Preux et audacieux: Una partida de En Garde!®por e-mail

 

REAL CRÓNICA DE MARZO DE 1657
(Número 370)

...Porque eres grande, porque eres bueno, porque desafías toda lógica... Amén.
François Lampourde

ECOS DE SOCIEDAD

Primera semana

En el patio de armas de la Guardia del Cardenal, el segundo batallón forma en disciplinado silencio. Su Mayor, André du Guerrier, da instrucciones a los capitanes de las dos compañías que lo componen. Al poco, ambas compañías se ponen en marcha, en direcciones distintas. Una de ellas, a poco de ponerse el sol, se aposta en los alrededores del lugar en el que François Lampourde mantiene el santuario de la Virgen Negra, y espera en silencio.

Finalmente, la paciencia de los guardias se ve recompensada: tres siluetas humanas y la de un carro se recortan a la escasa luz de la luna menguante. Siguiendo la consigna, los guardias esperan hasta que dos de los hombres se dirigen a un escondrijo y empiezan a sacar diversos objetos que van cargando en el carro. Mientras, el tercero sube la colina hasta llegar a la cueva, y en la entrada apila una pequeña cantidad de leña y prepara una fogata. Sin embargo, antes de que pueda prender la yesca, dos hombres salen del interior de la cueva y otros dos de la espesura, y entre los cuatro acorralan e inmovilizan al visitante. Capturado, atado y amordazado, no puede hacer otra cosa que dejarse llevar colina abajo. Cuando comprende que no puede oponer resistencia, cesa de hacer ruido, aguza el oído y oye gritos a una cierta distancia. Puede ver fugazmente las siluetas de más guardias, que parecen llevar presos a sus dos compañeros, pero la oscuridad y la rapidez con que lo transportan le impide ver más detalles. Se resigna a que le lleven a donde quieran; parece que de momento lo necesitan vivo, cosa que le tranquiliza. Le ponen un saco en la cabeza, le refuerzan las primeras ataduras y añaden otras a sus pies, y lo suben al lomo de un caballo o un mulo de carga, tras lo cual se ponen en marcha.

Un rato después, Alexandre de l'Oie aparece en la escena. Un retén de la Guardia del Cardenal, que había quedado en el lugar de los hechos por si alguien más aparecía, le da el alto. De l'Oie se identifica, y los guardias le piden que les acompañe a su acuartelamiento para aclarar las cosas con su Mayor. Sin oponer resistencia de ningún tipo, el aviñonés les acompaña hacia la ciudad.

* * *

Ajeno a todo este embrollo, Jean Duprey asistió a Les Chasseurs con Adèle Féraut, donde pasaron una tranquila velada sin ser molestados. Después, se encerraría en casa con una buena mano de pliegos, una pluma y un tintero, a escribir una nueva obra de teatro.

* * *

Segunda semana

El calabozo no es mal lugar, piensa el hombrecillo. El lecho no parece excesivamente incómodo, la estancia tampoco es muy lúgubre, y las condiciones de salubridad son aceptables. A un lado, un par de mantas que le han traído después de dejarle aquí. Al otro, una pequeña caja a modo de mesilla. El ventanuco permanece abierto, como una obertura al cielo clamando libertad, pero los toscos barrotes que lo cruzan lo anclan a uno a la realidad.

Y la realidad se hace presente, de repente, con el pesado chirrido del hierro patinando sobre hierro. La gruesa puerta se abre, y André Du Guerrier entra en la estancia, revisándola con un vistazo. Deposita sobre la caja, con cuidado, un plato con comida abundante y se dirige con enojo contenido al hombrecillo que aún permanece desdibujado entre luces y sombras.

-¿Y bien, Lampourde?

-¡Gracias, hermano! Estaba muerto de hambre. ¡Qué buena pinta tiene! ...si me disculpáis.... -responde sonriente el hombrecillo, incorporándose de un brinco bajo la luz de ventanuco, mientras cruza las manos en señal de oración-. Te doy gracias, oh Nombre Misterioso, honrado con la denominación de Dios y bendecido con la denominación de Padre, Matriz de todo lo generado, que estos alimentos me den fuerzas para enfrentar las duras situaciones de la vida... ¿a qué viene esa cara, hermano André? No parecéis muy contento de tenerme como invitado en vuestro cuartel. Por mi parte no tengo queja alguna, y si bien echaré en falta la libertad de andar a mi antojo por el bosque como venía haciendo hasta ahora, comprendo que consideréis que hospedarme aquí bajo llave es mucho más seguro, aunque enojoso para vos. En cualquier caso, estoy en vuestras manos.

El Mayor de la Guardia del Cardenal sostiene la mirada del fraile unos instantes, antes de suspirar y darse la vuelta para abandonar la estancia. En la puerta, y antes de cerrarla, Du Guerrier responde:

-Comed y descansad. Nadie os molestará. Aprovechad para poner en orden vuestros pensamientos.

* * *

Noche cerrada en París. Damien Moreau camina discretamente por la calle. Parece volver del club, o de alguna taberna, aunque por su forma de caminar no parece especialmente borracho. Su paso es ligero, pero sin correr.

