Preux et audacieux: Una partida de En Garde!®por e-mail

 

REAL CRÓNICA DE MAYO DE 1656
(Número 360)

Oh, Maravillosa Reina de los Cielos,
poderosa mujer milagrosa de los fieles que servimos ante ti...
¡Qué gran gozo siente mi alma
al saberse atendida y escuchada por ti
cada vez que en oración me inclino hacia tu santidad!
 

Oración de gracias recitada por François Lampourde

GACETA MILITAR

Compás de espera

Las cosas en el frente están tranquilas. Demasiado tranquilas. Parece ser que los generales de ambos bandos están reservando fuerzas para la campaña de verano. Renné Gade se aburre soberanamente: sólo algunas escaramuzas menores, y ni siquiera ha conseguido algo de botín. Si al menos recibiera alguna carta de Eléanor... Pero lleva días esperándolas, y nada. ¿Le habrá sucedido algo? Con esa dichosa Bestia suelta por París, uno no puede estar tranquilo... Aunque está seguro de que su tío no permitirá que salga a la calle sin escolta. ¿O quizás ya lo han capturado? Como no le llegan cartas ni noticias de París, no tiene manera de saberlo...

ECOS DE SOCIEDAD

Primera semana

El estreno teatral, sin ser particularmente espectacular, tuvo su interés y fue del agrado de la concurrencia, aunque parece que la llegada del buen tiempo, o tal vez los últimos acontecimientos, han desviado las preferencias de los parisinos hacia otro tipo de actividades. Las únicas caras conocidas que pudieron verse entre el público fueron solamente las de Phillipe Le Clothes Du Lacoste y Alain Dumont, este último con Mussette d'Envion.

Cael de Rouen y Laurélie Hagopian alzaron sus copas.

-¡Por el futuro!

A su alrededor, el salón de Les Chasseurs, que durante tantos años les había acogido. Le Baron de Rouen ha decidido cambiar de club, y a partir del próximo mes pasará sus ratos de asueto en L'Epée D'Or. Sin embargo, ha querido despedirse de su querido club de manera adecuada, es decir, con una deliciosa cena. Parece que el ánimo de la pareja se está recuperando y el matrimonio, que se retrasó por el macabro paquete recibido del mes pasado, se celebrará finalmente en breve.

Y no es una mala decisión la del barón, ya que a L'Epée D'Or acude la crème de la crème de la sociedad parisina. Sin ir más lejos, esa misma semana Francesco Maria Broglia y Daphée Bourtagre fueron vistos en dicho club alternando con Su Alteza Real el Delfín de Francia.

* * *

Como decíamos anteriormente, el buen tiempo ha hecho que las damas y los caballeros se prodiguen más en actividades de tipo diverso, especialmente al aire libre. Adèle Féraut fue vista paseando en les Tuileries, empezando ya a ver alivio a la pérdida de Pierre Dubois. En un momento dado, Tessier Dusel se le acercó; la dama se puso tensa, pero las palabras del caballero, que fueron de disculpa por su atrevimiento al desconocer el trágico final de su amado, la calmaron. Con una sonrisa y unas palabras amables aceptó la disculpa, y el caballero agradeció y se retiró discretamente, sin molestarla más.

* * *

-Mayo es un mes aciago... Demasiados recuerdos...

Los pasos del Barón du Foix resuenan por los caminos poco transitados del cementerio, dirigiéndole de modo mecánico a su destino, como si hubiera sido hacía unas semanas la última vez que visitó aquella zona. Mientras, masculla en voz baja. -Demasiados recuerdos y demasiadas pérdidas...

Se detiene delante del mausoleo donde reposan los restos de Jean-Baptiste de la Tour Noire, vencedor del certamen de poesía que se celebró hace casi 20 años. El mausoleo es obra de un escultor cuyo nombre hoy se desconoce. Tras mantenerse unos instantes en silencio, con un carraspeo se aclara la garganta para decir, con voz queda pero audible:

-Diecinueve años pueden ser toda una vida, o pasar como un suspiro. Demasiado tiempo hace que nadie homenajea a los que perdieron la vida. Jean-Baptiste de la Tour Noire, vuestra "Visión dramática de la Vida" resultó ser profética:

La oscuridad lo invade todo.

Sólo aquéllos con el don de la auténtica visión

son los que observarán la realidad que les envuelve.

Los colores son el dorado y el azul,

pero para los ciegos todo es negro.

