| REAL CRÓNICA DE JUNIO DE 1656 | 
| R.I.P. Rogad a Dios por el alma de GUILLAUME DU FOIX Le Baron du Foix ![[Cruz para la esquela]](../headstone.gif) General del Segundo Cuerpo de Ejército de Su Majestad Caído con honor por Francia y el Rey Su familia, amigos y compañeros regimentales agradecerán UNA ORACIÓN | R.I.P. Rogad a Dios por el alma de LOUIS POINTE ![[Cruz para la esquela]](../headstone.gif) De los Coraceros de Su Alteza Real el Delfín de Francia Caído con honor por Francia y el Rey Su familia, amigos y compañeros regimentales agradecerán UNA ORACIÓN | 
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Sin embargo, como hemos dicho, mucho mejor le fueron las cosas al Primer Ejército. Charles Batz-Castelmore, Francesco Maria Broglia, Jean Duprey, Renné Gade, Tessier Dusel y le Baron de Rouen consiguieron ser mencionados en la Orden, este último dos veces. También le Baron de la Touche consiguió una segunda mención, y algo de botín. También consiguieron un interesante botín Alexandre de l'Oie, Charles Batz-Castelmore, Duprey y le chevalier Dussel.
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 A destacar la extraña afición de Broglia a cruzar cada noche las líneas del frente y volver al amanecer. Parece que el caballero no confía plenamente en el servicio postal de Su Majestad, y arriesga a diario su vida para llevar a un mensajero de su confianza las innumerables cartas que escribe a su amada Daphée Bourtagre. El conocimiento de los caminos y bosques de la zona le está sirviendo de mucho, y a buen seguro que el Estado Mayor también sacará partido de su experiencia.
A destacar la extraña afición de Broglia a cruzar cada noche las líneas del frente y volver al amanecer. Parece que el caballero no confía plenamente en el servicio postal de Su Majestad, y arriesga a diario su vida para llevar a un mensajero de su confianza las innumerables cartas que escribe a su amada Daphée Bourtagre. El conocimiento de los caminos y bosques de la zona le está sirviendo de mucho, y a buen seguro que el Estado Mayor también sacará partido de su experiencia.
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ECOS DE SOCIEDAD
Primera semana
Patio de armas del cuartel de la Guardia de Dragones. De l'Oie, a caballo frente al Regimiento formado en perfecto orden de revista, les dirige unas palabras.
-¡Dragones! Aunque los buenos resultados de la última campaña han permitido que permanezcamos en París, se nos ha concedido la posibilidad de voluntarizar el regimiento para entrar de nuevo en combate. ¡Voluntarios, den un paso al frente!
Un estrépito de sables entrechocando y taconazos se produce cuando todos los hombres avanzan un paso al unísono. ¿Todos? Un cabo permanece en su lugar mirando con ojos como platos en todas direcciones. Interviene el sargento mayor de su unidad:
-Señor, con su permiso, señor. El cabo Villers perdió prácticamente toda la audición en la pasada campaña al estallarle una bomba al lado, fue un milagro que no muriera.
-¿No lo licenciaron?
-Se negó en redondo, señor. Si me lo permitís, le repetiré vuestras palabras más cerca.
Un gesto afirmativo del Teniente Coronel, y el sargento pone su boca a un palmo de la oreja del cabo y repite gritando las órdenes. Villers se pone tieso como un palo y avanza dos grandes pasos, quedando uno por delante de su fila. El sargento da un respingo y de un salto planta su boca pegada a la oreja del cabo: "¡Ya nos hemos enterado, vuelve a la formación, imbécil!" Todos intentan contener la risa hasta que, finalmente, el Teniente Coronel lanza una carcajada y todos juntos ríen con ganas. "Estos son mis Dragones", piensa. "La mejor unidad de Francia para mayor gloria del Rey".
