Preux et audacieux: Una partida de En Garde!®por e-mail

 

REAL CRÓNICA DE SEPTIEMBRE DE 1656
(Número 364)

...y este aplauso, que recibe
prestado, en el viento escribe,
y en cenizas le convierte
la muerte, ¡desdicha fuerte!
¿Que hay quien intente reinar,
viendo que ha de despertar
en el sueño de la muerte?
Pedro Calderón de la Barca, "La vida es sueño"

GACETA MILITAR

Poco que contar este mes en el aspecto militar. Después de los resultados altamente positivos (logrados en parte, no lo olvidemos, gracias a la información recopilada por Tessier Dusel), nuestras tropas pueden tomarse un respiro y volver a París dejando sólo un contingente de reserva en prevención de posibles ataques sorpresa. ¡Bienvenidos a casa, héroes!

ECOS DE SOCIEDAD

Primera semana

Por fin, la primera semana de este mes tuvo lugar la tan anunciada reapertura de la Cofradía de la Caridad. Gracias al trabajo de voluntarios como François Lampourde y Damien Moreau, el primero metido toda la semana entre pucheros preparando comidas y cenas, y el segundo brindando asistencia médica elemental a cualquiera que lo pudiese necesitar: roturas de huesos, infecciones, extracción de muelas... Parece ser que el acadiano ya desempeñaba tareas similares en su comunidad de Port Royal, y de ahí que tenga experiencia previa. Como ayudante, la caritativa y abnegada Isabelle d'Artois. Mientras, prosiguen los últimos trabajos de carpintería y albañilería para terminar de habilitar un espacio que albergue a cuantos niños de las Trece Casas traigan las buenas Hermanas de la Caridad, ya que la Cofradía servirá de decimocuarta Casa para aliviar un poco a los otros hospicios que regentan las monjas. A cambio, éstas también prestarán colaboración en las tareas de la Cofradía.

* * *

En otro orden de cosas, Phillippe Le Rouge fue escenario de la que posiblemente ha sido la fiesta más multitudinaria del mes: Alexandre de l'Oie, Bernille Nienau, Cael de Rouen, Hércule Delaveau y Robert Domfront coincidieron en el club y la fiesta fue mayúscula. Causó gran expectación la presencia del Barón de Rouen, ya que no es frecuente ver a todo un Ministro de Estado, y noble por añadidura, visitar un club relativamente humilde. Sin embargo, probablemente el Barón sabe que la diversión no se encuentra necesariamente en los sitios más caros.

* * *

En cuanto al estreno teatral... Mejor no hablar de él. Solamente diremos que Charles Batz-Castelmore y Renné Gade, ocupando distintos palcos con sus respectivas damas, abandonaron la obra antes de que ésta terminase. Phillipe Le Clothes Du Lacoste, en cambio, se quedó en la platea hasta el final, aunque no prestó atención alguna a la obra. Cómo se nota que el Ministro de Humanidades ha pasado tres meses en campaña...

De todas formas, el Ministro ha anunciado que "está de vuelta" y que "va a poner orden en esta caterva de holgazanes". De entrada, después de unos cuantos gritos y puñetazos sobre su escritorio que han provocado la huída en desbandada de un número importante de trabajadores del Théatre, ya ha anunciado el título del siguiente estreno: "Las flores del general", de Jean Duprey, quien ha pasado prácticamente todo el mes encerrado acabando de escribirla y puliendo los detalles finales. También sabemos que tiene sobre la mesa el original de "Fray Perico y su borrico", aunque éste todavía está en proceso de elaboración.

* * *

Christine Daé está sentada en el salón de su mansión, pero en lugar de la habitual taza de chocolat de las tardes tiene frente a ella recado de escribir. En sus bellos oídos aún resuenan las palabras escritas por Jean-Luc Picard, leídas por su dama de compañía, en las que difama y ultraja a su caballero, André Du Guerrier, y en las que se atreve a mencionarla para hacerla protagonista de una situación de pareja que nada tiene que ver con la realidad. Mira de soslayo a su caballero, el pulcro, recto y honorable Guardia del Cardenal, de pie a su lado, ajeno a sus pensamientos. Él no ha dado más recorrido al asunto, pero ella decide hacer lo que una dama enamorada debe hacer por su amado. Toma un pliego de papel y, tras entintar la pluma, rasga el blanco con palabras negras y certeras: "Estimado Coronel..."

* * *

Segunda semana

Lo peor del verano parecía haber pasado, y el anochecer refrescaba lo que el día hubiera caldeado. Eso pensaba André Du Guerrier, palmeando tranquilamente el cuello de su montura en el claro acordado, mientras esperaba a que Françoise Lampourde hiciera acto de presencia.


