la tendió frente a Denis, el cual se encontraba paralizado por la noticia, con Dominique a su lado agarrándole de la mano.
 
-Deme la carta a mí -intercedió el Comte de Parrot- ¿Y sólo murió Phillipe Valmont?
 
Jean Parrot miró fijamente a Charles, intentando desentrañar cualquier misterio que pudiera haber detrás de la mirada de aquel Valmont.
 
-Dentro de la desgracia, afortunadamente sí. Había un guardia en cubierta que fue lanzado al mar por la explosión. Y eso le salvó la vida. Lo siento, no tengo más detalles. Debo atender otros asuntos.
 
Charles retrocedió unos pasos, con el fin de dejar a Denis siendo consolado por su esposa cuando, repentinamente, paró y se giró.
 
-Es una desgracia, Marquis de Le...
 
-¡Marchaos! ¡Marchaos! -interrumpió Jean Parrot, no dejando finalizar la frase.
 
El Comte desafió con la mirada a Charles, quien prefirió abandonar la sala, en medio de todos los murmullos que se estaban formando en los distintos corrillos del banquete, pues los familiares más próximos habían escuchado parte de la conversación y lo estaban transmitiendo al resto de invitados. Encendió con calma la pipa de madera que le había entregado Denis unos días antes, junto con una carta que había sido escrita por su mayor enemigo, Phillipe, escrita a principios de año. Había reflexionado mucho sobre las palabras que contenían. Observó al hijo de su enemigo y lo compadeció.
 
 * * * 
Charles recorrió los pasillos de la mansión familiar, subiendo hasta el dormitorio del patriarca de la familia, dos plantas más arriba del salón de banquetes. Dentro, tumbado en la cama y retorciéndose de dolores, se encontraba Louis «Le jeune», Viscomte de Valmont. Sentada pacientemente en una silla a la izquierda su esposa Josephine, y a la derecha, de pie mirando al exterior por el ventanuco de la estancia, Algernon, el vicario que había oficiado la ceremonia y hermano menor de Louis, con semblante triste.
 
El abuelo de Denis, a sus sesenta y tres años, aún podría haber vivido algunos años más, si no fuera por el humor de la bilis negra, que lo había llenado de tumores por dentro y no se esperaba que durara mucho más, según el galeno que se había marchado poco antes. Al entrar su hijo mayor, reparó en él:
 
-¿Ya está todo dicho? -preguntó
 
-Así es, padre. El pobre muchacho ha podido contener las lágrimas y...
 
-Basta -lo interrumpió, a la par que tosía-. ¿Y qué hay de nuestro hombre?
 
-Du Calamar recibirá lo acordado.
 
-¿Sabía quién se encontraba en el barco?
 
-No. Le dijimos que en el buque no habría nadie, salvo el guardia de cubierta. Dudo mucho que supiera que Phillipe dormía en el camarote. Un trabajo rápido y eficaz.
 
-Bien, bien, utilizarás la influencia de la familia para que pueda volver a pisar suelo francés, como prometimos. Un Valmont siempre cumple su palabra.
 
-¿Su palabra? -se indignó Charles- ¿Y qué hay de Phillipe? No puedes ni decir su nombre ¿Has cumplido tú tu palabra con respecto a Phillipe? ¡Tu hijo! ¡Mi hermano!
 
-¡Un ingrato! -alzó la voz iracundo- ¡Ese no es...! -un ataque de tos le impidió terminar la frase.
 
Algernon le ofreció un vaso de agua que escupió al poco de sorberla, no pudiendo ni tragar el líquido. Cada vez estaba más débil y su voz flaqueaba. Había dejado reposar su cabeza sobre la almohada y ya sólo podía sostener la mirada con su hijo, dejando caer los brazos como un peso muerto sobre la cama.
 
-Cállate ya -dijo finalmente-. Hemos hecho lo que había que hacer. Tú... Tú eres el Viscomte y tu sobrino Marquis. Controla a Denis... Que tenga descendencia, asegura los títulos... Fortalece nuestra posición... Yo... He sacrificado mi vida por la familia. He luch... Yo...
 
No pronunció más palabras. Su corazón se había parado. El silencio se apoderó de la estancia. Algernon rezó el Subvenite, mirando al exterior en búsqueda de un rayo de sol que anunciara la acogida del alma de su hermano, más el cielo se nubló, cubriéndose por completo, oscureciendo la habitación. Josephine se levantó de la silla, se inclinó con esfuerzo sobre el cuerpo de su marido y lo besó en la frente.
 
-Por fin nos libramos de ti, hijo de una perra sarnosa -dijo ante el espanto del sacerdote.
 
Luego se dirigió a Charles:
 
-Hijo mío, eres libre. Ningún juramento te ata ya. Haz lo que quieras. Procura ser feliz. Es lo que yo voy a intentar hacer el poco tiempo que me queda.
 
Y con ello abandonó la habitación, dejando a los demás con el muerto.
 * * * 
En los establos de la Guardia del Cardenal reina la tranquilidad. Al fondo, entre tantas monturas de bella y estilizada figura, blancas, alazanas o negras, destaca una de porte más achaparrado, de color gris sucio, con patas más cortas y orejas exageradamente grandes. Una figura la cepilla cuidadosamente, y la montura profiere una exclamación de satisfacción, más cercana al rebuzno que al relincho. Con unas palmaditas en el lomo, el cuidador le dice al oído:
 
-Que va-t-il advenir de nous maintenant, Malherbe?(¿Qué va a ser de nosotros ahora, Malherbe?)
 * * * EL CABALLERO DEL MES El título de Caballero del mes corresponde a:Tessier Dusel
Por aceptar el desafío de ejercer de acusación en el juicio, con tan poco tiempo e información para prepararlo todo.
 