Llega finalmente a la puerta del edificio donde vive. Saca la llave sin titubeos, la introduce en la cerradura, y en ese momento se desata el infierno: un tropel de asaltantes se le echa encima, lo tumba al suelo y lo reduce sin contemplaciones. De nada sirven sus gritos, ni el intento de echar mano del rapier: al momento está atado y amordazado. Es entonces cuando, gracias a una luz que alguien de una ventana cercana ha encendido al oír el ruido, ve a sus captores: son muchos, más de una docena si contamos los que habían quedado ocultos en segundo término cubriendo las salidas de la calle, y llevan uniforme, aunque no consigue distinguir cuál. Sin dejar de retorcerse y oponer resistencia con todas sus fuerzas, Damien Moreau es conducido por sus captores a un edificio que resulta ser... La Bastilla.

* * *

Mientras tanto, en el club Les Tuiles Bleues, un grupo de joviales caballeros se reunieron para una noche de esparcimiento y diversión. La ocasión: la despedida de Denis Valmont de la vida seglar, pues en algunas semanas sería ordenado sacerdote de los dominicos. El primero en hablar fue el jovencísimo homenajeado, quien se situó a la cabecera de la mesa.

-¡Un momento de atención, por favor! Quería agradecerles a todos que hayan acudido a esta humilde fiesta de despedida, por llamarla de alguna manera. Ya sé que no es lo habitual, pero como no deja de ser que soy un recién llegado, sigo el consejo del caballero André Du Guerrier, quien sigue queriendo convencerme públicamente de que disfrute de la vida parisina con todo lo que ésta puede ofrecernos. Bueno, lo sigo a cuarto y mitad, porque no tengo intención alguna de alistarme en el ejército, pero sí de aprovechar este breve laico período de tiempo para saborear todo lo que la vida material me pueda dar. Por ello debo darles las gracias por darme esta excelente oportunidad para estar con todos ustedes a los que ya considero mis amigos. Y qué mejor manera de honrar la amistad y la compañía de personas justas y fieles que... ¡leer lo que se dice en Proverbios 17:17 sobre esto!

Valmont sacó una Biblia de no se sabe dónde y se irguió en postura solemne... Durante unos breves segundos, queriendo ver las caras de los sorprendidos invitados que empezaron a preguntarse a qué tipo de «fiesta» les habían invitado. Al instante cerró el sagrado ejemplar, lo guardó rápido y sonrió a todos los presentes.

-¡No se preocupen! Ya habrá tiempo de sobra para hablar de esto cuando pueda dar misa. ¡Qué suene la música!

A una indicación del joven, se corrió un grueso telón que ocultaba una parte del club, para dejar ver a una pequeña orquesta formada por un violinista, un violonchelista, un flautista y un oboísta, acompañados por tres hermosas bailarinas, muy bien vestidas, nada escandaloso, que alegraban la vista de quien quisiera mirar. Valmont estaba entusiasmado, dando palmas y alentaba a todos a imitarlo cuando un criado del club se acercó a la mesa, donde todos los caballeros y las damas presentes se estaban animando.

-Monsieur Valmont. Hay un hermano franciscano que insiste en que le conoce y que está apuntado a la fiesta, pero no lo tengo en la lista de invitados.

Efectivamente, un franciscano se presentó a un paso atrás y a la izquierda del criado, para disgusto de éste último que le había indicado que esperase en la puerta.

-Pa... Padre... ¡Padre Marcel!

La copa de vino que portaba Denis Valmont cayó, rompiéndose en cien pedazos y desparramando el caldo de su interior. El muchacho enmudeció del todo, enrojeciéndose su rostro de vergüenza y estupor, mientras la música continuaba y las bailarinas mostraban sus bellas piernas.

Marcel du Calais no pudo reprimir la pequeña sonrisa que se dibujó en su rostro al ver la reacción del muchacho. Pero ante el pequeño desastre de la rotura de la copa, reaccionó con presteza, con la práctica de quien tiene la experiencia de muchos años enfrentándose a contingencias de todo tipo. Avanzando al frente, con sumo cuidado de no pisar ningún cristal se acercó a Denis Valmont

-¿Estáis bien? Tened cuidado, ¡quieto! -dijo asiéndole del brazo y obligándolo a retroceder- No vayáis a pisar ningún cristal, esperad un momento que a buen seguro los barrerán en un momento -añadió alzando ligeramente la voz y dirigiendo su mirada al criado que le había precedido en su aparición en el salón.

Este ya se había puesto en acción incluso antes de las palabras del fraile, y con la ayuda de otros dos criados que aparecieron raudos, en un abrir y cerrar de ojos retiraron todos los cristales y dejaron el suelo sin rastro del rojizo líquido que lo había manchado apenas unos instantes antes. Solo entonces el fraile se avino a soltar la mano del muchacho y esbozando esta vez una cálida sonrisa habló de nuevo:

-¿Cómo está usted, pequeño Valmont? Hecho ya todo un hombre, pero con la misma mirada traviesa que tenía de niño.

Denis acabó por reaccionar, saliendo de su silencio.