Tres meses habían pasado, la campaña militar estival empezaba a olvidarse y, pese a la sensación de que tampoco había sido tanto tiempo, el Guardia del Cardenal no podía dejar de sorprenderse de la rapidez e impunidad con que el fraile había actuado en su ausencia.


El ulular de una lechuza sobre su cabeza trajo a Du Guerrier de vuelta al presente. Su alazán resopló, intranquilo. El bosque se iba poniendo cada vez más umbrío mientras caía la noche, hasta que la Luna apareció majestuosa en el cielo despejado, transmutando en relumbrante plata todo cuanto bañaban sus rayos de luz sepulcral...


André pudo distinguir entonces los límites del claro y examinar de un vistazo la peculiar orografía del lugar... Un círculo de robles vetustos cubiertos de musgo que inclinaban solemnemente sus augustas ramas a ambos lados de un farallón, no muy alto, por el que discurría un modesto arroyuelo culebreando entre los árboles hasta desaparecer en la espesura... El murmullo constante del arroyo parecía derivar en la distancia a una extraña polifonía de -¿música y voces humanas?- más allá de las lindes del claro.


Antes de que el Guardia del Cardenal pudiera percibir nada más, una de esas voces le llamó por su nombre desde lo alto del farallón. François Lampourde limpiaba su pipa de cedro sentado sobre una raíz casi tan grande como él, que sobresalía un poco por debajo de la cima.


-No os esperaba hasta el alba. Pero habéis venido... Y no para soltarme otro sermón de los vuestros, ni para representar conmigo el teatro cósmico del Orden y el Caos en combate singular, y si no es para prenderme ni para reprenderme esta vez... ¿A qué habéis venido?... Dejadme adivinar... -masculló lentamente Lampourde mientras guardaba la pipa en su bolsa-. ¡Hermano, estáis aquí por la GNOSIS! No puede ser otra cosa. ¡Dadme un momento para bajar!


Pero mientras trepaba por la raiz hacia la peña, se detuvo un instante, dubitativo, antes de alcanzarla -Ahora que lo pienso mejor, André, subid vos, si hacéis el favor... Ya que os habéis presentado a estas horas, me gustaría mostraros una cosa aquí arriba. Bienvenido a mi pequeña Arcadia, hermano.


Y, de un salto, desapareció detrás de una roca. Du Guerrier maldijo para sus adentros mientras amarraba las riendas de su caballo y buscaba dónde asirse, para poder encaramarse y salvar el obstáculo. Ese hombrecillo le sorprendía y le sacaba de quicio a partes iguales, y en esta ocasión no le permitiría escabullirse de nuevo, sin más.


Cuando consiguió llegar a la cima descubrió que al otro lado del promontorio había un sendero que seguía el curso del agua por el robledal y se perdía en la oscuridad de un angosto pasaje cubierto por una techumbre de ramajes que se entrecruzaban abriendo un camino natural a través de la arboleda. Lampourde le esperaba en silencio, a la luz de un farolillo que colgaba de una rama, a un lado de la entrada al pasaje.


Sopesando las posibilidades de caer en algún amago de emboscada y antes de dar otro paso, Du Guerrier se limitó a decir: "Después de vos."


Lampourde no dijo nada, agarró el farolillo y se adentró con él en el pórtico. El Guardia del Cardenal cruzó detrás suyo y mientras avanzaban lentamente por el pasaje en penumbra, volvió a apercibirse de la melodía etérea que había creído escuchar antes y que ahora imbuía todo a su alrededor de una atmósfera ultraterrena e incitaba a creer que atravesaban el tránsito a Otro Mundo, si no fuera porque era evidente aquella extraña música provenía de un sin fin de sonajeros, armados con cascabeles y varillas de latón, los cuales, suspendidos de las ramas más altas, tintineaban azarosamente mecidos por la brisa nocturna, acompasados por el incesante ronroneo de voces distantes, que fácilmente se confundía con el rumor del arroyuelo pero crecía en intensidad según llegaban a su destino. Al fin salieron del paso cubierto a otro claro mucho más amplio que terminaba en la fuente del arroyo que brotaba de una pared de roca viva.


-Hemos llegado, hermano André -dijo Lampourde.


André vio que había tres mujeres arrodilladas, una de ellas muy anciana, canturreando al unísono una letanía que no le pareció de los Santos Misterios, pero lo que más atrajo su atención fue la impresionante imagen a la que rezaban las mujeres, cuya figura, engalanada con ramilletes de salvia, cirios y candelarias, flores de jacinto y azafrán, y un gran número de exvotos a sus pies, coronaba el manantial. André Du Guerrier pensó que la talla podía ser una réplica de la que el conocía como la Virgen Negra de Marsella, también llamada Virgen de los gitanos, en realidad una santa profana si no recordaba mal, aunque la Iglesia tolerara su culto desde tiempo inmemorial.