Tras lo cual se agacha para depositar una rosa blanca al pie de la tumba. En ese momento siente un leve pinchazo en el trasero. Se gira bruscamente y echa mano al rapier. Se encuentra frente a una figura vestida de negro con una máscara que representa una calavera sonriente, que ha dado un paso atrás y en ese instante le está haciendo una reverencia. En ese momento aparece de entre las sombras un carruaje fúnebre y la portezuela se abre. La figura enmascarada dice, con una voz tétrica y grave, posiblemente alterada con algún tipo de caja de resonancia dentro de la máscara:

-No temáis, Baron. Simplemente os llevaremos a vuestra mansión, y así durante el paseo tendremos ocasión de charlar de los temas que deseéis.

-¿Y si me niego?

-Os iréis sabiendo tan poco como cuando habéis venido.

La oferta es demasiado tentadora. Guillaume de Foix sube sin dudarlo, y la figura de negro cierra la portezuela y se encarama al pescante del carruaje. De inmediato, éste arranca como alma que lleva el diablo. Los caballos, espumando sudor pese a lo fresco de esta noche de mayo, llevan el vehículo por las desiertas calles a una velocidad endemoniada. Mientras tanto, sujetos ambos ocupantes a los asideros para resistir los bruscos giros y los baches del empedrado, dan inicio a una conversación. Du Foix da un vistazo a su compañero de viaje: también va vestido de negro y cubre su rostro con una máscara similar a la del otro individuo. Algo que no se distingue bien con la casi inexistente luz, pero que podría ser el cañón de una pistola, parece apuntar al barón, más en previsión de un ataque que como coacción. En ese momento, el enmascarado habla, también con una voz extraña, deformada:

-Bien, monsieur Du Foix, os veo muy callado... ¿No tenéis ninguna pregunta?

Sin mediar palabra, Le Baron du Foix le tiende el papel donde llevaba anotadas las preguntas, y que tenía intención de dejar junto a la tumba tal y como se le había indicado en el anónimo que recibió. Pueden adivinarse, más que verse, los ojos detrás de la máscara recorriendo en silencio el papel, a poca velocidad debido a la escasa luz del único candil colgado en el interior del carruaje:

  • El anónimo de las mayúsculas, ¿cómo lo descifro? ¿Y el del antifaz? Los códigos secretos nunca fueron lo mío... Aunque he descifrado alguno no soy capaz de relacionarlos pues me falta información.
  • Los 13 Sapos y Le Murtrou tenían un ideal, un enemigo que había que combatir para impedir que Francia se sumiera en la dictadura de quienes miraban sólo por su interés. ¿Por qué ahora? ¿O es sólo porque Francia y sus pares parecen dormitar acomodados en sus sillones?
  • Y la última, pero no la menos importante... ¿No deberíais estar muerto desde hace 19 años? ¿Cómo sobrevivisteis?

¿Había sonreído el enmascarado? Imposible saberlo, obviamente, pero du Foix tuvo esa impresión.

-Responderé a vuestras preguntas en orden inverso. ¿Si debería haber muerto aquel aciago mayo? He visto a la Muerte de cerca, igual que vos, muchas veces. Aquel día también. ¿Cómo sobreviví? me oculté y más tarde, con ayuda, huí, y desaparecí... Lo había perdido todo. Pero vos os merecéis más que eso, Guillaume... No voy a revelaros quién soy, pero sí os diré que no soy el hombre en quien pensáis, ni tan siquiera su fantasma salido del Hades. Sus restos mortales descansan en una tumba sin nombre. Solo hubo dos personas en su entierro, los mismos hombres que le dieron sepultura, y uno de esos hombres era yo.

»¿Que por qué han vuelto los Trece Sapos ahora? ¿Y por qué no? Llamadlo Destino, si queréis, pensad por qué habéis vuelto vos. Nuestra hermandad sagrada y los ideales de los Trece Sapos son hoy más necesarios que nunca, ¿no os parece?

»Los primeros anónimos que os envié sí estaban en clave, pero su mensaje no debía ser desvelado por el ingenio sino por el corazón. Consideradlos una imaginería destinada a punzar vuestra conciencia e incitaros a rememorar vuestras aventuras pasadas. Cuando dejasteis una rosa blanca en cada tumba de los caballeros de cuya memoria hicisteis honor, me disteis muy buenas esperanzas, y me animó a acercarme un paso más a vos. Aún no sabía que esperar... Quería ver cómo reaccionabais a los ecos de vuestra juventud, saber si aún érais aquel caballero audaz que conocí, al menos en espíritu, o si la buena vida de palacio y los años os habrían cambiado. Ahora tengo la certeza de que seguís siendo el mismo. Y por eso, todas mis respuestas han sido veraces, en recíproca justicia a vuestro valor y honestidad. ¡Audacia! ¡Habilidad!»

Cuando el Barón abrió la boca para responder, el carruaje se detuvo en seco, casi precipitando al pasajero sobre la figura enmascarada.

-Hemos llegado, Monsieur le Baron. Estamos frente a vuestra mansión. Espero que el paseo haya sido de vuestro agrado. Buenas noches.