-Bueno, sí, gracias. Esto... Sí, claro, está invitado -le dijo al criado para luego hacerle señas a fray Marcel para que tomara asiento-. Estábamos precisamente... Esto... ¡brindando por la feliz llegada de los hermanos Sulpicianos a Montréal! Nos alegramos todos muchísimo cuando lo leímos en la Gazzete del pasado mes. Permítame presentarles: este es el hermano franciscano Marcel Du Calais. Lo conozco desde que era crío; de vez en cuando venía a visitarnos a Ville Marie y se quedaba largas horas hablando con toda la familia. Aunque mi tutor eclesiástico era el párroco de Montréal, fray Marcel se preocupaba de rellenar las lagunas que tuviera. Estos son los caballeros Alexandre de l'Oie, el más distinguido de todos nosotros, Teniente Coronel de la Guardia de Dragones y me imagino que falta poco para que ascienda a Coronel, fíjese; Eugnace-Michel de Laderoute, Capitán de los Coraceros del Delfín, hombre culto y erudito crecido entre libros y gran maestro de latín; Gamin de la Chaussée, Capitán de los Carabineros de la Reina y hace poco que se encuentra en París; Hércule Delaveau, nuestro gran dramaturgo cuya última obra, «Fray Perico y su borrico» sigue encadenando éxitos; Jean-Luc Picard, Capitán de los Mosqueteros de la Picardía y creo que gran aficionado a la astronomía; Phillipe Le Clothes Du Lacoste, Marine Real, y Thibaut Cul-de-sac, Coracero y con quien compartí parte del viaje a París cuando desembarqué en Bordeaux. Y, por supuesto, las encantadoras damas Violette Fablet, Anne Gramme y Daphée Bourtagre. ¡Ah! Y por ahí llega Bernille Nienau, también Coracero. De hecho, el Mayor de los anteriores mencionados.

El mencionado coracero no se lo podía creer. Bernille apareció en el club vistiendo sus más esplendorosas vestimentas, dignas de la firma de su familia. Cuando entró se dio cuenta de su error. Aquello era más informal de lo que se había imaginado. Y no porque las copas se cayeran por el suelo -estas cosas ocurren sin más- sino por el ambiente relajado y campechano del evento. Su sensación de elegancia pasó a convertirse en sentimiento de petulancia.

En primer lugar acudió a saludar al anfitrión:

-Muchas gracias, caballero. Es una fiesta de digna despedida propia de una futura personalidad del clero. Señor Valmont, muchas gracias por su invitación y presencia.

Acto seguido, tras un saludo con la mirada y haciendo una ligera reverencia a los restantes invitados, se dirigió al franciscano recién presentado.

-Fray Marcel du Calais: me presento. Como bien ha dicho el señor Valmont, mi nombre es Bernille Nienau, de Montsegur. Es un placer conocerle. Debo reconocer que la vida monástica siempre me ha interesado; quizá ello es debido a que conocí a un fraile benedictino que procedía de Montecasino, Italia, que se hallaba de visita en nuestro castillo. Mantuve con él una interesantísima conversación sobre los posibles secretos que guarda el castillo de mi burgo natal y los de la abadía de Montecassino -llamada así pues se halla en la cima del monte en la que está la población llamada Cassino-. El hermano era un experto en exorcismos -algo que el fundador de la orden benedictina dominaba-. De hecho sus restos reposan ahí. A veces pienso que a esta ciudad de París, por los sucesos que ocurren en bosques y sus aledaños, bien le haría falta una o varias sesiones de estas. Me encantaría poder tener una charla con Vos sobre estos temas y la visión que se tiene desde una óptica franciscana sobre estos temas, pero permitidme también saludar al resto de los participantes, no me gustaría pasar por descortés.

Tras escuchar con sincero interés la presentación de Bernille Nienau y esperar a que terminaran las debidas presentaciones, Marcel du Calais se vió en la obligación de intervenir de nuevo tras ser directamente interpelado por este:

-Monsieur Nienau, el placer es recíproco y si vuestras opiniones son tan interesantes como vuestra procedencia, a buen seguro podremos tener conversaciones más que satisfactorias caballero. Deduzco por vuestras palabras, además, que estáis iniciado en el conocimiento del vasto mundo de los exorcismos, lo cual denota una mente inquieta, aunque no sé hasta cuanto de profundo es vuestro conocimiento en la materia, pero probablemente tendría más que aprender yo de usted que usted de mí en ese campo. En cuanto a esos sucesos que mencionáis, lamento no poder estar al tanto ya que mi llegada a la ciudad es tan reciente que no he podido ponerme al día de lo que ha acontecido en ella no solamente en los últimos años, sino que ni siquiera en los últimos días. Por ello estaría encantado de que pudiérais instruirme al respecto.

Y desviando la mirada del caballero Bernille y haciendo un recorrido en círculo sobre todos los presentes, a la vez que inclinaba la cabeza a modo de saludo a todos, continuó:

-Y me gustaría añadir que hago extensible a todos los presentes el agradecimiento por el buen recibimiento que me están proporcionando y les reitero a todos que es un placer para un humilde fraile como yo el conocerles. Estoy seguro de que podré departir con todos en algún momento de la noche, pero no quiero en modo alguno monopolizar la velada ya que el protagonista no puede ser otro que quien ha organizado este magno evento.

-Temas muy interesantes, sin duda, en los que yo también podría plantear nuevas preguntas -dijo Eugnace-Michel de Laderoute-, que me reservaré por el momento, pues ahora no es la ocasión propicia para hablar de ciertos asuntos. ¡Rellenad de nuevo las copas y brindemos por quien se despide de este estilo de vida! -clamó secundando al fraile.