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Negrura. Tres formas hacen alto frente a la Puerta de Saint-Germain. El relincho de la montura rompe el silencio de la noche. Desmontando, una figura ataviada con el uniforme impoluto de la Guardia del Cardenal. A su lado y sujetando las riendas en silencio, un joven barbilampiño. El caballero se cubre con una capa oscura mientras se ajusta al cinto su rapier. Oteando en la oscuridad, elige su posición. Tras una palmadita afectuosa a su alazán estrecha la mano al joven.
-Lucien, gracias por acompañarme. Podéis retiraros. Desde aquí sigo solo.
EL joven y la montura se alejan lentamente, y el Guardia del Cardenal les sigue con la mirada hasta que el repitequeo de cascos se pierde en la lejanía. A pesar de iniciar junio, la noche es fresca y André du Guerrier se emboza en la capa, esperando. No tiene mucho tiempo dado que mañana parte al frente, movilizado. Espera... ¡un buen rato!
No faltaba mucho para que despuntara el alba, pero se diría que aquellas tinieblas no fueran a disiparse jamás, y el Tiempo mismo parecía suspendido pues una densa bruma se había asentado en las murallas, cubriendo el camino de mil velos impenetrables... El lejano sonido del trueno que anunciaba la llegada de una tormenta por el este tampoco era el mejor de los presagios. Mala noche para pasar al raso. La humedad calaba las ropas del Guardia del Cardenal, pese al grueso capote que le abrigaba. Su aplomo ya empezaba a tambalearse cuando por el camino velado por la bruma vio una luminaria que danzaba como un pez de movimientos pendulares, acompañada por el traqueteo de un carro, y al compás de una letanía disonante que parecía venir de todos lados, desvaneciéndose el hechizo...
-...je suis allé à Saint-Domingue en mourant... Et à Port Royal je t'ai dit oui...
¿Sería la de ese odioso frailecillo diabólico? ¡pues sí que lo era, maldita la hora! -pensó para sus adentros Du Guerrier-.
-...si tu me voulais, mon charupa... Je t'endormirais et t'appellerais, si tu m'aimais, ce serai seul! ¡Qué hay, Hermano! Subid y sentaos a mi lado. Disculpadme por haceros esperar tanto... Ejem... Malherbe no es muy amigo de dar estos paseos nocturnos y cuando salimos me costó bastante convencerle... ¡pero luego recordé lo que le gustan las canciones marineras y lo que se enardece su espíritu cuando le canto! Tuve que hacer todo el viaje cantando, naturalmente. Como ya os habréis percatado nos persigue un aguacero, mas si salimos de inmediato creo que llegaremos al bosque antes de que nos dé alcance... Muy bien, Malherbe ¿nos vamos? ¡ajum! Oh, si tu m'aimais, ce serai seul... Ah, qui te touchera et dansera la perche...! Jai, Malherbe! Jai! jai! Je t'ai vu à Santa Lucia... A sur le Mississippi je t'aimais...
Du Guerrier dudó unos instantes.
-¡Subid, os digo! no temáis que os atormente todo el camino con mis desatinos musicales, nuestro hermano Malherbe ya tiene cogido el tempo, y de aquí en adelante podremos conversar si os parece bien. En el carro hay mantas y si deseais entrar en calor rápidamente, os sugiero que busquéis una botella verde que debe de andar por ahí atrás, que contiene un aguardiente que yo mismo elaboro... No sé si sois muy aficionado a los licores espirituosos, aunque me gustaría conocer vuestro criterio sobre éste en particular.
-No temo, no... -dijo el carmesí, sopesando la baraja de opciones entre la negrura de la tormenta, la opacidad de su acompañante y la oscuridad del entorno. No quedaba opción para la duda, a esas alturas, por lo que asiéndose a la madera del carro y aupándose sobre el estribo, Du Guerrier se sentó al lado de la figura. Tras echarle una mirada directa y examinarlo de arriba a abajo, el Guardia se acomoda y prosigue:
-Entonces, ¿debo suponer que sois François Lampourde? Ya era hora. Vayamos pues a dónde teníais previsto para mostrarme lo que queríais enseñarme, y empezad cuando gustéis a explicarme lo que queríais contarme. Y luego, ya veremos si es espiritualidad lo que contiene vuestra botella. ¿Os parece?