Lampourde se detuvo unos pasos antes de llegar a la ermita natural, sentándose en la hojarasca del suelo, dejando el farol en un tocón con la mano derecha, el dedo índice de su mano izquierda en los labios en señal de silencio. Du Guerrier pudo escuchar entonces las palabras de aquel ronroneo cadencioso de las beatas que repetía el mismo soniquete a tres voces, una y otra vez:


...en lo más profundo del Ser... Late la Vida...
...en el abismo de la ambición...
...reina la Muerte...


François comenzó a rebuscar bajo los faldones de la destartalada casaca que vestía, abigarrada de remiendos, y Du Guerrier llevó la mano instintivamente a la empuñadura del rapier, pero antes de que su suspicaz invitado reaccionara, el hombrecillo, incorporándose de un brinco, le mostró un sobre de papel amarillento sin sello ni membrete.


-Recibí este mensaje anónimo a principios de verano...-explicó François con voz queda, al entregarle el sobre gastado al Guardia del Cardenal, quien lo recibió con cautela, mientras el acadiano se apoyaba en el borde del tocón, cuajado de hongos, sobre el que reposaba el farol.


"Usted decide a quién..." rezaba la nota. Du Guerrier la leyó completamente. Varias veces. Se fijó en la letra. Luego en el trazo, para después revisar el soporte y las marcas que presentaba.


Mientras lo hacía, Lampourde tomó de nuevo su pipa y continuó hablando muy bajito, mientras procedía a a cargarla parsimoniosamente:


-Sé que sois un hombre piadoso, leed y conprenderéis... Debéis saber que a este lugar vienen enfermos y penitentes, además de un puñado de almas rotas y tronados de la Corte de los Milagros en busca de luz y guía, amén de toda una legión creciente de devotos adeptos a nuestro amado padre Orland, pues estos bosques están bajo la tutela de Saint Denis y su buen abad... Hay quien afirma que estas aguas, además de poseer propiedades sanadoras que curan diversos males, son doblemente milagrosas por conceder ciertos dones a quien bebe de sus fuentes. Uno de esos dones es el Don de la Visión Verdadera...según dicen.


-Lampourde dio tres chupadas seguidas de su pipa encendida con la cazoleta invertida, exhalando una densa fumarola, malsana y mefítica a ojos de André, antes de retomar la palabra:


-Cuando marchamos al frente de campaña, una procesión de fieles siguió al hermano Orland hasta las murallas de Paris. La comitiva iba encabezada por la misma imagen de esta Santa Mariestas Marieae, que luego traerían al santuario desde la parroquia de Saint Honoré, e imagino que todas las noches desde entonces hacen vigilias de oración como la que ahora mismo presenciamos... Y no debemos interrumpir, hermano, la encantadora gruta en la que solía meditar está todavía un poco más arriba, si deseáis verla. No es una subida difícil, pero hay que trepar un buen trecho por esos peñascos...-dijo mientras señalaba una oquedad triangular en la pared de roca, a peligrosa altura por encima de la arboleda.

-Dejaremos una ofrenda a Nuestra Buena Señora antes de irnos, ¿no os parece, hermano André? -el acadiano partió una ramita del tocón, esgrimióla a modo de varita ante el Mayor Du Guerrier, indicándole que le acompañara a los pies de la sagrada imagen, y por el camino arrimó el palitroque a la cazoleta de su pipa encendida para prenderle llama. A un paso del manantial, Lampourde le pasó el yesquero, con la pequeña candela tambaleándose en su punta, a la par que dejaba caer unas hebras de tabaco sobre una lira desvencijada que yacía en una piedra a la vera de la imagen. El Guardia del Cardenal buscó rápidamente algún cirio al que darle lumbre y acabar cuanto antes, cuando vio uno bien gordo de cera roja, cuya mecha humeaba como de haberse apagado por la brisa un minuto antes. Para prender el cirio sin importunar a las mujeres tuvo que agacharse donde las beatas oraban frente a la Virgen Negra, y al inclinarse hacia ellas las voces murmurantes resonaron en su dirección con una fuerza inesperada.

Impasible, Du Guerrier prendió la vela y ya se retiraba discretamente cuando el contacto de una mano esquelética que agarraba la suya le hizo sentir un escalofrío que le paralizó por completo pues no intentó liberarse. Las tres mujeres interrumpieron su letanía monótona al mismo tiempo. La más vieja sujetaba la mano de André Du Guerrier mientras le miraba fijamente como si realmente pudiera verle con sus ojos temblones velados por las cataratas.

Toda ella temblaba cuando, con voz estremecida, susurró:

-La Bestia que surgió del Abismo reinará en el Mundo... Hasta el Fin de los Tiempos por venir... Una Gran inundación... Acabará con su Reinado... En la luz... Por la oscuridad ...la mujer que fué arrebatada al fuego...será reclamada por las aguas... ¡sepultarán a miles en sus profundidades!