Alexandre de l'Oie decidió aprovechar la invitación al brindis, mostrando unas cajas que los criados trajeron a una indicación suya, y así corresponder a los saludos del franciscano y de Bernille con su propia presentación:

-Mis nobles caballeros y hombres de Dios -inició su intervención con muy buena dicción-. Mucho me place hallarme aquí reunido con vosotros. Me he permitido traer unas cajas de vino de mi tierra que, de buen seguro, sabréis disfrutar debidamente, mientras nos conocemos un poco, pues veo rostros que aun no conocía, ya que muchos de vosotros habéis llegado a esta gran ciudad hace poco. Recuerdo bien el día en que llegue de mi querida Aviñón, sorprendido por todo cuanto veía, con el animo firme de hacerme un lugar entre los soldados al servicio de Su Majestad. Veréis que en un corto lapso de tiempo habéis hecho grandes amigos y medrado en los menesteres que os trajeron a París. Todo es cuestión de ánimo, perseverancia y, en el caso de coraceros y carabineros, mostrar en el frente la resolución que veo en vuestros rostros. No dudéis en pedirme lo que necesitéis que, si en mi mano está, lo podéis considerar concedido.

»Quiero agradecer a nuestro anfitrión los parabienes que me ha prodigado, así como sus deseos de un rápido ascenso. Aunque en este ultimo aspecto he de deciros que soy hombre de acción; no soportaría ver la batalla desde una loma rodeado de los miembros del estado mayor. No cambiaría mi puesto por nada del mundo.

Haciendo una pausa para tomar aliento y tomar una copa de vino de Aviñón, su voz adquirió un tono soñador y melancólico.

-¡Ahhh! Se que algunos no han estado nunca en un campo de batalla. Ver la primera luz del alba mientras la noche, a hurtadillas, va dando paso a un nuevo día que, tal vez, vaya a ser el último. Los caballos están nerviosos mientras los hombres miran al destino con ojos de acero y bulle en su interior un torbellino de emociones, viendo pasar su vida en un instante. Suena un clarín, ¡la hora ha llegado! Los. Hombres se alinean en sus monturas rodilla con rodilla, como en los viejos conrois, iniciando un paso corto para el que hay que retener a los caballos que huelen la batalla. Un nuevo toque de clarín y el trote ligero hace retumbar la tierra y levanta nubes de polvo a las espaldas. ¡Mantened la formacion! ¡¡Mantened la formacioooón!! Hay que tirar de las riendas hasta hacer daño en la boca de nuestras nobles monturas para evitar el desorden. Un nuevo toque, esta vez mas largo, una espada que se levanta apuntando a un cielo que empieza a encenderse. Y esa espada que baja mientras el clarín resuena y las gargantas de cada uno lanzan un alarido salvaje de gloria y victoria. El torbellino interior se ha disipado, el enemigo esta en frente y en el frenesí de la carga solo hay un único anhelo: ¡¡¡Su Majestad y Francia!! No seguiré pues relatándoos una batalla mas, mucho me he extendido ya y temo ser pesado para vuestras paciencias, así que disculpad a este viejo soldado en sus desvaríos.

» Con todo, permitidme alzar la copa en demanda de un brindis en honor de nuestro anfitrión y, cómo no, de Su Majestad y de Francia.

-Mi querido dragonés, o dragonero, o quizás draconiano -reflexionaba Hércule Delaveau sobre el término más apropiado para la Guardia de Dragones-, ya sé a quien acudir cuando necesite consejo para un relato marcial. ¡Brindo por vuestra épica!

Ya eran demasiadas las rondas de copas servidas, pero los invitados continuaban eufóricos a causa de la magia del dios Baco. Gamin de la Chaussée, más animado de lo habitual por la falta de costumbre y un poco abrumado por tantas caras nuevas a las que atender, optó por repreguntar a los asistentes su afiliación militar, para romper el hielo. Estaba bebiendo otro generoso trago de vino cuando Jean-Luc Picard se presentó:

-Capitán de los Mosqueteros de Picardía.

Gamin intentó reprimir una risotada, pero al tener la boca llena acabo escupiendo el líquido al rostro de Picard, que se quedó estupefacto un segundo para luego reaccionar de inmediato desenvainando la ropera:

-¿Os burláis de mi regimiento, gañán?

Gamin intentaba pedir disculpas pero no podía reprimir la risa.

-Disculpad Capitán, no he podido evitar imaginar el aspecto de un mosquetero con... ¡Picardías!

Todos los asistentes estallaron en una sonora carcajada al imaginar la sugerencia de Gamin de la Chaussée. El propio Picard, intentando reprimir una risotada, le apostilló:

-¿Y vos de que regimiento sois, patán?

Gamin respondió sin ocultar su hilaridad:

-Yo soy... ¡Carabina de la Reina!