-Es fuego lo que contiene, hermano... ¡Puro fuego! Así es, soy François Lampourde. Y vos no podéis ser otro que André Du Guerrier.
Hechas las presentaciones, el escuálido jumento respondió con una serie prolongada de rebuznos graves, seguida de otra más breve y aguda, mientras emprendía de nuevo su marcha parsimoniosa por el bulevar de tierra, adentrándose en los extramuros de la ciudad en dirección al bosque, no muy distante, aunque nada pudieran ver del camino si no tan solo unos pasos por delante, con la trémula luz del farolillo oscilante que pendía de un palitroque sobre sus cabezas.
-Y Malherbe, naturalmente -dijo François. Después vino un largo silencio, los dos hombres parecían algo tensos, la luz del farolillo proyectaba sombras fantasmales a su alrededor que iban menguando a medida que dejaban atrás el suburbio y la bruma se atenuaba. André Du Guerrier pudo ver mejor al hombre con el que viajaba aquella madrugada. No podría estimar su edad, pero desde luego no era joven; su rostro estaba surcado de arrugas y cicatrices, algunas de ellas medio ocultas bajo una barba incipiente del color de la ceniza, pero sus ojos, sin embargo, eran vivaces. Cubría su cuerpo huesudo, tan enjuto como el de su asno, con un saco de arpillera ceñido con un simple cordón de esparto a modo de cinto. Por supuesto, no gastaba calzado alguno, y su aspecto en general era más desaliñado y despreocupado que austero. Tal vez sintiéndose observado, fue François quien rompió el hielo por segunda vez:
-Habéis venido de uniforme... Lo que significa que nuestra reunión amistosa es algo oficial. Vos queríais conocerme. Yo también deseaba conoceros a vos. Conocernos mejor llevará más tiempo... Contadme, si me hacéis el favor, por qué pensaís todas esas cosas que afirmáis de mi persona, si en verdad os habéis propuesto que seamos enemigos, porque había formas más fáciles de propiciar nuestro encuentro, hermano, si tal cosa era lo que queríais...
-No es una visita oficial, eso tenedlo por seguro. De serlo, no hubiera venido solo, y vos no estaríais aquí ahora. Aún no os considero mi enemigo porque tampoco sé qué o a quién representáis. Y no creo que seamos hermanos.
El Guardia se removió un poco en la banqueta, antes de proseguir, a la par que trataba de no perder detalle del camino que estaban tomando.
-Quería conoceros porque me parecéis extraño, una anomalía, una nota discordante, un exabrupto... No encajáis...
Du Guerrier sopesaba la botella verde, zarandeándola levemente para percibir la densidad del líquido que contenía, y retomó su discurso.
-...y no creo en las casualidades.
Lampourde parecía divertido, azuzando amigablemente a su asno, y con un gesto pidió al Guardia que prosiguiera.
-Vuestro mensaje es muy concreto e incendiario, soflamáis al populacho a pesar de ser consciente que una ligera provocación puede originar una sublevación contra el Orden. Promovéis un cambio, sí, pero no por evolución sino por reconstrucción de lo que profetizáis destruir. Y no lo entiendo. Hace demasiado poco que estáis en Francia, en París. No habéis vivido aquí lo suficiente como para llegar al grado de frustración y de resentimiento que destiláis en vuestras palabras. No. Y tampoco me parecéis un agente extranjero que pretenda desestabilizar internamente a Francia. Por tanto, caballero Lampourde, ya habíais estado en París antes, y estáis acabando algo que empezásteis hace tiempo. Sea como sea, si he venido, es para conoceros.