Sin responder, y solamente con una leve inclinación de cabeza, el rosellonés abrió la portezuela antes de que el postillón lo hiciese, y bajó de un salto. Efectivamente, estaba en su casa. Antes de que pudiera darse cuenta, el carruaje ya había partido a toda velocidad.

* * *

Segunda semana

Dadas las buenas críticas que recibió el estreno, Damien Moreau decidió asistir al teatro, y lo hizo acompañado de Isabel d'Artois. Disfrutaron de la obra, y seguramente repetirán visita el próximo mes. Alain Dumont, en cambio, prefirió visitar Les Chasseurs con Mussette d'Envion, y hay que decir que el club estaba inusualmente tranquilo, de modo que pudieron pasar la velada totalmente solos.

Otra visita, pero de tipo muy distinto, fue la que Cael de Rouen hizo a Jacques de la Touche en su despacho de Teniente General de la Policía. Sabemos que el normando fue a interesarse por el estado de las investigaciones sobre La Bestia, ya que ha sido parte afectada al recibir la cabeza de Edmond Durant. No ha trascendido el contenido de la conversación, lo cual es lógico ya que la investigación se está llevando en secreto.

* * *

Media mañana. Inmediaciones de Marsella. Mansión ubicada en Saint-Joseph, acomodada entre campos y dominando el puerto de mar.

-Ah, ¿ya os habéis despertado? Dura carrera desde París... En vuestra última visita hace unos meses el invierno se resistía a partir, ¿recordáis? Ahora la primavera se muestra espléndida en su apogeo. Mirad. La vida hierve por doquier. EL ciclo se ha reiniciado, una vez más.

El que así habla, de pie frente a un amplio ventanal observando el exterior, mira de soslayo al joven que permanece sentado en el butacón. Éste, jugueteando nervioso con sus manos, se muestra dubitativo ante qué palabras elegir para continuar la conversación con su anfitrión. Finalmente, se decide:

-Mi Señor, ¿fuisteis uno de los Trece Sapos?

El mayor, sentándose como si un rayo le hubiera traspasado, se muerde el labio y se atusa el bigote, ganando unos segundos antes de responder:

-Podría haberlo sido si mi coronel me lo hubiera pedido en aquel entonces.

El joven, enarcando las cejas, prosigue con cierto asombro en sus palabras:

-Pero, ¿cómo podríais ser sapo y luchar contra ellos, a la vez?

El mayor, mirándole de frente, asiente lentamente, como ordenando mentalmente historias y vivencias pasadas. Tras una pausa prolongada, se gira de nuevo hacia el ventanal, dando la espalda a su invitado y, tras un suspiro profundo, responde.

-Cuando llegué a París, hace muchísimos años, lo hice como Vos: mucho arrojo, muchas expectativas, mucha altivez y pocas luces. El brillo de de la ciudad me deslumbraba, lo refinado de ciertos círculos sociales me engatusaba, y la liviana superficialidad de la vida en la que me vi inmerso embotó mi mente y mi raciocinio. ¿Recordáis a Ducasse? No, claro que no, ¿verdad? Conviví durante el apogeo de su figura conscientemente ajeno a la interpelación personal que reclamaba a todos los hombres. Así era yo, como una boya desanclada arrastrada por la corriente del mar. Hasta que choqué con una roca.

El mayor interrumpe su monólogo, se sirve una copa, la prueba, asiente satisfecho y, recuperando la posición anterior, prosigue.

-La roca no era otro que el -en aquel entonces- coronel de los Cadetes de la Gascuña: Villiers Daugé de Chevreuse. Secundado por otros allegados suyos, desconocidos para mí, disfrutaba de una fiesta particular en Le Crapaud et l'Apricot. Ahí le conocí. Rudas, básicas, aparentemente zafias... Las carcajadas de esos hombres aún resuenan en mi mente alguna noche, pero en aquel momento atrajeron mi atención. Sintiéndose observado y sin una razón aparente Villiers me invitó a unirme a ellos.

Tomando otro sorbo, el mayor se gira hacia su invitado, le señala su copa vacía y le insta, con un gesto, a rellenarla:

-Acompañadme, por favor.

Ambos salen del gran salón, copa en mano, y mientras se dirigen a un corredor lateral el mayor retoma la historia:

-Las fiestas se sucedieron, entre momentos de álgida embriaguez, juego desenfrenado, aderezados con escenas de alegría y algunas otras de tristeza, aunque lo que hubo más fueron momentos de reflexión y de filosofía. Sí, veo la incredulidad en vuestra cara pero fue así, en efecto. Villiers era un erudito hecho a sí mismo, nacido del barro más humilde pero erigido sobre unas convicciones indestructibles. Sus hombres le seguían, no por subordinación, sino por adhesión. Cualquiera con buenas palabras puede enardecer el espíritu de un hombre, pero para encender e iluminar la mente de un hombre hace falta otro tipo de poder... Y ese era el poder que le llevó al desastre.