Las fuerzas de la anciana desfallecieron entonces y tuvo que ser asistida por sus hermanas mientras a duras penas la pobre mujer se recuperaba del trance. André Du Guerrier, estupefacto, no daba crédito a la escena que acaba de presenciar. François Lampourde, un poco más lejos, mordía el alambicado mástil de su pipa de cedro mientras parecía hacer serios esfuerzos por controlar su propia agitación interna antes de responder a la pregunta no formulada por su sorprendido invitado.


-Así es, mi querido amigo, Nuestra Señora ha hablado -apostilló lacónicamente el esperpéntico hombrecillo.


André se quedó absorto, pensativo. Todo iba mal. Todo estaba mal. Nada encajaba. Y aquel individuo le había hecho bailar al son que había querido. Le buscó con la mirada, y sus ojos se encontraron. Lampourde se mantenía a la espera, atento a su reacción, con aquella tensión comedida en la mirada propia de quien sabe que después de la calma suele explotar la tormenta. Pero Du Guerrier se mantuvo tranquilo, y únicamente le pidió que le acompañara de vuelta al claro, a su montura. Deshicieron el trayecto, con la misma calma y parsimonia con la que lo habían hecho, pero sin palabras que perturbaran los pensamientos que en esos momentos burbujeaban en los dos hombres.


Llegados al sitio, Du Guerrier palmeó a su montura antes de liberar sus riendas. Montó a su bestia y, antes de tomar el camino de regreso a la ciudad, se despidió de Lampourde:


-Lampourde... No estoy muy seguro de lo que he visto, de lo que he escuchado, y de lo que habéis tratado de decirme. Pero pensaré en ello, fríamente, antes de tomar una decisión al respecto. Hoy, podéis dormir tranquilo. Pero volveremos a vernos, estad seguro.

* * *

Sumido en sus pensamientos, André du Guerrier cabalgaba a paso lento por el sendero que conducía de vuelta a París. Un sujeto raro este Lampourde, que le sacaba de sus casillas y le fascinaba a la vez. Tarde o temprano descubriría... Descubriría, ¿qué? Era profundamente religioso, pero su religiosidad no pasaría el juicio más elemental contra la herejía, infestada como estaba de supersticiones de los indígenas de las lejanas colonias del otro lado del Atlántico. Y sin embargo...

Su corriente de pensamiento se vio interrumpida por una enorme silueta oscura que bloqueaba el camino. A la luz de la luna, parecía un carruaje. Cauto, tiró de las riendas de su montura y se acercó reduciendo la marcha. El caballo mostraba una agitación creciente, y le costó un buen esfuerzo evitar que reculara. Finalmente optó por atarlo en un árbol del margen, a unos veinte pasos del obstáculo, y acercarse a pie, con la mano en el puño del rapier por lo que pudiera ser. Si era una emboscada, desde luego era de lo más burdo.

Con prudencia, rodeó el carruaje (ahora ya era evidente que lo era) y lo examinó someramente. Ninguna rueda rota, sin tiro pero la horquilla en buen estado... A todas luces no había sido abandonado por avería. Lo sacudió ligeramente para comprobar las ballestas, y entonces empezó a oírse un ruido en el interior, como un golpeteo suave y persistente. "Bien", pensó, "habrá que agarrar el toro por los cuernos".

Abrió la portezuela y se llevó el mayor susto de su vida: dos cuervos, no menos aterrorizados que él, salieron en tromba, graznando como locos. Du Guerrier cayó de culo en el suelo, gritando una maldición. De inmediato se levantó y se puso en guardia para ver qué otras sorpresas le depararía el carruaje. Nada. Su interior estaba silencioso.

A todo esto, la luz del amanecer asomaba tímida por detrás de los árboles. Du Guerrier comprobó que las persianillas de las ventanas estaban bajadas, y las subió utilizando la punta del rapier; al menos tendría un poco de luz para ver el interior. Se asomó con cuidado, y lo que vio dentro le heló la sangre.

En el suelo del carruaje, un cadáver abierto en canal y en avanzado estado de... De descomposición o de momificación, Du Guerrier no estaba seguro. Sobre los asientos, una serie de tarros de cristal que contenían lo que parecían órganos humanos. En el pecho abierto del cadáver, una carta del Tarot.

Aunque Du Guerrier es un soldado curtido, hay cosas que superan incluso los estómagos más avezados. Pálido y cubierto de un sudor frío, el guardia del Cardenal apoyó la frente en un árbol cercano y dejó junto a sus raíces el contenido de su estómago, ya escaso al haber pasado varias horas desde la cena. Cuando se repuso, se dirigió directamente a su montura, no sin echar una última mirada de soslayo al horrible vehículo. La luz cada vez más clara le permitió fijarse en un detalle que no había visto antes: en las paredes del carruaje estaban escritas, con algo que parecía sangre, las letras E.I.A.E.