-Os lo agradezco de veras aunque para conocerme, primero tendréis que olvidar todo lo que creéis saber sobre mí, es requisito porque lo que pudieran haberos contado tal vez no sea cierto, al menos me concedéis el beneficio de la duda... Mas si no son mis actos sino mis palabras lo que desestabiliza ese Orden del que habláis, os reto a que citéis alguna de estas soflamas incendiarias, llenas de rabia y resentimiento, que me atribuís, porque no encuentro ninguna. Sabed que no me las tomo como ofensa, pero vuestras acusaciones son de carácter bastante serio si las autoridades les dieran crédito, lo que debería preocuparme ¿Me pasáis la botella? gracias...- Lampourde le dió un buen trago, apretó los dientes y puso los ojos en blanco, estremeciéndose violentamente de pies a cabeza mientras resoplaba, antes de devolvérsela al Guardia del Cardenal-¡Buen Jesús! Esto no es para trasegar a palo seco, pardiez! Por eso traje también algunas viandas, no pude resistirme a cocinar para vos esas deliciosas ancas de rana a la provenzal que teníamos pendiente, solo hay que freirlas. Consideradlas una ofrenda de paz. No tengo intención alguna de soliviantar a nadie contra nada, ni planeo destruir o desestabilizar gobierno alguno, solo intento vivir como sé. Es cierto que me resulta harto complicado a veces encajar, fuí en mi juventud una de esas ovejas descarriadas, como tal vez las llamaríais. Hasta que los franciscanos me acogieron. Encontré a mi maestro, quién me dió a conocer a otros maestros, y mi vida cambió radicalmente con tan grandes revelaciones. Sé que si el hombre sueña que puede volar es porque o bien en un pasado casi olvidado tuvo alas, o tal vez sea porque en el futuro esté predestinado a tenerlas.
Ese futuro puede ocurrir dentro de cien o de mil años, no importa. Ocurrirá, y no creo que deba perseguirse a través de la violencia, sino que ha de acontecer por sí mismo. Lo único que yo predico es la hermandad de todos los hombres, tal y como hiciera nuestro redentor. Por eso yo sí os considero mi hermano, sin lugar a dudas. Tal vez mi error fuere pensar que podría llevar aquí el mismo estilo de vida que llevaba allí, siendo seglar como soy en verdad.
Los nubarrones eclipsaban la primera luz del día, ya tenían encima la tormenta y vieron caer los primeros rayos en algunos campos cercanos al bosque de encinas hacia el que se dirigían. Lampourde miró al cielo con gesto dubitativo.
-Me da que he errado en los cálculos... No conseguiremos llegar a la gruta sin acabar empapados después de todo... Por suerte, aquella es la granja de mi amigo el viejo Gervaise y veo que hay luz en el interior. Os animaría a continuar nuestro camino hacia mi pequeña arcadia, pero tal vez queráis visitar la gruta en otra ocasión más propicia y continuar nuestra conversación a la lumbre de un hogar os parezca un plan mejor. Vos decidís.
Du Guerrier observa en silencio al hombrecillo mientras los destellos luminosos dan volumen en la lejanía, con cadencia creciente, a los grandes nubarrones de la tormenta que se abalanza sobre ellos.
-Llegados a este punto, parece que lo más sensato será aceptar vuestra invitación y rezar por la hospitalidad de vuestro amigo.
Dirigiéndose la comitiva hacia la cabaña, el Guardia responde al hombrecillo:
-Pudiera ser el exceso de ese líquido que tragueáis, o esas insanas conversaciones con vuestro asno... Pudiera ser que eso os haga olvidar, pero seguro que podéis recordar vuestras palabras, monsieur Lampourde, si revisáis vos mismo toda la correspondencia que habéis escrito. Claro está, a menos que resulte que tampoco sabéis leer ni escribir, y es todo obra de Malherbe. "Mis verdaderas sombras" ha sido la misiva que me ha obligado a actuar, el resumen conciso de un agravio al que vos dáis forma y nombre, de un agravio que fomentáis en una comparación entre clases, de un agravio al que vaticináis una respuesta contundente que, en efecto, destruirá el Orden que lo provoca. ¿Y os parece poco? ¿Os parecen palabras inocuas? No, Lampourde, decís lo que queréis decir, de la manera exacta en que pretendéis hacerlo. Ni más, ni menos.