El corredor discurre varios metros hasta desembocar en otro amplio salón, acondicionado como sala de esgrima. En él, dos niños de no más de diez primaveras, practican lances y movimientos con sendos floretes. Los dos caballeros se detienen bajo el dintel de la entrada, observando la escena. El mayor prosigue:

-Pensadlo. Si acabáis con el pastor el rebaño se desbandará, y las ovejas volverán mansas al redil. Pero, ¿y si el pastor ha convertido a las ovejas en lobos? Eso conseguía Villiers, mon ami. Él despertaba la consciencia de aquéllos que compartían copa, charla o acero con él. Lo dudaba todo, lo refutaba todo, ante sus ojos todo era puesto en tela de juicio. A cambio, lo daba todo también, sin intereses ni pedir nada a cambio. Y eso era lo que Denis Lavoisier no podía permitirse a riesgo de ver desvanecido su sueño de una Francia regia, ordenada y obediente.

Los dos niños prosiguen sus envites. El entrechocar metálico interrumpe la conversación momentáneamente. El más corpulento, tras propinar una estocada limpia, retrocede y desde una pose de descanso recrimina la mala defensa a su contrincante, más ágil pero inexperto. El caballero mayor, sonríe, y continúa.

-¿Me preguntabais que si hubiera ido con mon coronel al palacio en llamas? Claro que sí. Pero no eran esos sus planes. Él fue solo, tal como había decidido que sería su Destino y tal como había decidido resolver su problema irresoluble con le Comte d'Ille. Deberíais haberles conocido, mon ami, con independencia de vuestras simpatías con uno u otro. Pero sólo os quedan las Crónicas de los Reales Secretarios...

El cruce de floretes se reanuda. Ahora, el joven más ágil asedia con rápidas fintas al más corpulento, que apenas puede cerrar su defensa a tiempo. El invitado observa a los dos contrincantes, evaluándoles. Dos niños, sin duda, y ciertamente no mayores de diez años. ¿Los hijos de su anfitrión? Las palabras de éste le devuelven a la conversación.

-Lo que sí hizo Villiers antes de su inmolación fue introducirme en esa orden de la que os hablé: Le Murtrou. En principio, sin forma ni liturgia, era el punto de unión de muchos otros caballeros quienes, con el rechazo al reciente edicto de supresión de los lances de honor como nexo común, también mostraban abiertamente su rechazo a otras políticas, leyes y situaciones. Sí, volvéis a esa idea: el pequeño ejército de Villiers, ¿verdad? Pues no, descartadlo. Sin jerarquías de ningún tipo, sin dependencias ni obligaciones artificiosas. Sólo hombres de Honor con Convicciones propias, decididos a llevar hasta las últimas consecuencias aquello que clamaban antes de desenvainar su acero: Audacia para hacer lo correcto, habilidad para sostener esa audacia. Y Villiers simplemente fue uno más.

Los dos espadachines equilibran la lucha: la fiereza de uno se neutraliza en la habilidad del otro. El invitado sigue observando. Hay algo en el ágil, sutil, en su forma de moverse. El anfitrión percibe el examen y, con un gesto sonriente, invita al joven caballero a avanzar hacia la escena.

-¡Alain! ¡Amanda! ¡Fin del entrenamiento! Alain, torpe y lento, hijo mío, aprietas demasiado la empuñadura. ¿Y tú, Amanda, hija? Un poco más de fuerza en ese brazo, o tanta floritura no te servirá de nada. ¡Venga, mozalbetes, un saludo a nuestro invitado y a vuestros quehaceres, rápido! Id con Gaston y que os ayude con lo necesario.

Los dos niños abandonan la sala tras una breve reverencia. El invitado puede advertir lo cierto de las palabras del anfitrión mientras se alejan: chico y chica cruzando aceros, y nada mal, por cierto. El tintineo metálico devuelve su atención al mayor, quien cuelga los dos floretes en sus fijaciones en la pared, y descuelga dos rapiers de práctica.

-Creo que estáis familiarizado con estos, ¿cierto? -mientras ensaya varias estocadas al aire con el suyo y le lanza el otro al invitado.

-Sí, un poco. -responde el joven asiendo al vuelo el pomo del acero.

-Pues, demostrádmelo... ¡en garde!

Los dos caballeros se tantean a modo de calentamiento preliminar, y el mayor aprovecha para seguir su relato.