* * *

A pesar de haber obtenido el título de barón de Dusel recientemente, Tessier estaba amedrentado mientras esperaba en la antesala de la Baronesse du Foix, admirando la lujosa mansión de la viuda del finado Guillaume du Foix. Durante la tensa espera, Tessier Dusel contempló los preciosos cuadros que adornaban la estancia pensando: "Quizás tenga que plantearme seriamente cambiar de domicilio y abandonar la modesta buhardilla en la que vivo..."

Sus pensamientos se interrumpieron cuando el sigiloso sirviente le susurró en la nuca que iba a ser recibido y que le siguiera, provocando un respingo involuntario del mosquetero.

Una vez llevado en presencia de la baronesa du Foix, Tessier Dusel se inclinó con modestia y le expresó su más sentido pésame por la pérdida de su esposo, transmitiéndole el pesar que había reinado en todos los regimientos cuando se conoció el triste suceso. Visiblemente emocionada, Georgette d'Avignon solicitó al Mayor que le relatara lo sucedido en el campo de batalla tomando una infusión. Tras describirle la heroica hazaña y el terrible desenlace, el Mayor Dusel le desveló las últimas voluntades de su difunto marido, del cual recibió la petición de honrarle post-mortem con la reforma y posterior inauguración de la sala de esgrima del cuartel de los Mosqueteros del Rey con el nombre de Sala de esgrima Guillaume du Foix.

-¿Cuáles serían las reparaciones que se tendrían que acometer en dicha sala? -preguntó con súbito interés la baronesa.

-Euh -titubeó Dusel-, supongo que se trataría de una restauración de la estancia, pintado de paredes...

-¿De que color?

-Mmm... Lo ignoro, baronesa. No soy experto en rehabilitación y confiaba en delegar en los alarifes contratados...

La baronesa reaccionó con un brío inusitado.

-¡Que panorama más sombrío y desolador! Si confiamos la tarea a operarios militares no podemos esperar buen gusto en la resolución de las obras de renovación para dicha sala. El pobre Guillaume delegó en mi persona la decoración de esta mansión plenamente consciente de sus limitaciones para tal empresa.

La mirada vivaz y resuelta de la baronesa du Foix fue una revelación para el Mayor de los mosqueteros.

-Baronesa, a juzgar por las magníficas estancias que he podido contemplar en vuestra residencia, no me cabe duda que la sala de esgrima luciría mucho más majestuosa si supervisarais vos misma la reforma.

-¿Dirigir yo a una cuadrilla de operarios? ¡Imposible!

-Tenéis toda la razón, baronesa. Me ofrezco para ser vuestro humilde interlocutor y trasladar al capataz vuestros deseos.

La sonrisa que se dibujó fugazmente en el rostro de Georgette desveló al mayor que la propuesta había captado el interés de la viuda de Guillaume du Foix.

* * *

Tercera semana

L'Epée d'Or fue escenario esta semana de una animada reunión. Charles Batz-Castelmore había organizado una celebración del final de la campaña militar de verano, y asistieron varios caballeros, entre ellos du Guerrier con Christine Daé, le baron de Dusel, y Jean-Luc Picard con Daphée Bourtagre.

A poco de comenzar la fiesta, el barón Dusel estaba conversando con Batz-Castelmore cuando hizo acto de presencia en el salón André du Guerrier, acompañado de Christine Daé. Se acercó éste al mosquetero, y sin otro saludo que una breve tosecilla, le dijo:

-Tengo entendido que están reformando la sala de esgrima de vuestro regimiento. Esperemos que las mejoras repercutan positivamente en la maestría de sus integrantes, que tanto decepcionan últimamente.

El mosquetero, conocedor de la pericia como duelista del Guardia cardenalicio, recogió el guante con resolución:

-Concededme el placer de demostraros nuestra valentía.

-Con mucho gusto, pero tened antes la amabilidad de darme unos minutos para resolver un pequeño asunto. Perded cuidado, estaré a vuestra disposición enseguida -y sin esperar respuesta, se giró y se dirigió hacia donde monsieur Picard y su dama estaban saboreando unos dulces de cereza. El guardia del Cardenal saludó a la pareja:

-Oh, monsieur Picard... No teníamos el gusto de conoceros en persona. Mademoiselle... -haciendo reverencia a su dama-. André Du Guerrier, a vuestro servicio, y a mi lado, mademoiselle Christine Daé.

La aludida intervino y, tras un breve saludo protocolario, dijo:

-Mademoiselle Bourtagre, encantada de conoceros también. Es un placer-. Y volviéndose a el picardo, prosiguió: -Y vos, caballero Picard... André me ha hablado de vuestra asombrosa habilidad para descubrir las virtudes de las damas y, concretamente, las mías.