 EL PATÁN DEL MES El título de Patán del mes corresponde a:EL REAL SECRETARIO
Por desconectarse de la lista de correo por error, en un momento de máxima actividad.
 
 * * * NOMBRAMIENTOS HABIDOS ESTE MES 
Charles Batz-Castelmore ha sido nombrado Ministro de Humanidades (C03)Cael de Rouen ha sido nombrado Gobernador Militar de París (M05)André du Guerrier ha sido nombrado Aide de chambre de General 1º (M14A)El personaje no-jugador nº. 015 ha sido nombrado Aide de chambre de General 2º (M14B)Tessier Dusel ha sido nombrado Aide de chambre de General 3º (M14C)Francesco Maria Broglia ha sido nombrado Aide de chambre de Teniente General 1º (M19A)Gamin de la Chaussée ha sido nombrado Aide de chambre de Teniente General 2º (M19B)El personaje no-jugador nº. 079 ha sido nombrado Aide de chambre de Teniente General 3º (M19C)El personaje no-jugador nº. 072 ha sido nombrado Aide de chambre de Teniente General 4º (M19D)Renné Gade ha sido nombrado Aide de chambre de Teniente General 5º (M19E)El personaje no-jugador nº. 027 ha sido nombrado Ayudante regimental de los Carabineros de la Reina (M20E)Hércule Delaveau ha sido nombrado Ayudante regimental de la Guardia Real (M20A)Jean-Luc Picard ha sido nombrado Ayudante regimental de los Mosqueteros de la Picardía (M20K)El personaje no-jugador nº. 038 ha sido nombrado Ayudante regimental de los Coraceros del Delfín (M20G)El personaje no-jugador nº. 099 ha sido nombrado Aide de chambre del 1er. Brigadier General (M23A)Tessier Dusel ha recibido de Su Majestad el título de Comte de Dusel
Renné Gade ha recibido de Su Majestad el título de Viscomte de Gade
Tessier Dusel ha recibido de Su Majestad el título de Viscomte de Dusel
Charles Batz-Castelmore ha recibido de Su Majestad el título de Barón de Castelmore
Gamin de la Chaussée ha recibido de Su Majestad el título de Chevalier d'Honneur
Léo Hardy le Castel ha recibido de Su Majestad el título de Chevalier d'Honneur
 
 * * * ANUNCIOS DE PRESENTACIONES A CARGOS 
Hércule Delaveau anuncia que se presentará a Capitán de la escolta real (M17)Renné Gade anuncia que se presentará a Capitán de la escolta real (M17)
 
 * * * 
 CARGOS PARA EL MES DE OCTUBRE
| Cargo | Requisitos | N.S. mínimo | Quién nombra | 
|---|
 | Capitán Escolta Real | Capitán de Guardia Real | 9 | Gobernador Militar de París |  | Capitán Escolta Cardenal | Capitán Guardia Cardenal | 7 | Gobernador Militar de París |  | Abanderado Escolta Real | Subalterno Guardia Real | 9 | Gobernador Militar de París |  | Abanderado Escolta Cardenal | Subalterno Guardia Cardenal | 6 | Gobernador Militar de París |  | Chancellor | Vicario | 11 | Arzobispo |    CARGOS PARA EL MES DE NOVIEMBRE
| Cargo | Requisitos | N.S. mínimo | Quién nombra | 
|---|
 | Soldados escolta Real | Soldado Guardia Real | 8 | Capitán Escolta |  | Soldados escolta Cardenal | Soldado Guardia Cardenal | 5 | Capitán Escolta |  | Oficial diocesano | Vicario | 10 | Arzobispo |  
 * * * AGRADECIMIENTOS 
Pues... A tantos, que ya no sé qué deciros. Además, algunos preferís permanecer en el anonimato. Eso sí: es muy importante que sepáis que sin vuestra ayuda nunca habría podido escribir todo esto en tan poco tiempo. Y además... No sé vosotros, pero para mí ha sido un trabajo apasionante revisar y montar todo, aparte de añadir algún párrafo para llenar huecos. Una vez más de tantas, ¡GRACIAS!
 NOTAS DE LOS REALES SECRETARIOS 
Buffff... Espero no haberme dejado nada. ¡Vaya turno! Por pura curiosidad he mirado en el servidor, y ésta es la crónica más larga de la historia de "En Garde!". Se ha cerrado una trama (suponemos) y me imagino que a partir del próximo mes las cosas se calmarán un poco. De todas formas, aunque un poco de emoción tampoco está mal, supongo que hay que encontrar el punto correcto de complicación, cosa que no es fácil porque cada uno tiene el suyo propio. Pero "En Garde!" es un juego que hacemos entre todos, así que tenéis la posibilidad de modelarlo a vuestro gusto. Por cierto: el Caballero y el Patán del mes los he elegido yo a dedo. De todas formas, sólo había un voto... No quiero cerrar esta crónica sin una mención especial de agradecimiento a Xas, que, a pesar de haber dejado la partida como la dejó (y diga lo que diga él, yo personalmente pienso que fue una decisión precipitada), ha sido de gran ayuda y un gran colaborador desde "el otro lado de la barrera". No creáis que os libraréis de él tan fácilmente: sigue estando invitado a todas las barbacoas, asados, calçotadas y saraos en general que organicemos en el futuro. ¡Nos vemos el próximo turno!
 FECHA LÍMITE PARA EL PRÓXIMO TURNO El plazo de entrega del próximo turno finaliza el viernes, 1 de noviembre de 2024, a la medianoche (hora española peninsular). ¡Hasta pronto! 
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