-Los sapos ya no existen porque murieron con Villiers. Y Le Murtrou tampoco, porque yo acabé con ella a causa de mi soberbia. Y si en algún momento fueron lo mismo, ese momento pasó.

Los dos caballeros intensifican poco a poco su práctica, a medida que se tantean y se hacen suyo el salón. El más joven replica a la par que lanza un tajo:

-Pero, ¿y las cartas que os he traído? Ayer vi que algunas os turbaban mientras que otras las pasasteis sin pensar. ¿No son razones de peso para considerar que los dos grupos han vuelto?

El mayor, da un paso atrás y para el golpe en seco, al instante con un molinete recupera el espacio que ha necesitado para la defensa. Apunta con el acero a su contrincante y lanza la pregunta:

-Y, volver, ¿para qué?

Lanza una estocada a fondo, imprevista, aunque el joven reacciona con rapidez desviándolo y contraatacando con varios golpes fulgurantes.

-No... Os... Entiendo...

El anfitrión devuelve los golpes uno a uno, mecánicamente.

-¿Qué reivindicaciones oficiales han gritado a los cuatro vientos esos sapos? ¿Contra qué se han movilizado? ¿Quién está asfixiando a la población? ¿Han señalado a alguien públicamente?

-...

El anfitrión avanza, golpeando a su vez.

-¿Y no os parece extraño? Os lo dije en vuestra anterior visita, mon ami ¡Pensad! Los Reales Secretarios han preservado todo lo que se pudo ver y escuchar, de manera que cualquiera podría imitar. Pero no preservaron las esencias de esos hombres... ¿Vos sentís que lo son?

-Pero, lo parecen...

-Pueden parecerlo, pero vos debéis juzgar si lo son. Los sapos fueron producto de un tiempo y de unos hombres que rigieron el destino de la nación con mano de hierro. Fueron la reacción que un hombre consideró justa para combatir ese producto. No fueron unos saltimbanqui comediantes como a veces simularon.

-¿Y Le Murtrou?

-¿Le Murtrou? Diezmada, desbandada, difunta. Ya os lo he dicho: mis actos la condenaron. Olvidad su nombre, conservad su lema, porque en cualquier caso es lo único que vale la pena recordar y honrar. Sed audaz, sed hábil, y no necesitaréis organización alguna. Vivid audaz, vivid hábil, y otros como Vos se os unirán. Es el ciclo de la vida.

-Y, sobre el otro asunto... El fraile...

Ante esa mención, el anfitrión baja el acero, lo envaina y da el breve ejercicio por terminado mientras lo cuelga de nuevo en la pared. El joven hace lo mismo mientras espera la respuesta de su anfitrión. Ésta se hace esperar, mientras ambos regresan al salón principal. El mayor, llenada de nuevo su copa, se sienta en el sofá mientras espera que el joven haga lo propio, antes de proseguir.

-Las cartas... Ese hombre es peligroso porque es su convicción la que dicta sus palabras, y ya os he explicado el poder y los peligros de la convicción. Me habéis dicho que no se prodiga mucho en los círculos sociales ni se deja ver en exceso, aunque su mensaje es claro y presente. Nuevamente os pregunto: ¿qué busca con ello?

-No lo sé. Permanece oculto, predica en lugares apartados, se mezcla con la plebe que le escucha y rehuye a los caballeros a menos que no hacerlo le sirva para azotarles en sus conciencias... Últimamente sus mensajes se han tornado más oscuros, más amenazantes... Apocalípticos, incluso.

-Amigo mío... He leído varias veces esas cartas... La prosa, cómo encadena las frases y usa las subordinadas, la cadencia que da, las referencias metafísicas, el tono crepuscular, las alusiones a su edad, las firmas... Y el plan que intuyo puede haber por debajo de todo... Es imposible pero me recuerda a...

-¿A quién? ¡He vuelto a Vos por esa respuesta...!

El mayor entrelaza sus manos, y cierra los ojos. Sonríe para sus adentros. Su cabeza niega lentamente. Y, tras otro suspiro, mira a su invitado antes de hablar:

-No persigamos fantasmas. Decidme, ¿qué haría un verdadero Murtrou en esta situación? Encontrad al hombre, entended al hombre, y conoceréis su plan.

* * *

Tercera semana

Nos ha sorprendido el inicio de la tercera semana con una noticia: la futura Baronesa de Rouen ha salido hacia la mansión solariega de su futuro esposo, en un carruaje ligero y bajo una fuerte escolta. El Barón, en cambio, permanece en París. Desconocemos el motivo de tal viaje, además en una época en que debería estar próxima la celebración del casamiento, lo que implica un montón de preparativos. ¿Tendrá que ver con la conversación mantenida con el Teniente General de la Policía? ¿Lo habrá aconsejado éste? No lo sabemos.