El aludido, impertérrito y en silencio, continúa atento en el camino mientras parece masticar las palabras de Du Guerrier, que prosigue:
-¿Derecho de nacimiento, decís? No es ese el problema, creo yo. El problema es qué hacemos con la vida que se nos ha dado. Podemos esforzarnos por cambiarla, por mejorarla. Y podemos quejarnos por nuestro Destino, sin hacer nada. ¿No os explicaron vuestros maestros que Dios reparte las cartas pero somos nosotros quienes las jugamos? La vida es así. Dejad que la vida discurra por sí misma. Lo habéis dicho hace poco, el Futuro llegará, hagamos lo que hagamos. No lo forcéis. No déis voz a los que no se esfuerzan. No déis alas a los que no quieren volar. Los que se esfuerzan prosperan. Los que quieren volar, se elevan. Siempre hay un camino, pero no es el del fuego y la ira. "Pax et bonum" rezan los franciscanos, como bien deberíais recordar de las enseñanzas de vuestros maestros, y vos contravenís dicho credo. Plantad la semilla del trabajo, el esfuerzo, la perseverancia... No cultivéis el odio, la envida... El Caos. Si fuísteis una oveja descarriada, si obrásteis mal antaño y los franciscanos os ofrecieron un camino de redención, no hagáis de vuestros pecados el alimento de quienes os siguen. Me habéis pedido hace nada que olvide lo que crea saber de Vos y me centre en lo que sois, pero somos la suma de nuestras vidas, así que ¿quién fuísteis, fraile, antes de convertiros en este ardid que os da forma? ¿qué atrocidad cometísteis que os carcome de tal forma?
-Hemos llegado!-remangó François, mientras tiraba suavemente de los arreos de Malherbe hasta que el carro se detuvo finalmente a pocos pasos de la cabaña.
- ...ya que no vais a acompañarme, dejadme trasegar un poco más de este néctar ambrosiaco...-graznó de improviso. Pese a no haber mudado su expresión durante todo el sermón del Guardia del Cardenal, su voz estaba destemplada, y delataba cierto grado de turbación apenas contenida. Esta vez Lampourde le dió un buen pellizco a la botella y mientras se limpiaba las barbas goteantes con el dorso de la mano, la vista clavada en las nubes que encapotaban el cielo, empezó a tartajear y a reirse entre dientes, entre un trago y otro, y otro más...
-jeje...mis insanas conversaciones con Malherbe, ¿eh? JA! jejeje... Pax et bonum, por supuesto... Vaya que comprendo vuestra filosofía de la vida...¿es que un pobre hombre como yo no puede admitir sus debilidades? De eso es lo que trataba ese escrito, hermano. Son mis sombras, todo el mundo proyecta sombras, incluso los más santos y obedientes, sobre todo los más obedientes.... Jajajaijaijaija...¡Brindo por el rayo y la libertad de la tempestad! jijiaajiajiajia
Ahora se había puesto de pie sobre el pescante, el brazo en el que enarbolaba la botella apuntando a las nubes, Malherbe roznaba salvajemente otra vez, como si ambos se rieran al unísono. Un relámpago iluminó entonces la estrafalaria figura del acadiano y André Du Guerrier pudo apreciar claramente la mirada intensa y apasionada de un lunático. En la cabeza del Guardia resonaban ahora las advertencias que le habían dado en Marsella. Pero parecía que aquel miserable tipejo iba a decir algo más...
-Y bebo con medarión...jeje... Con moderación, messire! ¿Me habláis de atrocidades? ¿queréis saber de atrocidades?! Yo os contaré qué atroci...da...