Ignorando la cara de circunstancias del sorprendido Picard, mademoiselle Daé se acercó a su oído y le susurró:

-Aparte de aguantar a mi amado y su inacabable lista de amigos, yo por mi parte también conozco a mucha gente. Dadle recuerdos a vuestro coronel.

Tras estas palabras, y una sonrisa irónica de Du Guerrier, ambas parejas se separaron y la fiesta prosiguió. Charles Batz-Castelmore y el gascón, que observaron la escena de lejos, no pudieron evitar mirarse sorprendidos cuando inmediatamente después vieron a Picard y su dama discutir airadamente durante unos instantes y luego abandonar el salón, tan rápido que Du Guerrier apenas tuvo tiempo de recorrer la corta distancia que los separaba y, plantándose frente al mosquetero, declarar:

-Gracias por esperar, monsieur. Como os dije, estoy a vuestra disposición.

Salieron ambos al patio trasero, y al cabo del rato volvieron a entrar, el barón sujetándose con fuerza el brazo izquierdo un poco más arriba de la muñeca.

* * *

Temprano en la mañana, Lampourde salió de la Cofradía con el carro y, antes de enfilar en dirección a los bosques, pasó por la parroquia de Saint Honoré para recoger a parte de la tropa de devotos fieles de Nuestra Señora. Damien Moreau y su inseparable Isabelle también estaban esperando para unirse a la procesión.

La siguiente parada fue la abadía de Saint Denis para recoger a Orland Touril. El abad, tras alguna pequeña reticencia al saber que se trataba de una celebración del equinoccio y por lo tanto un asunto pagano, decidió aportarle al menos una faceta piadosa, así que se unió también a la marcha hasta el santuario y bendijo las fuentes del manantial ante todos los testigos presentes en los actos religiosos.

Los adoradores de Nuestra Señora la Virgen Negra iban llegando al santuario. En un paño verde que envolvía los pies de la imagen sagrada, entre guirnaldas de flores y exvotos de cera, podía leerse, bordado en la tela con hilo carmesí: Theotokos (que se traduce literalmente como "La que parió un dios").

En resumen, con la alegre comparsa ya en el bosque y finalizados los ritos sacros, dio comienzo el festival. Touril se retiró discretamente, escoltado por un pelotón de la Guardia Real para velar por su seguridad. Mientras, Lampourde llegó en el carro tirado por Malherbe, las cabezas de ambos adornadas con hojas de parra, seguidos por la muchedumbre de fieles. En el claro del bosque donde iba a tener lugar la celebración ya estaba todo dispuesto: unas barricas de vino (¿quizás procedentes de las bodegas de la abadía de Saint Denis?), otro par de barricas, pero esta vez de esa curiosa bebida llamada hidromiel cuyas virtudes tanto preconiza monsieur Nienau, deliciosa comida recién cocinada (setas frescas, boletus y lepiotas, a la brasa, recolectadas esa misma mañana, y un buen pote de berzas y las primeras castañas de la temporada, música de timbales, panderos, flautines y cornamusas, e interminables danzas alrededor de la hoguera, mientras el cuerpo y el espíritu aguantaron...

Asistieron al alegre festival, además del organizador, de l'Oie, Nienau, le Baron de Rouen con Laurélie Hagopian (aunque ésta se asustó ligeramente ante el cariz pagano de la fiesta y pidió a su acompañante retirarse temprano), Moreau, Robert Domfront y Renné Gade, Ch.d'H.. Lampourde quedó impresionado por la presencia del que él creía que era nada menos que el Gobernador Militar de París, pero éste le sacó rápidamente de su error: "Dejé el cargo hace dos semanas; ahora quiero perseguir otras metas". "Lástima", respondió Lampourde. "Había lavado la casaca para recibiros". Una risotada de ambos coronó la conversación.

Hasta bien entrada la noche, las siluetas de los bailarines todavía destacaban contra la enorme hoguera que se encendió para celebrar el equinoccio.

* * *

Cuarta semana

Los artesanos se afanaban resoplando para terminar los últimos retoques en la sala de esgrima. La placa de mármol, con el nombre grabado en ella y situado muy visiblemente en la entrada de la sala, estaba cubierta con paño de terciopelo de color berenjena. La cuadrilla de albañiles y pintores parecían exhaustos y el capataz estaba visiblemente atacado de los nervios. Dusel intentaba templar los ánimos de todos los presentes... Salvo de la baronesa du Foix, que lucía resplandeciente, volcada con total devoción en el evento que se celebraría al día siguiente.