Y cayó con estruendo de su taburete sin parar de reír, contagiando a todos los presentes, incluyendo al mosquetero. Al otro lado de la mesa, Alexandre de l'Oie estaba al borde de la apoplejía si nos atuviéramos al sonido de sus carcajadas. También Violette Fablet se apoyaba en Eugnace-Michel de Laderoute para evitar caer por los suelos, desternillada. El coracero, a su vez, también se apoyaba en Phillipe Le Clothes Du Lacoste, quien aguantaba el tipo y mantenía la compostura a pesar de los caldos aviñoneses. Quizás el sentido del equilibro del Marine Real, acostumbrado al vaivén del mar, le hacía inmune a los efectos del alcohol.

-Mis buenos y nobles caballeros -añadió Alexandre-. ¡Estoy al borde de la muerte! ¡Vale más vuestro ingenio que una división entera del enemigo!

-¡Draconus! -gritó Hércule Delaveau, como en respuesta a Alexandre.

-No, ¡Dracaris! -exaltó Thibault Cul-de-sac, levantándose para rugir como lo haría un dragón.

Al finalizar la velada, Picard y de la Chaussée salieron abrazados y tambaleándose de Les Tuiles Bleues, mientras Daphée Bourtagre procuraba evitar que acabaran por los suelos. Había nacido una nueva amistad.

* * *

Mientras, en l'Epée d'Or, una reunión mucho más tranquila tenía lugar. Charles Batz-Castelmore con Magdalène Vien, Cael de Rouen con Laurélie Hagopian, Francesco Maria Broglia con Claire Lagaine y Renné Gade con Eléonor d'Yberville disfrutaban de una opípara cena. De hecho, Charles Batz-Castelmore había ido con la idea de preparar el baile de la cuarta semana, y Laurélie Hagopian tenía la idea de ayudarle a elegir la decoración, los centros de mesa, etc., pero al llegar allí y encontrarse con las otras parejas, decidieron dejar toda la preparación en manos del club y disfrutar de la compañía de sus amigos.

* * *

Tercera semana

Les Tuiles Bleues volvió a ser el centro de la actividad social parisiense. Los criados tuvieron que emplear horas extras para limpiar el desaguisado de la semana anterior y reubicar la posición de las mesas para un nuevo encuentro de distinta índole: un certamen literario informal, en teoría más calmado, aunque el dueño del local pensó en reabastecerse holgadamente de vino y cerveza, no fuera que se descontrolara posteriormente. Acudieron varios de los caballeros de la semana anterior, aunque no todos, los cuales, después de las debidas presentaciones y saludos, se tomaron unos primeros vinos con la intención de desterrar la vergüenza de hablar en público, aunque fuera entre caballeros, y dar la bienvenida a la audacia -o la lengua suelta en su defecto-. Cuando ya llevaban dos o tres copas, se levantó Eugnace-Michel de Laderoute, a quien Denis Valmont le había pedido que buscara el momento oportuno para iniciar la velada literaria:

-¡En fin! Mis amigos del teatro, de la poesía, de la prosa o de las historias, todas ellas ramas hermosas del arte que Apolo iluminaba para los antiguos griegos -introdujo-. Es el momento de que cada uno exponga lo que haya plasmado su pluma y lo comparta con todos. ¿Quien se anima a ser el primero?

-¡Yo mismo! -se levantó Alexandre de l'Oie, que inteligentemente prefería ser el primero en agradar los oídos de los contertulios, antes de que la continua ingesta de los ricos caldos les hiciera imposible distinguir el bello soneto La Belle Matineuse -del poeta Claude de Malleville- del berrido de las verduleras del mercado des Enfants Rouge.

-Quiero ofrecer a los presentes un poema singular por lo lejano y exótico de su procedencia. Pertenece a Li Po, un poeta de la lejana China que murió ahogado al querer abrazar el reflejo de la luna en un lago (tras haber bebido lo suyo, imagino...) (risas).

Rodeado de flores vivo solo
frente a una jarra de vino.
Alzando mi copa convido a la luna.
Con mi sombra somos tres...
Y aunque la luna no puede beber
y mi sombra en vano me sigue,
las tomo como compañeras transitorias.
Divirtámonos mientras pasa la primavera.
Bailo mientras mi sombra vacila.
Bebo mientras la luna pasea.
Mientras estoy sobrio nos solazamos juntos.
Cuando estoy ebrio se deshace la compañía.
¡Oh, sombra! ¡Oh, luna! Ya nos encontraremos algun día
en el cristalino mundo de las estrellas.

Aplaudieron todos los presentes y bebieron en su honor, lo que animó al dramaturgo Hércule Delaveau a levantarse y ser el siguiente:

La primavera trompetera ya llegó,
ya me despido del abrigo
Las señoritas pasean bajo el sol;
dama mía, vente conmigo y toma:
Sujeta este ramo que suelta el aroma
y admira un cielo de blancas palomas.

Nuevos vítores por el dramaturgo Châtelleraudais y nueva ronda de copas. Aprovechando un momento de silencio, cuando los asistentes todavía estaban decentemente serenos, Thibaut llama con serenidad la atención de todos. Con voz solemne, tranquila y bien proyectada, comienzó a contar una historia, esperando llenar los corazones de los oyentes con profundos sentimientos.

-Estimados caballeros, me gustaría contarles una leyenda de mi tierra o cercana a ella. Aprovechando que estamos en una velada de celebración del equinoccio amenizaré con algo mas pagano que cristiano, vuestras mercedes me perdonen.