La voz de Lampourde sucumbió inesperadamente cuando la tronada que se cernía sobre ellos rompió en un estallido tan colosal que estremeció el aire y sacudió la tierra, seguido de un viento atronador que desgarró los nubarrones escampando el cielo del amanecer. Justo después, vieron una especie de bólido flamígero de un fulgor rojo como la sangre, que surcó el firmamento de este a oeste, a gran velocidad, y dejaba tras él una densa humareda gris... Un instante después, contemplaban atónitos cómo el fenómeno desaparecía tras los macizos boscosos, más allá de las colinas. Malherbe estaba como loco. François le echó una mirada entre maravillada y guasona a Du Guerrier y, mientras saltaba a tierra y corría hacia el bosque, vociferó:
-¡Prodigia!, JA JA JA JA JA ¡Miracula! JA JA JA ¡PORTENTAQUE!
El Guardia del Cardenal, que había saltado del carro sin saber muy bien qué hacer, se quedó junto a Malherbe. Miró hacia la oscura profundidad del bosque que ya había devorado a Lampourde. Luego devolvió la mirada al asno que parecía sondearle.
- ¡Sacrebleu! -exclamó, agarrando las riendas y llevando a un dócil Malherbe a la cercana granja.
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En cuanto al Théatre Royale, es una lástima que casi todo París se encuentre en campaña, porque la obra ha resultado ser una de las mejores de la temporada. Damien Moreau aplaudió con rabia mientras Isabel d'Artois, sentada en la zona reservada a las damas, no le iba a la zaga en aplausos. Después, Damien Moreau acompañó a la dama hasta su casa manteniéndose alerta ante cualquier posible ataque, cosa que por fortuna no sucedió. También Phillipe Le Clothes Du Lacoste se dejó ver por el teatro y disfrutó de la obra, aunque en este caso hizo acto de presencia sin compañía.
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Segunda semana
Miércoles, anochecer. Lampourde recoge a Isabel d'Artois y a Moreau en casa de este último; saldrán temprano de la ciudad, en dirección suroeste. Viajan en el carro, tirado por el bueno de Malherbe. Llevan en mente una misión: encontrar la misteriosa piedra celestial avistada por Lampourde y André du Guerrier en su caída.
Pronto el trío deja atrás las murallas de París. Preguntan por Blaise Pascal en el monasterio de Port Royal des Champs y a cuantos lugareños topan por el camino. Pascal vive en estos días, tras una serie de experiencias místicas transformadoras, retirado del mundanal ruido en una granja cercana al monasterio. Lleva una vida solitaria, austera y contemplativa, dedicada a escribir extensas y ardientes cartas contra la Sorbona y los jesuitas, en defensa del jansenismo.
Finalmente el trío llega a la granja indicada. Encuentran frente a ellos a un hombre que, aunque Lampourde sabe que tendrá poco más de treinta años, presenta un aspecto frágil y que evidencia que su salud es muy precaria. Lampourde llevaba la idea de pedirle que les acompañe en el viaje, pero al ver el estado del matemático opta por la prudencia y abandona tal pensamiento; ¡bastante tiene éste con sus visitas a la Sorbona para declarar!
Lo que sí le pide el trío es ayuda indirecta para localizar el lugar de impacto más probable. Pascal accede con gusto, preguntando detalles tales como la hora aproximada del avistamiento, el lugar, en qué dirección fue visto el meteoro, etc. Después de un rato, en el que el matemático realiza cálculos en un papel y va bebiendo pequeños sorbos del Borgoña que le han traído sus visitantes, les dibuja un rudimentario mapa de la zona indicando el área donde es más probable que puedan encontrar el meteoro. "Es un área un poco extensa, pero es que tampoco me habéis dado datos muy precisos", se justifica.
Finalmente, el grupo se despide del sabio y emprende el camino. Dedican toda la semana a recorrer la región. Finalmente llegan a una zona que parece chamuscada. Excitados y entusiasmados exploran el área, y parece que efectivamente hubo un pequeño incendio que no llegó a mayores gracias a los chaparrones esporádicos que cayeron la noche de los hechos. Pero... En el supuesto centro del claro no hay ninguna piedra negra de aspecto extraño. ¿Por qué?