El día de la inauguración, todos los soldados, subalternos y oficiales del Regimiento lucían sus mejores galas. El coronel salió a recibir a las autoridades, entre las que destacaba la baronesa du Foix, con una sobria elegancia que atrajo todas las miradas de admiración del resto de invitados. Acudieron entre otros el aviñonés y Charles Batz-Castelmore, que aplaudieron con entusiasmo el momento del descubrimiento de la placa, cuando el coronel, muy galantemente, cedió dicho honor a la baronesa du Foix, quedando así inaugurada la sala de esgrima del regimiento de los Mosqueteros del Rey: "Sala Guillaume du Foix".

En ese momento, tres criados aparecieron, llevando cada uno un pesado paquete. Le baron de Dusel se volvió hacia ellos: todo en el salón parecía acabado y completo. ¿Qué era lo que traían aquellos tres villanos? Cuando iba a abrir la boca para preguntarles, el que parecía mayor de los tres le hizo una reverencia y le entregó un sobre cerrado. Le baron de Dusel lo rasgó y posó sus ojos sobre el papel que encontró dentro:

Mayor Dusel:
 
Celebro que hayáis decidido elevar el nivel de los Mosqueteros del Rey honrando, a la vez, a Guillaume Du Foix con una sala de entrenamiento con su nombre. Teniendo en cuenta que los lazos que me unían con el difunto Mosquetero no eran públicos, disculparé que no hayáis pensado en invitarme a vuestra inauguración. Permitidme, asimismo, para contribuir al éxito de vuestra empresa y honrar en cierto modo su memoria, que os haga entrega de tres estafermos con los que los cadetes de vuestro Regimiento podrán poner aún más ganas a sus ejercicios y lecciones. Él sabria apreciar la ironía del gesto. Apreciadla vos también, en un gesto de genuina buena voluntad. Como me decía Du Foix a menudo, "cuánto mejor sea mi adversario, más sabrosa será su derrota".
 
Disfrutad de la fiesta, y muchos éxitos, Mayor.
 
Al servicio del Acero,
André Du Guerrier

El barón no pudo reprimir una sonrisa. Ordenó abrir los paquetes y, en efecto, tres estafermos ataviados como guardias del Cardenal presentaron armas al mosquetero, en inanimado gesto.

"Sencillamente genial", pensó el barón. Y luego dijo: -Colocadlos al fondo, en el centro. Que se vean bien.

Tras la ceremonia, el Mayor Dusel, aún con el brazo en cabestrillo como consecuencia del duelo de la semana pasada, se disponía a acudir a su nuevo club, L'Epée d'Or, donde había organizado otra celebración con oficiales y amigos regimentales, cuando una voz muy familiar le interpeló:

-¡Barón Dusel! ¿No pretenderéis que una dama entre sola a un club para asistir al homenaje de su difunto marido? Haced el favor de prestarme vuestro único brazo en condiciones.

-Por supuesto, baronesa -contestó sonrojado Tessier-.

* * *

Al amanecer del jueves de la cuarta semana, Jacques de la Touché, RennĂ© Gade y Francesco Maria Broglia, sentados al pie de un árbol a la orilla del Sena, esperaban a el capitán para el duelo. Le Baron de la Touché estaba de un humor de perros: la noche anterior, alguien había arrojado un avispero por una de las ventanas de su establo, provocando que los espantados caballos cocearan la puerta hasta romperla y salieran de estampida en la noche. Por tal motivo, había tenido que presentarse al duelo con un caballo prestado que, aunque de carácter obediente, no dominaba por completo.

Los tres comentaban el asunto entre ellos hasta que Renné Gade vio a lo lejos la figura de AndrĂ© du Guerrier que se acercaba lentamente. Los tres se levantaron, pero cuando el recién llegado estuvo frente a ellos se dieron cuenta de que no se trataba de du Guerrier sino de Charles Batz-Castelmore, vestido de igual manera que su amigo.

-Buenos días, messieurs. Acudo en calidad de padrino en nombre de mi camarada el capitán du Guerrier para pactar los detalles del duelo de honor entre él y le Baron de la Touché, ya que dichos detalles no se han tratado ni acordado. En primer lugar me disculpo por no haber podido venir antes ya que razones personales y familiares me han impedido realizar mi cometido cuando mi representado me lo pidió. Pero bueno... Yendo al asunto que nos ocupa, tengo ciertas preguntas y cuestiones que pido me aclaréis y resolváis con el fin de acordar los términos para el lance de honor pendiente -aquí el padrino sacó una hoja de papel y empezó a leer.

-¿Qué arma elegís para el lance de honor?

-¿También exigís que vuestro adversario, aún a riesgo de no estar a vuestra altura, se bata con la misma arma?

-¿Qué disponéis para la resolución del envite? ¿Os es suficiente un lance a la primera sangre? ¿Preferís resolver cuando alguien esté severamente herido? ¿O exigís que sea a muerte?

-En caso de pérdida o rotura fatal del arma por parte de cualquier adversario, ¿cómo convenis proceder? ¿Lance resuelto a favor de quien esgrima aún? ¿Paro, para restituir un arma? ¿Otra?