No hemos hablado de Jean Duprey en esta crónica, y es que el caballero está encerrado en su casa, enfrascado en la escritura de una obra de teatro. Lleva todo el mes sin prácticamente ver a nadie, escribiendo febrilmente hasta altas horas de la noche. ¡Le deseamos éxito en su aventura artística!

* * *

En ausencia de Orland Touril, François Lampourde parece haber tomado las riendas de todo lo que el sacerdote hacía por el bien de los más desamparados. Esta alma piadosa se ha dedicado durante toda la semana a recoger limosna en nombre del padre Orland para las Hermanas de la Caridad, para ayudar a los orfanatos de las Trece Casas. Se lo ha visto pidiendo en los barrios opulentos, y también a la puerta de Notre Dame. Finalmente, al caer la tarde, se lo vio recorrer los orfanatos y hacer entrega de las limosnas recibidas.

* * *

Y, aunque las fiestas hayan disminuido en número, no han desaparecido ni mucho menos. Este mes en L'Epée D'Or se han encontrado André du Guerrier, Le Baron du Foix y le Baron de la Touche con sus respectivas damas. El ambiente se tensó al encontrarse los dos rivales regimentales, pero ambos apretaron los dientes y Du Guerrier musitó:

-Como acordado.

-Como acordado -respondió du Foix, mirando de reojo y señalando discretamente al Teniente General de la Policía.

du Guerrier asintió levemente, y ambos caballeros se evitaron durante el resto de la velada.

* * *

El puente de Marie fue golpeado por un rayo que hizo temblar toda la estructura de piedra y las más de cincuenta viviendas construidas sobre la misma, a plena luz del día. Por fortuna, los daños, que solo afectaron al pilar central, no fueron severos y tampoco hubo que lamentar desgracia personal alguna, ni mayores desperfectos en los edificios.

La vibración sacudió ligeramente los ventanales de la mansión a orillas del Sena en la que se hospedan el Barón d'Yberville y su sobrina, la Dama Eléonor d'Yberville. La concentrada lectura del Barón, quien en ese momento se encontraba en su biblioteca, se vió interrumpida cuando la estancia se oscureció de pronto. "Buena falta nos hacía..." musitó el erudito caballero mientras se disponía a salir de la cámara a la lumbre de una vela...

Formidables nubarrones negros habían amortajado el cielo sobre Paris en un instante y, arrastrados desde gran altura por vientos feroces que los arremolinaban y violentaban entre sí, desataron su furia en cuanto se hizo la oscuridad bajo su manto cargado de relámpagos.

"...¡Una buena tromba que desborde las aguas del Sena y se lleve consigo toda esta repugnante inmundicia, bendita sea!" celebró el Barón para sus adentros. Mientras iba en busca de Eléonor, pues sabía que la joven estaría en el jardín, sus pensamientos le siguieron, y en el camino empezaron a discurrir por otros vericuetos un tanto más ominosos. La espantosa salvajada en el palacete del ministro de Rouen, y todo ese turbio asunto de la Bestia del Reino, le horrorizaba. Casi ni se atrevía a imaginar que hubiera algún significado arcano en tan portentosa exhibición de bellaquería, por supuesto que no se tomaba en serio las majaderías inventadas por el pueblo ignorante, pese a que había sonsacado sutilmente a la doncella, más al tanto de los rumores que circulaban por los mentideros, con la intención de conocer las teorías más extravagantes y disparatadas, como la que apuntaba a que las partes desaparecidas de los cuerpos mutilados habían sido recolectadas por una criatura demoníaca que pretendía unirlas entre sí, en la abominable composición de un cuerpo antinatural, por medio de ciertas artes nigrománticas... "Aunque nunca se debe subestimar al Diablo. Todo puede ser...¿quién puede estar seguro sin miedo a equivocarse?". Estas hondas meditaciones se esfumaron de súbito en la mente del barón cuando vió a su sobrina y a la doncella al pie de las escaleras. Las puertas que dan al jardín estaban abiertas de par en par, y las dos mujeres, empapadas de pies a cabeza, brincaban de un lado a otro en una especie de danza frenética, bastante extraña si no fueran tan evidentes sus esfuerzos por capturar al vuelo los pliegos de papel manuscrito que revoloteaban por todas partes como un enjambre de abejorros. Uno de esos papeles se apresuró a viajar escaleras arriba hasta los pies del Barón d'Yberville. Por supuesto, el noble caballero se agachó rápidamente para atraparlo antes de que saliera volando otra vez, tras lo cual, a pesar de que la vela se había apagado, y la caligrafía había sido desdibujada por la lluvia, el hábito de lector impenitente se impuso y sus ojos la escudriñaron brevemente, antes de que pudiera reparar en que estaba violando la correspondencia privada de su sobrina. No lo lamentó, ni sería su pundonor ni la escasa luz, ni el intrincado laberinto de chorretones de tinta en el papel, lo que detuvo la lectura involuntaria de la carta que Elénor, presa de la desesperación, le había escrito a su amado Renné Gade, destinado en el frente.