Lampourde da vueltas y vueltas sin entender nada. Finalmente decide recoger un poco de la tierra renegrida que se aprecia cerca del centro de la zona. La guarda en un saco de tela basta, dándole varias vueltas para que la arenilla no se derrame a través de la tela, y el grupo emprende el regreso hacia París. Pero antes pasarán otra vez por la granja cerca de Port Royal, a mostrar a su benefactor el magro botín y pedirle su opinión.
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Tercera semana
Unos días más tarde, Damien Moreau e Isabel d'Artois regresan a casa de esta última. Esperan a que anochezca, para que el retorno de la dama a su hogar sea lo más discreto posible. Pero es la noche de San Juan, y París bulle de jolgorio, con hogueras por doquier. A sugerencia de Damien Moreau y para evitar cruzarse con nadie conocido, toman por una serie de callejuelas hasta que se topan con los alegres borrachos de la Corte de los Milagros, que desfilan en procesión báquica camino de los bosques. Movidos por la curiosidad, los siguen. El grupo sale de las murallas y llega a un bosquecillo cercano dominado por una enorme encina. Allí la tropa organiza (¿o improvisa?) una pantomima en la que, cómo no, se toca el tema de la Bestia del Reino, que es derrotada por dos paladines, uno de los cuales es nada menos que una mujer. La disparatada obra teatral empieza a derivar en un espectáculo de bailes frenéticos y lujuriosos, ante lo cual Moreau e Isabel, que habían permanecido discretamente semi-ocultos observando desde detrás de unas rocas, deciden que ha llegado el momento de marcharse y regresar a la ciudad. Mientras se alejan, siguen oyendo gritos y cánticos, y de hecho la fiesta continúa en el bosque hasta el amanecer.
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Cuarta semana
Jean-Luc Picard no puede ocultar su decepción. París, la Ciudad Luz, capital de la nación más poderosa del mundo, apenas se diferencia de un pueblucho del sur de Francia. Paseando por las calles vacías y abrasadas por el sol del verano, no puede evitar pensar que la fama que tiene la Cité no es para tanto. ¿Será por el calor extremo? ¿O quizás es por la campaña militar, que se ha llevado a tantas tropas a combatir? monsieur Picard no lo sabe. De todas formas, hace demasiado calor para seguir callejeando, así que encamina sus pasos hacia Le Crapaud et l'Apricot. Se anima pensando en la refrescante jarra de cerveza que allí le espera.
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EL CABALLERO DEL MES
El título de Caballero del mes corresponde a:
 
EL PATÁN DEL MES
El título de Patán del mes corresponde a:
 
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NOMBRAMIENTOS HABIDOS ESTE MES
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ANUNCIOS DE PRESENTACIONES A CARGOS
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| Durante este mes se renuevan los rangos religiosos (consultar reglas). | 
| Durante este mes no se renuevan cargos. | 
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AGRADECIMIENTOS
A Fernando, por la escena del espejo. A Álex, por la arenga a la Guardia de Dragones. A Enrique y Enric, por el relato de su encuentro con inesperado final.
NOTAS DE LOS REALES SECRETARIOS
Llega el parón veraniego... Y además con un turno que ha sorprendido hasta a los Secretarios, voluntarizando aún más tropas de las que estaban previstas. La verdad es que es muy complicado crear una crónica militar prácticamente desde cero, con sólo un número entre 1 y 6 como base para edificar todo el relato, pero bueno, se hará lo que se pueda (por supuesto, se admiten ayudas). Mientras tanto, ¡disfrutad del verano o, si es el caso, del frescor del invierno!
FECHA LÍMITE PARA EL PRÓXIMO TURNO
El plazo de entrega del próximo turno finaliza el viernes, 4 de agosto de 2023, a la medianoche (hora española peninsular).
¡Hasta pronto!
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