Había una vez en las profundidades de los Pirineos, en un valle apartado y enigmático de Vasconia, donde las leyendas y los susurros del pasado aún se aferran a las sombras del presente. En ese valle, habitaba una deidad antigua conocida como Mari, la diosa madre de la tierra y los cielos.

Se dice que Mari era una figura divina imponente, cuya presencia podía ser tanto benevolente como despiadada, dependiendo de la voluntad de aquellos que la buscaban. Los aldeanos del valle veneraban a Mari con ofrendas y rituales, esperando su favor y protección.

Sin embargo, un día, la codicia y la arrogancia de un noble local se alzaron por encima del respeto hacia la diosa. Este noble, conocido por su ambición desmedida y su desdén por las tradiciones antiguas, decidió desafiar a Mari y robar un tesoro sagrado que se decía que estaba custodiado por la diosa en las profundidades de las montañas.

Con un grupo de hombres audaces, el noble se adentró en las cuevas sagradas donde se rumoreaba que reposaba el tesoro de Mari. Ignorando las advertencias de los lugareños sobre la ira divina, el noble persistió en su búsqueda de riquezas.Pero Mari, sintiendo la profanación de su sagrado dominio, decidió castigar la osadía del noble.

Con un estruendo ensordecedor y una tormenta que sacudió los cimientos de la montaña, la ira de Mari se desató sobre los intrusos. Los hombres del noble fueron arrastrados por corrientes de agua furiosas y rocas que caían, mientras que él mismo quedó atrapado en las profundidades de la cueva, condenado a vagar eternamente en la oscuridad.

Desde entonces, se dice que el valle lleva la marca de la ira de Mari, con sus cuevas ocultas y pasadizos misteriosos que sirven como recordatorios de la poderosa deidad que habita en las montañas.

-Y así, amigos míos, la historia de la diosa Mari y su venganza perdura en las leyendas de Euskal Herria, recordándonos siempre el respeto que debemos mostrar hacia las fuerzas antiguas que gobiernan nuestra tierra.

Concluyó así Thibaut su relato mientras el viento susurraba afuera y los caballeros contemplaban en silencio la profundidad de la historia que acababan de escuchar, envueltos en el misterio de la mitología vasca. Entonces fue Bernille Nienau el que se levantó, sacando un papel de su bolsillo:

-Señores -carraspeó un poco-, yo soy más lector que escritor, pero como que lo prometido es deuda, aquí les leo mis impresiones de un recién llegado a la que es su primera primavera en París:

En los campos de la Ciudad de Paris, la primavera emerge.
¡Ah! París, la ciudad del amor, el desencanto se sumerge.
Los árboles despiertan con un verde esmeralda brillante,
y el Sena refleja el cielo azul, como un lienzo vibrante.
Las calles se llenan de un bullicio jovial,
mientras las flores adornan cada rincón, sin igual.
Los bancos* al aire libre invitan a soñar,
con aromas de pasteles y café al despertar.
En los jardines de Versalles son testigos del amor
mientras los paseantes se miran con elegantes vestidos.
Las rosas despliegan sus pétalos con olor
y el viento susurra saludos y despidos.
Los enamorados pasean a pie o sobre un corcel
bajo un cielo que parece pintado por pincel.
El amor flota en el aire, como mariposas en vuelo,
en esta primavera que embellece cielo y suelo.
Así es París en su primavera radiante,
una melodía de colores y esperanza constante.
Que cada flor y cada brisa traigan consuelo,
en esta ciudad eterna, donde el amor es su anhelo.

Nota: El poema habla originalmente de "los cafés al aire libre", pero el primer café de París, "Le Procope", no abrió hasta nueve años más tarde; sin embargo, la bebida ya estaba empezando a ganar popularidad y ponerse de moda.

 

Bernille plegó la nota y se la guardó nerviosamente en un bolsillo de su chaqueta. Observó a la audiencia buscando las reacciones del público. Pareciera ser que algunos rostros se enrojecieron, lo que le complació.

-Para finalizar -anunció el caballero Valmont-, yo no les he preparado ningún poema, ni relato, ni narración, pues admito no ser diestro en tales artes, pero sí les voy a referir un hecho.

»Festejamos el equinoccio de primavera. Como saben ustedes mejor que yo, equinoccio viene del latín aequinoctium o aequus nocte, lo que significa «noche igual». ¿Igual a qué? Al día, mis amigos; el día es tan largo como la noche. El Sol aparece las mismas horas durante el día que las estrellas por la noche. En el orden del Universo el equinoccio representa el equilibrio de la Naturaleza, lo que es lo mismo que anunciar el equilibrio que el Señor provee. Si la balanza se inclinaba hacia un lado, ahora se nivela gracias al peso ejercido en el platillo opuesto por designio del divino.

»Si bien el solsticio de invierno es llamado Sol Invictus, la victoria del Sol sobre la larga oscuridad -o lo que es lo mismo, el nacimiento de Jesús el Cristo-, en el equinoccio de primavera alcanzamos el equilibrio entre la luz y la oscuridad. La luz iguala a la oscuridad y mañana la superará. Los días seguirán creciendo, pero a partir de hoy serán más largos que la noche. Después de la tormenta siempre amaina, la brisa purifica el aire y luce el Sol en el cielo, espléndido y majestuoso. Se acercan los días felices, el triunfo de Helios y la derrota de la noche.