-¿Mantenéis vuestra exigencia de que el duelo se dirima a caballo?

-De ser así, ¿preferís utilizar silla de montar o a pelo?

-¿Qué lugar debe designarse como "campo del honor"?

-Si es a la orilla del Sena, ¿a qué altura? ¿En qué orilla? ¿Junto a qué referencia, edificio, construcción, paso, árbol, etc?

-Si no es a la orilla del Sena, ¿en qué ubicación exactamente?

-¿Durante qué semana deben encontrarse los adversarios?

-¿Qué día, concretamente, de esa semana?

-¿A qué hora, exactamente, de ese día?

-¿Quién os representará a vos, de cara a asegurar que las condiciones se cumplen y respetan durante todo el lance?

Aquí Broglia dio un paso al frente:

-Yo lo haré.

-En tal caso -fue la respuesta-, acepto las condiciones en nombre de mi representado. Como siempre es un placer hablar con vos y espero vernos pronto para un menester más festivo. Os agradezco vuestra comprensión, y os transmito los saludos de Magdalène para su estimada Charlotte. Buenos días, messieurs.

Tras lo cual hizo una breve reverencia y emprendió el camino de vuelta.

* * *

EL CABALLERO DEL MES

El título de Caballero del mes corresponde a:
 

Tessier Dusel
Por su iniciativa en bautizar el salón de prácticas de los Mosqueteros del Rey con el nombre de su difunto general.

EL PATÁN DEL MES

El título de Patán del mes corresponde a:
 

André du Guerrier
Por servir a su Cardenal antes a que a su Rey y a Francia.

* * *

NOMBRAMIENTOS HABIDOS ESTE MES

  • Tessier Dusel ha sido nombrado Ministro de Exteriores (C04)
  • André du Guerrier ha sido nombrado Aide de chambre de General 1º (M14A)
  • Francesco Maria Broglia ha sido nombrado Aide de chambre del Dauphin (M16)
  • Francesco Maria Broglia ha sido nombrado Aide de chambre de Teniente General 1º (M19A)
  • Francesco Maria Broglia ha sido nombrado Ayudante regimental de la Guardia Real (M20A)

* * *

ANUNCIOS DE PRESENTACIONES A CARGOS

  • Francesco Maria Broglia anuncia que se presentará a Capitán de la escolta real (M17)
  • Renné Gade anuncia que se presentará a Capitán de la escolta real (M17)
  • Jean de Fallois anuncia que se presentará a Abanderado de la escolta real (M21)

* * *


CARGOS PARA EL MES DE OCTUBRE
CargoRequisitosN.S. mínimoQuién nombra
Capitán Escolta Real Capitán de Guardia Real 9Gobernador Militar de París
Capitán Escolta CardenalCapitán Guardia Cardenal 7Gobernador Militar de París
Abanderado Escolta Real Subalterno Guardia Real 9Gobernador Militar de París
Abanderado Escolta CardenalSubalterno Guardia Cardenal 6Gobernador Militar de París
Chancellor Vicario 11Arzobispo

 

CARGOS PARA EL MES DE NOVIEMBRE
CargoRequisitosN.S. mínimoQuién nombra
Soldados escolta Real Soldado Guardia Real 8Capitán Escolta
Soldados escolta Cardenal Soldado Guardia Cardenal 5Capitán Escolta
Oficial diocesano Vicario 10Arzobispo

* * *

AGRADECIMIENTOS

A Luis D'Estrées y a Enric, por los diferentes fragmentos que me han enviado. Uno de los de Luis he tenido que modificarlo para encajarlo con el relato de Enric, que ocurría de manera casi simultánea; espero me disculpe. Y gracias también a Enrique por el relato de la celebración del Equinoccio de Otoño.

NOTAS DE LOS REALES SECRETARIOS

Bufff... Cada vez se complica más la historia, cada vez nos apasiona más ver hasta dónde llegaréis... Y cada vez nos da más trabajo preparar la crónica 😜 Yo creo que ésta es la crónica más larga que ha habido nunca en la partida. Tengo que decir que sin vuestra ayuda, especialmente de los que habéis invertido tiempo en escribir fragmentos, simplemente no habría tenido tiempo de acabarla, especialmente este mes que Joan ha tenido problemas de agenda y he tenido que encargarme de todo yo solo. Pero bueno, alguna vez le ha tocado a él trabajar sin mí, o sea que estamos en paz.

FECHA LÍMITE PARA EL PRÓXIMO TURNO

El plazo de entrega del próximo turno finaliza el viernes, 3 de noviembre de 2023, a la medianoche (hora española peninsular).

¡Hasta pronto!

PrincipalVolver a la página principal.


®"En Garde!" es una marca registrada de Margam Evans Limited