Ajeno a las protestas de ambas mujeres, el bueno del Barón se mostraría inflexible y tomaría una resolución inmediata, animado, en cierto sentido, por la oportunidad que se le presentaba de hacer valer su autoridad como tutor de la futura baronesa d'Yberville.

Sus primeras palabras fueron adustas y un tanto airadas, y las transcribimos aquí, aproximadamente, gracias a Aurore, la mentada doncella, quien nada pudo hacer por defender a su ama ni a sí misma.

-¡Sois una niña mimada! Vuestra madre quedó viuda cuando era más joven que vos, para mayor gloria de Francia ¡Y con la cabeza muy alta! Pertenecéis a un nobilísimo linaje de gran tradición militar, Eléonor. ¡Estos arrebatos pasionales son insensatos e improcedentes! Perturbar el ánimo del capitán Gade con vuestros ciegos temores, si vuestra doncella llega a echar esta carta al correo sin mi conocimiento. ¡No lo puedo permitir! Ese jóven está cumpliendo con su sacrosanto deber, y parece ser que tiene lo que hay que tener. No volverá a Paris por más que se lo supliquéis y apeléis a la Diosa Afrodita en un patético intento de ablandar su corazón y hacerle dudar de su ambición y de sí mismo! Además, vos tampoco continuaréis en Paris por más tiempo... Esperaba a decíroslo durante la cena.

Eléanor d'Yberville miraba estupefacta a su tío, incapaz de articular una réplica, y al buen hombre se le conmovió el gesto y el tono de su voz se suavizó un poco cuando habló por segunda vez:

-Mi querida sobrina, La Baronesa os necesita más que nunca a su lado. Sabéis que desde el año nuevo vuestra madre no es la misma, su salud es frágil y además se preocupa mucho por vos, lo que agrava su malestar. Muchos otros caballeros se unirán a vuestro galán en el frente muy pronto. Mientras el Capitán Gade no esté aquí para protegeros, estaré más tranquilo sabiéndoos a salvo con vuestra madre, lejos de Paris. Ya lo he organizado todo para que salgáis de viaje mañana por la mañana. Haceos a la idea de que este verano lo pasaréis en el campo, jovencita... ¡Ya veréis qué bien!

Esto último lo dijo mientras bajaba las escaleras y salía al jardín. Como había venido, la tormenta se alejaba veloz en un vendaval furioso, río abajo. Étienne d'Yberville hizo pedazos la carta de la desconsolada Eléonor, y los arrojó al viento. Al final todo se había quedado en un chaparrón pasajero de primavera.

"Mucho ruido y pocas nueces"-se dijo a sí mismo, con aire taciturno.

Aurore fué despedida ese mismo día, naturalmente.

* * *

Cuarta semana

El mes ha finalizado con actividad en varios clubs de la Cité: Alexandre de l'Oie visitó Les Chasseurs, Damien Moreau fue visto con Isabel d'Artois en Le Crapaud et l'Apricot, y Charles Batz-Castelmore y le Baron de Rouen acompañados respectivamente de Magdalène Vien y Laurélie Hagopian, ya de regreso de su inesperada visita a Rouen, coincidieron en L'Epée D'Or. Por cierto que al salir del club fueron testigos de un curioso incidente: cuando los caballeros estaban ayudando a las damas a subir a sus respectivos carruajes, repararon en una brillante luz anaranjada que iluminaba la calle. Todos levantaron la vista, y vieron justo encima del cartel de L'Epée D'Or una espada de fuego, o mejor dicho, una espada en llamas. Los dos caballeros, tras recomendar a las damas que no bajasen de los carruajes por lo que pudiera ser, se acercaron lentamente a inspeccionar el fenómeno. Vista con más detenimiento, ambos pudieron comprobar que la espada era de madera y había sido untada con pez o algo parecido para que ardiese con más viveza. Una cuerda la sujetaba desde lo alto del tejado.

Tras unos minutos la cuerda, aunque era evidente que había sido mojada para retrasar su combustión, acabó chamuscándose y dejando caer lo que quedaba del trozo de madera en llamas, que se estrelló contra el suelo con estrépito diseminando pequeñas chispas y trozos de carbón. Mientras le Baron de Rouen desenfundaba el rapier y con la punta sacudía los restos aún con brasa, Charles Batz-Castelmore levantó la vista, pero obviamente no alcanzó a ver a nadie: sólo un trozo de cuerda que colgaba del tejado, con el extremo requemado.