»Más vigilad, no perdáis cuidado, pues depende de cada uno de nosotros que sea el Sol el que prevalezca. Abrid los corazones, despejad la mente, revestiros de coraje, empuñad con determinación vuestra espada y dejad que sea la voluntad de Dios quien la esgrima, y os aseguro que si pulís estas virtudes, para cuando Apolo se haya alzado lo máximo posible, los ángeles cantarán himnos de victoria hasta que la Dama de la Noche muestre su bello rostro virginal tres veces.¡¡Paris gozará de un nuevo amanecer y con ella toda Francia!!

El joven Valmont se irguió lo máximo que dio su cuerpo, extasiado por la inspiración que la velada literaria emanaba, agarró la botella de vino más cercana, descorchándola con los dientes y bebió a morro, tragando hasta que no quedo gota alguna. El franciscano Marcel, temiéndose lo peor pues ya había visto episodios de exaltación similares en jóvenes novicios, se levantó rápido de la silla y corrió hacia la otra punta de la mesa, sin éxito. El muchacho cayó al suelo con piernas y brazos estirados en la cruz de San Andrés. Marcel du Calais, con la ayuda de Eugnace-Michel de Laderoute y Violette Fablet, intentó reanimarlo, más no lo pudieron sacar de su ebria inconsciencia.

-No os preocupéis, no es nada grave -comentó Eugnace-Michel-. Lo llevaremos a un apartado y continuaremos con la fiesta. Estoy seguro de que él lo hubiera querido así.

* * *

-Decidme, ¿qué queréis ahora? ¿qué es eso tan importante que no admite espera?

Quien habla así es, nuevamente, el Mayor Du Guerrier, entrando de manera atropellada en la celda de François Lampourde, tras interrumpir su clase de esgrima y ajustándose la chaqueta.

-...porque eres grande, porque eres bueno, porque desafías toda lógica... Amén.

François Lampourde termina su oración, se pone en pie y mira con aire cordial a su anfitrión antes de hablar:

-Cuando oigo abrirse esa puerta, hermano André, nunca sé si vienen a liberarme, a asesinarme o a traerme la cena, o las tres cosas en una... No me malinterpretéis, la comida es excelente para un cuartel, pero no es de eso de lo quería hablaros. Pedí veros hace días, nada que no pudiera esperar unas horas más, no era mi intención interrumpir vuestra sesión de esgrima... -el tono y la expresión jovial del hombrecillo se torna seria después de un breve silencio-... Sois buena gente, André, y creo que puedo confiar en vos, espero no equivocarme, tampoco tengo mucho que perder. Os he llamado para deciros quién soy; si aún no lo habéis adivinado por vos mismo, creo que ha llegado la hora de descubrir nuestras cartas. He tenido muchas vidas y un nombre distinto para cada una, Lampourde era el apellido de soltera de mi madre, y así me hacía llamar en la época en la que conocí a Villiers...

Así es hermano André, el mismísimo coronel Villiers Daugé de Chevreuse, no andabais tan errado en vuestras deducciones, a fin de cuentas..

Cuando era tan sólo un muchacho, me escapé de casa para unirme a una troupe de comediantes. Fueron los años más felices e inocentes de mi vida, vos también habréis sido joven y apasionado alguna vez.... Mi destino se entrelazó al de Villiers en 1632, durante mi primera gira teatral en Paris, un flechazo instantáneo, hablando platónicamente, y durante los siguientes años se convertiría en mi hermano espiritual y mi mentor.

El coronel me rebautizó con el nombre de Panurgo. Luché a su lado en Val Tellina, en el regimiento que capitaneaba Villiers en esos días, tan lejanos ya... Y aquel fatídico mayo del 37 fui el último hombre que le vio con vida, pues murió en mis brazos.

Juro que cuanto os estoy revelando es la verdad y puedo probarlo. El resto de la historia es muy largo de relatar y algo complicado, pero estoy dispuesto a contároslo, o mejor os lo resumiré, si es que queréis saber más.

Continuad vuestro entrenamiento, Mayor Du Guerrier, y si decidís pernoctar en los cuarteles, venid a visitarme de nuevo esta noche y responderé a todas las preguntas que queráis hacerme... Pues me figuro que serán unas cuantas.

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Cuarta semana

Y llegó la semana reservada para el baile de primavera organizado por Batz-Castelmore. Vimos llegar a du Guerrier con Christine Daé, Charles Batz-Castelmore con Magdalène Vien, le Viscomte de Rouen con Laurélie Hagopian, el Barón de Broglia con Claire Lagaine, Hércule Delaveau con Anne Gramme, Jacques de la Touché con Charlotte Pézet, Renné Gade con Eléonor d'Yberville, y Tessier Dusel acompañado de Georgette d'Avignon, con la que se le ve con cada vez más frecuencia. Aunque madame d'Avignon está guardando el luto correspondiente, nos preguntamos si habrá algo más que un simple deseo de amistad y consuelo por parte de monsieur Dusel. El tiempo lo dirá...

En el baile no faltó de nada, como es habitual en las fiestas organizadas por monsieur Charles Batz-Castelmore. Se comenzó con el baile, pero cuando los invitados empezaron a dar muestras de cansancio, se pasó a un salón contiguo en el que esperaba una estupenda cena. "Nada como un baile para abrir el apetito", comentó el piamontés con los ojos chispeantes.

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Con los codos apoyados en el modesto escritorio junto a la ventana, Denis Valmont intentaba concentrarse en sus libros. Sin embargo, su mente estaba embotada por los estragos de la resaca. Entre quejidos de dolor de cabeza y suspiros de arrepentimiento, luchaba por enfocar su mirada en las borrosas páginas del libro de latines. A pesar de sus esfuerzos, la neblina mental persistía. Para distraerse mientras se le pasaban los efectos de la borrachera, decidió cambiar de actividad y abrir la correspondencia que había recogido por la mañana. Rasgó el primer sobre de la escueta pila:

Vuestros términos parecen razonables. Os espero.
 
Jean Parrot, Ch.d'H
Le Comte de Parrot

«Ni un Estimado, ni Caballero Valmont, ni encabezamiento o despedida alguna. Mal va la cosa si empezamos con tanta frialdad», pensó Denis.

Guardó la carta en su sobre y lo puso la primera de la nueva pila de correspondencia leída. Pero antes de abrir la siguiente, recostó la cabeza un momento sobre las páginas del libro, cerró los ojos y se quedó dormido.

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...¿Y QUÉ HA PASADO CON LA CRÓNICA TEATRAL?

Buena pregunta, messieurs... Pues ha pasado algo verdaderamente curioso: probablemente por primera vez en más de treinta años de esta crónica, ningún caballero ha asistido al teatro en todo el mes. La verdad es que, en retrospectiva, no se han perdido gran cosa: la obra ha resultado mediocre, para calificarla de manera generosa. Y es que el cambio del Ministro de Humanidades no parece haber hecho ningún bien a las artes de la musa Talía. ¿Fue la brillante época de le Viscomte de la Touché un mero espejismo?

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EL CABALLERO DEL MES

El título de Caballero del mes queda
 

DESIERTO
Por un sextuple empate a un voto.

EL PATÁN DEL MES

El título de Patán del mes corresponde a:
 

François Lampourde
Por fingir su propio secuestro y amenazarse a sí mismo.

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NOMBRAMIENTOS HABIDOS ESTE MES

    • Charles Batz-Castelmore ha sido nombrado Aide de chambre de Mariscal (M12)
    • Renné Gade ha sido nombrado Ministro del Bienestar (C06)

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ANUNCIOS DE PRESENTACIONES A CARGOS

    • André du Guerrier anuncia que se presentará a Mayor de la Brigada de Guardias (M15A)
    • Jacques de la Touché anuncia que se presentará a Ayudante del 2º Ejército (M11B)
    • Thibaut Cul-de-sac anuncia que se presentará a Mayor de la Brigada Pesada (M15C)

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CARGOS PARA EL MES DE ABRIL
CargoRequisitosN.S. mínimoQuién nombra
Jefes de DivisiónTte.General o superior 8Aide General
Aides de Ejercito Coronel 5Jefes Ejércitos
Mayores de Brigada Mayor 3Jefes Brigadas
Quartermasters Brigadier General 6Jefes Ejércitos
Administrador diocesano Obispo 12Cardenal

 

CARGOS PARA EL MES DE MAYO
CargoRequisitosN.S. mínimoQuién nombra
Aides de Division Teniente Coronel 4 Jefes Divisiones
Ayte. del Cardenal Obispo 12 Cardenal

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AGRADECIMIENTOS

¡A TODOS! Muchísimas gracias por unas contribuciones tan generosas a la crónica, además escritas de forma colaborativa. Me habéis dejado alucinado. Era un turno complicado para los Reales Secretarios y os lo avisé: mi viaje a Japón, las vacaciones escolares de las niñas de Joan, etc., todo esto unido a dos saltos importantes en la trama de la partida que exigían mucho esfuerzo de escritura, y que además llegaron de improviso. Pero lo habéis dado todo, y el resultado me ha dejado impresionado, la verdad. Un millón de gracias; son cosas así las que me han hecho continuar con esta locura durante más de treinta años.

NOTAS DE LOS REALES SECRETARIOS

La verdad es que estas cosas pasan, pero no acabo de acostumbrarme. He recibido comentarios de varios jugadores quejándose de que las investigaciones no progresan, de que la trama se enquista y no avanza, etc... Y en el mismo turno se produce una sacudida y un giro de guión; por un lado porque la paciente investigación de un jugador ha dado sus frutos (no os sorprendáis: simplemente mirad cualquier periódico y veréis que cuando se desarticula una banda criminal previamente ha habido meses, o incluso años, de "picar piedra" por parte de la policía), y por otro lado por un inesperado golpe de suerte de otro jugador. Os aseguro que yo no he tenido nada que ver en esto (ni Joan tampoco, claro; de hecho, este turno lo he tenido que procesar solo por problemas de fechas). Resumiendo: que ahora mismo la cosa se pone interesante, y no ha sido por nuestra culpa. A ver cómo termina (o no) todo.

FECHA LÍMITE PARA EL PRÓXIMO TURNO

El plazo de entrega del próximo turno finaliza el viernes, 3 de mayo de 2024, a la medianoche (hora española peninsular).

¡Hasta pronto!

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