* * *

Empiezan a despuntar los primeros rayos del sol por detrás de la silueta de las casas. Una figura, vestida rigurosamente de negro, sin adornos metálicos de ningún tipo que puedan reflejar luz y delatar su presencia, hace acto de presencia en la Fuente de los Inocentes, a la entrada del cementerio. Incluso ha ofuscado un poco la guarda y el pomo para que únicamente se vea el filo del rapier.

Al poco, aparece otra solitaria figura. Ambos se saludan con una inclinación de cabeza, dan un paso atrás, y sin más preámbulo se colocan en posición de guardia.

El duelo es breve. Du Foix adopta una estrategia muy conservadora, casi de defensa pura, como si no quisiera herir a su contrincante. El capitán de la Guardia del Cardenal, en cambio, empieza con el clásico ataque a tajo. La parada del rosellonés sólo consigue bloquearlo parcialmente y éste recibe un rasguño en el pecho, que al principio ignora pero que con el tiempo y el esfuerzo empieza a dejar una marca roja en su camisa. Cuando se da cuenta, da un paso atrás y baja su arma.

-Parece que me habéis alcanzado, monsieur. El duelo es vuestro.

-Eso parece. Permitidme...

Du Guerrier saca un pañuelo negro limpio y lo inserta bajo las ropas del mosquetero, deteniendo así la hemorragia.

-No parece grave, pero mejor que os vea un barbero o un físico.

-Eso puede esperar. Antes, ahora que hemos dirimido nuestras diferencias, y ya que estamos aquí... Quiero rendir una visita a un par de tumbas.

-Os acompaño.

Los dos contendientes caminan primero hasta una lujosa tumba situada en la zona opulenta del cementerio. Un nombre se lee sobre ella: Denis Lavoisier, le Comte d'Ille. Allí se detienen y quedan unos instantes en muda contemplación, quizás rezando para sus adentros. Tras unos minutos, uno echa a andar y el otro le sigue. Llegan a una zona mucho más humilde. Se detienen de nuevo, esta vez frente a algo que es poco más que un montículo de tierra, cubierto de maleza. Se nota que hace años que nadie cuida de ella. Un vetusto cartel de madera medio podrida y con las letras toscamente talladas identifica la tumba: Villiers Daugé de Chevreuse. Tras unos minutos de silencio, uno de los visitantes pregunta, casi para sus adentros:

-¿Será auténtica esta tumba?

El otro responde con un encogimiento de hombros, tras lo cual ambos dan media vuelta y se dirigen hacia la salida. El sol ya ilumina el paisaje, proyectando las largas sombras de la pareja sobre el camino.


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EL CABALLERO DEL MES

El título de Caballero del mes queda
 

DESIERTO
Por empate múltiple a un voto.

EL PATÁN DEL MES

El título de Patán del mes queda
 

DESIERTO
Por falta de votos.

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NOMBRAMIENTOS HABIDOS ESTE MES

  • André du Guerrier ha sido nombrado Mayor de la Brigada de Guardias (M15A)
  • Charles Batz-Castelmore ha sido nombrado Ayudante de la 1ª División (M13A)

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ANUNCIOS DE PRESENTACIONES A CARGOS

  • Este mes no ha habido anuncios.

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------------ Inicio de la estación de VERANO ------------


CARGOS PARA EL MES DE JUNIO
CargoRequisitosN.S. mínimoQuién nombra
Ministro de Ciencias Brigadier o Baron 10 Min.Estado
Tte. Coronel Capellán Obispo 11 Coronel

 

CARGOS PARA EL MES DE JULIO
Durante este mes se renuevan los rangos religiosos (consultar reglas).

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AGRADECIMIENTOS

Un agradecimiento muy especial a Luis D'Estrées, que ha elaborado una versión del Reglamento en PDF, ilustrada, interactiva y navegable; se puede descargar desde la sección "REGLAMENTO" de la página principal de la web. ¡Muchísimas gracias, Luis, por este Reglamento, por la recopilación de la Gazette, y por tantísimas otras cosas que haces de manera desinteresada por la partida!

En cuanto a los que habéis contribuido a la crónica, no puedo dar nombres este mes para no estropear la intriga, pero... ¡GRACIAS! (vosotros ya sabéis quiénes sois) ;-)

NOTAS DE LOS REALES SECRETARIOS

Qué animado está esto, ¿verdad? Lástima que ahora vendrá el parón veraniego... O no. Quién sabe, quizás las cosas se compliquen aún más.

FECHA LÍMITE PARA EL PRÓXIMO TURNO

El plazo de entrega del próximo turno finaliza el viernes, 7 de julio de 2023, a la medianoche (hora española peninsular).

¡Hasta pronto!

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